Cuando los presidentes Raúl Castro y Barack Obama anunciaron hace dos años que Cuba y Estados Unidos intentarían dejar atrás medio siglo de confrontación y buscarían una relación bilateral más civilizada, el mundo aplaudió que comenzara a cerrarse uno de los últimos capítulos de la Guerra Fría en nuestro continente. Ese día Cuba también celebró […]
Cuando los presidentes Raúl Castro y Barack Obama anunciaron hace dos años que Cuba y Estados Unidos intentarían dejar atrás medio siglo de confrontación y buscarían una relación bilateral más civilizada, el mundo aplaudió que comenzara a cerrarse uno de los últimos capítulos de la Guerra Fría en nuestro continente.
Ese día Cuba también celebró el regreso de tres de nuestros Cinco Héroes: Gerardo, Ramón y Antonio, quienes junto a René y Fernando, fueron confinados injustamente en cárceles estadounidenses por luchar contra el terrorismo. Ese día se cumplió la promesa hecha por el Comandante en Jefe, Fidel Castro, en el 2001 cuando dijo: «La inocencia de esos patriotas es total. Solo les digo una cosa: ¡Volverán!».
Obama reconoció por primera vez que la política de agresión contra La Habana era un fracaso y había terminado aislando a los propios Estados Unidos. Si bien su administración fue clara en que cambiaban los métodos pero no los objetivos -históricamente relacionados con un cambio de régimen en Cuba-, la resistencia del pueblo cubano llevó a Washington a sentarse a la mesa de negociación en términos de igualdad, sin condicionamientos y con respeto a la independencia y soberanía de la Isla.
Bajo esos principios se restablecieron las relaciones diplomáticas, se reabrieron las embajadas en las respectivas capitales y se firmaron más de una docena de acuerdos en diversos aspectos de interés tanto para Cuba como para Estados Unidos, en pos de una relación civilizada entre dos vecinos que mantienen profundas diferencias.
Desde un Memorando de Entendimiento para la Colaboración en el Área del Control del Cáncer a la reanudación de los vuelos regulares entre ambos países, resultan indiscutibles los beneficios recíprocos del acercamiento entre La Habana y Washington.
En los últimos dos años se han producido dos docenas de visitas de alto nivel en ambos sentidos, incluida la del presidente Obama a Cuba en marzo pasado, la primera de un mandatario estadounidense a la Isla desde Calvin Coolidge en 1928.
Además, se realizaron más de 50 encuentros técnicos y acciones de cooperación vinculadas a temas de interés mutuo.
Se estableció una Comisión Bilateral para discutir los asuntos prioritarios y dar seguimiento a las relaciones, y se adoptaron acuerdos en materia de protección medioambiental, santuarios marinos, salud pública e investigación biomédica, agricultura, la lucha contra el narcotráfico, seguridad de los viajeros y del comercio, aviación civil, correo postal e hidrografía. Se han puesto en marcha diálogos sobre cooperación en la aplicación y cumplimiento de la ley, cuestiones regulatorias, económicas, reclamaciones, derechos humanos, desarme y no proliferación, entre otros.
El impacto no solo se observa en la esfera diplomática y de la cooperación, sino que alcanza el día a día de ambos pueblos. De acuerdo con cifras oficiales, se sigue experimentando un incremento sostenido de los viajes de los estadounidenses a Cuba. Al cierre del mes de noviembre del 2016, un poco más de 233 000 norteamericanos habían viajado a la Mayor de las Antillas, para un incremento del 66 % en comparación con igual periodo del año 2015.
Entretanto, más de 260 000 cubanos residentes en Estados Unidos viajaron a su país entre enero y noviembre del 2016, para un aumento del 6 %. También se ha registrado en el transcurso del presente año, hasta noviembre, más de
1 300 acciones de intercambios culturales, científicos, académicos y deportivos.
Las cifras son una muestra del potencial de las relaciones entre dos naciones con profundos lazos históricos y culturales, pero que siguen lastradas por la permanencia de un anacrónico bloqueo económico, financiero y comercial.
Los daños del bloqueo se calculan en cientos de miles de millones de dólares, pero resulta casi imposible medir el costo humano de una política diseñada para rendir a los cubanos por hambre y desesperación.
Muchos se preguntan cómo es posible que aún esté en pie esa reliquia de la Guerra Fría que cada año es rechazada en la ONU por la inmensa mayoría de la comunidad internacional. El propio gobierno de Estados Unidos se abstuvo en la votación de este año de la resolución cubana que exige el fin del bloqueo, como resultado del aislamiento de esta política, rechazada universalmente, y ante la necesidad de ser coherente con su discurso y el sentir de la gran mayoría de la opinión pública estadounidense.
Si bien el Congreso de Estados Unidos es quien tiene la última palabra para ponerle fin, los cinco paquetes de medidas adoptados por el gobierno norteamericano desde enero del 2015 y la directiva presidencial hacia Cuba demuestran las amplias facultades ejecutivas que posee cualquier mandatario estadounidense para modificar la aplicación práctica de la política hacia Cuba y contribuir sustancialmente al desmantelamiento del bloqueo.
A pesar de que las disposiciones de Obama van en un camino positivo, resultan insuficientes. Junto a la permanencia del bloqueo, el carácter limitado de las medidas ha impedido alcanzar resultados más significativos.
Todavía se mantiene la prohibición de las inversiones de Estados Unidos en Cuba, excepto en el ámbito de las telecomunicaciones, que se abrieron en el 2015.
El sector estatal cubano, donde está empleada más del 75 % de la fuerza laboral, sigue privado de vender sus productos en un mercado ubicado a solo 90 millas, con la única excepción de los productos farmacéuticos y de la biotecnología, en beneficio sin dudas de los propios ciudadanos estadounidenses. Asimismo, son muy restringidas las importaciones de bienes producidos en Estados Unidos que la empresa estatal puede hacer.
A pesar de que las autoridades norteamericanas aprobaron hace varios meses el uso del dólar por parte de Cuba en sus transacciones internacionales, aún no se han podido hacer depósitos en efectivo o pagos a terceros en esa moneda, debido a los temores de la banca internacional, que tiene bien presente las 49 multas aplicadas durante el gobierno de Obama a entidades estadounidenses y extranjeras por un valor que supera los 14 000 millones de dólares. Esa cifra no tiene precedentes en la historia de la aplicación del bloqueo y provoca temor para relacionarse de forma legítima con la Isla.
Desde un inicio quedó claro que el camino de la normalización de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos sería largo y complejo. Muestra de ello es que aún no se avanza en aspectos esenciales como la devolución del territorio ilegalmente ocupado por la Base Naval en Guantánamo, el fin de los programas de cambio de régimen o las transmisiones ilegales de radio y televisión. Los dos últimos han seguido recibiendo financiamientos millonarios del Congreso, a solicitud del gobierno, mientras que hay planes en el órgano legislativo para prohibir por ley la devolución a Cuba de la porción de su territorio que se mantiene ocupado por la Base de Estados Unidos en Guantánamo.
Como La Habana no mantiene una base naval en territorio estadounidense, da idéntico tratamiento a las empresas de ese país, no busca cambiar el sistema norteamericano ni transmite señales de radio y televisión ilegales, es obvio que todas las demandas anteriores deben ser resueltas por la parte estadounidense unilateralmente.
El respeto y el tratamiento de igual a igual son la clave para entender el 17 de diciembre del 2014 y el hilo conductor de todos los pasos posteriores.
Cuba jamás aceptaría condiciones distintas. Durante el último medio siglo ha demostrado en sobradas ocasiones que no está dispuesta a traicionar los principios y valores en los que cree firmemente y el sacrificio compartido por millones de personas desde el inicio de sus gestas independentistas hasta hoy, por cuantiosos que puedan ser los beneficios.
Sería también dejar a un lado a todos aquellos que ven en Cuba un símbolo de la resistencia y dignidad de América Latina y el Caribe, una región marcada por grandes hombres y mujeres que dedicaron su vida a luchar por la independencia y la integración. No es casualidad que fueran precisamente los países desde el Río Bravo a la Patagonia los que exigieron con mayor fuerza a Washington que pusiera fin a las agresiones contra Cuba y que demandaron la presencia de la Isla en todos los espacios regionales.
El mayor legado del 17 de diciembre del 2014 es que, a pesar de las diferencias, es posible construir una relación distinta con Cuba, lo cual cuenta con el masivo respaldo de los estadounidenses, incluida la inmensa mayoría de los ciudadanos de origen cubano.
Los últimos 24 meses demuestran cuán complejo resulta desmontar los viejos esquemas de dominación, pero también cuánto se puede avanzar en las condiciones correctas.