Primero, algo, lamentablemente, personal. Al referirme a los textos y algunas concepciones de la doctora Alina B. López Hernández no me he propuesto yo, (ni podría hacerlo) competir con sus conocimientos especializados, ni mucho menos debatir en un terreno del saber donde no tengo la misma competencia. Por esa razón, cuando desde la primera vez […]
Primero, algo, lamentablemente, personal.
Al referirme a los textos y algunas concepciones de la doctora Alina B. López Hernández no me he propuesto yo, (ni podría hacerlo) competir con sus conocimientos especializados, ni mucho menos debatir en un terreno del saber donde no tengo la misma competencia.
Por esa razón, cuando desde la primera vez que me llamaron la atención sus ideas, y su respuesta a un texto mío fue subtitularlo con una exhortación a la polémica, a más de divertirme con ciertas ironías elitistas, como suponer un banal orgullo por mis apellidos, con la sugerencia añadida de que no estarían en correspondencia con mis saberes, opté por no responder. Como recordaba el Quijote, no agravia quien quiere hacerlo.
Mi interés al publicar las consideraciones que me provoquen un tema o autor cualquiera, es compartir con el posible lector el tiempo o el esfuerzo que haya aplicado, con la esperanza de que pueda serle útil. Por otra parte, considero que «nobleza obliga», y, por tanto, el especialista o erudito que tenga que acudir a la ironía elitista para refutar a quien le adverse una concepción, deja mucho que desear con respecto a la sabiduría que, como se sabe, es algo muy diferente y superior a la información, o la erudición.
En efecto, hay medios donde para mí no sería ningún honor dar a conocer lo que escriba, y con toda franqueza, La Joven Cuba, hasta el momento, no es uno de ellos. Opino y escribo a título personal, sin alianzas ni contubernios con ninguna institución o persona, aunque cierta paranoia mediática no pueda concebirlo, quizás porque su aparición en ciertos medios sí obedezca a determinadas alianzas o filiaciones ideológicas, en busca de notoriedad, o vaya a saber con qué objetivos. Cuando algún texto es publicado en Cubadebate, Rebelión, u otras varias plataformas que lo han replicado, ha sido por iniciativa de algún otro lector. Sólo una vez envié uno a Rebelión.
En cambio, sí tengo como un honor que ninguno de mis textos, y ninguna de mis ideas, jamás han tenido, ni tendrán, resonancias y acogimiento alborozado en otros «ciertos» medios que alegremente se disponen a difundir cuanto vaya a tono con sus objetivos. Por algo será que ocurre eso, y lo contrario.
Leo y reflexiono desde la posición del hombre común que, no por serlo, debe estar ajeno a los aportes intelectuales. Pero en mi caso, no buscando principalmente los frutos de la erudición, aunque también ello produce placer, sino interesado en su resultado definitivo y más importante: la propuesta de fondo, la ideología que está en el fundamento del investigador o pensador, su cosmovisión y, desde allí, lo que difunde, útil o inútil, al imaginario social que contribuyen a crear.
Tengo en cuenta que el ciudadano común, pero interesado en informarse y reflexionar, sostiene y fundamenta sus decisiones políticas e ideológicas, en una alta probabilidad, no sólo impulsado por las perentorias necesidades materiales, sino también por la cosmovisión que se va formando, en no poca medida, por la influencia de las ideas que se proyectan, desde las academias y centros productores de ideas, sobre la sociedad.
Aunque el ciudadano no sea totalmente consciente de ello, las ideas van diseminándose, condicionando, moldeando mentalidades, valores y formas de actuar y, al final, se concretan en opciones políticas.
No otra es la razón y el objetivo de las guerras ideológicas y culturales que están hoy en todo su apogeo, disputándose el imaginario de las sociedades, que manipulan, desinforman y utilizando la falsa imparcialidad del conocimiento para lograr sus objetivos.
Ahora, a las ideas.
Al respecto de lo anterior, es decir, la influencia del trabajo intelectual sobre la sociedad, tengo en cuenta lo afirmado por Fernando Martínez Heredia, cuando opinara que Cuba vive una pugna cultural crucial entre el capitalismo y el socialismo. No se necesita ninguna sapiencia especializada para notarlo con cada vez más claridad.
Pero esa pugna no sólo se manifiesta hoy en el hombre o la mujer simples, que de la casa al trabajo, y viceversa, acaso no lee mucho, y a veces saca sus conclusiones ideológicas de los más directos y perentorios intereses, no individuales, que son legítimos, sino del individualismo pedestre y atroz que tan bien alimentan las novelas que consume, y la vitrina omnipresente de la cultura capitalista que le ofrece una ilusión de vida imposible para la mayoría de humanidad, a la vez que le bombardea cada día con las concepciones y el imaginario, también, de lo que es la democracia y una república verdaderas.
No menos importante es que esa pugna también se manifiesta en el escenario de las discusiones y los debates del que llamamos el mundo intelectual, académico y el resultado de sus investigaciones.
Como se sabe, al no ser que se niegue por ignorancia, u opción filosófica, ninguna de las esferas del conocimiento está libre de un condicionamiento ideológico, cosmovisivo, y, en última instancia, filosófico, o que pueda expresarse como tal, aunque algún investigador sea inconsciente de ello.
Incluso ni en las ciencias que llamamos naturales y exactas está ausente esa influencia. Hay todo un debate con respecto a eso, no, por supuesto, con respecto a cuestionar la objetividad de la ley física, sino con respecto a sus interpretaciones y su proyección filosófica y epistemológica sobre los métodos de las ciencias no exactas. Pero mucho menos está ausente el condicionamiento ideológico en las ciencias sociales.
Es notorio también, y eso es bien conocido por los especialistas mucho mejor que por el profano, que al escoger el método, al plantear sus hipótesis, el investigador no puede librarse de precondiciones, de enfoques condicionados, precondiciones y enfoques en que juega un papel decisivo la ideología. Por eso se afirma que el método ya condiciona en buena medida las amplias perspectivas del resultado.
En la mirada retrospectiva mucho más intensa, y no pocas veces interesada, que hoy se dirige hacia la etapa neocolonial de nuestra historia, me parece que se manifiesta una corriente que quizás no sea del todo erróneo llamar republicanista abstracta, en el sentido de que propone aplicar sus propuestas desde la abstracción de las condiciones históricas objetivas del mundo actual. Y con olvido, también, de lo siguiente, que es un tema sobre el busco, incesante y acuciosamente, información y es mi modesta dirección en el estudio de este tema. Lo enuncio de esta manera:
Como resultado de la abstracción republicanista, esa corriente deja fuera el hecho de que, así como los principios, procedimientos y mecanismos de las democracias republicanas capitalistas que se tienen por paradigmáticas, o modélicas, o «verdaderas», funcionan para conservar y garantizar el poder económico y político de los intereses capitalistas, sin embargo, aplicadas en nuestro ámbito sin tener en cuenta que al injertar en nuestras repúblicas el mundo, el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas, (para recordar a quien nos advirtió a tiempo de ello), funcionarían para dinamitar, debilitar, inficionar o abrir una brecha por donde desmontar las bases que hacen posible la resistencia y la supervivencia de los proyectos que se opongan a esas dominaciones.
Una simple pregunta nos deberíamos hacer, y es de la mayor responsabilidad para el que se estime un intelectual revolucionario: ¿por qué insisten tanto en que adoptemos esos mecanismos? Si aceptamos que desde todo punto de vista son nuestros enemigos, ¿acaso debemos aceptar ese regio y bello regalo, ese verdadero caballo de Troya?
Creo que esa pregunta bastaría para que quienes tienen la responsabilidad social que le otorgan y exigen sus saberes, mediten un poco más y propongan respuestas, o al menos, no la desconozcan en sus enfoques y propuestas.
Pero meditar en ello no significa que cerremos los ojos ante las deficiencias que pueda tener nuestro propio proyecto de democracia republicana socialista, (todo lo cual es un oxímoron), o negar la mejoría necesaria de algún proceder de nuestro diseño.
De lo que se trata es de la lucidez vital para que, al cambiar lo que tenga que ser cambiado, no pongamos en su lugar lo que el verdadero enemigo de las democracias quiere que pongamos. O que eliminemos lo que al enemigo le ha impedido aplastarnos. Allí suele equivocarse el republicanismo abstracto.
Muy conocido es que uno de los factores que precipitaron la disolución de sistema soviético fue la caótica revisión, tendenciosa e interesada, de su pasado.
En aquellos años no faltó en Cuba quien también propuso que entre nosotros se desatara ese mismo proceso. Los ideólogos del capitalismo saben muy bien qué fruto pueden obtener de ello, y por eso hoy baten palmas cuando cierta parte de una intelectualidad, en cualquier sociedad que deseen desmontar, comienza el proceso, al mirar a su pasado histórico, de edulcorar ciertas realidades, tergiversar valores, o comparar, así sea subliminalmente, la realidad presente con el pasado, mientras que sus agresiones, también culturales, el modelo de sus sistemas de vida e intereses, contribuyen a convertir en más agónicos, o más complejos de mejorar, incluso los elementos positivos que existen en la herencia republicana. Esa es la baza maestra de su juego cuando exigen la democracia plena a su modo de verlas: exigirla y obstaculizarla a la vez.
Ellos comprenden, y por ello lo aplauden, que no es raro que exista una correspondencia, o correlación, (no digo absoluta, no en todos los casos, pero sí real y lógica), entre el pensamiento que, al mirar atrás, comienza nostálgicamente a embellecer o magnificar una realidad que mereció ser revolucionada radicalmente, y el pensamiento que sostiene tesis contrarias al orden político que hizo, con toda legitimidad histórica, posible el cambio de un nefando estado de vida.
Esa correspondencia parece ser orgánica y fatal, pues si de tratar de mejorar el presente se tratara, el foco de la atención sería natural que se ajustara a mejorar el presente, y por supuesto, estudiar la historia, pero sin necesidad de hagiografías del pasado, destacando sus muy dudosas luces, mucho más que sus innegables sombras.
Obama nos invitaba, la esplendorosa e histriónica sonrisa aquella que obnubiló algunas entendederas, a olvidar la historia. Sin dudas, no estaba pensando en lo que aquel pasado tuviera de modélico o virtuoso para sus fines. Sin dudas, lo consideraba mucho más subversivo, sobre todo, por las condiciones que impusieron la necesidad de la Revolución. Pero como cierta realidad de aquella historia pudiera servir no sólo para las aspiraciones sistémicas capitalistas, hoy tenemos ONGs, tanques de pensamiento, generosas becas para jóvenes, seminarios para ayudar a formar líderes en difundir la democracia, aplicados a su estudio y difusión.
Esa corriente de reescritura de un pasado virtuoso que, subliminalmente o no, procura contrastar con un presente que algo le debiera, o con el que estuviera en deuda, ha encontrado eco también no sólo en el hombre común que no mire más allá de su azucarera, sino también en el blanco predilecto adonde siempre van dirigidos especialmente esos dardos y artefactos ideológicos, es decir, a la esfera de la actividad del pensamiento.
¿Pero, qué función real, tangible, objetiva y positiva, en términos de resultados concretos para toda la sociedad, tiene una democracia, o una república en condiciones neocoloniales y de dependencia económica?
Me parece que un ejemplo y una valoración muy clara de esa respuesta posible, la ofrece una lúcida reflexión de Fernando Martínez Heredia en una transmisión en vivo por Internet.
En aquella ocasión Rosa Miriam Elizalde le hizo esta pregunta:
«Fernando, usted mismo ha alertado de la existencia en Cuba de un nacionalismo de derecha, que está en contra del bloqueo pero también implícita o explícitamente en contra de la Revolución, invocando posturas centristas.»
En su respuesta el autor de En el horno de los 90 comenzó por referirse precisamente «a la acumulación cultural» de ese nacionalismo, para de inmediato advertir que si nuestro proyecto fracasara, echarían mano a esa acumulación para reprochar que: «Y yo que quería que Cuba tuviera una buena democracia, que con el pluripartidismo salieran los mejores siempre y la administración fuera una maravilla…»
Para acto seguido hacer esta valoración cuya profundidad debiera ser objeto de mayor atención:
«¿Qué tienen que hacer los pueblos cuando tienen experiencia histórica?: No volverse a equivocar. Cuando yo era niño la democracia burguesa en Cuba regía muy bien y mejor que en muchísimos países, y además se trataba de que el presupuesto nacional fuera aprobado por el Congreso. El Presidente de la República tenía un Primer Ministro, se transmitían por radio los debates, la televisión nueva también se metió en la política, la libertad de expresión cubana en la República burguesa neocolonial -no es una pseudorepública.
Allí la libertad de expresión era bastante alta y ¿por qué?, porque era funcional a la dominación capitalista en Cuba. Que todo el mundo pudiera opinar lo que quisiera, pero que las cosas continuaran en lo esencial sin cambios; por eso todos los partidos políticos cubanos en un momento dado estuvieron a favor de la Reforma Agraria, pero solo el triunfo militar-político de los revolucionarios pudo hacer la Reforma Agraria. Esa es una experiencia histórica.«
Este comentarista no tiene la suficiente formación especializada para valorar en toda su dimensión lo que intuye como una profunda lección de Fernando. Deben hacerlo los que se consideren preparados para ello y tienen esa función y responsabilidad social, sobre todo si lo citan o lo tienen como paradigma.
Pero creo que, en primer lugar, esa reflexión refuta en toda la línea la hagiografía que se pretende hoy hacer de lo que fue, y por cierto, aquí repite Fernando, una «república burguesa neocolonial».
Creo que la médula está en la pregunta, «y ¿por qué?», que él mismo se hace: «porque era funcional a la dominación capitalista en Cuba«. Y ello implica otra realidad histórica: la «democracia» de república burguesa y mucho más si es neocolonial, tiene por esencia propiciar la dominación capitalista. La presupone. Precisamente porque la estructura de lo que entiende y practica como democracia el capitalismo está en función de garantizar las condiciones de posibilidad de la dominación de clase.
Cuando para nuestra realidad geopolítica e histórica se propone la admisión abstracta de los elementos de esa democracia o diseño de república, o lo que es lo mismo, se alienta por la eliminación de elementos de la democracia nuestra que han demostrado en los hechos que ha funcionado para impedir derrotarnos, nada más y nada menos, se está estimulando lo que nuestros enemigos estimulan y por ello exigen y aplauden.
También mencionaba en aquella entrevista el imprescindible intelectual cubano el tema de la guerra de los símbolos. Entre ellos el más nefasto y nefando, e intelectual y teóricamente infame por dañino, sería erigir en un símbolo virtuoso, o deslizar comparaciones insostenibles. El símbolo justo lo encierra la frase popular: «qué república era aquella».
A fin de cuentas, lo que históricamente más importa, por su valor intrínseco, y como saldo objetivo de lo que significó aquella República, es decir, lo que indica la distancia insalvable que hay entre una concepción de la democracia y sus resultados reales, lo recuerda Fernando más adelante en esa entrevista. No se limitaba él al dominio imperialista en Cuba sino al,
«…dominio de la burguesía de Cuba, que mantuvo a casi la mitad de los cubanos sin saber leer y escribir -100 mil cubanos en La Habana no sabían ni leer ni escribir cuando triunfó la Revolución-, 100 mil que mantuvo a la gente sin atención médica, donde morirse de diarrea de niño era lo más normal y tener tuberculosis de adulto era de lo más normal».
A la postre, ¿fue funcional para los intereses de la sociedad toda, el diseño de aquella democracia, en aquellas condiciones? ¿Puede afirmarse con puridad y sin ningún sonrojo teórico que aquella República garantizó libertades para todos sus ciudadanos y ciudadanas?
Que me disculpen los que así piensan y valoran, pero eso es hagiografía monda y lironda. El párrafo citado más arriba es la respuesta de cuánto se puede equivocar una concepción abstracta de la libertad y la democracia burguesas.
El secreto del error quizás radique en no considerar que no existe la democracia en abstracto. Por ello nuestros enemigos teóricos atacan con tanto celo casi todas las características, procedimientos institucionales y la arquitectura toda de la democracia cubana. Precisamente porque tienen muy claro que si adoptáramos la que nos proponen encontrarían el modo expedito de introducir el dominio que nos sacudimos en el 59.
Por esa razón, aquellos de nuestros intelectuales que de buena fe desean contribuir a mejorar nuestra democracia deben tener en cuenta qué elementos, siempre fruto de la creación original, son los más eficaces para blindar nuestra resistencia y la continuidad de nuestro proyecto, y cuáles, aunque en otras condiciones fueran apetecibles, sólo con grave peligro en este minuto de la historia, no deben ser desmontados.
En otra ocasión propuse en mi modesto espacio más que privado, personal, pues no estoy dispuesto a vender mis pocos conocimientos a otros muy dudosos, una reflexión acerca del hecho de que si aquellos sistemas, por la existencia de los cuales Cuba tiene que luchar agónicamente por su destino, blindan los basamentos de su orden económico y social en sus constituciones y leyes, entonces, por la más elemental de las lógicas, Cuba no podría permitirse dejar de blindar los suyos, sobre todo si nos asiste la razón histórica, que universal y sobradamente está a favor de las aspiraciones socialistas. Sobre todo si iniciativas como la nuestra están bajo la constante agresión, y, sobre todo, además, porque el mantenimiento del capitalismo que logran blindando sus sistemas, implica una amenaza y una agresión constante del nuestro, una desigualdad en la lid, cuando tienen todos los recursos a su favor. Es duro decirlo, pero el empacho de conocimientos, o una posición metodológica, o epistemológica que conduce a opciones ideológicas fallidas, puede conducir a no ver lo evidente. El sueño de la razón engendra monstruos.
Lo dicho hasta aquí no niega la herencia positiva que podamos asumir de las concepciones republicanas de aquel pasado cubano, tanto como el de las democracias históricas allí donde han sido. Pero sin olvidar, como demuestra el historiador Josep Fontana en su libro, editado en Cuba, Democracia republicana fraternal y el socialismo con gorro frigio, que todas las conquistas sociales acumuladas se deben a las luchas obreras, populares, de los que no tienen, o nunca han tenido, la parte que les pertenece de la riqueza de la vida, tanto la material como la espiritual, no por la arquitectura de aquellas democracias, sino a pesar de ellas.
Es esa lucha la que le ha arrancado las sucesivas concesiones al dominio del Capital, no por ellas, sino a pesar de las diversas modalidades que adoptaron las democracias. Y Cuba no fue la excepción. Que es el mismo Capital que, cuando dejó de existir el contrapeso de la antigua comunidad socialista y la URSS, comenzó a arrebatarlas y destruirlas hasta la deplorable situación en que hoy vive la democracia mundial, tanto en los modélicos capitalistas de siempre, como en aquellos países en los cuales, con el muro de Berlín, se derribaron modos de vida que con todas sus insuficiencias y errores, según las encuestas, hoy añoran.
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