En septiembre de 2006, eran aproximadamente 440 el número de reactores nucleares en funcionamiento en todo el mundo (aunque sólo 31 países usaban esta fuente de energía) [1]. Tras el desastre, tras la hecatombe nuclear del Fukushima, el número ha disminuido sustantivamente. Es probable, muy probable que lo siga haciendo en el futuro; el reciente […]
En septiembre de 2006, eran aproximadamente 440 el número de reactores nucleares en funcionamiento en todo el mundo (aunque sólo 31 países usaban esta fuente de energía) [1]. Tras el desastre, tras la hecatombe nuclear del Fukushima, el número ha disminuido sustantivamente. Es probable, muy probable que lo siga haciendo en el futuro; el reciente acuerdo político en Bélgica así parece indicarlo.
Entre Estados Unidos, Francia, Japón y Rusia suman más de la mitad de los reactores que funcionan en el mundo (unos 250 en total). Tres de esos estados son grandes potencias nucleares. Después de ellos, se sitúan países como el Reino Unido, Corea, Canadá, India, Ucrania (que formó parte como se sabe de la ex Unión Soviética), China, Suecia y España.
Bélgica es el décimo cuarto país del mundo, el séptimo europeo, por el número de sus reactores, siete en total. Se ubican en dos centrales nucleares: una en Flandes, con cuatro reactores, y la otra en Valonia, con tres. El 55% de su energía eléctrica parece tener origen nuclear.
Como en el caso de Alemania, Bélgica ha dado marcha atrás en sus planes de relanzamiento nuclear. Los seis partidos belgas que participan en las negociaciones para formar Gobierno han acordado un nuevo enfoque que prevé iniciar el cierre progresivo de los reactores a partir de 2015 y abandonar, con ello, poco a poco, la apuesta nuclear [2]. Se trata, pues, según parece, de salirse definitivamente de la era atómica. Bélgica sería entonces el segundo país europeo que ha tomado esta decisión. El arco político firmante del acuerdo es amplio y diverso: socialdemócratas, liberales y democristianos flamencos y francófonos. Han metido en un cajón, esperemos que cerrado para siempre, sus antiguos planes de mantener a pleno funcionamiento hasta 2025 sus siete reactores atómicos.
El acuerdo permitirá aplicar una ley de 2003 que ya preveía el cierre progresivo de todos los reactores nucleares. Aquel plan se cambió en 2009, tras un acuerdo con la compañía operadora, para prolongar 10 años la vida de los reactores más viejos, hasta los 40, y fijar en 2025 la fecha límite para todo el régimen nuclear belga. La alargada, incesante y penetrante sombra del desastre de Fukushima ha hecho que el objetivo se cumpla diez años antes de la fecha prevista. Los residuos radiactivos, sumados al coste y dificultad del desmantelamiento, es el legado que deja tras de sí la industria nuclear belga, y, por supuesto, la industria nuclear de cualquier país.
¿Eran irracionales, trasnochadas y desinformadas las protestas y vindicaciones del movimiento antinuclear europeo? ¿Lo siguen siendo actualmente? ¿Utopistas? ¿Simples quimeras sus finalidades indocumentadas? Nada lo ha corroborado, nada ha confirmado ese cúmulo de infamias.
La otra cara de la moneda -el lado oscuro e interesado de la fuerza nuclear- nos traslada a Estados Unidos. Un grupo de congresistas republicanos -el excandidato presidencial y senador de Arizona, John McCain, entre ellos- quieren buscar uranio en el Gran Cañón del Colorado [3]. Con una propuesta de ley, desean levantar la moratoria que protege la zona de la codicia de las grandes corporaciones que además de incluir el parque natural, «también engloba las reservas de los indios navajos».
Fue en julio de 2009 cuando el Gobierno de Obama decidió imponer una moratoria de dos años sobre todas las prospecciones de uranio en la zona del Gran Cañón. Antes de diciembre de este año debe decidirse si se prolonga la prohibición veinte años más. Las conclusiones preliminares de la Oficina de Gestión del Territorio (BLM, por sus siglas en inglés) han sido muy criticadas por asociaciones medioambientales como el Grand Canyon Trust que denuncia que residuos radioactivos se han ido acumulando en el río desde las últimas explotaciones hace cinco décadas.
En todo caso, hay motivos para la esperanza. Como ha señalado Ricardo Martínez de Rituerto [4], el acuerdo belga es, por ahora, el último de una serie de golpes a la energía nuclear y hasta Francia y su poderío atómico parecen tambalearse. «La nuclear seguirá formando parte del mix nuclear durante décadas a escala mundial», ha declarado muy segura de sí misma y de su apuesta la ministra de Ecología, Nathalie Kosciusko-Morizet, que ya admitió después de Fukushima el problema que representaban las piscinas en las centrales y los residuos nucleares. Ahora bien, ha añadido la ministra francesa, la componente atómica irá reduciéndose en Francia «conforme crezcan las nuevas energías».
No es ningún objetivo transformador ni de espíritu ecologista pero algo se mueve en tierras hasta ahora prácticamente inmovilizadas.
Notas:
[1] La distribución era altamente significativa. Europa, 203; América, 127; Asia, 110. África: 2
[2] http://www.gara.net/paperezkoa/20111029/300147/es/El-Gobierno-belga-acuerda-abandonar–energia-nuclear-para-ano-2015 Igualmente, http://www.elpais.com/articulo/sociedad/Bruselas/suma/repliegue/nuclear/europeo/elpepisoc/20111101elpepisoc_9/Tes
[3] Isabel Piquer, «Los republicanos, a por el uranio del Gran Cañón. Obama impuso en 2009 una moratoria sobre la zona que vence a fin de año», http://www.publico.es/ciencias/403985/los-republicanos-a-por-el-uranio-del-gran-canon
Salvador López Arnal es coautor, junto a Eduard Rodríguez Farré, de Casi todo lo que usted desea saber sobre los efectos de la energía nuclear en la salud y el medio ambiente. El Viejo Topo, Mataró (Barcelona), 2008.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.