0 Es claro que, en el mundo ¿nuestro? de estos días, el riesgo (público, académico, político, intelectual, y similares) que corre quien opine de «ética», «revolución» y «Cuba» es enorme. Para vincular esas tres cuestiones en un artículo y atreverse a propagarlo, probablemente haya que estar loco de atar. Eso significa que no hay inocencia […]
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Es claro que, en el mundo ¿nuestro? de estos días, el riesgo (público, académico, político, intelectual, y similares) que corre quien opine de «ética», «revolución» y «Cuba» es enorme. Para vincular esas tres cuestiones en un artículo y atreverse a propagarlo, probablemente haya que estar loco de atar.
Eso significa que no hay inocencia en este escrito, porque el tema bien merece peligros, aventuras y conflictos, particularmente ahora, cuando tanta gente -ante hechos que resultan incomprensibles a su visión, conocimientos, perspectivas y vivencias- dan apriorística universalidad a sus individuales razón, conjeturas, expectativas y experiencias, y ponen a resguardo su virginidad ideológica y la puridad de sus inclinaciones cívicas, con el aspaviento suficiente para acreditar su exoneración pública futura.
Como este debe ser un texto sin las abstrusas honduras que requieren en propiedad todos y cada uno de esos asuntos, obligado estoy a hacer una declaración adicional de principio -en provecho de cuanto quede dicho y a despecho del desagrado que reconocidamente provocan en los lectores los textos en los que el articulista habla de sí-: soy uno de esos habitantes de este mundo que va a morir y lo sabe. Consecuentemente enfrento, como todos aquellos que compartimos similar destino, el humano problema de qué hacer con el tiempo que media entre el nacimiento y la muerte, sin dejar de comprender que no hay acto, inacción, intento, posesión material, saber raigal, tributo ciudadano o exvoto social que pueda modificar ese curso natural de la existencia, ni nada que la prolongue más allá de la muerte.
Salvo la peculiaridad recién expuesta, no hay rasgo extraordinario en el firmante de este texto que le califique para opinar de estos temas.
Prolegómenos rendidos, entremos en materia.
1
La Revolución Cubana, según las evidencias disponibles, desde un inicio no significa sino una forma incluyente de distribución, a despecho del aporte directo anterior de cada quien en lo producido, porque ella parte del supuesto de que esa participación, y toda la conducta humana restante, no es evidencia de una esencialidad discriminable, sino el resultado complejo de la interacción de las circunstancias y eventos que experimentan las personas con sus singularidades fenotípicas. Luego, la revolución no expropió ni nacionalizó por simple vocación de justicia, toda vez que no es posible que alguien sea dueño de una parte del mundo natural existente mucho antes de su nacimiento, ni del producto de otros humanos sin que se haya previamente apoderado indebidamente de él, sino para conseguir la mencionada repartición abarcadora, como premisa del mejoramiento de las condiciones de vida de las personas a fin de condicionar, a la postre, comportamientos ciudadanos virtuosos, individuos más plenos y personas más felices…
Porque sospechamos que nuestra vida debe causar la menor pena posible a nuestros semejantes, pero no está demostrado que ese sea un fin universal, la revolución es un acto de fe.
Porque no ha sido establecida una medida aceptable para todas las personas de todos los tiempos que evalúe el bien y el daño que hacemos, y esa carencia nos obliga a construir el camino en cada paso y nos priva de un augurio cierto acerca de lo que pensarán de cuanto hacemos, la revolución es un acto de fe.
Porque nadie puede asegurar que la eficiencia productiva es en sí misma una medida de la virtud humana, y ni siquiera ha sido dicho qué es la virtud humana y dónde se encuentra, y rara vez premiamos a las mejores personas e ignoramos a las simplemente buenas, la revolución es un acto de fe.
Porque nadie está en condiciones de predecir qué conocimiento de hoy será superchería del mañana, dado que la ciencia es una edificación hecha de materiales que siempre terminan desechados, y hay que instruir hoy aunque no sepamos cuánta utilidad, o provecho, o valor, o beneficio encierra ese acto, la revolución es una profesión de fe.
Porque no existen testimonios fidedignos de que, a la larga, el mejoramiento sostenido de las condiciones de vida de las personas (si se sabe por fin qué significa eso), incluyendo la elevación incesante de su nivel de instrucción, las convertirá necesariamente en mejores personas, la revolución es un acto de fe.
Porque muchos aceptan sin pensar que es legítimo poseer un río o una montaña u otro pedazo cualquiera de tierra -o de mar-, aunque su poseedor haya nacido millones de años después de surgido el río o formada la montaña o emergido cualquier pedazo de tierra -o de mar-, la revolución es un acto de fe.
Porque hay tantos, pero tantos, que aseveran que todo cuanto ocurre es designio divino y dado que esa celestial voluntad ha permitido que existan ricos y pobres, y esa permisión de suyo evidencia la asunción definitiva de partido por el otorgante (tanto más si se trata de un ser omnímodo y omnisciente), un mundo sin tales correlatos no es más que una utopía y la revolución es un acto de fe.
Porque solo suponemos, sin que haya sido fehacientemente demostrado, que proveer a las personas de lo imprescindible, y educarlas, y protegerlas, y respetarlas, y dignificarlas, y no jerarquizarlas por su cuna, o por su sexo, o por su raza, o por su instrucción, o por sus riquezas, ni siquiera por los errores cometidos, las hará necesariamente más felices, la revolución es un acto de fe.
Porque no existen testimonios de que todas las personas prefieran comer lo mismo todos los días, pero con seguridad, o eventualmente lo que les gusta, o de que cierto nivel de estrés y de incertidumbre no sean elemento constituyente de eso que llamamos «felicidad», sin que nadie haya dado una definición exhaustiva de la «felicidad» misma que vincule mensurablemente el soma con la psiquis, la revolución es un acto de fe
Porque muchos aceptan que vivir es más propio del tener que del participar, que la felicidad está más cerca de la molicie que del vencimiento de dificultades, y que es inobjetablemente mejor ir en auto que poder caminar, la revolución es un acto de fe.
Porque nos empeñamos en idear, estructurar, poner en funcionamiento y hacer perdurable un sistema de producción-distribución que garantice la satisfacción de las necesidades vivenciales y existenciales de las personas de la manera más amplia y equitativa posible, aun si cada uno de esos pasos carece de cuantificadores absolutos y de calificadores universales, la revolución es un acto de fe.
Porque -sin haber definición indisputable de inteligencia- no son pocos quienes ven en ella un mérito efectivo y le adjudican la creación directa de riquezas, no de valores, como si sus eventuales poseedores operaran con cábalas productoras y encantamientos provechosos, la revolución es un acto de fe.
Porque apenas minorías encuentran sensato modificar el estado de cosas vigente y el orden mundial imperante no para incluirse puntualmente entre los poderosos, sino para borrar exclusiones y suprimir encumbramientos, la revolución es un acto de fe.
Porque muy seguramente la mayoría convendría -si acaso fuera esto preguntado a cada persona y todas estuvieran en capacidad y disposición totales, si tales absolutos existen, de contestar unívoca e inequívocamente- en que la fama vale de algo, y no se negaría cada cual a la gloria que suponen premios y condecoraciones, y otorgan todos ellos un mérito esencial al éxito, y ven que este se encuentra en la disposición de riquezas a su arbitrio y en el monto del patrimonio personal, la revolución es un acto de fe.
Porque un día no despertaremos, sin importar cuáles han sido nuestras diligencias y actuaciones, ni de dónde nos hayamos escurrido, ni cuántas camisas dejamos deshilachadas antes de ser mortaja, ni qué pudor hurtamos, ni el total de posesiones que quedan a nuestras espaldas, ni los amores que hayamos construido, ni los apremios de los que nos escamoteamos, ni los saberes que pretendidamente hayamos dominado, ni las amigas y amigos que han pasado, ni los rencores que nos adjudiquen, ni las cicatrices que adornen nuestra piel, ni las heridas que curtan nuestras almas, ni los rostros que no identifiquemos, ni los modos y semblantes con que nos reconozcan, entregarse a la revolución -hacer por ella- es un genuino acto de fe y es fe grandemente profesada.
Quienes se oponen a la revolución, seres de poca o ninguna fe -sin que ello intente calificación, tanto menos escarnio-, han de saber que abogan por la jerarquización esencial de los humanos en virtud de su procedencia, del color de su piel, de su cultura, de sus propiedades materiales, de su genitalidad y de sus preferencias sexuales, del grado con que respondan a los modelos de aceptación social, de su obediencia ciudadana, del dominio que tengan de saberes admitidos, de la edad sobrepasada, de los merecimientos atribuidos, de las culpas imputadas, de los azares expiados; han de admitir además que semejantes catalogaciones de las personas se traducen en que algunos tendrán el agua en sus piscinas de la que otros carecerán para beber, y las mascotas predilectas de los menos saciarán sus apetencias con la carencia de las mayorías desvalidas, y que el acceso al conocimiento será cada vez más elitista y sesgado, y que los problemas de la realización existencial de las cúpulas rectoras se cebará en las subsistencias de los despojados… No hay inocencia aducible: ascender en la escala social sin entrega absoluta al servido ni servicio raigal vocativo, es pisotear a quienes sirven de escaño.
2
El gobierno de Cuba tiene que elevar la eficiencia productiva y funcional de un Estado que el resto del mundo, con y sin sonrisas, salvo honrosas excepciones que poco pueden ayudar y existen para confirmar la regla, desea que fracase justamente en el plano funcional y productivo. El gobierno de Cuba tiene que hacerlo y lograrlo pronto para poder presentar otros beneficios materiales mínimos que -a la par de servir de sustrato al crecimiento personal- eviten o reduzcan el éxodo de jóvenes sanos y capaces -muy saneados y muy capacitados- hacia las naciones ricas del Norte, la principal de las cuales ha creado un mecanismo expedito incentivador de ese éxodo. Pero como Cuba carece de súbditos a quienes expoliar, su gobierno tiene ante sí la tarea de hacer factible y realizar el «desarrollo endógeno y sostenible», en un mundo en que nadie lo ha conseguido (lejos de eso: las naciones ricas -que lo son en virtud de la explotación a que han sometido a todo el resto del mundo- están demostrando en estos mismos instantes que tienen las economías más ineficientes y los estados más disfuncionales imaginables), lo cual significa que el gobierno de Cuba debe convencer con hechos a sus conciudadanos que no solo van a comer cada vez mejor, a vacunarse contra un número mayor de enfermedades, a leer a precios módicos las mejores obras del pensamiento humano, a vivir en ciudades y comunidades cada día más limpias, seguras y cómodas, y a tener un modesto techo suficientemente sólido a prueba de huracanes, sino que tendrán acceso a internet y a otros resultados científicos, en la escala de rigor para un país de las proporciones de este, pero aceptable para esos ciudadanos, ya que todo eso el gobierno de Cuba tiene que conseguirlo en una competencia brutal con la nación más rica de la Tierra que está empeñada en comprar los corazones y las mentes de la mayor cantidad de cubanos, aun en detrimento de sus propios intereses a largo plazo considerados.
Cabe subrayar de soslayo la principal dificultad que en este ámbito enfrenta el gobierno cubano: luchar por la bonanza económica evitando a toda costa transmutar la naturaleza instrumental de la bonanza económica en… teleológica, porque si no lo consigue, si se hace valer el dinero, de modo que quien lo posea adquiera el derecho a mayores y mejores posibilidades de realización, si las juntas de expertos imponen tiránicamente soluciones tecnicistas en persecución de dividendos, si el manejo restringido de la información especial y ciudadana conduce a la fragmentación de la sociedad en grupos de expertos e ignaros de funcionalidad limitada, si se aumenta la paga de los más eficientes de un modo apolítico, sin considerar que hay espacios en los que es imposible ser ineficientes y otros en que es imposible no serlo, si se enmascara el para qué de las riquezas y -parafraseando el pensamiento expresado en la segunda mitad de la década de los años sesenta por el entonces comandante Raúl Castro, Ministro de las Fuerzas Armadas de Cuba- no nos seguimos negando a erigir un altar al dios dinero y queda a sus pies postrada la consciencia de las personas, fracasa el proyecto social que la revolución significa y nos convertiremos en el ciego ganado productivo a que están destinados nuestros congéneres allende fronteras.
Para conseguir sus difíciles propósitos, el gobierno cubano, luego de haber anunciado con suficiente antelación que serían revisadas -sin prisas, pero sin pausas- todas las estructuras estatales y todas las leyes y disposiciones que rigen su funcionamiento, actuando en concordancia con las recomendaciones recibidas y los estudios pertinentes, ha hecho modificaciones apropiadas.
Se ha regido en su actuar el gobierno cubano por razones principistas, en busca del incremento de la eficiencia productiva, de la eficacia de la gestión empresarial, de la certeza de la dirección, de la ampliación e intensificación de los vínculos de la población con los asuntos públicos, de la supresión de contradicciones funcionales de instituciones, de la profundización de la institucionalidad, del refuerzo de la legalidad, del aumento simultáneo del grado de cientificidad de la gestión de dirección y del activismo ciudadano, porque en Cuba –patria que es ara, no pedestal, como exigiera José Martí- los cargos públicos no son blasones, sino trincheras y oportunidades de mostrar desapego, sencillez, abnegación, vinculación con el servido, vocación de servir, pasión de cumplir bien y entrega personal.
Respecto a lo ocurrido, muchas personas (demasiadas) en el extranjero, incluyendo firmas cuya aparición es lamentable, han literalmente exigido explicaciones, y han aducido incomodidad y desconcierto ante el procedimiento contingente seguido por el gobierno cubano, quien ha actuado en consonancia con sus apremios, no en busca de reconocimiento impuesto y chantajista… Más que todo, provocan en verdad enorme pena aquellos seres cuyas terribles vivencias en países normalizados de libertades formales les han conducido a experimentar alarmantes y abrumadores estados de paranoia colectiva. (Es curioso que aquí todo el mundo esté confiado y sereno.)
No hay pogromos en Cuba, ni represaliados, ni silenciamiento de oposiciones partidistas intestinas, ni purgas fraccionarias, ni lucha de generaciones, sino intensa batalla de ideas. No hay desapariciones forzosas, arbitrariedades, persecuciones, confabulaciones palaciegas… Con insólita soberbia hemos sido llamados República Bananera, cuando -en puridad- semejantes situaciones donde se encuentran con frecuencia es en la historia de las naciones europeas, incluyendo la del Vaticano. En Cuba, después de la Revolución, es impensable que ocurran tales desmanes: la Revolución fue hecha para que nunca más hubiera desaparecidos, asesinatos políticos, coimas, fraudes bancarios, politiqueros desalmados, presidentes ladrones, intrigas políticas, cabilderos profesionales.
Las sustituciones más conspicuas motivaron declaraciones escuetas pero contundentes en el órgano de prensa oficial del gobierno cubano. Primeramente, al anunciar las nuevas dos nominaciones a los respectivos cargos de Secretario de los Consejos de Estado y de Ministro, en sustitución de la sola persona que los ejercía, se subrayó que -de acuerdo con los artículos 89, 90 y 93 de la Constitución de la República vigente- no constituyen [estos puestos] en sí mismos instancias con facultades de decisión en el ámbito estatal, ni desempeñan protagonismo alguno en la dirección del Estado, lo cual permite suponer que no fueron ejercidos en ese carácter, aún si las prerrogativas desplegadas por los funcionarios debidos en distintas etapas de trabajo hayan sido ocasionalmente otorgadas a ellos por las entidades pertinentes, dada conveniencia eventual. Horas más tarde, la prensa también reveló, en la voz autorizada de Fidel Castro, ambiciones de poder y conductas indignas de algunos de los removidos, como si la suspensión de tales dispensas provocara en ellos no acatamiento modesto, asumido, comprendido y responsable, sino quejas, fabulaciones, maquinaciones, connivencias… A pesar de criterios antagónicos, no hace falta más. Cualesquiera explicaciones detallistas fuera del marco partidista pertinente, etiquetan al individuo para siempre, obstruyen su recuperación, dan pábulo al caudillismo, al faranduleo político, al sensacionalismo publicitario, a la especulación disociadora y al cotilleo diversionista, sin aportar otras nociones que las relacionadas con las veleidades del psiquismo humano, más propias de consultas médicas que de espacios tribunicios.
Debía ser motivo de tranquilidad (¡y orgullo!) para todas las personas progresistas del mundo el hecho de que la Revolución Cubana sea, como es, un proceso cuya realización actual y continuación futura no están esencial ni existencialmente vinculadas a nombre individual alguno… Tal como esperamos los materialistas, o -más ampliamente- los reputados de realistas, son los eventos quienes forjan las personalidades y no a la inversa.
Por tal motivo, asombra la alharaca histérica (no histórica) de personas en quienes no era previsible que asociaran la calidad de la entrega a la causa y el bien general puntualmente aportado al cargo desempeñado por el actor, ni la conducta individual ciudadana con los reconocimientos oficiales, ni que valoraran al individuo por el encumbramiento alcanzado… A diferencia de lo presumiblemente ocurrido en otras épocas y latitudes, aquí los removidos tendrán tiempo de incorporarse como uno más a la causa, según disposición, preparación y circunstancias, no para acumular méritos ni hacer «carrera», sino en virtud del empeño colectivo, lo cual no es poco para personas que entienden cuán intrascendente es toda la gloria del mundo y la naturaleza granular de su receptáculo.
3
No es tan fácil juzgar la actuación puntual de un gobierno, aunque algunas cosas pueden ser admisiblemente dichas. Por ejemplo, uno puede dudar de la bondad (justeza, pertinencia, sensatez, oportunidad) de las intenciones que motivan las medidas de un gobierno, especialmente si la historia anterior de ese gobierno justifica suspicacias. (En el caso contrario, el origen de las dudas podría encontrarse en retorcimientos analíticos del poseedor de ellas.) Uno también puede asegurar que, de acuerdo a lo que uno conoce de los hechos y de sí mismo, si uno hiciera su propio gobierno y fuera en él voz esencial o única, procuraría actuar de manera diferente o imponer otra conducta al colegio facultado de decisión y ejecutoria. Y no caben dudas de que uno está inclusive en el derecho de ponerse mentalmente en el lugar de todo el gobierno colegiado que somete mentalmente a juicio, y decidir que aún siendo uno todo ese consejo gubernamental y viendo el entorno y variables que sus miembros ven, el comportamiento de uno habría sido diferente de aquel que analiza, en el sentido de que la solución que uno encontraría fuera «mejor»… Ya más difícil es convencer a muchas personas de que ese sería exactamente el caso, por todo cuanto de arrogante ingenuidad importa semejante conclusión, salvo -como ocurre con frecuencia con Cuba- de que la mayoría de los interesados parta del presupuesto de que los gobernantes cubanos, casi por definición, actúan con malicia en su propio beneficio, siendo esa sin dudas una aproximación totalmente fiduciaria, que no merece invalidación apriorística: ha sido establecido que la revolución es acto y profesión de fe… (Puesto uno a pensar, resulta forzoso concluir que cualquier relación humana, por densa, detallista y profusa que sea la documentación legal que formalmente la sustente, integre, realice, articule y similares, descansa en última instancia en algún tipo de humana confianza.)
Y así, a uno que está del lado de acá y vive sobre el terreno (situación que otorga el llamado conocimiento in situ, aun si carece uno de los títulos y brillos de quienes no requieren de esa condición para encontrar las soluciones universalmente idóneas), tal vez por estar imbuido de la confianza exactamente opuesta, esa que lleva a uno a aceptar en principio la buena fe conductual del gobierno cubano, mientras no se demuestre lo contrario, encuentra uno que tanto las medidas de remoción como las provisiones seguidas hasta ellas son adecuadas, pertinentes, comedidas, oportunas y necesarias.
Vale la pena apuntar que para superar las oquedades visibles del republicanismo y del parlamentarismo formal, aproximaciones que -desde la estructuración de sus entidades de identificación hasta sus procedimientos ejecutivos- están tan sujetas a manipulación que se ven frecuentemente convertidas en instituciones de conducta asaz antidemocrática, se ha venido diseñando un concepto aparentemente más abarcador y comprensivo cual diríase es la «democracia inclusiva y participativa»…
Parece una buena meta, mas no se conoce de alguien en capacidad de decir qué es eso, cómo se instrumenta en general, cómo se adecua a las condiciones de cada país, qué recursos (materiales, legales, procedimentales, estructurales, históricos, sociales, culturales, y similares) exige; cómo se vincula con el consenso ciudadano; cómo se obtiene dicho consenso en medio de una participación generalizada (total, en el caso ideal); cómo se mide el grado y la calidad consensual de una disposición respecto al número de sujetos creadores, a su impronta sobre el futuro, a su peso en el presente; cómo se supera la contradicción dialéctica que implica la estrechez exigida por la especialización científica con la amplitud participativa deseada; cómo se conjuga la calidad de las decisiones con la masividad de los decisores; cómo se articula la paridad de voces de individuos definitivamente dispares; cómo evitar que la «majestuosidad» del proceso de proposición, análisis y toma de decisiones desarticule la operatividad del mecanismo y permanezcan en vigor soluciones -como todas- contingentes, más allá de los límites de las circunstancias que la generaron… Muy lejos están estos apuntes de aspirar a promover el desaliento: se expresan desde el compromiso, con el ánimo de perfilar intenciones con mayor nitidez.
4
Para el ciudadano común, nada de lo esencial ha cambiado en Cuba.
Cuba sigue siendo un proyecto de ejecución y perfeccionamiento permanentes, porque no hay límites para el crecimiento espiritual humano.
Cuba enfrenta, como ayer, la voluntad del imperio más poderoso que ha existido en la Tierra y la de los poderes imperiales globales, por hacer fracasar sus empeños por todas las vías posibles, porque esos afanes de Cuba concretan en sí la posibilidad real de construir una sociedad que no persiga la eficiencia productiva de sus ciudadanos como único fin, en aras de incrementar las arcas de sus cúpulas, sino que las riquezas constituyan en ella el medio de realización de todos sus ciudadanos con la mayor plenitud dable.
Quienes no conciben que pueda haber otro orden social en el que las personas no sean consideradas «hormigas», quienes suponen que los términos «felicidad», «plenitud», «realización personal», «sociedad solidaria y sinérgica» carecen de contenido «positivo», se oponen a la Revolución Cubana por considerarla una pérdida de tiempo y recursos. Son los más idiotas. Otros, de idiotez variable, ven en ella un ejemplo inadmisiblemente peligroso que pone en peligro su estatus cupular.
Los poderes globales experimentan hoy cambios formales. Sin embargo, como sus representativos precedentes, los actuales apuestan por revertir completamente la Revolución Cubana y retrotraer al país -como castigo ejemplarizante- a un estado de penurias tal que sirva en sí mismo de disuasión para los pueblos. Quizás la diferencia más notable estribe en que, sin desechar ninguna vía, la actual administración estadounidense traslada sus mayores esfuerzos y esperanzas del modelo hard de «rechazo del sistema por pobreza provocada», basado en el ahogamiento económico del país, al esquema soft del «convencimiento de la población cubana de la existencia de un futuro promisorio sin el régimen actual», para lo cual cuenta -además de su voluntad política y la anuencia concertada del resto de las potencias- con suficiente «capital ‘cubano’ acumulado»; una cuantiosa población de origen cubano con el know-how (incluyendo idioma) necesario para operar con relativa soltura y beneficios en condiciones de capitalismo globalizado; una sólida burguesía «cubana» llena de contactos en el más alto nivel imperial. Sus expectativas de éxito se centran en el agotamiento ideológico y biológico de la población adulta, la apatía de la juventud, la fabricación subsecuente de «conflictos generacionales», y el ofrecimiento de alguna alternativa «honrosa» a los comprometidos para inducirlos a renunciar a sus principios.
Diferentes factores se oponen a estos protervos propósitos. Una buena razón es que el capitalismo está agotado como sistema. Su «ética construida», no deducida de las peculiaridades objetivas y mensurables del psiquismo humano, se basa en el estímulo de la codicia, como si la posesión de bienes constituyera el propósito mejor de las personas en este mundo. No puede por tanto ofrecer a todos la solución del problema humano (¿qué hacer con nuestras vidas nosotros, seres mortales y conscientes de serlo, mientras estamos vivos, que transforme la angustia, la desazón y el sufrimiento en impulso creador y productivo?); ni siquiera ofrece tal solución a los menos a costa de los más, pues los obliga a vivir en permanente enfrentamiento. Al mismo tiempo, la conducta desenfrenada por él estimulada incrementa la expoliación irracional de la naturaleza, el enrarecimiento del entorno y la extenuación del medio ambiente hasta hacer peligrar la vida en el planeta. Todas esas razones han conducido al capitalismo a la crisis global y multidimensional de la que somos testigos.
La comprensión creciente de estas verdades ha obligado a los pueblos a buscar caminos no capitalistas de desarrollo y esa es una tendencia no reversible.
Con todo, la supervivencia de la Revolución Cubana está en sí misma, porque Cuba sigue siendo ese milagro del mundo de hoy, en que -a pesar de tropiezos- todos los seres humanos son considerados esencialmente idénticos, fenotípicamente singulares, funcionalmente distinguibles y eventualmente impares, por lo que los comportamientos humanos individualmente considerados dependen mucho más de las circunstancias sociales en que se desarrolla el individuo en cuestión que del conjunto de cualidades de que esté atribuido (hayan sido genéticamente potenciadas o no estas cualidades)… Independientemente del grado de la difusión que ella encuentre en los medios y la comprensión cabal que de ella tenga el ciudadano común, Cuba continúa en su praxis cotidiana enarbolando la máxima de que no existe un sentido apriorístico trascendental para la vida humana: cada persona es un fin en sí misma.
Cuba continúa estructurando un orden (régimen, sistema) social, que propicie la plenitud de todos los ciudadanos a partir del desarrollo de sus potencialidades y no de unos a expensas de otros, y lo hace sin olvidar que toda construcción social es pasajera y que todos los eventos, fenómenos y situaciones sociales que ocurren, sin excepción, tienen causas históricas, esto es, causas que se encuentran en eventos, fenómenos y situaciones sociales anteriores. Por eso, la principal virtud del proyecto cubano, la base de su perdurabilidad, es su grado de realismo, su capacidad de evaluación acertada de la realidad, la búsqueda adecuada de respuestas y la instrumentación inmediata de las mismas con el concurso de las mayorías, porque -a diferencia de lo ocurrido aparentemente en otras experiencias- el proyecto cubano no intenta llevar los manuales a la vida ni se ha guiado por recetas.
Es claro que en esa visión no hay espacio para la gloria, las futilidades, las vanidades, las suntuosidades, el mal «vivir bien», independientemente del origen de semejantes «metas». También lo es que a corto plazo las políticas instrumentadoras de nuevos preceptos, contrapuestos a los de la ideología dominante, difícilmente sean rentables, pero las personas -lo sepan o no- viven más felices… Incluso si no hay modo de compararlo, porque son apenas unos pocos los que, teniendo un modesto almuerzo diario para comer, comprenden con claridad cuán diferente fuera su situación si no lo tuvieran, salvo que hayan experimentado esa carencia y sufrido la ansiedad que ella provoca.
La obsolescencia de los paradigmas de las sociedades clasistas, de las que el capitalismo es su último exponente, obliga a la definición de nuevas metas. En ellas, el conocimiento no será parcela de privilegiados ni se intimidará ante límites de conquista, el amor de los humanos carecerá de barreras y las personas, cuales demiurgos de ocasión, se convertirán en permanentes re-creadores responsables de su entorno inmediato y -en particular- de sí mismas. Para esos seres cultos, surgidos espontáneamente de sociedades racionalmente construidas, enfrentar las circunstancias no será motivo de angustia sino reto a sus capacidades volitivas y a su creatividad, y su vencimiento, la fuente principal de auto-afirmación asertiva, conocimiento y entrega individual.
Allí, en ese largo y tortuoso camino, entre las huellas de los primeros pasos de las personas de fe se confunden también las de la Revolución Cubana.