El joven hondureño Merlin Javier Flores Guardado no esperó a concluir sus estudios de medicina en la Facultad habanera del hospital Clínico Quirúrgico de 10 de Octubre para realizar labores asistenciales en su país. Nació en el municipio occidental de Lepaera perteneciente al departamento de Lempira y ubicado en la zona fronteriza entre de Honduras, […]
El joven hondureño Merlin Javier Flores Guardado no esperó a concluir sus estudios de medicina en la Facultad habanera del hospital Clínico Quirúrgico de 10 de Octubre para realizar labores asistenciales en su país.
Nació en el municipio occidental de Lepaera perteneciente al departamento de Lempira y ubicado en la zona fronteriza entre de Honduras, Guatemala y El Salvador, pero es descendiente de una prole de nueve hermanos que por las difíciles condiciones de vida, tres de ellos emigraron hacia Estados Unidos y mantienen a la familia con el envío de remesas.
Sus padres son campesinos, productores de café y pescado de agua dulce, los pobladores de su comunidad hablan la lengua lenca por lo que han sido marginados y excluidos desde la colonización española.
En período vacacional, varios estudiantes de su país en Cuba formaron un proyecto social y se fueron al municipio de San Antonio de Cortés en el departamento hondureño de Cortés para realizar campaña de divulgación y prevención de enfermedades.
Allí Merlin Javier en menos de siete días caminó entre parajes de difícil acceso, visitó varias familias que nunca conocieron un médico, entrevistó a los pobladores y además de los padecimientos descubrió a personas con situación social en mayor desventajas de las vividas por él en su niñez y juventud.
Supo de una zona montañosa con casas aisladas que para llegar a ellas se debe ir caminando, sin agua potable y el uso de la lluvia para la cocina y el baño, donde los niños se levantan a las cuatro de la mañana para llegar a la escuela más cercana y el sólo aprender a reconocer las letras lo hacen desertar para incorporarse junto a sus padres en las labores del campo.
Vio cómo las personas almacenan agua en vasijas colocadas a la intemperie, para luego tomar el ansiado líquido de los charcos llenos de lodos para el consumo individual y para lavar verduras. Ninguno de los pobladores conocía de enfermedades transmitida por el agua.
Sólo una semana bastó, para junto con la Brigada Médica Cubana en Honduras y otros doctores egresados de la Escuela Latinoamericana de Medicina realizar el diagnóstico de enfermedades curables y la explicación a patologías ocasionadas por el agua.
Merlin Javier recuerda con nitidez a un adulto de 43 años sentado en el patio de su casa, en total abandono de la familia, ciego, con problemas en el lenguaje, falta de memoria y con lesiones en la piel.
Su destino era morir en aquel lugar porque no contaba con cinco lempiras para pagar un médico, ni con otro recurso para emprender un viaje hacia la ciudad, pero con un breve diálogo se pudo conocer su patología.
Un examen clínico corroboró una diabetes mellitus y una sonrisa brotó del paciente al saber que con implementar diferentes hábitos alimenticios se le pronosticaba una larga vida.
Su alegría fue mayor cuando los mismos médicos gestionaron el traslado hacia un hospital y sintió latente la posibilidad de devolverle la visión con una operación en sus ojos.
Para Merlin Javier, la historia sólo tiene un nombre: Solidaridad
* La autora es periodista de Radio Progreso y Radio Habana Cuba