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La última batalla de Gerardo Iglesias

Fuentes: El Salto [Foto: Gerardo Iglesias. Pablo Lorenzana]

Enfermo y retirado de la política activa, el ex secretario general del PCE y fundador de IU, lucha a sus 75 años porque las torturas y la represión que él y otros antifranquistas sufrieron no queden impunes.

A Gerardo Iglesias en el Partido Comunista los veteranos en Asturies lo llamaban ‘el Guaje’, palabra que en castellano significa niño, muchacho, chaval, y en el argot de la mina aprendiz o ayudante. La anécdota es reveladora de una vida ligada casi desde la cuna al movimiento obrero y el compromiso político. Iglesias suele decir que nunca hubo un momento en el que decidiera unirse al PCE, porque de algún modo él ya nació en el PCE, partido en el que militaban desde antes de la Guerra su padre, su madre y sus abuelos maternos. Fue su secretario general entre 1982 y 1988, impulsó en 1986 la creación de Izquierda Unida y a finales de 1989, para sorpresa de propios y extraños, dejó todos sus cargos para volver a su puesto de picador en la mina, donde sufrió un accidente que le destrozó la espalda dejándole secuelas y terribles dolores que arrastra hasta el día de hoy.

A sus casi 76 años Gerardo Iglesias es un jubilado que vive en un piso de un barrio popular de Oviedo/Uviéu y al que la enfermedad le impide cada vez más llevar una vida normal. Por eso prefiere no hablar con El Salto sobre la decisión del Tribunal Constitucional de dar carpetazo a su denuncia y no investigar las torturas que sufrió en 1974 por la policía franquista. Dice que su delicado estado de salud no le permite hacer esfuerzos y que está a la espera de leer los votos particulares de los magistrados discordantes, Juan Antonio Xiol, Encarnación Roca y María Luisa Balaguer, contrarios a la resolución del pleno del alto tribunal.

Las pequeñas Rusias

El Guaje nació en 1945 en La Cerezal, una aldea de Mieres, cuenca minera del Caudal. Su lugar de nacimiento era uno de esos pueblos obreros a los que en toda Europa Occidental llamaban durante el siglo XX las “pequeñas rusias” por su alta densidad de militantes comunistas. Sus primeros recuerdos de infancia están ya ligados a la lucha antifranquista. Su casa fue un punto de apoyo a la guerrilla que sobrevivió en los montes asturianos hasta principios de los años 50 y el propio Iglesias, siendo un crío, participó en estas tareas yendo a avisar a los guerrilleros a sus refugios cuando había alguna partida de la Guardia Civil al acecho.

El encarcelamiento de su padre a causa de su militancia política le obligaría a trabajar en la construcción siendo casi un niño. A los 15 entraba a trabajar con papeles falsos como minero en el Pozu Fondón, en la cuenca del Nalón. Cada día recorría diez kilómetros a pie a la ida y otros diez a la vuelta para ir a trabajar a la mina. A los 16 años ya era picador. En 1962, con 17, vive la huelgona que el movimiento obrero gana al franquismo, y un año más tarde la cruel revancha del régimen que decide imponer un castigo ejemplar al incipiente sindicalismo democrático. Será la primera vez que le detengan. En comisaría sufre cuatro días de interrogatorios y palizas a manos de Claudio Ramos, jefe de la Brigada Político Social en Asturies.

Este entronque de Gerardo con la tradición comunista asturiana se revelará como uno de sus grandes atractivos como dirigente llegados al tardofranquismo y la Transición. Uno de sus estrechos colaboradores en aquel entonces comenta que Iglesias era un referente para los jóvenes, pero también para los conservadores veteranos, que por su solera y pedigrí se fiaban más de él que de los nuevos cuadros sin raíces familiares comunistas procedentes del movimiento obrero, el movimiento estudiantil o los llamados sectores profesionales. Estos últimos, los “cuellos blancos”, liderados por el profesor universitario Vicente Álvarez Areces, posterior alcalde socialista de Xixón y presidente autonómico asturiano, serían los grandes derrotados en la fraticida Conferencia de Perlora del PCE asturiano, celebrada en marzo de 1978.

Foto: Gerardo Iglesias, durante una de las vistas de la Querella Argentina contra los crímenes del franquismo.

El PCE asturiano tenía en aquel momento 10.000 militantes y la tensión latente entre los mineros y trabajadores fabriles y el sector universitario y profesional estallaría en esta ciudad vacacional a orillas del Mar Cantábrico, resolviéndose la crisis en favor de la tradición obrerista del partido. Experimentos los justos, sería la conclusión de la mayoría de la organización.

Gerardo, a sus 33 años y ya con su característico bigotazo al gusto setentero, destacaba como uno de los grandes líderes obreros del partido. Detenido en 1967, había pasado cuatro años en la cárcel. Tras su paso por prisión, regresa al activismo en 1973 jugando un papel clave en la reconstrucción de Comisiones Obreras en Asturies, desmantelada entonces por la represión franquista. La central sindical sobrevivía en las empresas, pero sin una coordinación regional. Despedido otra vez de la mina por su militancia sindical y en la lista negra de aquellos a los que no se puede dar empleo, sobrevive como puede llegando incluso a trabajar como viajante de una marca de chocolates.

En 1976 se convierte en secretario general de CC OO de Asturies. Ya entonces, Horacio Fernández Inguanzo ‘El Paisano’, antiguo maestro de escuela y dirigente de los comunistas asturianos desde finales de los años 50, es su mentor y una figura clave que hará de Gerardo su ahijado político. En 1978 llega su hora y el Guaje se convierte en su sucesor al frente del Partido Comunista Asturiano (PCA).

Al frente del PCA Gerardo Iglesias abanderará el llamado “regionalismo asturiano de clase”: la defensa de la autonomía como herramienta para revertir la incipiente crisis económica de la comunidad. Socialistas y comunistas impulsarán en esos años multitudinarias manifestaciones bajo el lema Salvar Ensidesa es salvar Asturias, en alusión al entonces incierto futuro de la industria siderúrgica. Esta posición chocará sin embargo con el progresivo desinterés del PSOE, partido más votado en Asturies, por promover un estatuto de autonomía de máximos. El Principado se convertirá de hecho en una de las primeras autonomías de la llamada vía lenta.

En octubre de 1982 el PCE se derrumba en las elecciones generales, pasando de 21 a 4 diputados. Dentro del desastre general, los resultados asturianos son los menos malos. Santiago Carrillo, mayoritariamente cuestionado por la dirección del partido del que ha sido dos décadas todopoderoso secretario general se ve obligado a dimitir. Lo hace de mala gana. Busca para sustituirle a un hombre de su cuerda y que espera sea fácilmente manejable. El elegido es Iglesias, que acepta después de muchas dudas y una larga conversación con esa figura paternal que era el Paisano. El Guaje tiene 37 años y al poco de llegar el sector prosoviético se escinde para fundar el Partido Comunista de los Pueblos de España.

A pesar de su procedencia “carrillista”, los intentos de Carrillo de seguir manejando el partido entre bambalinas pronto enfrentarían a ambos hombres. “Yo no soy yo y la mitad de otro. Yo soy yo”, advertiría al aceptar el cargo, enviando el recado de que no asumiría tutelas en el cargo. No iba de farol. Resultado: otra escisión, el Partido de los Trabajadores de España-Unidad Comunista, liderado por un decrépito Santiago Carrillo, que se estrellaría en sucesivas convocatorias electorales hasta disolverse y Carrillo recomendaría a los suyos ingresar en el PSOE.

A pesar de la inestabilidad interna, Iglesias lograría poner en marcha una política de convergencia que en 1986 daría lugar a la fundación de IU. Acompañarían al PCE en la nueva coalición de izquierdas algunas de las fuerzas que habían hecho campaña por el no al ingreso de la OTAN en el referéndum de marzo de 1986. IU recuperará algo del terreno cedido por el PCE al PSOE, pero aún lejos de los apoyos del partido en 1979.

A pesar de la ligera recuperación electoral, Iglesias no logra consolidarse en Madrid como dirigente nacional. Hacia finales de los 80 su estrella comienza a declinar. Según uno de sus críticos de entonces, su leyenda de viva la virgen, noctámbulo, asiduo de discotecas y mujeriego empedernido, muy extendida en la villa y corte, no ayudaban a que muchos de los suyos se lo tomasen en serio. Sus maneras chulescas y su estilo autosuficiente tampoco gustan entre buena parte de los dirigentes comunistas de la capital, que le tienen por un provinciano arrogante. Un pueblerino que se ha venido arriba.

Se gana el cariño de la octogenaria Pasionaria, quizá por aquello de ser un minero asturiano joven y buen mozo, pero en el debate metafísico sobre la disolución o no del PCE parece ir inclinándose cada vez más por la opción de disolver el partido para potenciar IU, lo que enciende las señales de alarma en el sector más identitario del comunismo. Resulta demasiado moderado para la izquierda del partido y demasiado radical para el ala más socialdemócrata, encabezada por Nicolás Sartorius, con el que sus relaciones son pésimas.

“Se quedó en tierra de nadie”, comenta un ex colaborador de Julio Anguita, que reconoce de manera autocrítica que en aquel momento “fuimos muy duros con un tipo de izquierdas que se enfrentó con valentía a Felipe González”. Iglesias revelaría años más tarde que González le plantearía abiertamente en La Moncloa un tratamiento mediático amable si optaba por una oposición de bajo perfil. Lo rechazaría. Después de eso vendrían las bromas maliciosas del presidente y de Alfonso Guerra, ampliadas en la televisión pública. El vicepresidente llegaría a decir de Iglesias que “es poco sólido y parece que llega cargado a los mítines”

“Aquí son todos unos pillos. Madrid no lo soporto”, confesaría un abatido Iglesias a un amigo y compañero asturiano, al que anunciaría también su deseo de regresar a Asturies y al trabajo físico en la mina, desencantado y cansado de soportar las intrigas y conspiraciones en la capital. En 1988 cedía la secretaría general del PCE a Julio Anguita y un año más tarde la coordinación de IU. También abandonaba su escaño.

Muchos no lo creían: el 20 de noviembre de 1989 Gerardo volvía a la mina tras 12 años de ausencia. Medios regionales y nacionales aguardaban expectantes su salida del Pozu Polio, en Rioturbio, Mieres. Nadie quería perderse un momento insólito en la historia de la política española: un exdiputado saliendo de la mina. “Este es un trabajo muy duro, sobre todo estando deshabituado, pero todavía resisto. Yo no me rajo” declaró a El País a la salida de su primer jornada como picador en la capa cuatro de esta explotación de la empresa pública Hunosa. Tenía 44 años y el Muro de Berlín acababa de derrumbarse.

Foto: Gerardo Iglesias, saliendo de la mina tras su reincorporación.

Para un ex dirigente gijonés del PCE y de IU, Gerardo nunca había pintado nada en Madrid, pero en cambio podía ser un gran candidato a la presidencia autonómica del Principado de Asturias. Así lo pensaban importantes sectores de CC OO que respaldaban su candidatura. Iglesias pondría una condición para ser el cabeza de lista de la coalición de izquierdas: un amplio consenso desde las asambleas de base hasta la cúpula de IU y el PCA, cuyo secretario general era entonces Gaspar Llamazares. “Gerardo quería un proceso asambleario que respaldase su candidatura y Llamazares no estaba muy ilusionado con eso”, señala este exdirigente. Al no darse las condiciones y considerar que se le estaba aceptando de mala gana como candidato, Iglesias declinaría la propuesta y Laura González sería finalmente la candidata de IU a las elecciones autonómicas de 1991.

El ex secretario general del PCE y fundador de IU desaparecía entonces casi por completo de la vida pública. A partir de entonces solo hará algunas fugaces y esporádicas apariciones en los medios. Su accidente en la mina y su retiro por invalidez en 1992 darían lugar a una campaña de calumnias por parte del SOMA-UGT de José Angel Villa sobre el supuesto carácter fraudulento de su jubilación, que le obligarían a salir defendiendo su honorabilidad con los papeles médicos en la mano. Su abandono de IU y del PCE en 1993, entre críticas a Anguita y Llamazares. Y, por último, la puesta en marcha en 1994 de un restaurante en Xixón, de nombre La Cerezal, como la aldea en la que había nacido 50 años antes.

Manuel Vázquez Montalbán escribiría sobre el ex secretario general reconvertido en hostelero, que “de vez en cuando Gerardo Iglesias vuelve a la Historia y dice lo que piensa, lo que siempre ha pensado, sobre izquierdas, derechas y todo lo contrario, pero su vida cotidiana se mueve ahora entre sardinas rellenas y lomos a la cerveza negra, desde el placer inocente de dar de comer bien y barato dentro de lo que cabe”. Y después un gran silencio. Un silencio de casi dos décadas roto por la crisis económica y el 15M.

En octubre de 2011 Iglesias reaparecía con la publicación de Por qué estorba la memoria, un libro sobre la historia de la guerrilla antifranquista en Asturies a la que seguiría una exposición comisariada por él mismo, y un segundo libro Amnesia de los cómplices: 150 historias que claman contra la impunidad del franquismo. Emergía así un Iglesias desconocido, que había dedicado su jubilación de todo a trabajar en la documentación histórica del primer antifranquismo asturiano. Había expectación por volver a escuchar hablar a Gerardo, Gerardín para su gente, después de tantos años desaparecido de todo. La guerrilla era importante, pero lo que la gente quería escuchar sobre todo era qué pensaba de lo estaba pasando en España y en el mundo.

El regreso de Iglesias tenía lugar al calor de las grandes movilizaciones sociales del periodo 2011-2014 y las presentaciones de su libro generarían tanta expectación como 20 años atrás había generado su insólito regreso a la mina. Iglesias volvía a opinar en largas entrevistas sobre todo un poco: la crisis económica y política, la corrupción, la Transición, la memoria histórica, el 15M, el futuro de la izquierda… El desprestigio de la política profesional revalorizaba la trayectoria biográfica de un tipo honesto y fiel a sus ideas. Una nueva generación le descubría y otras anteriores le redescubrían, tal y como pasaría entonces con otros viejos rockeros de la izquierda como Julio Anguita o Xosé Manuel Beiras, otra vez de moda con el post 15M.

Iglesias volvía a estar en su salsa, cómodo con un público que acudía a escucharle y unos medios que ahora le trataban con el respeto de un gurú. En 2014 acogería con ilusión el nacimiento de Podemos, se dejaría querer por sus fundadores en Asturies y el secretario general de la formación morada, Daniel Ripa, le llegaría a sondear para ir en las listas del partido. Iglesias rechazaría la invitación no por falta de ganas, sino de salud, y quizá porque seguía conservando bastantes amigos en IU con los que no quería enfrentarse, aunque por entonces también diría públicamente y en privado que Podemos se parecía a la IU con la que él había soñado, una IU en la que siempre le había estorbado el PCE. También defendería la formación de Unidas Podemos y la confluencia de Podemos e IU con las mareas gallegas, Compromís o los comunes. Pablo Iglesias, candidato de Podemos en 2015, insistió en que Gerardo se encargara de defender en el Congreso la propuesta de ley de memoria histórica del partido morado. 

En 2016 dando por roto el Pacto de la Transición se unía a la Querella Argentina contra los crímenes del franquismo con un duro alegato contra la impunidad de la dictadura. Antes había reclamado un museo de la guerrilla antifranquista similar a los de la resistencia antifascista que existen en otros países de Europa. Luchar contra la impunidad de los últimos torturadores vivos y lograr los mismos honores de los resistentes franceses o los partisanos italianos para aquellos guerrilleros que le tuvieron en brazos siendo un niño es la última batalla del Guaje de La Cerezal.

Diego Díaz es historiador y redactor de Nortes.me

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/comunismo/ultima-batalla-gerardo-iglesias