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Cacería de becas y financiamientos para la “Cultura” y las “Artes”

Las Becas Sagradas

Fuentes: Fundación Federico Engels

Las Becas Sagradas Para agenciarse algunos pesos, que dejen sobrevivir a la obra (y a su autor), hay que salir, a veces, armados con las más estrambóticas tácticas del arte pedigüeño. No pocos burócratas respiran satisfechos con el invento demoníaco de poner a competir a los «artistas», a los «creadores» y a los «intelectuales» por […]

Las Becas Sagradas

Para agenciarse algunos pesos, que dejen sobrevivir a la obra (y a su autor), hay que salir, a veces, armados con las más estrambóticas tácticas del arte pedigüeño. No pocos burócratas respiran satisfechos con el invento demoníaco de poner a competir a los «artistas», a los «creadores» y a los «intelectuales» por un apoyo, gubernamental o privado, para el «desarrollo cultural de la sociedad» (según gustan perorar). Arte de dividirlo todo. Respiran satisfechos y benévolos para convencerse, y sobre todo, convencernos de que hacen algo por el bien de todos, que cumplen «tareas sustantivas» en la defensa e impulso de «la cultura»… y creen que son «buenos» mientras cobran salarios que muchos trabajadores ni sueñan. Debajo de ese manto de piedad burocrática y burguesa se retuerce entre estertores la realidad laboral de quienes se dedican a la producción llamada, «artística», «intelectual»… «cultural». Poca o ninguna protección médica, poca o ninguna protección para el hábitat, poca o ninguna protección jubilatoria, poca o ninguna seguridad laboral. Y la cosa empeora.
En Latinoamérica millones de trabajadores de la producción artística, intelectual y cultural viven de manotear, a como se pueda, algunos espacios dentro del mercado capitalista del arte o la inteligencia. Se vive a «salto de mata» con deficiencias técnicas y teóricas de toda índole, con carencias desvergonzadas hasta para lo más elemental. Se vive, frecuentemente, a contramano, esquivando el golpe, diluyendo los significados y santiguándose, de algún modo, para que alguien a quemarropa compre, contrate, pague (luego de regatear) lo que apenas es suficiente para seguir en un trabajo desprotegido y subvaluado por el que, contradictoriamente, suelen «rasgarse las vestiduras» los defensores demagogos de la «Cultura», del «Arte», de la «Intelectualidad». Pero el dinero apenas alcanza para lo muy básico y muy poco.
Todo trabajador de la producción artística, intelectual y cultural sabe que sus necesidades elementales no pueden ser resueltas si sólo se dedica a su especialidad. Sabe que es necesario salir a hacer cosas mil que, entre otras cosas, quitan tiempo y retrazan el desarrollo de la obra. Saben también estos trabajadores que la materia prima, su capacitación, sus necesidades gremiales… se deprimen y se reprimen cada día más. Esa realidad laboral destruye las fuerzas de miles de trabajadores que en disciplinas muy diversas, desde las poéticas hasta las artesanales, desde las científicas hasta las pictóricas… indagan medios y modos para producir expresiones concretas sobre el estado que guarda el espíritu. Se destruye la producción simbólica de una época y se destruyen también sus fuerzas productoras de energía creadora, inteligencia para la resolución de problemas emocionales, materiales y estéticos. Devastación y barbarie.
Para colmo predomina una desorganización apabullante, una atomización perniciosa que entre pleitos de todo tipo, desconfianzas consuetudinarias y conveniencias coyunturales; facilitan el reinado de la anarquía, la impunidad, el abuso y el cinismo de los vivos que han sabido hacer «negocios» rentables, en más de un sentido, gracias a semejante situación de inconciencia, atraso y (no pocas veces) miedo. En sus extremos más absurdos esta desorganización convence a muchos de que lo único (incluso lo mejor) es arrimarse al Estado o a los mecenas, cortejarlos y seducirlos, con bisutería decorativa, que no moleste a nadie y que parezca creativa para granjearse simpatías, promociones en los mass media, fama, glamour e ingresos fijos pertinentes.
No son pocos los trabajadores de la producción cultural, intelectual y artística que han sucumbido, hasta con cinismo, a las tentaciones del sistema y no son pocos los que padecen tales tentaciones como una derrota que hay que tragarse si se quiere sobrevivir en una jungla de menosprecio, manoseo, degeneración, ignorancia, petulancia y esnobismo, a diestra y siniestra. Muchos viven amargados y descreídos y aun con emprendimientos relativamente autónomos se sienten atrapados y sin salidas.
Desorganizados, sin un programa solidario, con la idea peregrina que, en la cabeza de muchos, los hace creer que cada uno es un «genio» individual y que sumarse a otros amenaza su «aura» su «iluminación»… su «individualidad» (o sus derechos de autor). Desorganizados y sin conciencia de clase, sin entenderse, a sí mismos como trabajadores, sin aceptar su condición de explotados y alienados pero con la esperanza de un «golpe de suerte», un «buen contacto», un acomodo, un compadre, pariente… un poco de dinero «bien puesto» en manos correctas y… quién te dice, se consiguen una plaza en alguna oficina de Cultura, Arte, Universitaria… para agregar a sus tareas las de domesticar a sus pares, someterlos a las reglas, hacerlos dóciles y, eso si, creativos, inteligentes, para servir a la burocracia que domina la época. Círculos viciosos: una pesadilla.
Algunos trabajadores, no importa la edad, se juntan para ir a pedir, demandar, exigir del Gobierno o de algún patrón, becas, sueldos, pagos… van juntos, se amontonan y no pocas veces se atropellan y estorban ellos mismos. Se confunde el estar «juntos» con el estar «organizados», que no es lo mismo. Otras veces se logra un grado de organización más clara en torno a un pliego o programa de demandas y acciones, y van, en grupo a las puertas de las oficinas, a manifestarse, incluso, con cierta creatividad, pero resulta que agotada la táctica se agota la «organización». Algo falla. Otras veces se forman grupos, mejor «organizados» donde, a veces, convergen varias especialidades de creadores, estos atisban un temario general para debatir políticamente y crean una fuerza con la que se logra mucho, pero para ellos, separados del resto, separados de los trabajadores de otras ramas, separados del resto de los artistas, intelectuales etc. Separados del mundo, de su clase social, de las luchas unidas contra el enemigo común… como sectas o como «aparatos» cuyo fin (y principio) son ellos mismos… los hay con discursos progres, incluso revolucionarios (dicen). Se vuelven especialistas en conseguir dineros para sus huestes, logran mejorar su situación económica e incluso algunos de ellos se hacen «hábiles» en aquello de acarrear feligreses. Mientras la realidad del resto de de los trabajadores empeora.
¿Y qué tal si se lo ve de otro modo? Por ejemplo luchar para la organización abierta, para la creación de un programa de transición, un acuerdo abierto entre las organizaciones de trabajadores, todas, incluso las de los trabajadores de la cultura, de igual a igual junto a los movimientos sociales de base, discutiendo en conjunto la manera de expropiar los bienes del estado y de la burguesía pero no para beneficio de un sector, una pandilla de vivos, o una secta de iluminados, que se autoproclaman vanguardia de sus intereses sectarios, sino un proceso firme y amplio de expropiación total de las herramientas de producción, incluidas claro, las de la producción intelectual, artística y cultural y hacia la destrucción definitiva del capitalismo.
Qué tal la organización de los trabajadores, todos, rumbo al huelga general, con independencia política absoluta, para que en el seno de semejante movida los trabajadores de la cultura, el arte y la intelectualidad refunden sus principios y sus medios, sus modos e ideas inspirados por la revolución permanente y no por el arribismo diletante.
Frente a la oferta de becas y financiamientos que los Estados despliegan ante los trabajadores de la «Cultura» y las «Artes» para que «babeen», y en primer lugar, se peleen todos contra todos, por qué no llamar a una gran asamblea de trabajadores, luchar sin trampas ni reservas para que se logre y tenga por misión la expropiación de esas becas y de todo recurso del estado, es decir, la recuperación del estado mismo, y además la recuperación de toda herramienta de producción, la recuperación de la riqueza misma de los pueblos que, ésta vez en manos de los trabajadores se sabrá invertir en sus propios recursos, en el desarrollo de su inteligencia y sus símbolos. Con la participación de todos, con derecho a equivocase y sin derecho a engañarse.
Eso no se logra de un día para otro y menos si no se tiene claro qué aceptar y qué no, es decir qué hacer o qué dejar se hacer a estas horas. Por ejemplo dejar de creer que el griterío por si mismo convence, concientiza y moviliza a los trabajadores. Dejar de creer que una negociación parcial refleja un triunfo general. Dejar de creer que se es Mesías por creerse más «inteligente», «culto» o «creativo», dejar de creer en soluciones mágicas, dejar de creer en sectas de iluminados, dejar de creer en burocracias dadivosas, dejar de creer en gurus para los pueblos. A los trabajadores sólo los salvan los trabajadores, organizados concientemente para la revolución.
Urge una producción simbólica, artística, intelectual, creativa, emocionante, seductora… capaz de desalienarnos, sanar las mentes, las conciencias y los espíritus con el imaginario revolucionario que será capaz de ayudarnos a arrancarle al capitalismo todas las armas con que nos extermina. Un imaginario, mil imaginarios, que desde las artes, las ciencias, las mejores ideas, nos de fuerzas éticas, morales, amorosas para destruir al capitalismo desde sus raíces, para dar un salto cualitativo aprovechando lo mejor que se ha logrado y, esta vez, sirva para el bienestar, la alegría, la felicidad y el «amor» (loco de contento), de todos hacia todos permanentemente. Urge una producción simbólica, artística, poética, rica, creadora, sin fajas, sin clichés, sin esquematismos vulgares, sin doctrinarismo simplista, es decir, revolucionaria de verdad y capaz de esclarecer todo lo que no queremos para el futuro y capaz de darnos, provocarnos, fuerzas para crearlo nuevo, fresco, nuestro… entre todos. Un imaginario artístico, cultural, científico como una lucha de todos y para todos, esta vez para transformar al mundo y cambiar la vida. Es de ese tamaño y de esa complejidad la tarea. Es así de desafiante y urgente. La próxima «beca» que se consiga alguien bien podría dedicarse a eso. Podríamos pactar eso. ¿Vale la pena invertir el tiempo en otra cosa?