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La veracidad de una información. A propósito de Manuel Vázquez Montalbán, Manuel Sacristán y el PSUC

Fuentes: Rebelión

Para Francesc Vicens, que acudió cortésmente, y con la puntualidad y el interés de siempre, a la cita de noviembre: por el reconocimiento a él debido. Así pues, la tarea es ardua. Se trata de recuperar la memoria de una fase histórica -la URSS y el socialismo-: una memoria que sigue siendo positiva, sobre todo […]

Para Francesc Vicens, que acudió cortésmente, y con la puntualidad y el interés de siempre, a la cita de noviembre: por el reconocimiento a él debido.

Así pues, la tarea es ardua. Se trata de recuperar la memoria de una fase histórica -la URSS y el socialismo-: una memoria que sigue siendo positiva, sobre todo en la mente de quienes sacaron beneficios, por ejemplo, los estratos ahora reducidos al hambre de la nueva Rusia mafio-capitalista. Los cuales, empero, no tienen voz, y todavía menos voz historiográfica. Su voz es tapada por el fragor de una publicística historiográfica que da con todo desparpajo la imagen más tenebrosa de imperio del mal.
Luciano Canfora (2004), «El nuevo anticomunismo de la nueva derecha post-antifascista europea»

En septiembre de 1975, Manuel Blanco Chivite fue condenado a muerte por el franquismo. El 27 de ese mismo mes fueron asesinados tres de sus compañeros y dos militantes de la ETA antifranquista. Él, y cinco luchadores antifranquistas más, fueron indultados. Con la amnistía, Blanco Chivite fue puesto en libertad en noviembre de 1977. Periodista de profesión, pasó a trabajar en Primera plana, seminario perteneciente al grupo Z que entonces dirigía Manuel Vázquez Montalbán (MVM). Algunos años más tarde, Blanco Chivite recibió el encargo editorial de escribir una biografía sobre el autor de Galíndez. Cumplió el encargo y publicó Manuel Vázquez Montalbán & José Carvalho (Madrid, Grupo Libro 88, 1992), un ensayo que en su primera parte (páginas 33-196) es una larga conversación con el biografiado.

Ya en un primer momento cuenta MVM su ingreso en el PSUC en 1961, sus primeros contactos con Manuel Sacristán y sus iniciales problemas con el partido: «Con Sacristán tuve unas relaciones completamente traumáticas, traumáticas y agridulces. Están bastante contadas en Asesinato en el Comité Central» (p. 36). Sucintamente: cuando entra en el PSUC, él está trabajando en Solidaridad Nacional, un diario de la cadena del Movimiento, lo que le ocasiona más de una incomprensión en el seno del partido, a lo que hay que sumar «algunas ocurrencias críticas sobre determinadas declaraciones de Carrillo» (la siguiente por ejemplo: al inicio de los años sesenta, se corrió el rumor de que Dionisio Ridruejo estaba organizando una operación de acercamiento de la oposición antifranquista a la Administración norteamericana sin tener en cuenta al PCE; la idea o el rumor no gustó nada a Santiago Carrillo quien declaró que si, por incomprensión de las otras fuerzas democráticas, fracasaba la política de reconciliación nacional, el PCE volvería a la lucha armada, regresaría a «las montañas». En una reunión de la célula de Universidad, Vázquez Montalbán preguntó, en tono socarrón, si los allí presentes estaban preparados para el caso, si tenían conocimientos montañísticos y si eran diestros en montañismo).

Por aquellas fechas, recordaba MVM, se encontró «catapultado» a una extraña célula de la que únicamente formaban parte Sacristán, Fontana y él mismo. Inicialmente se lo tomó como una promoción hasta que reparó en que realmente se trataba de una «célula» de observación, y que era él el observado. Sin olvidar que muy probablemente se mezclaron también factores de comunicación («Yo era una persona de un sistema comunicativo muy difícil», p. 37), el mismo Manuel Vázquez Montalbán señala que su trabajo en la Soli fue determinante. Por suerte, comentaba él mismo con ironía, el 11 de mayo de 1962, en un acto desesperado -pero acaso necesario- de expresión de solidaridad universitaria con el movimiento huelguístico de los mineros asturianos, le detuvieron y encarcelaron, lo que sin duda aclaró definitivamente la situación.

La relación de MVM con Solidaridad Nacional puede explicarse del modo siguiente. Como ha señalado el profesor Laureano Bonet, Vázquez Montalbán, además de Filosofía y Letras, estudió Periodismo en las instalaciones que la Escuela tenía en las Ramblas de Barcelona. Si en general los estudiantes mejor situados socialmente tenían las puertas abiertas en La Vanguardia o en el Noticiero Universal, los alumnos de orígenes más modestos sólo podían hacer sus prácticas en los dos diarios del Movimiento existentes en Barcelona. Un redactor-jefe de Solidaridad y profesor de la Escuela, José Manuel Aguirre, facilitó a Manuel Vázquez, y al propio Laureano Bonet, la posibilidad de trabajar en el diario como colaboradores para, de este modo, realizar las prácticas que se exigían para obtener la titulación. Bonet apenas coincidió con Vázquez Montalbán dado que empezó sus estudios un año más tarde, recalando en la Soli poco después. Aguirre, señala Bonet, era un personaje notable: falangista amargado, instintivamente antifranquista, buen escritor, y hombre generoso con los alumnos. Hacer prácticas en el diario facilitaba a la larga la posibilidad de entrar como redactor fijo en su plantilla para más tarde, como fue inicialmente la idea de Bonet, pasar a otro tipo de periódico.

Años más tarde, cuando Manuel Vázquez Montalbán trabajaba en la revista Siglo XX, Sacristán le pidió (y consiguió) su reingreso en el partido. Era 1966, antes de que se aprobara la ley de Prensa fraguista. «O sea, que vuelvo al partido sin un pan bajo el brazo. Me volví a meter en el partido y con Sacristán tuve ya relaciones intermitentes, con un cierto respeto intelectual mutuo, pero muy distantes en lo personal» (pp. 37-38), aunque con complicidades intelectuales en ciertos temas como «la desconfianza del rol del intelectual, del rol de escritor y del rol de lo literario» (p. 68).

Con algo más de detalle, algo más adelante, vuelven Blanco Chivite y MVM a conversar sobre lo sucedido. Como se señaló, durante 1961, Montalbán trabaja en la Soli y milita en el PSUC. La policía presiona y pasa informes sobre las actividades del entonces jovencísimo periodista. Para evitar su despido, el redactor-jefe del periódico -probablemente José Manuel Aguirre- lo pasa a la sección de sucesos; en la otra parte, en el PSUC, se producen incomprensiones y algún rechazo cuando MVM da algunas informaciones sobre determinados acontecimientos políticos, y, cuando, además, como redactor de esta sección de sucesos, tiene que acudir regularmente a recibir información a la Jefatura Superior de Policía de Barcelona, uno de los centros neurálgicos de la represión franquista en Catalunya.

Algunos militantes del partido reparan en ello y temen por la seguridad de la organización. Como es fácil imaginar, no había forma de comprobar credenciales. Vázquez Montalbán no era aún el conocido periodista de izquierdas que todo el mundo conocía años después, el PSUC había tenido caídas muy graves («Entrevista con Francesc Vicens», S. López Arnal y P. de la Fuente (eds), Acerca de Manuel Sacristán, Barcelona, Destino, 1996, pp. 339-363), la represión era durísima y la desconfianza, fundada o no, estaba a flor de piel. Se pensó entonces, era sólo una conjetura pero las infiltraciones policiales no eran ninguna ensoñación, que el joven periodista podía ser un confidente policial. «Se producía una sensación un poco curiosa, de ir yo con las manifestaciones de la Universidad, apartarme, entrar en jefatura de policía, recoger los sucesos del día, salir de ahí y volver a correr» (pp. 116-117). La situación se hizo insostenible: sospechas, presiones en la Soli, susceptibilidades en el Partido: «al final me dijeron en el periódico que para entrar en plantilla necesitaba el carnet del Movimiento y les dije que a ese nivel de comedia no podía llegar, y lo dejé» (p. 117).

Habían pasado trece años (insisto: TRECE AÑOS) desde la publicación de Manuel Blanco Chivite, entrevista sobre la que el propio MVM habló de nuevo en 2003, el mismo año de su fallecimiento, en un libro de conversaciones con su traductor francés Georges Tyras. En Els assassins de Franco (Barcelona, L´esfera dels llibres, 2005, ahora en segunda edición), Francesc-Marc Álvaro dedica 29 páginas (pp. 128-157), de un total de 229 (¡un 13% del libro!), a «analizar» la figura de Manuel Sacristán. Comenta Álvaro que preguntó sobre Sacristán al historiador Josep Termes, autor del prologó del anterior libro de F-M. Álvaro -Una política sense pais (2004)-, quien por su parte ha reseñado en Serra d’Or («Josep Termes (i altres) contra Noam Chomsky», septiembre 2005, pp. 26-27) el ensayo del historiador: Miseria contra pobresa. Destaco para lo que sigue, y por la loable aspiración de búsqueda de consistencia entre el decir y el hacer, un fragmento de la reseña: «[…] Para combatir este peligro [la simplificación, la pérdida de profundidad], a veces, aparecen obras de los historiadores profesionales que no se dirigen a un público erudito sino que, con voluntad de llegar a más lectores, nos dan lo que es más importante para la construcción de una sociedad madura y libre: el esfuerzo de explicación exhaustiva de la complejidad. La palabra clave es complejidad. Sin este concepto, todo trabajo de interpretación de los hechos sociales es estrecho y corre el peligro de convertirse en simple anécdota, mera caricatura o propaganda zafia» La segunda cursiva es mía y, probablemente, la última ‘o’ no tiene carácter excluyente.
Según el periodista de La Vanguardia, Termes habló de Sacristán como de un obispo ideológico (sic) que sabía utilizar muy bien el argot técnico de la doctrina, con el añadido de que «el filósofo» se movía siempre en alturas teóricas y era incapaz de tocar o registrar realidad. Según Álvaro, y cita aquí nuevamente como fuente única su conversación no fechada con Termes (quien, según parece, hasta entonces no había escrito ni hablado nunca públicamente sobre este asunto), el particular concepto que Sacristán tenía de la coherencia «le llevaba a difamar a algunas personas valiosas que luchaban contra el franquismo» (p. 148). Por ello, Sacristán no aprobó que Manuel Vázquez Montalbán trabajara en un diario de la cadena del Movimiento y decidió que no podía seguir militando en el PSUC en esas circunstancias puesto que la situación profesional del autor de El pianista le invalidaba para seguir formando parte del proyecto. Termes recuerda además que, aun no compartiendo la decisión tomada por Sacristán, según parece en solitario, él fue el encargado de comunicar a MVM la medida y de indicarle que sería mejor que no se expusiera a un juicio posterior de la dirección del PSUC dado que igualmente comportaría su expulsión. MVM acató la decisión y jamás -señaló Termes, según apunta Álvaro- explicó públicamente la ruptura, a pesar de que su círculo más próximo la conocía. F-M. Álvaro sostiene también que antes de todo ello Manuel Vázquez Montalbán había sufrido un año y medio de cárcel por su actividad antifranquista, de la que quedó libre en el verano de 1963 al ser indultado tras el fallecimiento del papa Juan XXIII, por lo que parece situar lo acontecido después del verano del año 1963.

Es casi innecesario indicar que diarios como La Vanguardia se hicieron eco de la publicación de Álvaro destacando de su ensayo, ante todo y sobre todo, la expulsión de Vázquez Montalbán del PSUC por su brazo ejecutor: Manuel Sacristán, fotografía de este último incluida. En un programa informativo nocturno de TV3-Canal 33 de amplia audiencia -«De la nit al dia»- se entrevistó a F-M. Álvaro y se le preguntó, como era previsible, por el asunto, ello, por cierto, dos días antes del homenaje universitario que se celebró en Barcelona durante los días 23, 24 y 25 de noviembre en recuerdo de la figura de Manuel Sacristán.

El 2 de diciembre de 2005, Borja de Riquer Permanyer («Frivolizar el antifranquismo», El País (Catalunya), pp. 2-3) comentó el libro de Álvaro señalando que no era «un simple divertimento lleno de chismes», sino que el ensayo escondía una perversa tesis sobre el papel de la oposición antifranquista: los progres de aquellos años eran perfectamente conscientes de que no podían matar al general golpista Franco y fueron por ello «los perfectos cómplices, y beneficiarios, de ese proceso «lleno de imposturas» que fue la transición». No es inmediato, en mi opinión, que esta tesis permanezca escondida y no esté a flor de piel en casi todas las páginas de Els assassins de Franco, pero, sea como fuere, Borja de Riquer destacaba también -eso sí, en tono muy cortés-, los frecuentes fallos de información que el libro contenía. Entre ellos, «la falsa expulsión de Vázquez Montalbán del PSUC y las erróneas adscripciones de militantes».

El 19 de diciembre, Francesc-Marc Álvaro respondía a Borja de Riquer en las páginas de La Vanguardia («Sectarismo», p. 17). Según Álvaro, el artículo de Riquer tenía la virtud de ser una prueba perfecta de las «actitudes totalitarias, excluyentes y farisaicas» que denunciaba en su ensayo, e irónica, y acaso maliciosamente, señalaba que no quedaba claro en la respuesta de Borja de Riquer si contestaba como historiador o como personaje del libro (es decir, como ex-militante de Bandera Roja), ratificando nuevamente su versión a partir de su unitaria fuente oral, sin ampliación alguna: «Confirmo, con el apoyo del historiador Josep Termes, testimonio directo de aquellos hechos, que Vázquez Montalbán sufrió la purga del que fuera mandarín de la organización más importante del antifranquismo» [la cursiva es mía]. La frivolidad de ciertas élites antifranquistas, concluía Álvaro, no radicaba en su mirada sino «en la fábula que han tejido y en la cultura política sectaria que nos han impuesto».

Josep Termes («Sobre la expulsión de MVM del PSUC», El País (Catalunya), 28 de diciembre de 2005, p. 3) volvía con fuerza y mucho brío sobre el tema. Confirmaba punto por punto la información dada por Álvaro y comentaba críticamente puntos del artículo de Borja de Riquer: Sacristán había expulsado a MVM del PSUC; no era Borja de Riquer quien militaba en el PSUC sino él («y durante largos años»), y también él, y no Borja, era miembro del «todopoderoso» Comité de intelectuales del PSUC, «en el que señoreaba Manuel Sacristán». La situación que se había originado le dolía no tanto porque se pusiera en duda su palabra sino porque «se quiere desfigurar la realidad del daño que sufrieron mis amigos Manolo y su esposa Anna, por parte de un filósofo doctrinario», término, este último, cuyo significado no creyó necesario aclarar el destacado historiador no doctrinario. Durante meses, prosigue Termes, presenció «ataques inmisericordes, crueles y destemplados contra Vázquez Montalbán», sin precisar de quién o quienes pero atribuyendo implícitamente su autoría a Sacristán. Conclusión de quien firmaba su carta como «Catedrático de Historia Contemporánea de la UPF»: Sacristán expulsó a Montalbán del PSUC y el resto «son residuos diarios de lo políticamente correcto».

Al día siguiente (29/12/2005), El País de Catalunya publicaba una carta del que fuera secretario general del PSUC durante casi una década, de Antoni Gutiérrez Díaz, en la que, después de recordar que había sido (y era) militante del partido desde 1959, afirmaba que en sus años de militancia no había conocido la expulsión y que, en todo caso, debió darse en la etapa anterior a esos años. Conjetura fácilmente contrastable: , como el mismo Vázquez Montalbán ha explicado, éste inició su militancia en el PSUC a principios de los años sesenta cuando el «Guti» ya era militante del partido. Aseguraba éste, además, que podía afirmar con conocimiento de causa que MVM había militado activamente en el PSUC hasta el punto que en el IV Congreso del Partido, celebrado en 1977, había sido elegido miembro del comité central, y no le constaba que «su militancia se interrumpiera con anterioridad a su sentida muerte».

El País de 5 de enero de 2006 publicaba en la misma sección -«Opinión del lector», p. 2- una carta de la esposa de Manuel Vázquez Montalbán. Anna Sallés reconocía haber asistido con cierta perplejidad a la polémica y apuntaba que lo mejor que podía hacerse para dar o quitar razón a unos o a otros era leer lo que el propio MVM había escrito en torno a sus «nunca fáciles relaciones con dicho partido». Remitía a la larga entrevista que Georges Tyras le había realizado, y, por otra parte, Sallés, militante del PSUC en aquel período, aseguraba que su marido nunca había sido expulsado del partido pero que, en cambio, sí fue apartado durante unos meses de la célula en la que militaba y «colocado bajo el control directo de Manuel Sacristán». Sallés finalizaba su carta recordando, con admirable e infrecuente sensatez, que «en aquellos años lo que realmente era temible era la policía franquista y no el Comité de Intelectuales del PSUC».

Preguntado Gregorio López Raimundo, ex-secretario general del PSUC y actual presidente del PSUC-viu, sobre el tema (4 de enero de 2006), comentó que él no recordaba nada que tuviera que ver con ninguna expulsión, y que, en el caso de que se hubiera producido, los restantes miembros del comité ejecutivo y él mismo deberían haberlo sabido; señaló, por otra parte, que si hubiera habido expulsión tenía que haber habido readmisión posterior y está, aseguraba, jamás se había producido. Días más tarde, López Raimundo recordó, sin poder dar más detalles, una carta que Manuel Vázquez había hecho llegar a la dirección del partido quejándose del trato y actitud de algunos militantes en aquel período.
En conversación telefónica de 26 de enero de 2006, Xavier Folch, dirigente del PSUC durante largos años y ex-director de l´Institut Ramon Llull de la Generalitat de Catalunya, recordó que MVM fue mirado con cautela por la dirección del PSUC en los momentos iniciales de su militancia: joven, muy joven, estaba trabajando como periodista en un diario del Movimiento (donde por cierto, apuntó Folch, jamás escribió nada indigno aunque sí, ciertamente, cosas anodinas). Un dirigente del partido, que Folch no pudo precisar, encargó a Sacristán la formación de «una falsa célula» en la que militaran exclusivamente el propio Sacristán, MVM y Josep Fontana (sin que nadie explicara a este último lo que estaba ocurriendo), con ánimo de, digamos, comprobar el comportamiento de Manuel Vázquez Montalbán.

Folch señaló también que, posteriormente, habló con los tres implicados y que todos ellos coincidieron en sus opiniones: al cabo de unas cuantas reuniones, Vázquez Montalbán se dio cuenta de que lo que discutían y planificaban no tenía ningún efecto práctico, no conducía a ninguna acción política y se marchó irritado. Tiempo después, Folch apuntó que Manuel Vázquez Montalbán volvió a militar en otra célula de intelectuales del PSUC. Recuerda también conversaciones con Sacristán sobre este tema en los años setenta en las que éste decía no estar nada satisfecho por lo sucedido. El propio MVM, según Folch, recordaba con ironía y con mucha distancia lo sucedido. Folch no sabe qué militante del partido pudo haber transmitido a la dirección sospechas sobre el comportamiento de Vázquez Montalbán pero recuerda haber oído a Anna Sallés hablar de conjeturas, simples conjeturas, del propio MVM sobre este punto, que transitan en direcciones muy opuestas a las que Álvaro señala en su ensayo sobre Franco y sus asesinos.

En una conversación en el Instituto de Historia de la Universidad Pompeu Fabra, de 11 de enero de 2006, Josep Fontana acotó en sus justos términos «la omnipotencia» del comité de intelectuales del PSUC en los años a los que Termes se refería. Cuando se produce en incidente con MVM, el comité lo formaban Sacristán, Jaén (un psiquiatra ya fallecido), Luis Goytisolo y él mismo, y su «omnipotencia» era más bien la búsqueda de una incidencia pública decorosa. Recordó Fontana una reunión en la casa de Sacristán en Valldoreix, sin poder precisar fecha, en la que sólo estuvieron presentes Manuel Vázquez Montalbán, Sacristán y él mismo. Cuando aproximadamente un año después, hacia 1962, Fontana fue a a llevar un regalo de boda a Anna Sallés y MVM, este último estaba irritado, enfadado, se sentía aislado, lo habían «aislado». Los responsables del aislamiento pudieron ser Sacristán y alguna persona más, aunque Fontana no afirmó nada con certeza sobre este punto. Él nunca tuvo información alguna sobre lo que se había planificado. Probablemente, apuntó, el que MVM trabajara en Solidaridad Nacional podía explicar en parte la medida tomada. Fontana afirmó también que, posteriormente, nunca habló con Sacristán sobre este tema.

En parecidos términos se había expresado en la librería La Central de Barcelona (2 de marzo de 2005), en la presentación de la biografía política de Sacristán que Juan-Ramón Capella había publicado recientemente en la editorial Trotta: la relación entre ambos, comentó Fontana, fue larga, lógicamente más intensa cuando estaban organizados, más esporádica después, buena casi siempre, menos en una etapa en que se enfadó «muy seriamente porque [Sacristán] me implicó en una operación absurda de aislamiento a Vázquez Montalbán que acababa de entrar en el PSUC. Fue un error, uno de los tantos errores que Manolo cometió, no en el terreno de las ideas, pero sí en el de las personas» (transcripción: Jordi Mir García).

En La práctica de Manuel Sacristán (Madrid, Trotta, 2005), Juan-Ramón Capella señala que Sacristán fue una persona rigurosa en los planos político y moral, rigor que empezaba por aplicarse a sí mismo pero que en el trato con los demás podía dar lugar a algunos desencuentros. Así, «Sacristán jamás pudo comprender que un militante como M. Vázquez Montalbán, recién salido de la Escuela de Periodismo y de la cárcel, entrara a trabajar en Solidaridad Nacional» (p. 62). La Soli, recuerda Capella, era un diario del Movimiento que se había apropiado de las instalaciones de la publicación anarquista Solidaridad Obrera.

Igualmente, en «Sobre la marginación de Manuel Sacristán» (Un ángel más, nº 5, 1989, pp. 75-80), después de señalar comentarios de muy distinto tono sobre el falangismo juvenil de Sacristán y sobre asuntos políticos de los años cincuenta por parte de los Goytisolo, Joan Ferraté, Castellet, Barral, Raventós, Capella apunta que no es de extrañar que las intervenciones de Sacristán se vieran con esas anteojeras: «[…] tal puede ser el caso de Vázquez Montalbán, en cuyas novelas anteriores a la muerte del filósofo ha de encontrarse siempre un profesor comunista sectario y lleno de prejuicios, o citas de Sacristán puestas en boca de los personajes del guiñol» (p. 77).

En su biografía política, Capella sostiene también que «Vázquez Montalbán ironizó con exceso sobre mientras tanto en su novela Asesinato en el Comité Central» (p. 234). Seguramente, sin embargo, en La literatura en la construcción de la ciudad democrática (Barcelona, Crítica 1998, pp. 107-111), MVM, al reflexionar sobre la presencia hegemónica del autodenominado pensamiento débil y sobre el papel de la resistencia crítica, se refiere elogiosamente al papel cultural y político de mientras tanto, analiza la carta de la redacción del número 1 de la revista, reproduce uno de sus fragmentos centrales y comenta en torno a este paso: «Se percibe la entonación místico-materialista de Manuel Sacristán, el filósofo español marxista mejor armado de método y lenguaje que desempeñara una importante tarea marxistificadora de la inteligencia universitaria a partir de 1956 y muy especialmente de la catalana».

Tras el fallecimiento de MVM, Gregorio Morán le dedicó una de sus «Sabatinas intempestivas»: «Vázquez Montalbán, póstumo» (La Vanguardia 29/11/2003, p. 26). Señalaba aquí Morán que «Manolo Vázquez Montalbán fue el hermano mayor de esa generación [la suya, la de Morán], el eslabón inicial de la cadena que dejara rota otro Manolo, Manolo Sacristán. Entre dos Manolos se formó, se desarrolló y se gangrenó una generación de la izquierda real de este país». En otra sabatina anterior («Rompamos todos los espejos», Llueve a cántaros, Barcelona, Península, 1999, p. 128), ésta de 2 de mayo de 1992, Morán apuntaba que también existía una cultura de la izquierda autóctona (de la catalana), aquella que no se atrevía a asumir tantas cosas; entre ellas, algunas tan graves como que fuera Manuel Sacristán quien no permitiera la entrada en el PSUC a Jaime Gil de Biedma por homofobia.

A este asunto se refería igualmente en Miseria y grandeza del Partido Comunista de España 1939-1985 (Barcelona, Planeta, pp. 480-481). Para el autor de El maestro en el erial, Sacristán, a diferencia de Azcárate, «era intransigente hasta lo enfermizo. Señalar sólo su lado heroico dejaría su figura descabalada, porque lo atractivo era también su papel de pontífice laico; tenía que el saber de los dioses y la intransigencia de los profetas», sosteniendo a continuación que Sacristán había marginado del partido a MVM porque sospechaba que tenía «concomitancias con la CIA», sin precisar nada más sobre este punto.

Como señalaba Anna Sallés, el propio Manuel Vázquez Montalbán habló y escribió sobre sus relaciones con el partido y con Sacristán en varias de sus obras y en algunos artículos. Incluso, como él mismo comentó («Contribución a la creación de un mito», El País, 28/8/1985), llegó a escribir un poema contra Sacristán «en tiempos de silencio y que, por lo tanto, publiqué en una revista argentina hace más de 20 años, Cormorán y Delfin se llamaba la revista» y que luego nunca reprodujo en ninguna edición de sus libros de poemas.

En Pasionaria y los siete enanitos (Barcelona, Planeta, 1995), MVM hizo referencia a Sacristán en tres ocasiones: en la primera (p. 156), lo presenta, frente a Tamames, como cabeza de la izquierda intelectual del PCE; en la segunda, al dar cuenta de la estancia de Claudín en Moscú y sus estudios de marxismo-leninismo, señala que ello convirtió a Claudín «en uno de los pocos miembros de la dirección capaz de elaborar un discurso teórico sólido, en paralelo al nivel intelectual que desde España trataba de legitimar una cabeza privilegiada como la de Manuel Sacristán, el desaprovechado intelectual del PSUC» (p. 280) y en la tercera (p. 353) recuerda el prólogo que Sacristán escribió para Historia y vida cotidiana de Heller.

En las conversaciones con Georges Tyras a las que se refería Sallés (Geometrías de la memoria, Granada, Zoela ediciones, 2003), comenta Manuel Vázquez Montalbán su vinculación orgánica al PSUC, en el que había entrado y salido varias veces. En apretada síntesis: MVM estudió 3er curso de Periodismo en Madrid, en 1959-1960, cuando tenía 19 años, período en el que tuvo responsabilidades en el Frente de Liberación Popular (FLP); volvió en 1960 a Barcelona, conoció a Anna Sallés (con la que se casó en diciembre de 1961), empezó a trabajar como redactor de la Soli y fue en aquel mismo año cuando reflexionó sobre su militancia política: «empecé a barajar la posibilidad de que yo y mis compañeros no nos hubiéramos pasado al Partido [PSUC-PCE], en realidad, por miedo» (p. 27). Si la policía franquista, recuerda, te detenía como militante del FLP o de los socialistas te caía un paquete normal, una paliza relativa, pero si la detención era por militancia comunista «te machacaban, te aplicaban inmediatamente el delito equivalente al de rebelión militar y podían sentenciarte a 10, 15 o 20 años… La única instancia organizada era el Partido; todos los demás eran demócratas bajo palabra de honor», acaso la resistencia silenciosa sobre la que ahora se teoriza con enorme generosidad, mucho detalle y cierta empatía. Tras largas conversaciones con dirigentes del FLP, quienes estuvieron a punto de ponerle comisarios personales detrás, entró en el PSUC-PCE. A los pocos meses de su entrada, «ya me montaron un juicio interno, de análisis de mi conducta, por mis sarcasmos y mis críticas». En mayo de 1962, fue condenado «y eso me pone a salvo de cualquier sospecha». Al salir de la cárcel se separa él mismo del partido para reflexionar y, al estallar la crisis Claudín y Semprún en 1964, «personas a quienes yo estoy más próximo que a nadie en ese momento», decide tomarse un período político de vacaciones pero es Sacristán, entonces miembro del comité ejecutivo del PSUC, quien «viene a pedirme el reingreso». Cuando en 1968 estalla una crisis por cuestiones de internacionalismo, vuelve MVM a pedir una excedencia, pero al aprobarse la Ley de excepción de 1969 solicita de nuevo el reingreso que se le deniega «porque desconfían de mí», sin precisar quién o quienes, y en momentos en los que Sacristán tiene ya serias divergencias con la dirección ejecutiva del PSUC (Giaime Pala, «‘Sobre el camarada Ricardo». El PSUC y la dimisión de Manuel Sacristán»,mientras tanto 96, 2005, pp. 47-75). Manuel Vázquez Montalbán se vincula nuevamente al partido en los años setenta y, sorpresivamente, es elegido miembro del comité central a pesar de figurar en una lista alternativa a la lista oficial.

Tyras señala en otro momento de la conversación (pp. 121 y ss) que hay un personaje en Asesinato en el comité central, novela de la serie Carvalho escrita a principios de los ochenta, que le fascina: Cerdán, que es claramente un representante de Sacristán «con quien mantuviste una relación más bien conflictiva». MVM responde en neta consistencia con anteriores declaraciones: siempre había estado cerca y lejos de Sacristán, cerca porque le había fascinado su máquina de pensar y su capacidad para el análisis, y lejos por su escasa capacidad para registrar la realidad y por «vivencias personales de nuestra relación política, durante los primeros años de mi militancia, que fue conflictiva, casi traumatizadora, y las más de las veces, no muy agradable». Pero, insiste, «siempre he apreciado su capacidad de diagnóstico y su dimensión intelectual».

Cerdán-Sacristán aparece en Asesinato en el Comité Central (Barcelona, Planeta, 1981) en la página 50 como líder, como «un prometedor líder que había asimilado el lenguaje del partido y permitía que el partido se reconociese en él». Construye entonces Vázquez Montalbán un diálogo entre Cerdán-Carvalho que arroja, como él mismo señaló, claros indicios sobre lo que pudo hacer sucedido: «-Al menos me he librado del juicio por indisciplina -dijo Carvalho cuando pudo tumbarse en el jergón de la celda que compartía con Cerdán y un obrero de la Maquinista al que le habían roto la clavícula durante los interrogatorios. / -Olvídalo. Ha sido un malentendido. / -¿A qué me habríais condenado? -Son tiempos duros, Pepe. Si juzgas duramente la incomprensión de los demás, juzga también duramente tu propia incomprensión». Y algo más adelante: «-La cárcel no es deseable. No te da un certificado de calidad combatiente. Pero es una experiencia necesaria en la vida de un revolucionario. A ti te ha hecho un favor enorme. / -¿Por qué? / -Tu conducta fuera había levantado sospechas. Incluso se te vio un día saliendo de Vía Layetana y desde arriba me dijeron que te vigiláramos, que podías ser un confidente» [las cursivas son mías].

Cerdán reaparece más tarde en la página 87 (giro ecologista de Sacristán), páginas 96-97 (en tono irónico), pp. 101 y ss (asuntos bibliográficos, cena, lenguaje), pp. 111-112 (recuerdos), pero lo esencial sobre la relación inicial entre ambos está ya apuntado.

A esta desconfianza se refirió también MVM en una conversación con Haro Tecglen para Ajoblanco (coordinada por Óscar Fontrodona y José Ribas, enero 1993, ahora en www.vespito.net): «Un día, Manuel Sacristán, en una época en que yo pensaba que me estaba promocionando, y en realidad me estaba observando ideológicamente, me habló de la muerte del maqui libertario Quico Sabater…» -, y en una entrevista con El País de Catalunya, con ocasión de su nombramiento como doctor honoris causa de la Universidad Autónoma de Barcelona.

El 23 de febrero de 1978 Sacristán y Vázquez Montalbán protagonizaron un importante debate «Sobre el estalinismo» en el convento de los Capuchinos de Sarrià. Muchos de los asistentes, en su mayoría activos militantes del PSUC, aún recuerdan el tono de la discusión, los argumentos esgrimidos, la dureza de algunas intervenciones. La conferencia central de Sacristán (editada anteriormente en mientras tanto nº 40, 1990, pp. 147-158, transcripción de Juan-Ramón Capella) y sus posteriores intervenciones en el coloquio han sido editadas recientemente (Manuel Sacristán, Seis conferencias. Barcelona, El Viejo Topo, 2005, pp. 27-54), y la grabación de gran parte del debate está depositada en Reserva de la Universidad de Barcelona, fondo Manuel Sacristán. Leer la transcripción, o escuchar las intervenciones, muestra, aparte de lo que en aquellos momentos aún creía y sentía una parte del movimiento comunista sobre Stalin, el estalinismo y la construcción del socialismo, la coincidencia de las posiciones de ambos, su empatía, su relación cordial y que, seguramente, en el ánimo de ambos estuvo superar antiguas discrepancias que se había producido en el seno de un colectivo en circunstancias nada fáciles para la amabilidad, la confianza y la franqueza.

Suena a lugar común pero también aquí habría que recordar aquel paso del poema de Brecht («A los por nacer») que Sacristán tradujo en varias ocasiones y que acostumbraba a regalar a sus compañeros del Comité Central del partido:
[…] Mas no por ello ignoramos

¿Qué pudo ocurrir entonces en lo que respecta a la supuesta expulsión de Manuel Vázquez Montalbán del PSUC? Probablemente, tal como se ha recogido, la situación puede resumirse así: el trabajo de MVM en Solidaridad Nacional y algunos de sus trabajos periodísticos, sus visitas a la Jefatura Superior de Policía por motivos profesionales pudieron ser interpretadas -y de hecho, según el propio MVM, fueron interpretadas así- por militantes del PSUC como visitas de un posible confidente, que entonces era un desconocido y que trabajaba además en un diario del Movimiento, a aquel activo y odiado centro represor. Esas circunstancias, el alto riesgo que entonces se corría (Delgado y Granados fueron asesinados a garrote vil en agosto de 1963; Grimau, innecesario es recordarlo, había sido salvajemente torturado, condenado a pena capital y asesinado), informaciones erróneas que pudieron transmitirse, hicieran sospechar de MVM, abonar la creencia que podía tratarse de algún policía infiltrado y que era prudente tomar algunas medidas organizativas. ¿Qué medidas? Hacerle militar en una célula organizada ad hoc, sin intervención política práctica, hasta que se tuviera la seguridad de que no representaba ningún peligro para la organización. Lamentablemente -el fascismo español no fue una invención, no fue sólo un «régimen autoritario»-, fue la estancia en la cárcel de Manuel Vázquez Montalbán la que disipó las dudas y el reconocimiento del Partido con la figura y obra de Vázquez Montalbán no tiene resquicio alguno.
Sin duda, Sacristán jugaría un papel importante (aunque no es probable que fuera en soledad unitaria) en la toma de decisiones, dado que entonces era responsable o uno de los responsables del frente intelectual. Las personas, todas ellas, incluidos Vázquez Montalbán y Sacristán, viven su tiempo y sus circunstancias, y estas últimas no eran fáciles ni amables. No hay que olvidar, por otra parte, las diferencias de carácter, las dificultades comunicativas que entre ambos pudo haber y a las que el mismo MVM se refirió en algún momento, incluso la concepción no totalmente coincidente que cada uno pudo tener del compromiso del intelectual, de su vinculación partidista y de sus relaciones con medios e instancias de la «sociedad civil».

Después del fallecimiento de Sacristán, MVM escribió tres artículos sobre él que ayudan a entender algunas cuestiones de este debate y, en general, arrojan luz sobre aproximaciones a nuestro pasado más reciente. En «Manuel Sacristán y el compromiso intelectual» (Nuestra Bandera, nº 131, 1/11/1985, pp. 8-10), admitiendo y reconociendo que Sacristán pudo resultarle «fascinante o entrañable pero jamás simpático», MVM señalaba que al hilo de su fallecimiento alguien había apuntado que «un Sacristán comprometido y excesivamente rígido habría hecho difícil la militancia de camaradas con los que no conectaba humanamente y luego, un Sacristán hipercrítico ante el posibilismo adquirido por los partidos comunistas, habría propiciado la deserción de militantes o el no es esto, no es esto de un sector de la inteligencia paramarxista». Y apuntaba a continuación: «De mi propia experiencia personal deduzco que algo de verdad puede haber en lo primero y en lo segundo pero se trataría de una verdad insuficiente si la personalizamos en Sacristán y no entendemos en la realidad de lo que era el compromiso, la militancia, el intelectual orgánico colectivo en aquellos años que ven el relanzamiento del partido después de los sucesos de Barcelona en 1951 hasta su palpable instalación en el tejido social del país a comienzos de los años sesenta» [la cursiva es igualmente mía], señalando con prognosis muy probable que la lista de militantes descomprometidos a causa del hipercriticismo intelectual de Sacristán serían, acaso, un mero apéndice, cuando no una nota a pie, al final de tres gruesos tomos de desenganchados «por culpa de la fiebre del heno pragmático».

Apuntaba además Vázquez Montalbán una interesante clave para comprender posteriores comportamientos políticos de Sacristán (caso Claudín-Semprún, actitud ante las críticas estudiantiles a la burocracia del partido, disciplina partidista, no exteriorización de sus discrepancias con el aparato del partido): Sacristán se conocía a sí mismo y creía conocer al intelectual que por motivos éticos se convierte en compañero de viaje de la clase obrera pero que, nada más se inicia el camino «empieza a encontrar peros al calzado, luego al camino» y finalmente a la propia clase obrera y a sus organizaciones, e incluso a las finalidades del movimiento.

En el mientras tanto especial dedicado a Sacristán (nº 30-31, mayo 1987), Manuel Vázquez Montalbán contribuyó con un artículo titulado «Entre el desmarque y la usurpación» (pp. 81-84). El tema central de su escrito es otro distinto: la razón de la disidencia de Sacristán, sus críticas a las posiciones políticas del PSUC-PCE durante la transición y su búsqueda de una reconstrucción del ideario comunista. Pero algunas pasos merecen destacarse: «clarificar mi relación personal y difícilmente transferible con Sacristán es una de mis asignaturas pendientes», «(…) a los que le habíamos conocido, y padecido, como comisario intelectual con más complejo por ser intelectual que comisario, nos sorprendió su en apariencia repentino desmarque del aparato del PCE-PSUC», «sigo creyendo que aquella batalla concienciadora debió darse intramuros de los comunistas más organizados y no extramuros, por las facilidades que daban los tiempos y las intenciones para marginar todo lo que no alimentaba el frenesí pragmático. Al fin y al cabo, se concedieron a las actitudes sacristanescas estatuto de rarezas del espíritu marxista, desconectadas de una voluntad de practicar el viejo principio, convertido en truco, del análisis concreto de la situación concreta».

Por último, en El País de 28 de agosto de 1985, al día siguiente del fallecimiento de Sacristán, Manuel Vázquez Montalbán publicó un artículo titulado «Contribución a la crítica de un mito». Lo dictó por teléfono la tarde anterior («a más de 100 kilómetros de distancia de su muerte, con el teléfono de EL PAIS en el pecho»), sin apenas tiempo para la reflexión pero acertando, y de qué manera, en lo básico. Recordaba algunas de las cosas apuntadas («Le admirábamos todos. Luego algunos le adoraron y otros incluso le odiamos, aunque fuera transitoriamente», «detrás de la frialdad de los cristales de sus gafas se percibía una ternura expiatoria que le predisponía a una gran indulgencia hacia los nuevos y necesarios hacedores de la historia y un gran recelo hacia su propia casta, la de los intelectuales pequeño burgueses en ocasiones víctimas del espejismo de un desamor de clase transitorio») y finalizaba señalando: «Sospecho que el personaje Sacristán podría ser reconstruido hasta lo irreconocible si nos lo dejan a sus contemporáneos o a sus discípulos. Deberíamos tener una reunión previa donde reconocer el inmenso impacto que causó en nuestras vidas mentales y prueba de ello es que siempre fue tema de nuestras mejores y peores conversaciones. Nunca se ayudó excesivamente a sí mismo a delimitar su propio personaje. Por su casi secreto amor al teatro tal vez imaginó que, una vez muerto, todos subiríamos al escenario y, al tratar de reconstruirlo, sólo hablaríamos de él como nuestro problema».

Después de lo apuntado, ¿es aventurado creer, es un mero enroque defensivo señalar, que algunos ciudadanos están subiendo al escenario, discutiendo aparentemente de forma precipitada, sin ratificación de fuentes y en tono poco empático de Sacristán y sus intervenciones y comportamientos políticos, pero que de hecho, en el fondo, están hablando de sus creencias y posiciones políticas actuales, de sus intereses, de la reconstrucción de su memoria, de la búsqueda de un determinado papel en la pequeña Historia reciente, de sus fobias y filias, incluso de sus deseos más arraigados, queriendo colocar a los movimiento comunistas del siglo XX, a todos ellos, y a sus protagonistas, incluido el movimiento comunista español, en el basurero de la Historia, al lado del fascismo y del nazismo si la ocasión lo permite, y no siempre, por lo demás, de forma documentada, razonable y con trabajada perspectiva histórica que son, solemos decir, condiciones mínimas de eso que llamamos «trabajo intelectual honestamente realizado»?

Nota: Francisco Fernández Buey, Albert Domingo Curto, Josep Mª Fradera, Iñaki Vázquez, Giaime Pala, Guillermo Lusa, Higinio Polo, Enric Tello y Xavier Juncosa me han señalado diversos errores y faltas argumentativas en anteriores versiones de este escrito. Josep Fontana, Xavier Folch y Gregorio López Raimundo me atendieron con cortesía. Jordi Mir Garcia me ha facilitado bibliografía y me ha facilitado transcripciones. Gracias a todos ellos. De las probables deficiencias de esta versión, sólo yo soy responsable; la mínima justicia me obliga a señalar que sus posibles méritos, deberían tener reconocimiento colectivo: su autoría apunta en esa dirección.

Una versión reducida de este texto ha sido publicado en la revista El Viejo Topo del mes de febrero.