El cuidado y la salud de la infancia parecen ser incompatibles con muchas de las condiciones de la actual civilización industrial y sus efectos dañinos que se diseminan por todas partes. Curar y prevenir con responsabilidad y realismo las heridas infringidas a nuestros cuerpos y al cuerpo de la Madre Tierra nos obligará a realizar […]
El cuidado y la salud de la infancia parecen ser incompatibles con muchas de las condiciones de la actual civilización industrial y sus efectos dañinos que se diseminan por todas partes. Curar y prevenir con responsabilidad y realismo las heridas infringidas a nuestros cuerpos y al cuerpo de la Madre Tierra nos obligará a realizar virajes radicales en todas nuestras políticas y tendencias centrales del desarrollo. Un debate realista sobre la salud de la infancia ha de reconocer las múltiples y crecientes exposiciones y agresiones que provienen de un ambiente físico artificializado y hostil presente en cada rincón de nuestra vida cotidiana.
Desde la gestión pública es urgente modificar el comportamiento de la mayoría de las instituciones que suelen negar o asumir pasivamente la espiral de costes colaterales de enfermedad que acompañan a nuestros estilos de vida modernos. Las necesidades diferenciadas de la infancia y su desarrollo consumen más bienes terrestres en comparación con los adultos, ya que beben más, comen más y respiran más en relación con su peso corporal, por lo que la adulteración de los recursos y servicios naturales convierten a la población infantil en más vulnerable frente a los innumerables contaminantes ambientales de origen tecno-industrial. Hoy somos testigos de una hipertrofia sin precedentes de enfermedades como son el asma y las alergias. También algunos tipos de cáncer infantil y juvenil muestran una tendencia ascendente, y los problemas testiculares son cada vez más frecuentes. Nuestras sociedades deben buscar soluciones a la preocupación y alarma de la comunidad científica acerca de las miles de sustancias químicas dañinas que se difunden descontroladamente en el ambiente y que acaban destruyendo y desvitalizando los metabolismos naturales de nuestros cuerpos. Este medio agresor tiene propiedades neurotóxicas, inmunotóxicas y disruptoras de endocrinos, y convive sin control ni visibilidad en nuestros ambientes cotidianos de vida.
Muchas de estas amenazas a la salud están presentes en las propias viviendas, guarderías, parques, escuelas, alimentos, o ciudades. Una calidad pobre del aire y adulterada está dentro de los edificios o en el espacio público de nuestras ciudades. Tampoco los materiales de construcción, o los objetos, artefactos y muebles que nos acompañan pueden escapar a estos riesgos insalubres. Numerosas sustancias peligrosas y sus mezclas conviven con campos ultravioletas, electromagnéticos y de radioactividad. Lugares de cercanía y proximidad en nuestra vida diaria como pueden ser los edificios, las calles y carreteras, los comercios, las oficinas, las aulas, los almacenes, los solares, los vertederos, o las mismas actividades industriales, pueden convertirse lugares crónicamente enfermos y peligrosos.
El dominio del coche privado con motor de combustión diseña las formas y los ritmos de nuestros pueblos y ciudades, además de provocar masivos problemas respiratorios y contaminación acústica muy dañina y irreversible para los más pequeños, es también uno de los factores más necrófitos que causa miles de muertos y heridos infantiles. Cada año más de 9 mil niños europeos mueren en accidentes de tráfico y más de 350 mil son heridos. Según estudios de la OMC, si un niño vive cerca de una calle con denso tráfico motorizado aumenta en un 50% el riesgo de sufrir una enfermedad respiratoria. Además, la invasión y masificación circulatoria de coches en el medio urbano al eliminar el uso infantil del espacio urbano limita la autonomía y el encuentro social, y empuja a niñas y niños hacia hábitos pasivos de menor actividad física, lo que contribuye al gran aumento de casos de obesidad infantil junto a otros factores como son el sobreconsumo y la mala alimentación.
¿Cómo podemos defender la salud y el futuro robado de la infancia de hoy?. En la política europea es urgente conseguir la aprobación de un programa fuerte de regulación y prohibición química de sustancias peligrosas para la salud y ecosistemas (REACH) que actualmente está en caluroso debate y discusión. Hay que curar a los miles de edificios enfermos por la actividad letal de los materiales de construcción y de limpieza, y a causa de sistemas inadecuados de calefacción y ventilación. Hay que avanzar hacia unas normas estrictas de calidad del aire en el interior de escuelas y edificios públicos en general.
Los itinerarios urbanos en nuestros intercambios y relaciones diarias exigen cambios en las políticas urbanísticas para conseguir rutas seguras que conduzcan a los colegios, mercados y parques sin peligro, andando o en bicicleta. Calmar el tráfico en los barrios y en los entornos de los centros educativos además de favorecer las redes de encuentro social y comunidad, resulta de importancia vital para la salud y habitabilidad urbana. Necesitamos un sistema de avisos públicos y de medidas de urgencia para madres, padres y educadores frente a niveles dañinos de calidad del aire. La educación ambiental en las escuelas ha de ser una práctica programada y enraizada en la capilaridad de las rutinas diarias como forma de socialización intensa en las buenas prácticas de salud ecológica. El huerto escolar oferta ligazones y cercanía con las experiencias naturales que los imperativos de la vida urbana imposibilitan.
Hoy es muy difícil estar mínimamente informado sobre el malcomer y sus consecuencias sobre la salud. Los comedores escolares y centros sanitarios deben recibir ayudas institucionales para servir alimentos frescos, ecológicos y sanos. También urge restringir legalmente la engañosa publicidad televisiva sobre la comida basura, y muy especialmente la específicamente dirigida al consumo infantil. Es necesario tener una legislación europea y estatal sobre el etiquetado y la trazabilidad de alimentos que informe sobre los componentes y peligros químicos, biológicos, radiológicos, y de los valores nutritivos y dietéticos de los principales productos de consumo infantil.
Necesitamos un nuevo aprendizaje político y cultural de precaución y de freno ante la escalada de riesgos socio-ambientales implicados en las actividades humanas del maldesarollo que generan tantas incertidumbres y daños autoinfringidos. El Principio de Precaución ha de ser ley y normativa práctica para todo tipo de políticas sectoriales y de proyectos de desarrollo. Nos ha de ayudar a valorar y reducir los peligros a nuestra salud física persistentes en nuestras formas de vivir, y es parte de una nueva sabiduría y política ecológica que busca aliviar y poner freno a las presiones biocidas presentes en nuestras insensatas formas de producción, consumo y transporte.
David Hammerstein, eurodiputado verde. Artículo publicado en la revista «The Ecologist» para España y Latinoamérica, el trimestre de abril, mayo y junio del 2005