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Reseña de Jacques Bouveress "El conocimiento del escritor. Sobre la literatura, la verdad y la vida"

La riqueza e interés de una excelente aproximación analítica que es más que una magnífica lección analítica de filosofía de la cultura

Fuentes: El Viejo Topo

acques Bouveresse, El conocimiento del escritor. Sobre la literatura, la verdad y la vida, Ediciones del subsuelo, Barcelona, 2013.

No se sorprendan. Como las formas verbales compuestas en alemán, el sentido al final del primer fragmento.

La primera: una actividad predilecta del profesor Bouveresse [JB], un analítico fundamentalista, es descalificar a filósofos y ensayistas franceses de su tiempo que no profesen sus ideas. Les acusa de cinismo, charlatanismo y deshonestidad intelectual. Les hace responsables de crímenes contra el imperio de la verdad y la soberanía de la razón. La segunda: defiende JB un realismo incorruptible e inmune a cualquier duda ontológica. La tercera: afirma la correspondiente entre las palabras y las cosas como criterio de verdad y desconfía de cualquier idea o actividad que pueda parecer sospecha de irracionalismo. La cuarta: en el mismo saco de sus ataques-agresiones caen el psicoanálisis, la literatura comparada, la semiología y la hermenéutica. La quinta: no se entiende por qué, ya retirado [¡siendo profesor emérito del Collège de France desde 2010 y el curso base del libro del 2004-2005![, necesita redundar en lo de siempre. La sexta: para JB no hay más literatura que la realista y no hay mas filosofía que la neopositivista. La poesía simbolista no ha existido. El surrealismo tampoco. Tampoco el realismo mágico de García Márquez. Sólo alguna referencia a Zola, Dickens,…»y alguna referencia marginal a la señora Woolf y a Iris Murdoch» [«señora» es aportación del comentarista]. La séptima: en síntesis, simples anotaciones deslavazadas. La octava: no es mucho lo que JB contribuye a reconocer la importancia de la ficción para la formación de nuestros espíritus más allá de la autoconvalidación del análisis filosófico que no hace falta alguna a nadie. Hay más. Lo dejo aquí.

Las anteriores son algunas de las «reflexiones» con las que el profesor Enrique Lynch nos obsequiaba en su reseña del libro de Bouveresse -«Moralismo analítico»- publicada en Babelia el pasado 1 de marzo de 2014. El objetivo y el tono de la presente aproximación se sitúa en sus antípodas. Por lo demás, es más que curioso que sea el profesor Lynch quien hable de descalificaciones al referirse a la práctica filosófica del creador de la cátedra de Filosofía del Lenguaje y del Conocimiento del Collège de France. Para descalificar, el profesor Lynch tiene, sin necesidad de ayuda, fuerzas suficientes. JB no suele hacerlo. Su estilo: «En este tipo de asuntos [distinciones literatura-filosofía por ejemplo] reconozco que mi posición está bastante más cerca de la de Putnam, que cree que los filósofos, cuando pretenden haber deconstruido radicalmente ciertas distinciones habituales, se atribuyen unos poderes que no poseen en absoluto» (p. 59).

Entrando propiamente en materia.

A lo largo de treinta breves capítulos, en cada uno de los cuales se presenta un tema tomando pie en las meditaciones de algunos filósofos, escritores, científicos o críticos literarios que han reflexionado sobre el asunto tratado (así: «Literatura y conocimiento. Bourdieu, Benda, Proust», «El realismo, el conocimiento novelesco y la subjetividad del escritor. Maupassant-Henry James», «La literatura contra el moralismo. Henry James, Musil», «El conocimiento del escritor y la gente común. Proust, Descombes»,…), JB, uno de los grandes especialistas mundiales en la obra de Wittgenstein, muy presente también en esta obra, al que es totalmente innecesario presentar (Ediciones del subsuelo ya publicó en 2011 Sátira y profecía. Las voces de Karl Kraus) plantea una serie de preguntas a las que intenta dar respuesta con el estilo pausado, analítico, claro y profundo al que nos tiene acostumbrados. El origen del ensayo: «Las reflexiones que componen este libro forman parte del trabajo de preparación del seminario que ofreció JB en el Collège de France durante el curso académico 2004-2005 sobre «La literatura, el conocimiento y la filosofía moral». El autor añade «Esta versión ha sido considerablemente modificada, desarrollada y completada; y, a pesar de que esté lejos de sentirme totalmente satisfecho, se acerca bastante a lo que me proponía hacer, aunque sin estar seguro de haber sido capaz de conseguirlo».

La perspectiva, el enfoque de la investigación queda recogida en una cita de Zola, de El naturalismo en el teatro, con la que se abre el ensayo: «La verdad es que las obras maestras de la novela contemporánea dicen mucho más sobre el hombre y sobre la naturaleza que los grandes estudios de filosofía, de historia y de crítica. La herramienta moderna está ahí». Una reflexión de Descombes en su ensayo sobre Proust complementa el enfoque: «Es una lástima que los filósofos no lean novelas más a menudo. Al menos eso es lo que parece a la vista de la pobreza de vocabulario que se utiliza actualmente [1987] en la filosofía moral. Aunque quizá matizaré mi queja: es una lástima que los filósofos no hablen más a menudo de las novelas que leen». JB ha recogido esta sugerencia: nos habla de las novelas que ha leído y de lo que ha aprendido de ellas sobre filosofía.

La digamos «falta de originalidad» es reconocida por el propio autor: «Soy consciente de que, con lo que diré, probablemente no haré más que intentar poner en orden algunas ideas que sin duda la mayoría de las personas inteligentes conocen desde hace mucho tiempo. La única excusa que puedo ofrecer es que, como dice Musil, a veces hay cosas conocidas que las circunstancias obligan a repetir, e incluso repetir a menudo» (p. 29). El autor de la presentación, Josep Casals, ahonda en la misma consideración: «[…] perfilar qué bagaje nos aporta la literatura y cómo ella deviene una vía hacia ese conocimiento existencial. En tal dirección se mueve Bouveresse en el libro que nos ocupa, confrontando citas, modulando los argumentos a veces con ironía, y señalando hasta dónde uno se sigue del otro y cuándo ya no. Sin pretender ofrecer soluciones últimas; pero intentando evitar derivas como la que niega que la literatura difiera de la filosofía, o como las que ven en ella un conocimiento más o menos esencial que otros» (p. 27). El aristotelismo del justo medio, la cultura del mesotés, la tesis y conjetura informadas son atributos esenciales del filosofar de JB.

Algunas de las tesis, reflexiones, aproximaciones defendidas por el autor a lo largo del libro consciente de la pobreza de la selección:

1. El conocimiento puro es un conocimiento que, como se da precisamente en el caso del escritor, no tiene nada de especializado ni de profesional, no razona en función de las consecuencias y las aplicaciones prácticas, y únicamente se preocupa de la verdad. Desviarse de su búsqueda supone -para Proust, el autor comentado- desviarse de la literatura misma. «Eso es lo que hacen aquellos que intentan ponerla al servicio de unos objetivos que, en realidad, no son más que pretextos para alejarse de ella y rehuir sus exigencias, como la descripción exacta de los hechos o de la realidad, el triunfo del derecho,…» (p. 39). El artista (el escritor, acaso también el filósofo) solo puede «servir a su nación» como artista, con su contribución al conocimiento, a condición de que no piense en nada más que no sea la verdad que se halle ante él.

2. Proust lo decía claramente y JB parece compartirlo: defender doctrinas inmorales puede llegar a ser más aceptable que defender, fingiendo que se hacía a causa de su verdad, unas doctrinas escogidas por una preferencia estética no confesada. «Olvidar que la importancia de la belleza de las obras de arte radica en las verdades a las que durante un tiempo han conseguido dar una forma sensible es idolatría» (p. 43).

3.Contra el posmodernismo: entre los principales elementos que han contribuido a crear una enorme confusión podría citarse la tendencia, propia de ciertas corrientes posmodernas, a erigir la literatura en una especie de género supremo del que la filosofía y la ciencia no serían más que subespecies. En dicha situación, cada una de las tres disciplinas tienen tanta o tan poca relación con la verdad como las otras dos, y sólo se ocupa de inventar buenas historias que calificamos en algunos casos de «verdades» únicamente «para indicar que nos satisfacen y que nos ayudan, de un modo u otro, a resolver los problemas que nos plantean el mundo y los demás seres humanos» (p. 51). Consecuencias de la anterior aproximación: desviar la atención de aquello que, según JB, es la pregunta crucial: ¿por qué necesitamos la literatura, además de la ciencia y de la filosofía, para que nos ayude a solucionar algunos de nuestros problemas? ¿Cuál es exactamente la especificidad de la literatura que la convierte en el único medio o en otro medio importante de acceder al conocimiento y a la verdad?

4.Ha habido filósofos (Wittgenstein es un ejemplo destacado en opinión de JB: sus lecturas: Tolstói, Keller, Dostoievski) que esperaban manifiestamente mucho más de las grandes obras de la literatura para alimentar y orientar la reflexión moral que de lo producido por la filosofía moral. La posición del autor: «[Wittgenstein] no sól creía que en las obras literarias se puede encontrar una material precioso e irreemplazable para alimentar la reflexión moral, sino también que son capaces de contribuir de forma esencial a la reflexión misma. Debo reconocer que, personalmente, pienso del mismo modo» (p. 53).

5. Pensar que la única forma de conocimiento digno de ese nombre es el conocimiento teórico conduce inevitablemente a suponer que o bien la literatura no tiene ninguna relación con el conocimiento o bien dispone de un modo de aproximación no teórico a cuestiones teóricas que podría rivalizar con el de la ciencia e incluso superarlo. «La idea de que no existe un conocimiento propiamente dicho si no hay una teoría se aceptó a menudo como una especie de axioma durante la época estructuralista». Pero esta es, en opinión de JB, una idea manifiestamente falsa y «si el tipo de conocimiento que pueden proporcionarnos las obras literarias procede esencialmente del conocimiento práctico, tiene como consecuencia dirigir la reflexión en una dirección totalmente equivocada» (p. 80).

Hay más, otras muchas conjeturas similares. Lugares comunes, cosas conocidas, afirmaciones muy básicas, podrá decirse. De acuerdo. Pero en ocasiones, no solamente esta vez, hay que dar batallas por verdades o tesis que parecen olvidadas.

Por cierto, del «moralismo analítico» -al decir de Lynch- del autor la siguiente es una «prueba» clara y distinta: «ya que si de ahora en adelante para que las cosas evolucionen en materia de igualdad y justicia social, debemos esperar que el sentido moral de los capitalistas mejore, que sean un poco menos egoístas y un poco más compasivos, y esperar que verdaderamente eso ocurra, debo reconocer que no veo demasiados motivos para ser optimista. ¿No corremos el riesgo, en definitiva, de encontrarnos casi en la misma situación que Dickens, quien creía que lo primero que hay que cambiar no so las instituciones sino el corazón del ser humano?» (p. 202).

La traducción de un libro que merece nuestra atención es de Laura Claravall y el prólogo de Josep Casals.