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La revolución española: suma y sigue

Fuentes: Kaosenlared

Históricamente, las revoluciones nunca han tenido «buena prensa», antes al contrario. Todavía en el Bicentenario de la Revolución francesa la derecha quería endilgarle el «Gulag», reducirla al Terror. Esta «mala prensa» es todavía peor cuando la revolución es derrotada, como la española. La generación que -desde mediado los años sesenta- operó el relevo de la […]

Históricamente, las revoluciones nunca han tenido «buena prensa», antes al contrario. Todavía en el Bicentenario de la Revolución francesa la derecha quería endilgarle el «Gulag», reducirla al Terror. Esta «mala prensa» es todavía peor cuando la revolución es derrotada, como la española.

La generación que -desde mediado los años sesenta- operó el relevo de la resistencia republicana practícamente agotada, no se encontró con la historia revolucionaria fácilmente.

Para la mayoría, la opción antifranquista ya era más que suficiente, y por lo tanto rechazaba más complicaciones, y la crítica al estalinismo lo era. El que más y el que menos se había encontrado a un comunista fraguado en la resistencia, en una época en la que la URSS si que tenía buena prensa, era la cara de la victoria frente a la derrota. Se contaba (aunque ignoro si era cierto) que después de la II Guerra Mundia, Gila había hecho un chiste en el escenario apareciendo con una chaqueta rota pero impecable para comentar. «Esta chaqueta está rota. Pero S-ta-lin-pita».

Este sentimiento quedaría refleja en el hecho de que la mayor parte de las rupturas juveniles a la izquierda del PCE, se acabaron orientando hacia el maoísmo. Esto no ocurrió súbitamente ya que, al menos inicialmente, dichas escisiones buscaron antes sus referencias en el castrismo y en el trotskismo (POUM). Como ya he explicado, éste fue el caso de «los felipes». Antes de constituirse como PTE, el llamado «provincial» (o «los migueles»), tuvo contactos con Cuba, y mantuvo entrevistas con la JCR de Alain Krivine, grupo al que perteneció Jordi Borja, el principal fundador de Bandera Roja. No fue muy diferente el caso de la ORT, aunque, después del mayo del 68 y de las impresionantes noticias sobre «la revolución cultural», todos asumieronel «marxismo-leninismo-pensamiento Mao». Por esta vía se reconciliban con la historia comunista oficial que diferenciaban entre un antes y un después de Kruschev y el XX Congreso. Exaltaron el PCE de José Díaz y Dolores Ibarruri en oposición al «revisionismo» de Carrillo..

Se puede decir pues que el maoísmo neutralizó una corriente crítica que ya no se creía lo de la «patria del socialismo», y repudiaba el estalinismo. En ello tuvieron que ver factores como la presencia de anarcosindicalistas, el acceso a una corriente crítica que comenzaba a tomar la ofensiva en los libros, el respeto que ofrecían críticos tan sólidos como Isaac Deutscher, pero sobre todo, lo que había sucedido y estaba sucediendo. Llegó un momento -mayo francés, primavera checoslovaca- que algo se rompió en el interior del PCE-PSUC. Solo un minoría persistió en las viejas leyendas. Una de ellas era la de la guerra, la de la República toda corta contra el fascismo. Teníamos razones para pensar que habían muchas más cosas, primero porque nosotros mismos empezábamos a analizar el franquismo en términos de clases sociales, luego porque la revolución emergía por doquier. Recuerdo como a los libros de Hugh Thomas, Jackson o Tuñón de Lara que eran los que se utilizaba en al área del PCE, algunoos descubrimos otros. En este terreno, la propia evolución de Ruedo Ibérico resulta bastante ilustrativa.

Esta es la cronología por abajo concidente con las ediciones del Broué-Témine, Peirats, Rama, amén de Borkenau y George Orwell (tan determinante), y también con la irrupción de la corriente trotskista dejando de lado al POUM. En otros trabajos he tratado de contar mi propia experiencia al respecto, el POUM aparecía como un «papa» que seguía en la guerra, en los métodos de los años treinta, y la experiencia de la JCR-LCR nos pareció mucho más vigente, respondía más a los desafíos del momento. En la película Salvador hay una escena en la que se distribuyen números de Cahiers Rouge, y eso fue tan así que hasta se podían conseguir en las trastiendas de algunas librerías de Madrid y Barcelona. El MIL editó a Camillo Berneri en 1972, y ya en 1966-67 había aperecido el opúsculo de Pierre Broué en el que éste reconstruía el discurso de Trotsky sobre la República, la guerra y la revolución. Aunque la relación directa con la vieja guardia poumistas nos enseñó muchas cosas, entre ellas a revalorizar la talle militante e intelectual de Joaquín Maurín, cuya obra Hacia la segunda revolución, editada por Ruedo como Revolución y contrarrevolución en España, puede considerarse como el grado más alto del pensamiento marxista concreto -práctico, organizativo, como respuesta a los problemas reales de los movimientos- en la historia del socialismo español.

Pero lo cierto es que se creó la LCR, y no fue hasta 1977 que el «poumito» se presentó como proyecto, cuando ya era más bien tarde y el terreno estaba muy ocupado….

No fue hasta los años ochenta que en la LCR tuvo lugar una reconsideración de los esquemas de don León, en parte por la digestión de las numerosos aportaciones historiográficas aparecidas a lo largo de los setenta, y en parte tambièn por la propia reflexión ante experiencias de aquí y allá. Básicamente, al constatar que el programa -por más «correcto» que pudiera ser, corrección que no podía ser ajena a la implantación y a las lecciones de la experiencia concreta. Habíamos descubierto que no todo estaba dicho, ni mucho menos. Aprendimos que, antes al contrario, la realidad era mucho más compleja que los discursos teóricos, y no digamos si estos se fraguaban desde la distancia y en función de otros debates, y de otras referencias históricas.

También que la española fue una revoilución mucho más complicada que la rusa. De entrada porque cerraba un período abierto en 1917. Desde entonces, los Kornilov no esperaban la fase de Kerensky, actuaban «preventivamente», y sobre todo después del fulgurante éxito de los nazis.

Y para colmo, la URSS había conocido una contrarrevolución dentro de la revolución en un espacio de tiempo muy breve, de forma que la misma generación que se había forjado defendiendo la revolución rusa se veía ahora enfrentada a su negación, justo en una coyuntura histórica en la que el creciente descrédito de las clases dominantes -crack de 1929, ascenso de los fascismos- llevaba a nuevas y amplias capas de la población a mirar la URSS como el ejemplo a seguir. Pocas veces la historia se había mostrado tan delirante.

Toda esta complejidad más la dificultad aprendida de cerar alternativas en medio de situaciones extremas, así como el conocimiento directo de la gente del POUM y de sus escritos, y por extensión de los anarcosindicalistas, nos llevó pues a la reconsideración…Sin embargo, una cosa era «problematizar» el hecho revolucionario, y otra muy diferente aceptar el punto de vista del «realismo antifascista». Esto por más que la historiografía oficial la hubiera adoptado como discurso dominante, sobre todo desde que en los años ochenta la mayor parte de sus componentes abandonaran sus porsible veleidades juveniles para aceptar las pautas históricas dominantes en la Transición. En el curso que sigue, la historiografía académica acentuó sus rasgos elitistas. Hasta se llegó a terorizar algo que El País repetía en una editorial reciente, a saber que lo de la historia y la memoria eran cosas de…los historiadores. Esta actitud fue acompañada en muchos casos con un tono despectivo hacia los historiadores «amateurs» o autodidactas que -no por casualidad-, se situaban en el «bando» revolucionario. Buena parte de ellos aparecieron como asesores de coleccionables o de series documentales para TVE en la que la «razón de Estado» tenían un peso incuestionable.

Evidentemente, esto no cuestiona necesariamente su origor a la hora de tratar los acontecimientos. Casi todos ellos son antifascistas convencidos, y rebaten el neofranquismo historiográfico con vigor, y cuando son autores serios, responsables de obras de las que tenemos que tomar buena nota y aprender. También pueden ser susceptibles de interpretaciones y matizaciones diversas. Es lo que ocurre con Preston, Martha Graham, Julián Casanovas, Beever o Viñas, a los que cuesta mucho «desconstruir» sus discursos, discursos que pueden ser a veces contradictorios. Personalmente recuerdo declaraciones opuestas de Preston sobre la «memoria histórica» Santos Juliá no escribe de la misma manera sobre el «comunismo» en las enciclopedias que en las tribunas de El País. En muchos casos, pueden subrayar en un sentido u otro según el contexto. Por otro lado, la argumentación revolucionaria no está -ni mucho menos- exenta de graves limitaciones y contradicciones, por lo tanto no me convence los juicios sumarios de autores como Miquel Amorós cuyas pasiones partidarias se han mostrado bastante sumarias.

Es evidente que la calidad de una obra de investigación no se puede medir unilateralmente por el rasero ideológico, porque entonces se trataría simplemente de juzgar quien es más «correcto» La mejor historiografía revolucionaria es la que ha podido competir con la académica en su propia terreno, eso son los casos de Deutscher, el último Carr, Anderson, Broué, Traverso…Noi es necesario decir que existen magníficos historiadores conservadores, y avanzados que están muy lejos de serlo.

Pero al adjudicarle un «prejuicio social» no es .ninguna simpleza. Se puede estar de acuerdo sobre las bases documentales en un sentido amplio, pero las interpretaciones responden a otras exigencias. Puestos a escoger un paradigma, el de los historiadores profesionales fue -como dejó muy bien resumido por Enrique Moradiellos en un artículo aparecido en El País-, el de esta democracia, y por extensión el de la República liberal-parlamementaria. En realidad, esto no es en nada diferente a lo que corre en otros ámbitos. Actualmente los intelectuales que se «mojan» por exigencias y reinividicaciones ecologistas, solidarias -esas pateras justificadas con pena por Eduardo Mendoza en su columa sustitutoria de Vázquez Montalbán-, y lo mismo que no hay ningún tribunalista que cante las cuarenta a la gestión neoliberal de ZP , o que diga las verdades del barquero sobre lo que el Gran Dinero está haciendo con la ecología, tampoco lo hay que acepte que la revolución española fue o puedo ser una alternativa mucho más democrática y consecuente que la restauración gubernamental para que las «democracias» nos ayudaran…

En el caso de Marruecos, la historiografía hace lo mismo que con la «traición» de las democracias, reconstruye los hechos pero se niega a sacar las conclusiones. De ahí que en todo este entramado de juicios sobre actuaciones se hable un millón de veces más de la ruindaz de Stalin que del cinismo parafacista de los conservadores británicos, siempre situados fuera de toda sospecha. Estamos todavía por ver que un historiador liberal se plantea la conttradición existente de democracias que practican el «fascismo exterior» con las colonias o con los países de su «campo», pueden destruir las libertades de un continente en su beneficio que mientras funcione el sistema.propio, deudor por lo demás de las riquezas expoliadas Nuestra República «debía» la libertad a Marruecos, y es que su asignatura colonial fue todavía más atrasado que la agraria. Por otro lado, ¿porqué ese empeño en negar el potencial «subversivo» de la propuesta de «autonomía»?. Todos los datos apuntan que tal posibilidad planeó como una pesadilla para los «africanistas».

Defender la revolución española como impresuonante en muchos aspectos no significa aceptar que todo se hiciera bien, ni mucho menos.

Creo que la gran cuestión radica en la tremenda contradicción existente en el movimiento obrero español entre una base social impresionante a pesar de que gozó de muy poco tiempo para ejercitar la libertad, y unas direcciones políticas francamente atrasadas. Una «prueba del algodón» la podemos encontrar en la penuria de sus análisis del acenso fascista europeo. En su libro El eclipse de la fraternidad, cita el comentario mientras ejercía de embajador español en Alemania de Luis Araquistain (de lejos, el más preparado e inquieto de los intelectuales socialistas) sobre la toma del poder de Hitñer. No veía que en España se pudiera reproducir el fenómeno, olvidando lo de la «especifidad nacional». Los comentarios de Solidaridad Obrera sobre dicha victoria dan grima, al parecer el problema era que el pueblo alemán era muy autoritario en el fondo. De ahí que en su Congreso de Zaragoza no se planteará ninguna discusión sobre lo que se estaba fraguando. La política de Frente Popular (en oposición a la del «frente obrero» que había proclamado el Komintern en el VII Congreso a través de George Dimitrov), respondía a la geoestrategia del «apaciguamiento». De ahí que stalin se apuntó en un primer momento a la no-intervención…

Esta incorrespondencia se manifestó tanto en la pasividad que precedió el escandaloso ruidos de sables (sobre el que el goberno republicano tenía información de primera mano, como en la insensanta ingenuidad de la CNT en Zaragoza, del PCE en Sevilla, y de todos en Oviedo…Una vez iniciada la guerra, la revolución siguió una doble dirección, por abajo hacia la transformación social (consentida por las autoridades republicanas a la manera de Companys, reconozco la vuestra para trabajar por la mía), y por arriba hacia una colaboración política…Dos direcciones que acabarían por toparse. Hay que hablar de revolución incompleta, la propia de la voluntad de transformación social muy profundamente sentida, pero que ni tan siquiera llegó a plantear el «doble poder» como han venido cieindo hasta ahora autores como Pierre Broué. Los de abajo no disputaron en podser a los de arriba hasta que la provocación republicano-estalinista cubrió Barcelona de barricadas, y aún así no hubo una propuesta alternativa.

Una revolución digamos «integra» hubiera actuado sobre la base social del franquismo, una base social arrastrada por el terror masivo, y sobre la cual no hubo ninguna actuación…Una revolución integra habría acentuado mucho más la guerra irregular…En la medida en que el franquismo ocupó zona que habían conocido una enorme agitación social como Andalucía y Extremadura, una guerra de guerrillas hubiera encontrado las complicidades que más tarde encontró el maquis en condiciones mucho más desoladora, sin tener a donde ir…

No hay la menor duda pues, que el contexto no pudo ser peor tanto para la República, como para la guerra como para la revolución; tampoco de que los de abajo estaban muy divididos y sectarizados. La fractura socialista-anarquista atravesó la Dictadura de Primo de Rivera y se reprodujo durante la República, y fue decisiva en el fracaso del UHP, de la Alianza Obrera, la plataforma que aspiraba a que el movimiento obrero tomara la iniciativa frente a una amenaza fascista creciente. Un señor como Edward Malefakis cita algunos países en los que la amenaza revolucionaria no dio lugar a una reacción fascista, y cita Alemania e Italia, olvidando que las hubo aunque fuese a posteriori. En Italia un año más tarde, en Alemania una década después. En Austria ni tan siquiera hizo falta. El fascismo reprimió a una socialdemocracia que había actuado como verdadero partido del orden en la crisis de 1918.

Claro que la contrarevolución de verdad fue la del militar-fascismo, y en Alemania la de Hitler. Pero eso no quita que antes de Hitler hubiera un Noske, y como diría Berneri, la actuación estalinista «olía a Noscke». Días después del asesinato de Berneri, el órgano del PCI declaraba al respecto que «así trataba la revolución democrática a sus enemigo». Ferran acusa al POUM de «sectario», pero olvida que la revolución no fue especialmente beligerante con las autoridades republicanas, más bien fue bastante «naif». Por el contrario, fueron los restauradores del orden los que aplicaron unos métodos que no solamente provocaron «una pequeña guerra civil dentro de la guerra civil», es que también acabaron provocando otra fractura final que los más estalinista definen como mera «traición» omitiendo la actuación de la dirección del PCE. De ahí toda la peste que algunos han lanzado desde los espacios abierto de Kaos contra Cirpiano Mera. Mucho me temo que Gallego no difiera de la construcción que efectúa Elorza en Queridos camaradas, a saber, que el estalinismo fue un horror (al tiempo que lo amalgama con la revolución de Octubre), pero su actuación política fue «casi perfecta». Lo que convierte al POUM en el primer responsable de su propia tragedia. ¿No me negarán Vds. que la «construcción» tiene miga?, aunque observando la «profesionalidad» de Elorza como historiador, uno ya no se sorprende de nada.

Por supuesto, los hechos de mayo no son comparables a la entrada de Franco. Esa es otra historia con otra medida.

Pero tampoco resulta una historia ajena. La «guerra» contra el «trotskismo y los incontrolados», la desactivación de «la obra constructiva de la revolución» en las empresas, los barrios y las colectividades, fueron un factor de desmoralización de primer orden. Por supuesto, la revolución fue una gran causa, pero también lo era la República, entre otras cosas porque permitía al pueblo seguir soñando con una nueva sociedad en un tiempo en el que el trabajador era un «don nadie», y el hambre era una invitada habitual en las casas del mundo del trabajo. Personalmente, no tengo la menor duda de que la derrota de la primera no me habría hecho dudar de la segunda, y así lo entendienron los poumistas como Francecs del Cabo o Ignacio Iglesias que huyendo de Barcelona se integraron en las Brigadas Internacionales.

A tal respecto, recuerdo una controversia con el historiador socialista norteamericano David Alexander con el que colaboré en una historia del trotskismo internacional que se publicó en los Estados Unidos. Me preguntaba sobre qué habría hecho de haberme encontrado con el «golpe de Casado», y mi respuesta fue que, tal como lo entendía se trataba de resistir. No fue otra cosa lo que hizo el POUM en la ilegalidad, en el libro La aventura del militante que editó Lartes, se ofrecen numerosas anécdotas que ilustran este planteamiento. El POUM nunca dejó de resistir dentro de sus escasas posibilidades, y algunos como David Rey (el «Blanqui» español) lo pagaron con más años de carceles. Cada cosa es cada cosa. Incluso en el orden de los posibles errores en el campo poumista, que los hubo, no fue hasta después del aessinato de Nin y de todo lo demás qie se larvó el dingular anticomunismo de una parte de los poumistas, algunos de los cuales aportaron su cuota a la ceremonia de la confusión.

Aunque minoritarios, existen numerosos historiadores que asumen el historial revolucionario como los liberales y/o socialdemócratas pueden asumir la República (sin socialismo). Algunos de ellos están citados en estas y otras jornadas que fragua la Fundació Andreu Nin que, por supuesto, está obligada a ser muy cuidadosa en sus análisis. A distinguir entre el comunismo en el poder y el que resiste en el capitalismo, entre el más integrado y el más combativo, y apurando entre sus jerarquías y sus bases militantes. También tendrá que reconocer lo quequedaba de la revolución en la URSS a pesar de todos los pesares. En el legado trotskiano sobresale la singularidad de priorizar el análisis objetivo (e incluso «constructivo») por encima de las tragedias personales. El citado Alexander no entendía que yo pudiera trabajar «con gente que me mataría si pudiera». En esta apreciación hay un enfoque propio de «foto» detenida. El estalinismo ha sido un baúl de contradicciones de todo tipo, y ha estado sujeto a vaivenes ininterrumpidos. El haber sido antiestalinista o estalinista no prefigura -necesariamente- evoluciones más positiva o más negativas, a veces desde la primera óptica se han podido desarrollar derivas sectarias, mientras que desde la segunda se ha podido desarrollar una importantísima actividad crítica y aportadora.

Al día siguiente del debate del Ateneo (24-05), Revolta Global organiza otro en el que estamos invitados Emilio Cortavitarte, Jaume Botey y yo mismo. No tengo que decirr todo lo que aprecio y respeto a uno y a otro. Creo que todo estos tipo de debates han de serviir para aprender y superar antiguos traumas, para dejar las cosas en su lugar y aprender a subrayar más las convergencias que las divergencias, ahora frente al capitalismo sin ley. Las escuelas tienen un sentido cuando sirven de punto de partida, pero no cuando se presentan como punto de llegada. En realidad, las derrotas de la revolución y de la República forman parte de una misma moneda, y por lo mismo de una mista tarea de superación. Sería muy importante que las generaciones digamos «veteranas» sepamos transmitir essa voluntad de diálogo y de superación a las que vienen. Sin el interés de estas, este tipo de debate seguirían siendo actividades de capillas. Al igual que en los años sesenta, ahora está apareciendo «una juventud que aguarda»…