Conferencia impartida en Vigo, el 22 de enero de 2019, con motivo del 60 aniversario de la Revolución cubana
Este año se cumple el 60 aniversario de la Revolución Cubana y a lo largo del año se van a realizar distintos actos conmemorativos. En muchos de ellos se hablará de lo que fue la revolución, se hablará de las condiciones de vida en Cuba de la época (de la pobreza, del analfabetismo, del burdel para los americanos, de la mafia, de la Dictadura de Batista…), se hablará de los jóvenes que lideraron la revolución (Fidel, el Che, Camilo…) del movimiento de masas que decidió acabar con la dictadura y con su condición de neocolonia estadounidense; también se hablará de los logros de la Revolución cubana, de cómo Cuba se transformó por dentro y por fuera, de cómo esa pequeña isla se hizo grande, gigante, y se convirtió en una potencia moral y en un referente de liberación nacional.
Seguramente, también hablaremos de la resistencia heroica del pueblo cubano ante la guerra constante y sistemática de la potencia imperial estadounidense. Hablaremos de los héroes cubanos, de las mujeres y hombres que han dado su vida por un proyecto de nación trascendente; y de la influencia de este país en todo el mundo; y especialmente en el momento actual en los procesos revolucionarios latinoamericanos que resisten al imperialismo, como en el caso de Venezuela.
Pero en todos estos homenajes habrá referencias circunstanciales, casi en forma de consigna necesaria pero desgastada, incluso vacía, al carácter socialista de la revolución cubana.
Sin embargo, desde mi punto de vista, todos los demás aspectos: El antiimperialismo, el humanismo, la justicia social, la democracia popular…, todos y cada uno de los logros de la Revolución cubana pivotan alrededor del socialismo como constelaciones que toman su energía y sus contenidos de esa estrella madre.
El socialismo es el motor de todas y cada una de las armas de que disponemos para luchar contra el capitalismo. El antiimperialismo, el humanismo, la justicia, la democracia, cuando nacen de un proceso revolucionario se llenan de contenidos propios que no son sólo anticapitalistas sino que aportan a la construcción de un proyecto propio.
La Revolución cubana fue al mismo tiempo una revolución por la soberanía y por el socialismo. En palabras del querido filósofo cubano Fernando Martínez Heredia, fue una revolución «anticapitalista de liberación nacional». No fue una copia de las revoluciones anteriores aunque sin duda influyeron en ella, especialmente la revolución rusa. Cuba tomó un camino propio. Pero el socialismo fue una necesidad sin la que no se hubiera podido dar esa liberación nacional. Algo que los estadounidenses nunca han llegado a entender: que el socialismo y la revolución cubana forman una unidad indisoluble.
La Revolución cubana no comenzó siendo socialista, fue dos años después el 16 de abril de 1961 cuando en un discurso de Fidel en la despedida de las víctimas de los bombardeos americanos declaró el carácter socialista de la revolución:
«Compañeros obreros y campesinos: esta es la revolución socialista y democrática de los humildes, con los humildes y para los humildes. Y por esta revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes, estamos dispuestos a dar la vida». (http://www.cubadebate.cu/especiales/2017/04/16/fidel-castro-y-el-caracter-socialista-de-la-revolucion-cubana/#.XERh32l7ncs)
Un carácter socialista que reiteró a menudo, por ejemplo en 1976 en la Constitución de la Asamblea Nacional del poder popular, o en 1981 en el XX aniversario de la proclamación del carácter socialista de la Revolución en la escuela de artillería de las Fuerzas Armadas cuando afirmó que:
«Todas las leyes que se hicieron en los primeros años de la Revolución, eran las leyes y las medidas proclamadas en esencia en el Moncada, y ya el Moncada contenía el germen, creaba las condiciones en su programa para una revolución socialista. Y en nuestro país no podía existir en aquellos instantes ninguna otra revolución que no fuera una revolución socialista, o ninguno de nosotros habría sido verdaderamente revolucionario».
Incluso en 1988, cuando ya se conocía la caída de la Unión soviética y lo que significaría para Cuba perder ese aliado tan fundamental, Fidel afirmó:
«¡El socialismo es y será la esperanza, la única esperanza, el único camino de los pueblos, de los oprimidos, de los explotados, de los saqueados; el socialismo es la única alternativa! Y hoy, cuando lo quieren cuestionar los enemigos, debemos defenderlo nosotros más que nunca».[1]
La revolución Cubana hay que entenderla como un proceso, como un punto de partida de un proyecto que no se inició el 1 de enero de 1959 cuando el Ejército rebelde entró victorioso en Santiago de Cuba y el dictador Fulgencio Batista huyó a EEUU. Fue un proceso que se inició el 26 de julio de 1953 con el asalto al cuartel de Moncada porque como dice la cita de 1981 «el Moncada contenía el germen y creaba las condiciones para una revolución socialista». Incluso podemos sugerir, como plantea el sociólogo cubano Luis Suárez, que analizando los acontecimientos revolucionarios en un ciclo más largo, la Revolución cubana fue el punto de partida de ese ciclo largo en la región latinoamericana.
El germen que se sembró en el Moncada tenía dos semillas: la lucha por la soberanía y la lucha por la justicia social. Ninguna de esas semillas podía germinar sin un conjunto de leyes que permitieran cambiar las «relaciones de producción», es decir, la explotación. Dicho de otra forma, si se mantenía la esencia del capitalismo, la relación Capital-trabajo y la acumulación privada del valor, era imposible que el pueblo cubano alcanzara nunca el ideal de vida digna al que aspiraba. Y para que esas leyes, que se pusieron a dar sus primeros pasos en 1959, no fueran papel mojado o fueran tergiversadas para manipular las demandas de los cubanos, debían ir acompañadas de la fuerza necesaria para implementarse.
Para cambiar el sistema de arriba abajo no bastaba tomar el gobierno o el Estado, era necesario tomar el poder. Hacer que los hombres y mujeres cubanos tomaran las riendas y que obligaran al Capital, a los propietarios de los medios de producción, a las élites corruptas y vendidas a subordinarse. Y la toma del poder no fue realizada por un grupo de guerrilleros, históricamente nunca se ha dado así, sino por un pueblo entero. El movimiento de masas que secundó al 26 de julio construyó poder popular. La construcción de poder popular es una condición indispensable de todo proceso revolucionario.
El programa original del manifiesto del 26 de julio el «Manifiesto de Sierra Maestra» (firmado en 1957 por Fidel Castro, Raúl Chibás y Felipe Pazos) no contenía un programa socialista. Hablaba de restaurar la constitución de 1940, de la Reforma agraria y de las alianzas policlasistas. Proponía crear un frente cívico que acabara con la dictadura y restaurara un orden político parlamentario burgués.
Una vez derrocada la dictadura en enero de 1959, en un primer momento, tampoco se planteó un sistema socialista. Aunque líderes como Fidel o el Che habían leído a Marx, a Engels y a Lenin, y se consideraban marxistas, la inspiración ideológica que consideraban propiamente cubana y que debía acompañar la revolución era martiana.
Sin embargo, en algo más de un año de andadura, se mostró irrealizable cualquier programa de justicia social y de independencia nacional en el marco del Capitalismo, y menos aún sin enfrentarse al imperialismo.
El socialismo fue el único camino realista para la revolución cubana. Cuando hablamos hoy de los logros de la revolución, de sus conquistas: la educación, la salud, la esperanza de vida, su desarrollo social y humano, su independencia, tenemos que ser conscientes, como lo fue Fidel, de que esos cambios profundos que son un ejemplo para nuestra labor revolucionaria están asociados a la construcción de un proyecto socialista.
En la revolución confluyeron distintas corrientes de pensamiento, algunas primero fueron revolucionarias y luego se hicieron marxistas, otras como le ocurrió al Che primero fueron marxistas y el marxismo les llevó a la revolución. Cuba no sólo aportó a todos los movimientos de liberación nacional una experiencia práctica invaluable para deshacerse del yugo colonialista sino que desde el punto de vista del pensamiento y la práctica socialista fue un hervidero de análisis y de construcción de un pensamiento marxista latinoamericano.[2] En este sentido, la Revolución cubana mostró que no hay oposición entre teoría y práctica, que lo que no se pone en práctica difícilmente puede ser pensado y al revés, lo que no puede ser pensado no se convertirá en realidad.
El segundo aspecto que me gustaría destacar en esta intervención es lo que Fernando Martínez Heredia llamaba la «herejía cubana». La revolución cubana no fue copia de ningún otro proceso revolucionario. Desde el primer momento tomó un camino propio. Fidel nunca pretendió exportar la revolución lo que no quiere decir que no pusiera en marcha el internacionalismo revolucionario. Como dijo alguna vez «la revolución cubana se defiende fuera de Cuba». En 1962 en la que se llamó la Segunda declaración de La Habana, Fidel decía:
Cuba y América Latina forman parte del mundo. Nuestros problemas forman parte de los problemas que se engendran de la crisis general del imperialismo y la lucha de los pueblos subyugados: el choque entre el mundo que nace y el mundo que muere. La odiosa y brutal campaña desatada contra nuestra Patria expresa el esfuerzo desesperado como inútil que los imperialistas hacen para evitar la liberación de los pueblos [3].
Este camino propio fue construyéndose sin tenerle miedo a la discusión, al debate, a tomar decisiones y a equivocarse. Fue un camino radical e integral. Al tiempo que se tomaban medidas para transformar la economía, se cambiaba la forma de hacer política y el cubano y la cubana se iban transformando al tiempo que aumentaba su nivel de conciencia. En 1986 el propio Fidel planteaba un proceso de «Rectificación de errores y tendencias negativas» que permitiera que la Revolución resistiera ante los acontecimientos que se avecinaban.
Una herejía, es aquello que se aparta del dogma. Así, la Revolución cubana nunca dejó de reinventarse a partir de la realidad concreta, histórica (nacional e internacional) En palabras de Fidel: «Revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado; es igualdad y libertad plenas; es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos; es emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos; es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y…
Un tercer elemento importante es el significado de la Unidad revolucionaria. La Unidad que consiguió la Revolución cubana fue imprescindible para la toma del poder. Fue una unidad en la radicalidad. Hoy muchos militantes entienden la unidad de acción como unidad por abajo, rebajando los planteamientos, y en general dándole el significado que los demás se unan a mi proyecto que por supuesto consideran el único y verdadero. Si esta hubiera sido el significado de la unidad para el 26 de julio, la revolución hubiera fracasado antes de empezar. La confluencia y la unidad no pueden subordinar los principios fundamentales.
Un cuarto elemento, no menos importante que los anteriores es la centralidad de los valores, el papel de las ideas y de la cultura en la Revolución cubana. Tras la caída de la Unión soviética, cuando la economía cubana perdió uno de sus pilares fundamentales, Fidel supo ver que la gran fortaleza revolucionaria cubana se hallaba depositada ahí, en la transformación humana que había tenido lugar en el pueblo cubano. Esas reservas morales e intelectuales eran las que permitirían resistir a la revolución cubana. Se puso en marcha la «Batalla de las ideas». Es cierto que esa batalla tiene que darse al mismo tiempo que se emprenden otras batallas por ejemplo, contra el burocratismo, contra las inercias de las instituciones, etc.
Hay que tener en cuenta que la hegemonía ideológica y cultural del liberalismo es el principal pilar sobre el que se apoya el capitalismo hoy. El control de la opinión pública gracias al control de los principales centros de reproducción ideológica (medios de comunicación, universidades, centros de investigación, industrias culturales) y el manejo del miedo son las armas más sofisticadas del Capitalismo.
Dadas las tasas decrecientes de ganancia del Capital, la crisis estructural del capitalismo, éste sólo puede reproducirse y sobrevivir en tanto que modo de producción a costa de aumentar la explotación y por supuesto desencadenando guerras que destruyan capital. Tampoco en Europa es ya posible un Estado de Bienestar, el Capitalismo es incapaz de garantizar un mínimo de condiciones de vida digna para las clases populares ni para unas clases medias que van siendo arrojadas a la exclusión. Incluso una ONG como Oxfam, nada sospechosa de revolucionaria afirma que: «Estamos ante un modelo económico fallido. Cientos de millones de personas viven en la pobreza extrema mientras las élites más ricas reciben enormes ganancias» [4]. Y en el caso del Estado Español, el informe del 2019 afirma que detrás de Bulgaria somos el país más desigual de la Unión Europea.
Cuando los intelectuales de los años 60 querían explicar por qué no se producían revoluciones equivalentes en América Latina, planteaban que Cuba era una excepción. De esta forma eludían su responsabilidad en el impulso de procesos revolucionarios. El Che Guevara entró en este debate con su célebre texto «Cuba: ¿excepción histórica o vanguardia en la lucha contra el colonialismo?» negando esta excepcionalidad:
«Las condiciones objetivas para la lucha están dadas por el hambre del pueblo, la reacción frente a esa hambre, el temor desatado para aplastar la reacción popular y la ola de odio que la represión crea». Y añadía: «Faltaron en América condiciones subjetivas de las cuales la más importante es la conciencia de la posibilidad de la victoria por la vía violenta frente a los poderes imperiales y sus aliados internos».
El internacionalismo ha sido un arma ideológica vital para la pervivencia de la Revolución cubana, para los procesos revolucionarios latinoamericanos que están en marcha y para los que vendrán. Tal y como Martí planteó, el internacionalismo implicaba no abandonar a ningún pueblo que luchara por su liberación: «Somos hombres, además de cubanos, y peleamos por el decoro y la felicidad de todos los hombres»[5] y lo expresó como ninguno al afirmar «Patria es humanidad». Incluso al constituir el Partido Revolucionario Cubano en 1892 dijo que se fundaba para liberar a Cuba y contribuir a la liberación de Puerto Rico.
La Revolución cubana, una caja herramientas para las revoluciones que vendrán.
Como dije al principio de esta intervención, durante los primeros años de la Revolución, la sociedad no dejó de pensarse, de debatir, a veces violentamente sobre los cambios que se estaban produciendo y sobre los cambios que eran necesarios. Fernando Martínez Heredia nos decía: «los tiempos se transformaron. El presente se llenó de acontecimientos y las relaciones interpersonales y la cotidianidad se llenaron de revolución; el futuro se hizo mucho más dilatado en el tiempo pensable y fue convertido en proyecto; y el pasado fue reapropiado, descubierto o reformulado, y puesto en relación con el gran evento en curso»[6]
Cualquier proyecto revolucionario que pretendamos poner en marcha tiene que pensar el futuro reapropiándose de nuestra historia, del pasado revolucionario de nuestros pueblos, de las luchas de los gallegos, de los vascos, de los catalanes, de los republicanos, de los revolucionarios, de los internacionalistas que regaron nuestras tierras con su sangre. Hay que reapropiarse y reformular nuestro pasado revolucionario en claves de futuro, no de historia en formol, de historia momificada.
Hoy el debate, cualquier debate político profundo, ha sido expropiado por las instituciones, por los movimientos institucionalizados que no pueden mas que orientar su pensamiento y su práctica a ganar las elecciones, nos ha sido escamoteado por los intelectuales, por los medios de comunicación, por los expertos, por los todólogos y tertulianos. Hemos perdido la palabra. La Revolución cubana nos enseña que hay que apropiarse de la palabra, quizá en un sentido mucho más fuerte del que planteaba el poeta vasco Blas de Otero en «Pido la paz y la palabra».
En nuestro país este es un proceso de expropiación que arranca de la crisis de la llamada Transición. Las fuerzas liberales, franquistas y socialdemócratas tuvieron éxito en apropiarse de la participación política -que evidentemente no tiene que ver con votar o dedicarse profesionalmente a las tareas administrativas y de gestión de los aparatos del Estado. La herida franquista fue suturada con el pus dentro con las consignas del «cambio» y la «paz social».
La Revolución cubana también nos enseña que pensar lo político y lo social es un requisito revolucionario. Ha de darse antes, durante y después de que afloren acontecimientos revolucionarios. Como nada surge de la nada, nuestra tarea hoy, más que nunca es rescatar el pensamiento revolucionario de nuestros pueblos y sus intelectuales comprometidos (la autogestión, la lucha obrera, el antiimperialismo…) Todo aquello que en momentos puntuales contribuyó a erosionar el Estado burgués o -mejor dicho- el Estado franquista en el que aún vivimos. Un Estado al que me gusta denominar francocracia que me parece más preciso.
El antiimperialismo y el internacionalismo son tan fundamentales a la Revolución cubana como el socialismo. La Revolución cubana no sólo derrotó al imperialismo sino al caldo de cultivo imprescindible para que el imperialismo pudiera retornar: este caldo de cultivo del imperialismo no son sólo las relaciones de producción sino la ideología liberal, el capitalismo como modo de producción y reproducción de la vida, la alienación y enajenación del ser humano. «El capitalismo conduce una guerra cultural mundial, en la que pretende triunfar desde la vida cotidiana y los procesos civilizatorios, y a través de un gran movimiento de privatización ideal y material.»[7]
La hegemonía ideológica del capitalismo está relacionada con la forma en que han sido reorientados los objetivos y los intereses sociales de nuestros pueblos hacia el consumo y el deseo. Está vinculada a esa transformación de la subjetividad humana, a esa mutación del hombre en «individuo económico»[8]. El objetivo de nuestras sociedades ya no será más cubrir las necesidades básicas de nuestros ancianos, de nuestros jóvenes, de los hombres y mujeres que conforman un pueblo. El objetivo de la sociedad subsumida por los valores capitalistas será la satisfacción del deseo y éste a su vez será satisfecho a través de los bienes materiales.
El Che y la Revolución cubana nos mostraron que el Socialismo «no se construye con las herramientas melladas del capitalismo» y que junto con la transformación de la economía era necesario construir un hombre nuevo.
Hoy, el único campo en el que el imperialismo y el capitalismo no están en crisis es el campo ideológico y cultural. Se ha conseguido incluso individualizar la conciencia social. Tener conciencia social, valores humanistas, se ha convertido en una de las opciones personales de los militantes revolucionarios. Los valores de justicia social, el ecologismo, la igualdad de género, la solidaridad… el Capitalismo ha conseguido que no sean parte de un proyecto de vida en común, de construcción de la cotidianeidad de la vida social, sino una de las múltiples opciones individuales o de grupos pequeños.
La Revolución cubana demostró que sólo son realistas las opciones radicales. Las otras, las moderadas, las reformistas o simplemente las izquierdistas homologadas están avocadas al fracaso. Como decía Atilio Boron en una intervención a mis estudiantes de Ciencias políticas en el Congreso 200 años de Marx, el sistema capitalista no puede permitirse hoy ni la más tímida reforma. Un sistema en decadencia no puede poner en riesgo su propia existencia. De ahí que como señalé al principio, la bandera de la Unidad política que levantó la revolución fue la bandera de la unidad en torno a la radicalidad no alrededor de una oferta de mínimos. Fidel demostró que sólo la radicalidad tenía futuro en Cuba y no cedió al chantaje de la falsa unidad o de la esperanza de que la burguesía, las élites cubanas, cedieran voluntariamente el poder.
Pensar la Revolución cubana hoy
Pensar la Revolución cubana hoy es pensarla como un proyecto socialista que hemos de continuar. Ciertamente sin garantías, sin que nadie nos asegure que no nos vamos a equivocar o que el triunfo está asegurado. Los cubanos no tuvieron ninguna garantía tampoco, sólo tenían certezas, la certeza de que no era posible ni la democracia ni la justicia social dentro del capitalismo.
Hoy también tenemos algunas certezas. Por ejemplo, sabemos que el capitalismo no es reformable. Que no es una cuestión de voluntad política. Que el capitalismo solo sobrevive reproduciendo constantemente las relaciones de explotación, la enajenación y la cosificación del ser humano.
La experiencia actual de América Latina en la que a principios del siglo XXI se pusieron en marcha distintos procesos revolucionarios, -unos más radicales, otros menos, pero todos ellos de recuperación de soberanía y de reapropiación de los recursos naturales-, nos muestra que el imperialismo no consentirá, en el momento actual en que se encuentra, la más mínima reforma. Los golpes blandos, los golpes parlamentarios, los falsos positivos, las operaciones encubiertas, las sanciones y guerra económica, el impulso de los fascismos en la región, etc. Todo ello son certezas sobre la imposibilidad de reformar el Capitalismo.
Pensar la revolución cubana hoy implica pensar las condiciones que se dan ahora, el contexto en el que militamos. Decía Fernando: «La insurrección y el nuevo poder rebelde echaron abajo el sistema represivo y político del Estado burgués neocolonial y rompieron los límites de lo posible en Cuba: en seguida las formas de participación popular masiva, las medidas que abolían el sistema capitalista y la dominación imperialista, y el armamento general del pueblo en revolución dieron lugar, por primera vez en Occidente, al triunfo práctico de una revolución autóctona anticapitalista de liberación nacional.»[9]
La Revolución cubana no puede ser sólo una fuente de inspiración, ni una guía o un manual revolucionario, es sobre todo una importante caja de herramientas. En un mundo como el actual dominado por la impotencia y la cobardía, en un mundo acosado y enfangado hasta los tuétanos, Cuba nos sigue planteando el reto de hacer posible el socialismo.
Si Fernando Martínez Heredia, mi querido Fernando, viviera, estoy segura de que, junto con muchos otros revolucionarios cubanos nos retaría a pensar el presente y el proyecto, no el cubano sino nuestro presente y nuestro proyecto revolucionario.
Nos pediría que rompiéramos la lógica de pensar y esperar. La urgencia del presente, la virulencia con la que se ha desatado la guerra imperialista contra todos los pueblos que aún resisten nos obliga a no esperar a que cambie la situación, a no esperar a que nuestros partidos de izquierda, moderados o radicales, lleguen al parlamento y cambien las cosas por nosotros.
Finalmente, el legado más profundo de la Revolución cubana es la certeza de que se pueden romper «los límites de lo posible». Sólo rompiendo esos límites el socialismo deja de ser una utopía y se convierte en una probabilidad. Luchemos por hacer probable lo que se nos presenta como imposible.
Quiero acabar con el Che Guevara. El Che decía que tras la Revolución cubana era más fácil que se levantaran los pueblos de América Latina porque las masas habían tomado conciencia de su destino «la conciencia de la necesidad y la certeza de la posibilidad».
Notas:
[1] Intervención el 5 de diciembre de 1988 en el acto en conmemoración del XXXIII Aniversario del desembarco del Granma y de la fundación de las FAR.
[2] El marxismo en AL tiene una importante tradición escamoteada por los intelectuales occidentales europeos. La revolución cubana rescató y alimentó como ningún otro proceso revolucionario esta tradición, precisamente porque triunfó y el pensamiento pudo ser contrastado con la práctica. Martí, Mariátegui, el Che -al que muchos ilustrados se resisten a considerarle un intelectual marxista-, etc. enriquecieron y proyectaron un socialismo vivo y autóctono latinoamericano sin el que es imposible entender los procesos revolucionarios contemporáneos del continente.
[3] La Habana, 1962, Discurso de Fidel en la Segunda Asamblea Nacional celebrada en la Plaza de la Revolución, también conocida como La Segunda Declaración de La Habana.
[4] Tomado de la Web de Oxfam: https://www.oxfam.org/es/iguales/cinco-datos-escandalosos-sobre-la-desigualdad-extrema-global-y-como-combatirla.
[5] José Martí. Hardman Hall de Nueva York (1889)
[6] F. Martínez Heredia, El ejercicio de Pensar. Editorial Ciencias Sociales, pág. 15
[7] F. Martínez Heredia, El ejercicio….., pág. 45
[8] Pier Paolo Pasolini en Escritos corsarios planteaba esta idea de la mutación del hombre contemporáneo.
[9] F. Martínez Heredia, El ejercicio… pág. 19.
Ángeles Diez Rodríguez es doctora en Ciencias Políticas y Sociología, profesora de la UCM.
Frente antiimperialista internacionalista https://frenteantiimperialista.org/blog/2019/01/26/60-anos-de-revolucion-la-revolucion-cubana-fortaleza-moral-y-socialismo/
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.