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Julio Anguita en el coloquio sobre la República de la Fiesta del PCE

«La República no se invoca, ni se trae. Debemos construirla»

Fuentes: Rebelión

Con el espacio de debates del Pabellón de Convenciones literalmente abarrotado por público de todas las edades, ha tenido lugar el coloquio sobre la República que es ya un clásico de la Fiesta, y que parece cobrar interés y concitar mayor expectación cada año. Los intervinientes en el coloquio se han ajustado al título, repartiéndose […]

Con el espacio de debates del Pabellón de Convenciones literalmente abarrotado por público de todas las edades, ha tenido lugar el coloquio sobre la República que es ya un clásico de la Fiesta, y que parece cobrar interés y concitar mayor expectación cada año.

Los intervinientes en el coloquio se han ajustado al título, repartiéndose la tarea. Miquel Jordá ha hablado del pasado, Víctor Ríos del presente y Julio Anguita del futuro de la República en España.

Jordá, quien ha empezado aclarando que la Unidad Cívica por la República es una asociación cultural que nació hace poco más de dos años para reivindicar la recuperación de la memoria histórica (huyendo del «folklore») y para luchar por la III República, y por la conquista de la democracia que se frustró con la Transición. Seguidamente, Jordá hizo un curioso y revelador repaso por algunos monumentos de los que todavía adornan las calles y plazas de la capital del reino, Madrid. El Conde-Duque de Olivares, Carlos III, el general Espartero, el general Martínez Campos, Manuel Gutiérrez de la Concha, son nombres ilustres que los madrileños se encuentran irremediablemente en sus paseos por el parque del Retiro o la puerta del Sol, represores y opresores al servicio de las dinastías monárquicas, aunque su imagen haya sido convenientemente dulcificada. Jordá concluyó su paseo frente a los Nuevos Ministerios, ante la imagen a caballo del carnicero general Franco.

«El pasado del país es triste, pero no podemos ignorar el sufrimiento de las generaciones anteriores. Quisieron silenciarlo todo con los pactos de la Transición», reivindicó Jordá, refrescando la memoria de los asistentes con algunos ejemplos de la adhesión al franquismo que demostró la actual familia real española, aún incluso después de la muerte del dictador.

Asimismo, Jordá manifestó que «esperar una rectificación por los partidos políticos que se reparten el poder es una quimera. Se puede ser de derechas y republicano, pero jamás de izquierdas y monárquico, o juancarlista». Una cerrada obación siguió a estas palabras del veterano luchador republicano, quien concluyó su intervención poniendo de manifiesto que «la historia se repite, como en el siglo XIX padecemos la alternancia de dos grandes partidos en el poder y el caciquismo. Las mismas razones de fondo que existían para luchar contra el franquismo existen hoy para luchar contra la monarquía».

Víctor Ríos habló de la diversidad de cepas republicanas, y que, dentro de ellas, «la española ha sido siempre excelente, ya que la defensa de la República en nuestro país ha estado siempre vinculada con procesos de ruptura y enfrentamiento con las clases dominantes. Así fue en 1873, en 1931 y así será cuando conquistemos la III República».

Ríos, a quien le tocaba analizar el presente del republicanismo en España, lo definió como «un vaso que se ha ido llenando, y que hoy se encuentra casi medio lleno, de forma que podría estar rebosando en pocos años si trabajamos a buen ritmo». Recordó que desde el fin de la dictadura franquista hasta que se aprobó la Constitución de 1978 no se ha vuelto a producir un debate sobre Monarquía o República, y que en los últimos años se ha transformado en una cuestión de actualidad, en la que inciden dos factores: la necesidad de recuperar la memoria histórica, rechazando el olvido y el punto final sobre lo que ocurrió durante la Guerra Civil y la dictadura; y la necesidad de reexplicar la Transición y hacer balance de la Constitución. Víctor Ríos no rehuyó la cuestión en este punto de la aceptación, por buena parte de la izquierda, del argumento de que el dilema no era entre monarquía o república, sino entre dictadura o democracia. «Ese sofisma ya no es sostenible y fue un fraude a la soberanía popular», afirmó Ríos, quien recomendó el libro de Joan Garcés «Soberanos o intervenidos» para entender hasta qué punto el Departamento de Estado norteamericano pilotó la Transición española, financiando un partido y un sindicato que parecieran de izquierda para romper el papel del PCE y de las Comisiones Obreras, quienes realmente habían luchado contra el franquismo.

Víctor Ríos hizo referencia a la vigencia del ideario republicano clásico, pero afirmó que es necesario actualizarlo, y reivindicó un nuevo republicanismo, poniendo como ejemplo la República Bolivariana de Venezuela, en cuya Constitución hay elementos realmente innovadores, como la revocabilidad de todos los cargos elegidos, el reconocimiento del trabajo reproductivo como productor de valor y por consiguiente la inclusión de las amas de casa a la Seguridad Social, o la creación del poder ciudadano como poder autónomo y controlador del ejecutivo.

Finalmente, Víctor Ríos puso condiciones para que sea posible el avance del republicanismo, señalando la necesidad de que tenga carácter abierto y no se use de forma partidista; de que se actualice el ideario republicano vinculándolo a la lucha contra la globalización capitalista, a la exigencia de profundizar en la democracia y a la reivindicación de derechos sociales como básicos.

Julio Anguita tomó la palabra con una reflexión sobre el pasado, para referirse al futuro, recordando al auditorio que el pueblo español es tornadizo, y que tras los fervores republicanos y revolucionarios, el proceso se revirtió a favor de la monarquía y de las clases dominantes. «Debemos adquirir conciencia de que este asunto es serio, no algo folklórico», interpeló al público diciéndole que «la República no vendrá si no la traemos nosotros», y llegó a citar a Kennedy para preguntar a cada uno de los asistentes qué estaban dispuestos a hacer por la conquista de la República. «La III República no se invoca, no se trae; se construye y se trabaja por ella».

El eje central del discurso de Julio Anguita consistió en vincular la III República a la transformación social, a resolver el problema del Estado y a establecer otro tipo de relaciones internacionales. En cuanto al primer aspecto, afirmó que «la III República es la puesta en marcha de un motor para otro tipo de sociedad», y comparó la Constitución Española de 1931, que recogía en su articulado la socialización de propiedades cuando afectan a sectores estratégicos de la economía, y el proyecto de Constitución Europea, donde el neoliberalismo se convierte en principio constitucional. Para Anguita, la República es «la forma más avanzada de hacer realidad el principio democrático», y afirmó que se trata de un problema de alternativa de sociedad, explicándolo con un ejemplo gráfico: «no se trata solamente de expropiar a la duquesa de Alba, sino sobre todo de saber qué hacemos con las tierras, qué forma de producir queremos». «El problema del jefe de Estado no es lo fundamental, es el último detalle: si no construimos República, el peligro es que podemos tener una República de derechas, y no es descartable que las clases dominantes defiendan la idea republicana cuando les resulte conveniente».

Al igual que Víctor Ríos, vinculó la lucha por la República a la lucha contra la globalización capitalista, pero también a valores alternativos, como la austeridad, la solidaridad internacionalista, la paz (que implica la lucha contra la OTAN), y la defensa de un eje cultural alternativo.

El segundo aspecto, la resolución del problema del Estado y el conflicto de los nacionalismos, fue abordado por Anguita en relación con la cuestión religiosa, ya que en su opinión «la única unidad que tenemos es la católica, y ahí está el problema». Afirmando que la Constitución de 1978 había colocado una «bomba de tiempo» al hablar de regiones y nacionalidades pero sin definirlas, defendió que sólo sobre la base del laicismo se podrá abordar la cuestión nacional, desechando como estéril cualquier intento de buscar esencias nacionales en el pasado histórico.

Anguita señaló como ejemplo el acto constituyente del pueblo francés, que en plena Revolución Francesa decidió en la Convención que «la nación querida por ella misma es Francia». Así, el acto fundante de Francia responde al principio de soberanía popular.

Julio Anguita opuso este modelo al alemán, que sí esgrime razones históricas para definir la nación, y recordó a dónde puede conducir ese tipo de lógica. Sobre la base del laicismo y de la aplicación de la soberanía popular, dejando que sea el pueblo el que se exprese haciendo valer el derecho de autodeterminación es la única manera real de abordar el problema del Estado en España.

Finalmente, en la esfera internacional, Anguita rechazó el europeísmo, del que dijo que es «como el Nescafé en relación al café», y que consiste en la construcción de un espacio económico donde mandan los capitalistas. Reclamándose «europeo», recalcó la importancia de asumir las lecciones de la historia y el legado del continente europeo.