Vivimos en «ausencia de lo sagrado» [1] , cada vez más alienados de la realidad y de nosotros mismos. El globo terrestre es concebido como un almacén de recursos destinados únicamente a saciar el voraz apetito de aquellos seres humanos que detentan el poder. Las dicotomías espíritu-materia y vivo-muerto le han permitido al ser humano […]
Vivimos en «ausencia de lo sagrado» [1] , cada vez más alienados de la realidad y de nosotros mismos. El globo terrestre es concebido como un almacén de recursos destinados únicamente a saciar el voraz apetito de aquellos seres humanos que detentan el poder. Las dicotomías espíritu-materia y vivo-muerto le han permitido al ser humano de No Unidad, es decir, aquel que se concibe separado de todo, catalogar a todos aquellos seres naturales como entes vacíos y sin identidad. Estas mismas dicotomías han consentido a este ser humano enarbolar múltiples lógicas de separación que no han hecho más que desviarnos de nuestra propia esencia. ¿Quiénes o qué somos? ¿Somos el centro de la tierra y quienes marcamos el paso de la historia humana y natural? o ¿somos designios de las leyes naturales y/o divinas? Cualquiera de las dos respuestas ha llevado a este ser escindido a asumir una posición totalmente antropocéntrica. Aquellos que conciben que el sujeto es el ordenador de la realidad se han valido de este preconcepto para desposeer a la naturaleza y, obviamente, al propio ser humano, por ser éste un ser de la naturaleza; y quienes optan por supeditarse a los designios naturales o divinos lo hacen sencillamente poniendo al ser humano como la cabeza de la pirámide de todos los seres, garantizando la primacía del ser humano, sea este determinado por el destino o el determinador del mismo, y consolidando la visión antropocentrista de No Unidad que caracteriza al sistema vigente en todo el planeta, la cual hace de la naturaleza un ser siempre supeditado al ser humano. O se considera que el ser humano es el dueño de la naturaleza como un recurso destinado a satisfacer las necesidades materiales del ser humano, o se asume que el ser humano debe salvar a la naturaleza, sumisa y desposeída de autodeterminación, del propio ser humano. Ambas satisfacen la necesidad de control del Homo Sapiens.
Vale la pena notar que ambas respuestas parten de la filosofía de partición ser/realidad que caracteriza al paradigma de No Unidad, pues las dos asumen que el ser humano, de modo separado de la totalidad, es sujeto u objeto de su destino. Como se puede apreciar, son preguntas-respuestas que se sitúan en un lado u otro de la dicotomía sujeto-objeto. Si bien hay una serie de posiciones académicas y científicas al respecto, es menester darse cuenta de que la una y la otra son posturas correspondientes a la filosofía de No Unidad. Ambas sucumben ante la ausencia de lo sagrado y se alejan del sentimiento de Unidad que todo lo unifica, que ni siquiera concibe la dicotomía sagrado-no sagrado y que siente que todo ser es una Unidad que contiene en sí misma a la Totalidad de la realidad. Todo ser es la realidad misma y desenvuelve las finitas-infinitas realidades combinadas e intracombinadas de forma unificada y no separada. En este sentido, cuando nos referimos a la «ausencia de lo sagrado» lo hacemos desde un sentimiento que no concibe la confrontación sagrado-profano, vivo-muerto, materia-espíritu, sujeto-objeto, sino desde el sentir que todo ser contiene en sí mismo a todos los demás seres, por lo que todo ser es la totalidad. Todo ser, en su específica frecuencia de vibración, envuelve y desenvuelve todas las potencias atribuidas por la ciencia occidental únicamente a los humanos, como ser la racionalidad, el sentimiento, los sueños, la intuición, el instinto (también concedido a los animales) y otras potencialidades que el limitado conocimiento racional no permite desentrañar. Vale decir, como respuesta a ambas preguntas debemos decir que el ser humano es, al igual que todos los seres de la realidad, sin ninguna discriminación, la realidad misma. Ergo, hasta el sentido de las dos preguntas planteadas cambia, en el entendido de que estaríamos descollando la partición destino-autodeterminación.
Si bien los movimientos medioambientalistas defienden a la tierra como un ser, siguen cayendo en principios separatistas propios de la civilización-cultura-sociedad de No Unidad, al resignarse a aceptar la dicotomía vivo-muerto, mediante la cual se han catalogado a varios seres de la realidad como inertes, inorgánicos o sin vida. En este entendido, ¿cuál es el sentido de respetar a la tierra y a la naturaleza? Si el respeto se da desde una visión por la que el ser humano y otros seres «vivos» se oponen a los demás seres «no vivos»; entonces seguimos defendiendo una posición centrista que considera que aquellos seres «no vivos» no tienen identidad, no deciden, no hablan y no se comunican. Por lo tanto, el ser humano debe velar por protegerlos de forma paternalista y, evidentemente, jerárquica, porque los «seres vivos» son imbuidos de potencialidades que otros seres no tienen. Es más, aquellos seres no concebidos como vivos no son catalogados como seres, sino como recursos. En general, la concepción ambientalista se constituye en el doble principio de domesticación-protección de la naturaleza.
¿Dónde radica entonces la complementación entre el ser humano, la naturaleza y la realidad? Un auténtico ecologista o medioambientalista debe superar, primeramente, el antropocentrismo y las correlativas dicotomías que dificultan reasumir que la Totalidad es «sagrada», en el entendido de que cada elemento de la realidad es un ser.
En este contexto no centrista ¿qué o quién es el alimento? El alimento es un ser. Es decir, la relación entre el ser humano y el alimento es una relación entre seres que muy claramente representa las continencias mutuas o la realidad de combinación e intracombinación que hace un momento mencionamos. El ser humano ingiere el alimento y, al hacerlo, se convierte en él. Instantáneamente, y de forma complementaria, el alimento se convierte en el ser humano y, a su vez, lo ingiere. Ambos son una unidad inseparable.
La alimentación es una relación complementaria entre el ser humano y el alimento, así como lo son las relaciones familiares, amistosas y amorosas. Si bien la concepción dicotómica del ser humano de No Unidad separa racionalmente los comportamientos humanos de los naturales, aquel que ha superado el antropocentrismo los unifica y siente-sabe que las relaciones humanas son diferentes-semejantes a las relaciones entre los otros seres. Es así que las relaciones familiares, amistosas, amorosas, de trabajo y otras son relaciones alimenticias en las que cada ser alimenta al otro y es alimentado por el otro. Por este motivo es preciso superar la visión centrista de que uno se alimenta solamente de comer los frutos, vegetales o carnes; las emociones también son alimentos, motivo por el cual pueden generar enfermedades. El metabolismo es, por lo tanto, un proceso que incumbe también a las relaciones humanas. En conclusión, las relaciones humanas alimentan y se alimentan, se combinan e intracombinan constantemente, denotando y connotando las continencias mutuas que hacen a la unidad inseparable de la realidad.
El sentimiento de Unidad permite al ser humano auto-mutar para adoptar la forma-esencia de un ser descolonizado que abre finitas-infinitas fronteras y realidades. Esto le permite sentirse la realidad total, le admite sentirse el alimento y todos los seres, a través de la superación de los prejuicios que no consienten ver las combinaciones-intracombinaciones que nos hacen diferentes-semejantes con todos los seres de la realidad. Así, la concepción de alimentación desde el paradigma de la Unidad despunta muchas barreras y trasciende los preconceptos que no permiten ver y sentir la magnitud de las relaciones alimenticias. Por ejemplo, los «desechos» corporales también son alimento, así como los frutos que salen de la tierra pueden concebirse como «desechos» de la misma. Y, al mismo tiempo, los «desechos» son también seres.
Asimismo, las piedras, el agua, el viento y el fuego son alimentos. Las altiplanicies rocosas, de vientos fríos y aguas cargadas de minerales, brindan un ambiente de alimentación o, mejor dicho, de complementación en combinación-intracombinación entre todos los seres que lo habitan, muy diferente que el de zonas bajas con exuberante vegetación y vientos húmedos, que representa un escenario familiar de alimentación con otras potencialidades. Las piedras son seres, así como lo son el viento, el fuego y el agua. Varias sociedades originarias le han tenido gran respeto a la piedra. Los Dakotas de las praderas de Norte América buscan convertirse en piedra, siendo ésta una modalidad de vibración que representa el desenvolvimiento del consenso, la identidad, la complementación-complementariedad y el equilibrio. El sentimiento de la piedra como ser vivo está reflejado en el nombre de una provincia de Buenos Aires-Argentina que se llama Tandil, nombre de un cacique indígena, que quiere decir: «piedra que late». Las comunidades originarias andinas sienten su unidad con la piedra, expresada en sus mitos en los que los cerros y los volcanes son protagonistas y en su sentimiento de que éstos son seres vivos de gran acumulación de energía y sabiduría. Estos sentimientos que vierten del paradigma de la Unidad, saben-sienten-instintivan-sueñan-intuyen-visionan… que la materia y la energía son una unidad en la que aquello que se ve «más material y estático» tiene mucha mayor intensidad de vibración de energía (como la piedra por ejemplo) y aquello que no se ve «material» y que es desapercibido por el ser humano de No Unidad y, por ende, catalogado como inexistente o muerto, es aquello que tiene mucha menor intensidad de vibración (como los difuntos, por ejemplo). En esencia, la piedra es un alimento.
El fuego es un ser; el aire y el agua también. Los seres humanos de Unidad así lo sintieron y lo sienten. Las relaciones con estos seres, catalogados como «no vivos» por Occidente, se convierten en relaciones de crianza-alimentación mutua cuando se logra la capacidad de ver-escuchar-sentir la unidad. El agua es una madre-padre, al igual que el fuego y el aire.
El cosmos es también alimento; es un ser. La tierra recibe del cosmos una sobrecarga de electromagnetismo que se equilibra con una sobrecarga de electromagnetismo que expulsa la tierra. Esta relación complementaria -concéntrica y excéntrica- mantiene «el consenso, el equilibrio, la complementariedad, la complementación y la identidad de la Tierra con el Sistema Planetario Solar, con el Cosmos-Caosmos y con toda la Totalidad Unificada» [2] . En otra palabras, se da una relación alimenticia entre el cosmos y la tierra, hecho que convierte a ambos en alimentos que se combinan e intracombinan.
Recalquemos que es crucial romper con la idea de que los alimentos se ingieren únicamente por la boca. Los alimentos se ingieren por cada una de las células, siendo cada una de ellas una unidad-totalidad. Asimismo, el ser humano no es el único ser que se alimenta; todos los seres de la realidad lo hacen en un proceso unificado de complementación y complementariedad en el que se realizan intercambios internos-externos constantes entre y en todos los seres. Por ende, si se busca alimentar debidamente únicamente al ser humano, concibiéndolo separado de la trama de la realidad, entonces no se podrá lograr una alimentación en equilibrio. En conclusión, no se hará posible una soberanía alimentaria, pues la soberanía no pasa únicamente por el ser humano, sino por su relación con todo el entorno que lo rodea y al que contiene.
Después de lo hasta ahora dicho, enfaticemos que el alimento es la realidad misma; todo ser es un alimento en la trama inseparable de la totalidad. Todo ser se alimenta y alimenta, hecho por el cual las relaciones alimenticias son relaciones de complementación-complementariedad entre todos los seres.
El proceso de alimentación debe desenvolverse en complementación-complementariedad, consenso, equilibrio entre todos los seres de la realidad, a modo de que cada uno de ellos detone su identidad de Unidad. La alimentación es un tejido finito-infinito en el que todos los seres se combinan e intracombinan en un sentimiento de unidad indivisible.
La definición de alimentación que hemos intentado transmitir es una propuesta que se circunscribe al paradigma de la Unidad que tiene un cuerpo filosófico consistentemente elaborado con su respectiva ontología, gnoseología y epistemología. Este cuerpo se ha prestado las palabras del lenguaje occidental, pero las ha combinado e intracombinado de modo de darle una nueva esencia que redefine la filosofía hasta el punto que el sentido de ésta para occidente cambia totalmente. Así, se pasa de filosofar la realidad, desde Occidente, a asumirse la realidad misma, desde la Unidad, y por lo mismo, a no filosofar sobre ella sino a sentirse-ser ella.
La definición y concepción del proceso de alimentación debe ser construida y reconstruida para permitir materializar las políticas de soberanía alimentaria que se están desarrollando en varios rincones del planeta. Este trabajo debe partir de la superación de todo centrismo, tal que el ser humano asuma que es un alimento de otros seres y de sí mismo, sin ninguna dicotomía. Se trata de apoderarse de la descolonización y buscar la verdadera identidad del ser humano como un ser total diferente-semejante a los demás seres y dejar de ser un extraño enfrentado a otros extraños. El proceso de soberanía alimentaria tiene que romper con las separaciones y volver a la familiarización del ser humano con todos los seres de la realidad y consigo mismo. El alimento debe pasar de ser un extraño a un amigo, a un familiar y a un «yo mismo», y al mismo tiempo, el ser humano debe pasar de ser un extraño para el alimento al que él mismo alimenta, a modo de romper con las barreras de separación y abrir las puertas para que todos los seres, que son alimentos, se conviertan en espejos de la realidad, en la que cada uno pueda mirarse y encontrar su identidad de ser la totalidad.
Si tomamos en serio lo anterior, entonces los aplaudidos pero nunca realizados enunciados derivados del desarrollo sostenible y la nueva ola eco-capitalista, deben dejar de ser meros versos románticos que jamás tocan el nervio de la filosofía Occidental y sus paradigmas depredadores-dominadores, domesticadores-protectores de la naturaleza. El desarrollo es una propuesta occidental que utiliza maquillajes sostenibles, verdes y medioambientalistas para reproducirse y refuncionalizarse en su verdadero objetivo de mantener a la naturaleza como patrimonio de la humanidad, vale decir, como su propiedad.
Los paradigmas no antropocéntricos que existen pero que han sido y son bufonadas para Occidente y que, paradójicamente, encuentran cada vez más asidero en el mismo seno de la ciencia, deben ser construidos y reconstruidos; intento que hemos tratado de hacer a través de la redefinición de la alimentación. Solamente en este escenario la soberanía alimentaria podrá desenvolverse como una verdadera propuesta, caso contrario continuará siendo un discurso que adorne los paradigmas actuales de alimentación para viabilizar la lógica de la concentración y uniformización de la producción, la pérdida de la biodiversidad que desemboca en la lesión de la identidad del ser humano, y la mayor dependencia de un sistema de esclavitud regido por el hambre del mundo.
La «ausencia de lo sagrado» da pie a la «presencia» de la concepción de todo ser como un capital económico, incluido el mismo ser humano («capital social»). La civilización de la No Unidad se limita concebir racionalmente a la alimentación como el proceso de relaciones entre capitales económicos dirigidos a generar ganancias. Es decir, la alimentación no es concebida como aquella que desenvuelve la identidad del ser humano pleno, integral y total, sino como aquella que alimenta al capitalismo y su esencia de separación.
La alimentación, tal como sea concebida y practicada, permite el desenvolvimiento de la identidad del ser. Por ejemplo, la visión occidental plantea un paradigma de alimentación que permita colonizar al ser humano y a los demás seres de la realidad, convirtiéndolos en seres con una identidad mutilada. Por su parte, la visión de Unidad, plantea un modo de alimentación que unifique la identidad de todos los seres de modo que cada uno de ellos detone en auto-mutación su identidad de ser integral, de ser uno-todo, de retornar al sentimiento-pensamiento-vivencia de lo sagrado.
Finalmente y en el marco de la filosofía de Unidad, aclaramos que en ningún momento se está planteando imponer esta propuesta sobre Occidente. Como bien ya hemos explicado el principio rector es la complementariedad entre las distintas visiones. Por esto mismo, lo que hace falta es abrir verdaderos espacios a las visiones de Unidad y no sólo adjuntarlas a modo de apéndice o maquillaje de la matriz occidental.
[1] Tomamos la metáfora: «en ausencia de lo sagrado» del libro de Jerry Mander que lleva este título.
[2] GONZÁLES/ILLESCAS. Acerca del «despertar» del Thunhupha, de la tierra, del Salar de Uyuni y de Coipasa, de petróleo, gas, agua, litio y minerales radioactivos. Ediciones y Publicaciones Tukuy Rich´arina, Cochabamba. 2006:25.