El gobierno ha presentado la tan esperada Ley de Economía Sostenible. Se ha presentado como un conjunto de medidas, «muy ambicioso», que creará el marco legal para desarrollar el «nuevo modelo productivo». Desde que Zapatero reconoció la gravedad de la crisis económica que estamos atravesando, gobierno y sindicatos han alzado la bandera del «nuevo modelo […]
El gobierno ha presentado la tan esperada Ley de Economía Sostenible. Se ha presentado como un conjunto de medidas, «muy ambicioso», que creará el marco legal para desarrollar el «nuevo modelo productivo». Desde que Zapatero reconoció la gravedad de la crisis económica que estamos atravesando, gobierno y sindicatos han alzado la bandera del «nuevo modelo productivo» que nos alejará del modelo «insano» basado en el ladrillo, y traerá una modernización de la economía española.
La idea de un «nuevo modelo productivo» no es nueva ni original. Hacía ya tiempo que los sindicatos, haciéndose eco de economistas neokeynesianos, la utilizaban como panacea contra la precariedad laboral. Zapatero no hace otra cosa que seguir la estela de Obama, que también habla de más investigación y desarrollo, más formación y más ecología en un contexto donde los países más desarrollados tecnológicamente (como los propios EEUU, Alemania o Japón) tampoco han podido eludir la crisis económica.
No es casualidad que la nueva ley esté acompañada de una retórica progresista. Los grandes titulares destacan supuestos mecanismos de control del sistema financiero y del salario de los altos ejecutivos. Sin embargo, el fondo de la norma es reaccionario. El gobierno trata de convencer a los trabajadores de que sus sacrificios de hoy tendrán una recompensa en un futuro de prosperidad en el que todos (trabajadores y empresarios) construiremos una nueva sociedad. Detrás del «nuevo modelo productivo» se encuentra la vieja idea del «capitalismo de rostro humano», la comunión de intereses entre capitalistas y trabajadores, así como la legendaria búsqueda del «empresario progresista y patriota».
El modelo productivo español
El gobierno se ha apoyado a la hora de plantear la idea del «nuevo modelo productivo» en un montón de indicadores que revelan de manera cruda el carácter eminentemente parasitario del capitalismo español: productividad, inversión en investigación y desarrollo2, formación… En todos a la cola de Europa, demostrando el escaso interés de la burguesía española por la tecnología.
Tratar de convencer a los empresarios españoles que es mejor invertir en tecnología que en sectores basados en salarios bajos es un ejercicio inútil. La tasa bruta de explotación de las empresas españolas es de las más altas de Europa. Así, en el Estado español, por cada cien euros facturados, diez van directamente a los bolsillos del empresario. En Europa de cada cien tan sólo se llevan seis. ¿Qué significa este dato? Que el «modo de producción» español puede ser «insano» pero para los capitalistas es tremendamente rentable. Y éste es el quid de la cuestión: el capitalismo funciona en base a la inversión privada, la iniciativa individual. Un capitalista no invierte para desarrollar la sociedad, no invierte para modernizar el país, invierte única y exclusivamente para obtener beneficios. Y además, para obtener los mayores beneficios posibles en el menor tiempo posible. El gobierno puede tratar de convencer al capitalista de las ventajas del «nuevo modelo productivo», sin embargo, el empresario, tras hacer unas rápidas cuentas mentales, cogerá el dinero que Zapatero les ofrezca, y como mucho harán una solemne promesa, de cara a la galería, de «corregir los errores del pasado» y seguirán tranquilamente con sus negocios de toda la vida.
El propio desarrollo histórico de la economía española determina la situación actual. Economías que tradicionalmente se han basado en la innovación y el desarrollo, disponen de una base tecnológica que sólo tienen que actualizar y de un hueco en el mercado mundial. Aquí, para que los capitalistas españoles se especializaran en un sector tecnológico, no sólo deberían afrontar una enorme inversión inicial que paliara el atraso histórico acumulado, sino que además deberían de enfrentarse a la perspectiva de incertidumbre, en la que la recuperación de la inversión en absoluto está garantizada debido a la brutal competencia existente en el mercado mundial. ¿Van a hacer todo eso los capitalistas españoles cuando, sin tantas complicaciones, ya consiguen ingentes beneficios?
Desde luego, los capitalistas no son una masa homogénea dedicada toda ella al negocio de la construcción y a la especulación. En el pasado, algunos sectores de la izquierda, equivocadamente, han usado las contradicciones en el seno de la burguesía para imaginarse dentro de los capitalistas a un sector industrial y progresista, dispuesto a invertir para desarrollar la economía y enfrentado a otro sector parasitario y conservador. Esas diferencias por supuesto existen, sin embargo, el grado de dominio, fusión y vinculación del capital financiero sobre los demás capitalistas es hoy en día, absoluto. Ya Lenin lo explica en su libro El imperialismo, fase superior del capitalismo. Dueña de los capitales que los empresarios necesitan, la banca se transforma en una oligarquía financiera que lo domina todo. Es la gran banca la que determina hacia dónde van las inversiones, la que realmente dirige la economía. Sólo un dato: el 60% de los créditos bancarios concedidos están orientados hacia la construcción.
¿Puede el Estado cambiar el modelo productivo?
Por todo ello, es ingenuo creer que el gobierno puede «por decreto» cambiar el modelo productivo. ¿Va a convencer a los banqueros de que renuncien a sus beneficios en aras de una sociedad más desarrollada y más justa? ¿Cómo se puede pretender transformar la economía española sin controlar sus palancas más importantes, sin dominar los sectores estratégicos como son los energéticos o, sobre todo, la Banca? Por mucho que diga el PP, Zapatero no puede planificar la economía sin expropiar a los grandes capitalistas.
La experiencia de Venezuela, un país en revolución, demuestra con claridad que es imposible regular el sistema capitalista. Es como ponerle puertas al campo. Allí el Estado incluso controla sectores fundamentales de la economía (como es el petróleo) y ya antes de que Chávez planteara el socialismo como objetivo de la revolución, su gobierno había tratado de utilizar los recursos petroleros para «transformar el modelo productivo» (en este caso se hablaba de conseguir «un capitalismo de rostro humano»). Todos los intentos del gobierno venezolano han chocado una y otra vez con los intereses de la burguesía. Y no sólo por factores económicos (al no liquidar el sistema capitalista y limitarse a introducir «reglas» que tratan de que el mercado «sea más justo», el gobierno objetivamente dificulta el normal funcionamiento del capitalismo, provocando desajustes como la inflación, etc.) sino, sobre todo, por factores políticos (el odio de los capitalistas a la revolución está también detrás de la desinversión, la fuga de capitales, etc.). Precisamente el dilema que tiene la revolución en Venezuela es que o se culmina el proceso, expropiando a los capitalistas y a la banca o, finalmente, los capitalistas se saldrán con la suya y recuperarán el control político del país.
Si aquí Zapatero tomara la más mínima medida que realmente afectara a los beneficios de los capitalistas para mejorar las condiciones sociales o laborales de las masas, por un lado despertaría un enorme entusiasmo entre los jóvenes y trabajadores, pero también la oposición violenta de toda la «opinión pública» burguesa. Pero éste no es el caso con la Ley de Economía Sostenible.
¿En qué ha quedado la Ley de Economía Sostenible?
Y al final, ¿la Ley de Economía Sostenible en qué ha quedado? Para empezar todas las medidas de control y regulación del sistema financiero son meras palabras huecas. Los capitalistas siempre tienen mil maneras de zafarse de las regulaciones. En cuanto al control de los salarios de los altos ejecutivos, la ley sólo obliga a que las sociedades elaboren un informe sobre remuneraciones… ¡para los accionistas!
Lo demás son medidas, la mayoría subvenciones y deducciones fiscales, que vuelven a trasvasar dinero público a manos de los empresarios: deducción en el Impuesto de Sociedades a las empresas que inviertan en I+D, que pasan de un 8 a un 12%; deducción en el IRPF del 10% a las que acometan obras para ahorrar energía y agua.
Para el gobierno, una manera efectiva de impulsar la investigación y el desarrollo en las empresas privadas es… regalándosela: se favorece que la investigación universitaria vaya a manos privadas, fomentando la creación de nuevas sociedades mixtas basadas en los resultados de I+D obtenidos por investigadores de instituciones públicas y universidades. La Ley Orgánica de Universidad (LOU) impuesta por el PP en 2001 y no derogada por el gobierno del PSOE y los planes de Bolonia ya apuntaban en esa dirección.
Muchas medidas redundan en ayudar al maltrecho sector inmobiliario. Lejos de buscar un «nuevo modelo productivo», se acude al rescate del ladrillo: deducciones fiscales a los dueños de vivienda en alquiler y más subvenciones para la rehabilitación de edificios. También posibilita a los pequeños pistoleros de la construcción participar en la tarta de las obras públicas, aumentando el porcentaje permitido de subcontratación (y, por tanto, la precarización) de un 30 a un 50%. La ley además favorece la «colaboración público-privada», por ejemplo excluyendo la obligación de la administración de efectuar una evaluación previa de las obras públicas contratadas, cuando algún otro órgano de la misma administración haya hecho una evaluación para un «supuesto similar», es decir ayuda a encubrir la corrupción de las comisiones por obras. Cuando se habla de «simplificación administrativa» no hay otra cosa que más presiones laborales para los funcionarios (que ya han visto mermada sus condiciones laborales). De hecho, «se presentará un plan de austeridad y de calidad del gasto y un plan de racionalización del sector público empresarial y de la estructura de la Administración Pública». No hay que ser muy listo para saber lo que esto significa.
En cuanto a la formación, la Ley de Economía Sostenible rescata la reforma de la Formación Profesional, planteada hace un año y analizada críticamente en su día por el Sindicato de Estudiantes, que entre otras contrarreformas, facilita la obtención de títulos de FP a trabajadores con experiencia laboral, pero sin formación académica. También han anunciado una posible nueva «reforma» del sistema educativo.
Las medidas «ecológicas» principalmente son subvenciones para la compra de vehículos ecológicos, un fondo público para comprar bonos de carbono (es decir, fomentar la especulación con las cuotas de emisión de CO2) y medidas para «liberalizar» el transporte público, que podría traer consigo más privatizaciones de empresas municipales de transporte público y, sobre todo, de Renfe.
No rechazamos una energía más ecológica, pero como siempre hemos explicado los marxistas, los capitalistas lo que quieren es una energía más barata. Si lo consiguen usando las renovables ¡magnífico!, pero si lo tienen que lograr construyendo más nucleares, presionarán en este sentido. De hecho, el gobierno ya anunciado una revisión de su postura sobre la cuestión nuclear.
Por último, y de tapadillo, la ley introduce una disposición adicional que permite cortar Internet a aquellos que vulneren los «derechos de propiedad intelectual», y además ¡se hará sin orden judicial! -aunque Zapatero dijera el 3 de diciembre que «el Gobierno no tiene la intención de cerrar ninguna web», al día siguiente la vicepresidenta Fernández de la Vega no fue capaz de aclarar si también revisan este punto o no-. Es decir, no sólo las multinacionales se salen con la suya a la hora de luchar contra el «pirateo» sino que además cercenan los derechos democráticos.
Dinero para los empresarios, ataque a los funcionarios, privatización y contrarreformas, anuncio de reforma laboral… ¿Alguien se cree que estas medidas servirán para cambiar el modelo productivo?
Perspectivas para la economía española
Si el gobierno no cambió el modelo productivo durante el boom económico, con condiciones de financiación excepcionales, equilibrio de las cuentas públicas y unas perspectivas de expansión que se perdían en el infinito, ¿qué puede hacernos creer que ahora que la economía atraviesa una profunda crisis, será posible algo así? La primera prueba la tuvimos en los presupuestos generales del Estado: la inversión en I+D se contrajo, la partida presupuestaria para educación, en la práctica, se congeló…
El boom económico se basó en un endeudamiento masivo, histórico, de familias y empresas. Pero esa deuda finalmente se tiene que pagar. O se paga, o al final alguien quiebra. Los gobiernos mundiales optaron por aplicar enormes planes de rescate para salvar a los capitalistas, pero la deuda no desaparece. Ahora se ha transferido, en parte, a las cuentas públicas pero sigue estando ahí. La deuda pública y privada se ha convertido en un verdadero cáncer que amenaza con hundir a la economía mundial una vez más.
La crisis y las propias medidas de emergencia que ha tomado el gobierno este año están teniendo un efecto doble en las cuentas del Estado: los ingresos por impuestos se desploman y los gastos se disparan. Se calcula que en los nueve primeros meses del año los gastos han duplicado los ingresos. Es una situación insostenible a medio plazo. De hecho, el gobierno ya ha anunciado una política de ajuste para los próximos años. En ese contexto, el gobierno no va a tener margen para hacer inversiones en desarrollo tecnológico que tengan implicaciones serias en el conjunto de la economía. Además, no es una prioridad para la burguesía. Lo que están haciendo los capitalistas no es invertir, sino todo lo contrario. Así, la Formación Bruta de Capital Fijo (FBCF) continúa en caída abrupta y persistente: en el primer trimestre del 2009 caía un 15,2%, en el 2º un 17%, en el 3º un 15,8%, y en el último un 13,3%. Si esta tendencia continúa, el «nuevo modelo productivo» consistirá en producir millones de parados crónicos y que una generación entera desperdicie su vida en la ciénaga de la degradación social. El desempleo masivo actúa como un nuevo elemento de contracción del mercado, favoreciendo una espiral descendente de la economía. Es el oro y no las nuevas tecnologías, lo que está atrayendo el gran capital.
La supuesta recuperación mundial tiene más que ver con los planes de estímulo inyectados por los gobiernos en la economía, que con que se haya iniciado una dinámica ascendente de recuperación con cimientos sanos. No está descartado que de retirar las ayudas, la economía volviera a sumirse en una profunda depresión. Si las ayudas continúan los desequilibrios de las cuentas de los estados acabarán siendo también una rémora para la recuperación económica. Eso sin contar todas las turbulencias financieras que se siguen desarrollando, que demuestran que los bancos siguen en graves problemas (ver Dubai). Si el futuro económico mundial no es nada halagüeño, el del Estado español no puede ser otra cosa que muy oscuro.
¿Un nuevo modelo cambiaría la naturaleza del capitalismo?
En la historia sí ha habido casos en los que las economías de determinados países han sufrido poderosas transformaciones sin romper con el sistema capitalista: Japón al terminar la Segunda Guerra Mundial, Corea y los llamados «tigres asiáticos» en los 80, o actualmente China (aunque en este caso la transformación está vinculada a la restauración del capitalismo). Desde luego, una combinación de factores históricos, que aquí no podemos analizar, explican todos esos casos.
El propio Estado español sufrió una tremenda transformación en los años 50 y 60 del siglo veinte, que terminó con un país fundamentalmente campesino y trajo consigo la industrialización, y con ella un poderoso proletariado. Así, en 1975 el 37,8% del PIB dependía del llamado «sector secundario» (hoy ha caído hasta el 24,9% en beneficio del sector terciario). Entonces, sectores enteros de la economía eran públicos como la minería, los astilleros, la siderurgia, la electricidad y las telecomunicaciones… Pero esas empresas públicas tenían un objetivo muy concreto: eran sectores que requerían enormes inversiones que ningún capitalista español estaba dispuesto a asumir. El Estado lo hacía para garantizar materia prima y productos básicos a bajo coste para los capitalistas. Luego, los capitalistas los transformaban y comerciaban con tales mercancías y conseguían suculentos beneficios. Es decir, las medidas de «regulación» de la economía introducidas por un Estado capitalista, buscaban beneficiar a los capitalistas.
El «desarrollismo» del franquismo se basaba en las condiciones brutales que la dictadura imponía a la clase obrera: salarios de miseria, ningún derecho democrático… Pero el factor determinante que explica la transformación económica del Estado español (y de muchos otros países en aquella época) fue un desarrollo económico histórico en todo el mundo, el boom de la postguerra, con tasas de crecimiento que rondaban el 9 y el 10% (nada que ver con la situación actual). En ese proceso, el papel del Estado, importante desde luego, no dejó de ser un papel auxiliar. Ayudaba a impulsar la economía capitalista, pero no podía, ni muchísimo menos (y tampoco pretendía) sustituir la iniciativa privada.
Resulta interesante señalar que los mismos argumentos reformistas que ahora se presentan la panacea del «nuevo modelo producido» fueron los que en los años 80 y 90 impulsaron el desmantelamiento y/o privatización de toda aquella estructura industrial. Los gobiernos de Felipe González fueron los principales adalides de la especialización de la economía española en el sector servicios para modernizarla (turismo verde a cambio de acerías se decía en Asturias, por ejemplo). Se suponía que era el «modelo productivo» que traería progreso y desarrollo. Esta crisis ha derrumbado por completo aquel paradigma económico que ahora pretende ser sustituido por otro.
Supongamos, por un momento, que Zapatero lograra transformar el modelo productivo en el sentido en el que lo plantea. ¿Traería consigo el nuevo modelo productivo capitalista menos explotación para los trabajadores, suprimiría la dinámica boom-recesión propia del capitalismo, se terminaría con la especulación y con las burbujas especulativas? No. Ningún país se ha librado de los efectos de la crisis económica mundial. En Japón, por ejemplo, su modelo de economía, que por excelencia se basa en la tecnología y la inversión, no impidió que se desarrollara en los 80 una burbuja inmobiliaria sin precedentes. Del consiguiente crack Japón aún no se ha recuperado, a pesar de los masivos planes de estímulo que el gobierno nipón inyectó en la economía. Actualmente la clase obrera sufre un paro histórico. También allí se insiste en que para salir del atolladero tiene que «cambiar su modelo productivo». ¿A cuál? A un modelo productivo que fomente el consumo interno ¡Cómo el que había en EEUU hasta la actual recesión, o en el Estado español! En el caso de China su economía sufre gravísimos desequilibrios que pueden estallar en cualquier momento.
Pero es que además, las propias burbujas especulativas pueden estar basadas en un sector tecnológico, no es un fenómeno exclusivo del «ladrillo». No podemos olvidar la burbuja de las punto.com de finales de los años 90. Al fin y al cabo las burbujas son producto de las expectativas de obtención de rápidos y fáciles beneficios y son inherentes al caos capitalista.
Respecto a la cuestión de la productividad, que le pregunten a General Motors (GM) si la inversión y el desarrollo son o no son vacunas contra la crisis. El gigante norteamericano está en el quinto puesto en el ranking mundial de inversión en I+D y sólo la nacionalización por parte del gobierno norteamericano ha evitado su quiebra. De hecho, el sector del automóvil, uno de los que más invierte en I+D está sumido en una profunda crisis. Estos sectores, por mucha tecnología que haya, no pueden evitar sufrir la sobreproducción, la gran contradicción del sistema capitalista.
Paradójicamente, más tecnología no sólo no alivia las contradicciones del capitalismo sino que las profundiza: aumenta la composición orgánica del capital, ya que la máquina de por sí no crea plusvalía, así que, para mantener su tasa de beneficios el empresario sobreexplota más si cabe al trabajador, aumentando su jornada laboral, su ritmo de trabajo, etc. Es otra locura del sistema capitalista el que más maquinaria y más producción lejos de ser empleada en mejorar nuestras condiciones de vida acarrea más opresión.
El capitalismo en un sistema anárquico incapaz de conciliar la capacidad productiva con las necesidades sociales de la clase obrera. Fijémonos en la burbuja inmobiliaria española. Se construyeron millones de pisos hasta que estalló y, sin embargo, el problema de la vivienda sigue siendo uno de los más acuciantes para jóvenes y trabajadores. ¡Pisos vacíos conviven con trabajadores sin hogar! Antes hablábamos del fracaso escolar entre la juventud. ¡Cuánto potencial creativo desechado por el sistema capitalista! ¡Qué universo de posibles talentos malgastado! Sólo con poner a trabajar a los miles de licenciados que están hoy en día en el paro, las ciencias, la tecnología, el arte conocerían un desarrollo impresionante, la sociedad podría desarrollarse a límites insospechados. Pero el capitalismo no conoce de necesidades sociales y condena a la humanidad a la ignorancia y la barbarie.
Definitivamente, el «nuevo modelo productivo» de Zapatero no es más que un conejo sacado de la chistera del reformismo sin reformas, de una socialdemocracia que se ve obligada en todo el mundo a aplicar contrarreforma tras contrarreforma en la medida en que no tiene realmente otro modelo que aplicar. Detrás del debate del modelo productivo está el viejo debate de reforma o revolución. ¿Se puede reformar el sistema o debemos luchar por su abolición? El callejón sin salida de los reformistas, que hace tiempo abandonaron una perspectiva revolucionaria y por tanto no les queda otro remedio que seguir los dictados de las grandes empresas, es revelador.
Los marxistas afirmamos que sí hay otro modelo, pero no un modelo capitalista. Expropiando a los capitalistas y banqueros y planificando democráticamente la economía sí se puede construir una economía capaz de desarrollar todo el potencial de la inteligencia humana, garantizando y desarrollando unas condiciones de vida dignas para toda la humanidad. Pero no es «otro modelo productivo» cualquiera, estamos hablando del socialismo.
NOTAS
1. Según PIMEC, la producción por hora trabajada en el conjunto de la UE-15 aumentó en el periodo 2001-2007 a una tasa anual acumulativa del 1,3%. Este porcentaje contrasta con la evolución que ha tenido en EEUU y Japón (2,2% anual). Sin embargo, la economía española se sitúa en el furgón de cola: el aumento de la productividad en el periodo citado fue de sólo el 0,9% anual. Es falso que una economía sea más productiva por tener salarios bajos (de ser así las economías más prósperas estarían en el continente africano). Tampoco hay una relación directa con la jornada laboral. Un estudio de 2007, elaborado por Ipsos para la empresa Lexmark, revela que la economía española es la que tiene, de la UE-15, la jornada laboral más larga y menos rendimiento se obtiene por hora trabajada. Los países que tienen jornada laboral más baja (Holanda, Alemania y Bélgica) se encuentran entre los cuatro donde la productividad por hora es mayor. Si la economía española no es más productividad se debe a la falta de tecnología. Es decir, es un problema de inversión de los capitalistas de lo que los trabajadores no tienen ninguna responsabilidad.
2. Según el INE, el esfuerzo en I+D en el Estado español (gasto en relación al PIB) en 2008 fue de 1,38%, frente al 2,26% de media de la OCDE (2,54% en Alemania, 2,66% en EEUU y 3,39% en Japón). Sin embargo, los datos de I+D revelan otra cosa realmente interesante: en el Estado español apenas el 45% de los recursos que se invierten en I+D provienen de fondos privados, aunque esas mismas empresas privadas ejecutan el 55% del gasto. No sólo se demuestra que las empresas españolas no invierten en desarrollar tecnología, sino que además se dedican, en una parte importante, a chupar de la teta del Estado, de la investigación pública en los organismos públicos y en las universidades. No es casualidad que en el ranking de las empresas mundiales que más invierten en I+D no haya ninguna española. El diario económico Cinco Días (26/11/09) decía lo siguiente al respecto: «Si estas cifras evidencian el retraso en I+D de las compañías españolas, también lo hacen las partidas globales. Todas las firmas nacionales juntas destinaron durante 2008 cerca de 1.470 millones de euros. (…) Y no se puede decir que en España no se ha movido dinero durante los últimos años. De hecho, el agujero generado por la suspensión de pagos de la inmobiliaria Martinsa Fadesa (gran símbolo de la burbuja inmobiliaria), que tuvo lugar en 2008, rondó los 7.000 millones de euros, casi cinco veces más que la citada inversión de 1.470 millones en I+D por parte de las grandes empresas españolas durante ese mismo año» (El énfasis es nuestro).
3. En el segundo trimestre de 2009 la deuda de las familias equivalía al 130% de la Renta Disponible Bruta (RDB). El boom elevó a un porcentaje histórico el endeudamiento, pero la crisis no ha rebajado sustancialmente este ratio. Lo que sí ha traído la es una caída abrupta de la llamada «riqueza financiera» y «riqueza inmobiliaria», que hasta cierto punto compensaba el endeudamiento. Así, mientras el «valor» de los activos se desploma, las deudas se quedan, afectando el consumo de amplias capas sociales (no sólo de la clase obrera) y provocando un efecto lastre en la economía, que puede ser duradero. Quien puede consumir, ahorra y quien no puede llegar a fin de mes, consume menos todavía. El consumo representa el 60% de la actividad económica española.
Fuente: http://www.elmilitante.net/content/view/6039/29/
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