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No neck blues band, la vanguardia neoyorquina del siglo XXI

La vida como improvisación

Fuentes: Rebelión

Hubo una época neoyorquina que quedó definida, más que por un contenido político explícito, por la reivindicación artística de una individualidad que debía pelear contra el conformismo social y el deseo mimético. Era el tiempo de la mirada de De Kooning y de la aparición en las salas mayores del ímpetu liberador de Charlie Parker y Dizzy Gillespie. En ambas formas culturales, surgidas de rincones dispares, se hacían evidentes los motivos por los que Nueva York se había convertido en la capital intelectual del mundo, y todos ellos terminaban por sintetizarse en una exigencia crítica de libertad y en su articulación desde un notable elitismo.

 

 

En las obras populares, cuyo expositor primero era el cine realizado en Hollywood, el impulso liberador era habitualmente subterráneo, sólo posible en las obras de género, como el cine negro o el western, donde las referencias a una sociedad corrupta, movida únicamente por el dinero o simplemente en vísperas de su autodestrucción, podían ocultarse tras estereotipos eficaces. En esa división territorial, el ámbito popular quedó representado por la industria hollywoodiense y la alta cultura fijó su residencia en la ciudad de los rascacielos.

 

Quizá por ello, no hubo celebraciones en Nueva York cuando nació el rock and roll. Incluso cuando, décadas más tarde, la ciudad tomó el pulso a un género por esencia rítmico, feroz y juvenil, lo hizo desde una perspectiva distante, añadiendo al impulso callejero dosis de aliento poético. Allí estaban Patti Smith y Television, alusiones a Rimbaud y Verlaine, al malditismo y al esteticismo acentuado. Incluso la faceta más banal y divertida de la ciudad, que también existía, como el estúpido y veloz rock and roll de The Ramones, fue habitualmente despreciada hasta su reivindicación punk.

 

De ese lugar, físico y espiritual, procede la No neck blues band. Son, sin manifestarlo explícitamente, uno de las cabezas visibles del llamado New Weird America, movimiento apócrifo y disperso que recoge músicas tradicionales y las dota de vestiduras irreconocibles. Y no son los trazos estilísticos los únicos sujetos a novedad.

 

Nnck están formado por ocho miembros: se reúnen semanalmente para tocar en parques públicos, tejados, galerías de arte. No hay estructura prevista; cada uno de ellos elige el instrumento que tocará en esa ocasión, no hay repertorio prefijado, ni siquiera existen canciones tal y como las conocemos. Lo que surge de sus actuaciones, y lo que aparece en sus numerosas grabaciones, es el momento mismo, la manera en que interrelacionan dando forma a un cuerpo sonoro común. Para Dave Nuss, «lo que hacemos fluye desde nuestro interior y trata sobre cómo ponerse de acuerdo con los demás. Nuestra música no tiene nada que ver con algo que elijamos, no tiene nada de un propósito consciente de llegar a algún sitio prefijado».

 

En realidad, reflejan mejor que ninguna otra banda la continuación contemporánea de ese entorno vanguardista urbano que aunaba crítica social y elitismo formal. Sus obras, numerosas, suelen venderse en sus conciertos y consisten en cdrs (o vinilos) de tirada muy escasa (no más allá de 50 copias) «Nadie hace dinero con nnck, afirma Dave Nuss, «No es algo que figure entre nuestras prioridades. Sólo queremos conectar con los demás». De hecho, sólo un par de sus álbumes poseen una distribución más amplia. Sus últimos trabajos, Qvaris (5RC, en España Green Ufos) y embyonnck (Staubgold) una colaboración con la banda alemana Embryo, son los más accesibles de toda su discografía. Lo que no quiere decir mucho: su apuesta por la ausencia de canción, (traslación musical de la ausencia de narrativa y representación que opera en otras áreas) les hace poco aptos para un consumo popular.

 

La segunda novedad tiene que ver con la concreción contemporánea de ese deseo de liberación que operaba en la creación artística de Nueva York y que luego fue recogido por la música popular anglosajona de las décadas centrales del siglo XX. El we gotta get out of this place, ese deseo de huir de las restricciones sociales y de alcanzar una vida con mayores posibilidades de elección, se convierte en algo sustancialmente distinto: se vuelve interior. «Ese lugar del que queremos escapar» asegura Dave Nuss » no es un lugar real, ¿sabes? Se aloja en nuestra mente».

 

Ya no hay, por tanto, una referencia al exterior como espacio opresivo, sino una necesidad de encontrar fuentes de contacto y comunicación con los otros que permitan huir de la alienación privada. Si a mediados de siglo Buñuel condenaba a su burguesía a la colaboración para poder salir de la habitación inexpugnable de El ángel exterminador, a principios del XXI la relación con los demás opera calmando nuestras ansiedades: es la necesidad de cercanía, de cooperación y de contacto la que se nos aparece como asunto central. «Ninguno de nosotros piensa en sí mismo, simplemente trata de agarrarse a un impulso colectivo que surge espontáneamente. Sólo tenemos que situarnos dentro de él y dejarnos llevar», asegura Dave Nuss.

 

Sus conciertos, pues, estarían mucho más cerca del ejercicio terapéutico colectivo que de la creación cultural como vía de transmisión de una verdad sólo entrevista. A pesar de que este mismo año, editado por la galería Green Naftali, vio la luz The collective imaginnings of Quantarenius, Cook and co, una respuesta en forma de exorcismo sonoro a la reelección de W. Bush, el único mensaje explícito que reconocen reside en su misma actividad. «Nuestra posición política -resalta Nuss – consiste en hacer lo que hacemos». Sin duda, parecen pertenecer a esa generación de artistas que cree que arrinconar la belleza, la racionalidad, el sentido y la coherencia formal supone una apuesta política rupturista. Y si habitualmente tales opciones sólo sirven para situarse en un exterior estéril, a veces funciona. Lo vemos en su anécdota más famosa. El ayuntamiento neoyorquino regula los espacios públicos en los que permite realizar actuaciones gratuitas y asignó a nnck uno de ellos, frente a un restaurante al aire libre. Cuando la formación anterior, un trío que interpretaba música clásica, dejó el lugar a la nnck, la clientela huyó despavorida. El dueño del restaurante se encaró con la banda, cortó el suministro eléctrico y finalmente hubo de intervenir la autoridad pública. Quizá porque lo que hoy parece perturbador no son las ideas o las consignas que se emitan, sino su ausencia de validez comercial. «Hay quien quiere utilizar los espacios públicos para ganar dinero; nosotros preferimos utilizarlos para el arte. No es problema nuestro si a la gente no le gusta».