A comienzos del mes de enero miles de personas salieron a celebrar el 527 aniversario de la toma de Granada. Fue un acto de exaltación patria, como si la nación española hubiera brotado súbitamente el día en que se acabó con el Sultanato Nazarí. La toma de la ciudad fue un sablazo definitivo al reino […]
A comienzos del mes de enero miles de personas salieron a celebrar el 527 aniversario de la toma de Granada. Fue un acto de exaltación patria, como si la nación española hubiera brotado súbitamente el día en que se acabó con el Sultanato Nazarí.
La toma de la ciudad fue un sablazo definitivo al reino de la medialuna, el fin de una supuesta excepción peninsular. Se presenta como la vuelta a un orden confesional que nunca existió de un modo homogéneo. Ahí tenemos las batallas entre arrianos y católicos, o la devastación de las guerras de religión en Europa.
Todo vencedor necesita la liturgia de los caídos, que suele aparecer a modo de advertencia y de reafirmación de la patria. Cualquier reconstrucción de un suceso pasado se hace desde el tiempo presente. No sería extraño encontrar descendientes de los moriscos entre los que celebraron la conquista.
Si conmemoran una toma así, no es casual esa aprensión hacia los norteafricanos en nuestro país, aunque muchos hispanorromanos y godos abrazaran el Islam. Hay quien tiene la sensación de que España no existiría sin ese conflicto iniciado en los albores de Al Andalus. Pero esa percepción es totalmente interesada y errónea.
Hay mucho de ideología en todo esto. Pero esta visión está contaminada, especialmente por la visión idealizada que tenemos de Al Andalus. Hay que tomar con precaución el brebaje del escritor romántico Washington Irving, porque el filtro del romanticismo devora muchos matices y colores. Lo mismo sucedió con las esculturas neoclásicas. Imitaban a las griegas. Pensaban que eran blancas, pulcras, y sensuales. Sin embargo, los griegos lo pintaban todo.
Podemos decir que la sociedad del Sultanato nazarí era compleja, llena de matices y colores, como las vidrieras de la Alhambra. Sin embargo se sigue presentando como una cuestión de invasores ajenos a la península.
Por eso nos quedan las caricaturas de personajes centrales y deformados por ese romanticismo absurdo, como la famosa invención del padre Echevarría (siglo XVIII), quien puso en boca del sultán Mohammed XII esa frase falsamente atribuida a la sultana Aisha, dirigida a su hijo: «Lloras como mujer lo que no supiste defender como hombre». Presentaban a un sultán débil, cuando fue un guerrero en toda regla.
La peor de las crueldades apareció después de la toma de Granada: La crónica de Luis de Mármol es carne cruda, un relato minucioso y salvaje de una guerra civil confesional. Una más. El incumplimiento por parte de los conquistadores de las capitulaciones de Granada es una evidencia que nadie puede refutar. Fueron muchos miles de mujeres y niños bautizados a la fuerza.
Y de esas visiones falsas se alimentan partidos como Vox, creadores de ese enemigo llamado «fundamentalismo islámico». La confusión es grande, aunque efectiva: mezclan épocas, personajes y geografías dispares e imposibles de conciliar, con el fin de fomentar el odio hacia una comunidad musulmana que en su mayoría ha venido a trabajar, y no a delinquir.
Vox está en plena gestación, y necesita concentrar sus fuerzas para ganar cuotas de poder. Tuvo un importante efecto su apoyo a la celebración del aniversario de la conquista del Sultanato Nazarí. El rechazo imaginario al Islam moviliza a los votantes. Sin embargo, el enemigo musulmán es un espejismo.
El mensaje está claro: la nación española se ha construido por oposición al islam, aunque más bien ha sido todo lo contrario. Pero el momento es oportuno. Vociferar con el fin de recuperar valores perdidos es tan solo un eco que se desinflará. Es un puro artificio.
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