Un vértice no siempre estudiado sobre el que suele regir un significativo silencio: la situación de la clase obrera, sin excluir técnicos, precariado y los trabajadores de las externalidades empresariales, que trabaja en la diabólica industria nuclear. Un primer ejemplo en situaciones de «normalidad», sin accidentes, hecatombes ni alarmas atómicas. Philippe Billard [PB] es un […]
Un vértice no siempre estudiado sobre el que suele regir un significativo silencio: la situación de la clase obrera, sin excluir técnicos, precariado y los trabajadores de las externalidades empresariales, que trabaja en la diabólica industria nuclear.
Un primer ejemplo en situaciones de «normalidad», sin accidentes, hecatombes ni alarmas atómicas. Philippe Billard [PB] es un técnico nuclear que fue despedido por la firma francesa Endel [1], una de las cuatro grandes empresas subcontratadas de las centrales administradas por EDF (Electricité de France). PB se negó a ser un nómada del sector, uno de los, aproximadamente, 18 mil trabajadores que son obligados a cambiar cada semana de destino y central nuclear en el país vecino. El Tribunal Laboral de Ruán empezó a examinar su caso el pasado 1 de junio de 2010; el juicio era previo a otro más importante. Este segundo ante la justicia penal.
Además de técnico nuclear, PB es sindicalista y fundador de la asociación «Salud-Subcontratistas». Su objetivo: conseguir que el país más nuclearizado del mundo en términos relativos reconozca que más de 20 mil trabajadores no son asalariados de las centrales nucleares controladas por EDF sino trabajadores atómicos contratados por subcontratistas en cascada. ¡Veinte mil! Los viejos tiempos modernos; nada nuevo bajo la tierra neoliberal europea. Pero sí hay algo (parcialmente) nuevo, un corolario del engranaje empresarial: los trabajadores de las empresas subcontratistas y subcontratadas, los obreros que no por azar están a cargo de las tareas más peligrosas con la correspondiente absorción extra de radiaciones, no tienen seguimiento médico fijo. No lo tienen porque estas insaciables instituciones antidemocráticas que llamamos «empresas» o «grandes corporaciones» que dirigen nuestras sociedades se encargan -o encargan- de poner piedras piramidales del tamaño de un obelisco en un camino siempre intrincado para los trabajadores no organizados.
En los alrededores de este escenario se ubican las razones del despido de PB, la «racionalidad» nada técnica de esta «sanción»: este técnico nuclear se pasó de la raya y se implicó sindicalmente para que los asalariados que trabajan para las subcontratas denunciaran a las autoridades. ¿Motivos de esas denuncias? ¡Los accidentes de trabajo que estaban sufriendo y de los que no decían ni pío! No solían hacerlo; no suelen hacerlo todavía. Tienen miedo (la calle es ancha y el paro es numeroso también en la Francia republicana) y el miedo, es sabido, paraliza verbo y acciones. Es fácil entender sus (dóciles) razones en tiempos de crisis, penumbra e incertidumbres.
Anne Thébaud Mony, una investigadora del Instituto Nacional de Salud e Investigación Médica (INSERM), ha añadido una sugerente (y razonable) hipótesis no menos terrible: «es la misma industria nuclear la que organiza que no haya seguimiento médico de los trabajadores más expuestos». ¡Un sector de una supuesta industria civil (que nunca es del todo civil) que se encarga de organizar la inexistencia de seguimiento médico de sus propios trabajadores! Potenciales víctimas sin luz y, por tanto, sin cómputo y sin cuidados.
Un argumento más contra lo nuclear y son muchos: ¿una sociedad que aspire a la justicia y equidad, o alcanzar mayores grados de ambas, puede permitir una industria que opere con estos procedimientos? ¿Es éste el capitalismo realmente existente que ondea como aspiración entre los «horizontes de grandeza de la Humanidad»? ¿Estaban tan equivocados Luxemburg y Benjamín cuando hablaron de barbarie y de la urgente necesidad de frenos de emergencia?
Pasemos a un escenario más dantesco: Fukushima y la hecatombe nuclear. Suvendrini Kakuchi ha hablado en IPS de la «Limpieza de Fukushima sobre espaldas de trabajadores» [2]. Algo sabíamos de ello; veámoslo con más detalle.
Yushi Sato, tiene 28 años, es un trabajador que se dedica a lavar automóviles. No cualquier tipo de automóviles. Todos los días rocía con una manguera vehículos contaminados por la radiación que se escapa del complejo nuclear de Fukushima. Durante cinco años, ha sido soldador de la central. Tras el desastre han cambiado su labor y le han asignado la tarea de lavar vehículos de la planta. El y sus compañeros lavan unos 200 automóviles con índices de radiación por encima de lo normal
Sato lleva ropa aislante y es sometido diariamente a chequeos para verificar su exposición a la radiación. El control indica que está expuesto a unos 20 microsievert diarios. El soldador nipón no está tranquilo, le preocupan las consecuencias de su nuevo trabajo para su salud. A pesar de ello, está decidido a seguir haciéndolo; trata de no pensar en ello. No tiene muchas alternativas. Sabe, además, que otros compañeros afrontan peores riesgos que él. Piensa, por ejemplo, en los trabajadores que están intentando reparar los reactores.
El profesor Takeshi Tanigawa es especialista en medicina social de la Universidad de Ehime y se dedica también a defender las condiciones de trabajo de los obreros de Tepco en Fukushima. «Sufren una presión mental y física enorme», ha informado. Sus últimos estudios, como era previsible, revelaron un alto grado de estrés por las duras condiciones de trabajo, con turnos de muchas horas y malas condiciones de vida. Otros indicadores de su trabajo muestran ¡el creciente sentimiento de culpa entre los trabajadores por la contaminación de los residentes de los alrededores de la planta! Las pruebas que ha logrado acumular llevaron a la gran corporación propietaria, a Tepco, ni un instante antes, a aliviar algunas de las condiciones de trabajo de los obreros de la central y a ofrecer verduras frescas y mejores camas para que pudieran descansar mejor durante la noche. Se ha conseguido también un médico de guardia para asistirlos. Hubo que luchar para ello; carecían de él.
La trágica situación de los trabajadores de Fukushima, como no podía ser de otra forma, ha concentrado la atención del pueblo japonés en las última semanas. Se les empieza a considerar símbolos de la resistencia nacional y, al mismo tiempo, «prueba de la inconveniencia del milagro económico de la posguerra». El Ministerio de Trabajo japonés se vio obligado a informar la tercera semana de junio que más de 100 trabajadores de Fukushima habían estado sometidos a una radiación superior al límite fijado por el gobierno: 250 milisievert. Serán separados de sus puestos de trabajo actuales. Se comprende la desconfianza de Yushi Sato.
Tepco habla, sigue hablando, de falta de personal. Más de 2.000 obreros y técnicos trabajan en los reactores. No son suficientes. Los altos índices de radiación dificultan enormemente los esfuerzos de recuperación. Sólo permiten la labor de los trabajadores por tiempos de 15 minutos. Los «cuerpos suicidas» son otra arista de la situación. Están encabezados por el ingeniero jubilado Yasuteru Yamada e integrados por trabajadores de más de 60 años que están dispuestos a trabajar en la atribulada planta nuclear de Fukushima. Unas 300 personas se han sumado. El grupo «está dispuesto a realizar cualquier trabajo, ya sea dentro de la planta contaminada o limpiando desechos en el área. En este momento necesitamos ayudar al país». ¡Ayudar al país…! Son los liquidadores soviéticos.
Volvamos a Europa, a un escenario de revisión, de salida de la era atómica.
«Alemania se aleja de la energía nuclear», titulaba Carmela Negrete en Diagonal [3]. Como es sabido, el accidente de Fukushima ha forzado al hasta hace pocos meses pronuclear Gobierno de Angela Merkel a plantear el fin de la energía nuclear. Nueve de los 17 reactores nucleares que existen en Alemania seguirán funcionando hasta 2022. Una de las siete centrales que ya se han desconectado permanecerá en la reserva hasta 2013 para casos de emergencia. Hasta el 2018 ya no se volverá a desconectar ninguna central nuclear más [4]. Alemania, la cuarta economía mundial, anuncia su retirada de la ruleta rusa nucleoatómica y se convierte en el primer país industrializado en salir del paradigma nuclear. Por segunda vez en su historia reciente.
Negrete recuerda que, según un informe del Suddeutsche Zeitung, muchas de las tareas en las centrales se están llevando a cabo por personas trabajadoras con contratos temporales. «El Ministerio de Medio Ambiente calculaba en 2009 que unos 75.000 trabajadores tienen en Alemania un carné de radiaciones en el que se registran las dosis que reciben. Según datos del Estado alemán, en 2009 los 17 reactores de la república alemana daban empleo a unos 6.000 trabajadores». ¡Sólo seis mil! Pero, de forma «externa», es decir, externalizada, trabajaron en esos mismos reactores cuatro veces más, unos 24.000 obreros. Se calcula que ¡alrededor del 90% del total de las dosis de radiación la recibieron los trabajadores temporales y los mecánicos! Casi como en Francia. ¡En el mismo corazón central de la civilizada y humanista Europa! ¡En las heladas aguas del cálculo egoísta!
También como en Francia, los trabajadores germanos «externalizados» realizan las tareas más peligrosas. El dato más significativo: los obreros de las centrales recibieron una dosis de 1,7 sievert anualmente, mientras que la media de dosis absorbida por los trabajadores externalizados fue de 12,8 sv. ¡7,5 veces más! [5]
Otro vértice más. La herencia nuclear es conocida: una basura atómica de larguísima duración y de muy difícil tratamiento. El Gobierno de Merkel ha comenzado la búsqueda por toda Alemania del lugar o lugares que recogerán los desechos. Negrete recuerda que en Baja Sajonia, en el depósito provisional Asse, la antigua mina de sal ha presentado una serie de filtraciones a raíz de las cuales se ha decidido la clausura del centro y el traslado a otro lugar más seguro. Ni que decir tiene que el coste del transporte de cientos de miles de barriles será un gasto millonario de dimensiones no conocidas que tendrán que asumir las arcas públicas alemanas. ¡Es una simple externalidad a los ojos de las eléctricas privadas! ¡Pelillos en un mar oceánico! Así se estudia en algunos manuales de economía neoclásica. A eso habría que sumar, el complejo mantenimiento durante siglos y siglos del almacén o almacenes de residuos que, claro está, no estará libre de potenciales accidentes.
PS. Jeremy Rifkin, especialista en prospectiva económica, preside la «Fundación sobre Tendencias Económicas», un grupo de las 120 empresas más grandes del mundo en el campo de la tecnología de la información, transporte, logística, energía, distribución de energía y la construcción. Estas empresas, ha afirmado Rifkin, saben que la energía nuclear está muerta. En una reciente entrevista explicaba en cinco puntos las razones del diagnóstico: 1. Las nucleares representan actualmente el 6% de la energía que producimos (hay otras evaluaciones que estiman la mitad de esa cantidad). Para tener un impacto mínimo -mínimo- sobre el cambio climático deberían representar el 20% y para ello habría que reemplazar las existentes y construir mil más. Tendríamos entonces 1.500 centrales en los próximos 25 años, con miles de millones de dólares para tener un efecto sobre las emisiones de gases de efecto invernadero. 2. Utilizamos desde hace 60 años la energía nuclear y aún no sabemos qué hacer con los residuos. No hay soluciones. Un ejemplo de ello: los desechos que se pretenden almacenar en el cementerio de Yucca Mountain, en USA, donde, antes de empezar a utilizarse ya hubo problemas con el movimiento de los cimientos. 3. La AIEA predice un déficit de uranio entre 2025 y 2035 con las 400 centrales actuales, no con esas nuevas mil centrales. 4. La nueva generación de reactores nucleares, las centrales llamadas de «cuarta generación de neutrones rápidos», funcionan con plutonio. Pregunta Rifkin: ¿queremos expandir el plutonio en todo el planeta? 5. Sólo queda ubicar las plantas, no hay otra solución, en las costas y enfriarlas con el agua del mar; no hay suficiente agua dulce en nuestro planeta. Por ejemplo: el 40% de toda el agua dulce que se consume en territorio francés es utilizada por la industria nuclear para enfriar sus reactores. Por lo demás, el agua caliente que sale inevitablemente de las centrales deshidrata los sistemas necesarios para un sector agrícola vivo y duradero.
Notas:
[1] Véase Andrés Pérez, «Los ‘nómadas’ nucleares franceses, a juicio», Público, 1 de junio de 2010, p. 37.
[2] http://ipsnoticias.net/nota.asp?idnews=98526
[3] http://www.diagonalperiodico.net/Alemania-se-aleja-de-la-energia.html
[4] Alemania importa energía generada en centrales nucleares francesas y checas. Por lo demás, hasta el momento, se continúa la construcción de una central nuclear en Brasil subvencionada con capital alemán y la RWE, una empresa alemana de energía, tiene planeado construir una nueva central en los Países Bajos, a unos 200 kilómetros de su frontera con Alemania.
[5] Die Linke defiende un carné europeo de radiación: la mayoría del colectivo trabajador externalizado opera en varios países, cuenta con diferentes carnés y es muy probable que pueda sobrepasar la exposición a la dosis permitida al año.
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