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Sobre la privatización de los teatros de Madrid

«La semiosis de la cerradura»

Fuentes: Rebelión

Vamos a abrazar el futuro del desastre en las puertas de los teatros. Seamos un poco más comprometidos, más maduros, más realistas, más «gente en su lugar y de su tiempo» y asumamos que aquéllo que nos enamoraba del teatro es cosa del pasado, un capricho irrealizable y, al fin y al cabo, el ejercicio […]

Vamos a abrazar el futuro del desastre en las puertas de los teatros. Seamos un poco más comprometidos, más maduros, más realistas, más «gente en su lugar y de su tiempo» y asumamos que aquéllo que nos enamoraba del teatro es cosa del pasado, un capricho irrealizable y, al fin y al cabo, el ejercicio de la libertad puede conseguirse más bonito y más barato si reducimos el número de participantes… Deberíamos organizar visitas guiadas para explicar en qué consistía la actividad que en otro tiempo llenó de vida esos lugares y c ontar cabizbajos, como buenos amantes de lo perdido, las historias que daban fuerza al eco y peso a las palabras dentro de su vientre…

Vamos a dejarnos derrotar, y a hacer apología del naufragio convirtiendo un recuerdo incandescente aún por destruir en madera de memoria herida, víctima de la pasividad. H ablaremos con nostalgia de la magia que sacudía el cuerpo de un escenario, de cómo podían fabricarse en su interior desde las raíces hasta el rugido de la explosión de la emoción de un sueño, o de una revolución, del milagro de hundirse en un grito, roto, áspero, seco… en un gesto torcido, radiante de dolor, en una mirada capaz de agarrotarte la sangre en torno al pecho, o en un diálogo vertiginosamente corrido entre personas que tejían sus palabras a tu piel como si fueran algún tipo de melodía escrita en un código distinto para cada cabeza, y sabía domesticar al hormigueo que había de acompañarte ya toda la tarde: hasta la cama, la sonrisa, y el insomnio. Matizaremos hasta qué punto era difícil contener la angustia o la ansiedad de una escena apoteósica de la que tu respiración formaba parte , falta de aliento, junto con la del resto de un público sumido contigo en aquel momento, en el humo serpenteante en suspensión bajo los focos, en los crujidos de las butacas y el escenario, y el olor deliciosamente etéreo de un espacio sin luz, en silencio.

Detenidos frente a sus muros, que son la representación más simbólica de la mentalidad de aquéllos que quieren privatizarlos, invitaremos a celebrar su conversión en almacenes anacrónicos de un arte incomprensiblemente extinto, como otras tantas maravillas que mueren cuando muere el hombre capaz de dejarse maravillar por ellas, y acrecentar así un poco más ese patrimonio cultural tan prolífico y antiguo que nos ha dado siempre la cultura del abandono. Sería bueno por eso empezar a familiarizarme con el tono metódico y plano de un discurso aprendido, con la cadencia rutinaria de lo que un día fue admiración ahora cansada de sostenerse en contra de los principios de la lógica y la gravedad, gracias a una gestión cultural que tiene la misma capacidad de levantarse que un cuerpo sin rodillas. Una idea no necesita muletas, sólo libertad para volar. No a la invalidez cultural. No a la privatización de los teatros de Madrid.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.