Los libros de conversaciones en materia política, que en los últimos tiempos proliferan, aportan pinceladas impresionistas, agilidad y frescura en la divulgación de contenidos. Lejos de la disección académica y la densidad en el análisis, el profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense, Pablo Iglesias Turrión, y el rapero de Los Chikos del Maíz, […]
Los libros de conversaciones en materia política, que en los últimos tiempos proliferan, aportan pinceladas impresionistas, agilidad y frescura en la divulgación de contenidos. Lejos de la disección académica y la densidad en el análisis, el profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense, Pablo Iglesias Turrión, y el rapero de Los Chikos del Maíz, Ricardo Romero («Nega»), comparten en las 120 páginas de «¡Abajo el régimen!» (Ed. Icaria) vaticinios e impresiones sobre un posible final de época. El libro aparece en una coyuntura en que, además de la descomunal crisis económica, el descrédito y la corrupción socavan las instituciones señeras del estado. Pablo Iglesias Turrión compagina su trabajo de docente con la dirección de los programas «La Tuerka» (Canal 33), «Fort Apache» (Hispan TV) y la presencia en tertulias de Cuatro, la Sexta e Intereconomía. Sus últimos libros son «Maquiavelo frente a la gran pantalla. Cine y política»; «Cuando las películas votan. Lecciones de ciencias sociales a través del cine» y «¡Que no nos representan» (junto a Juan Carlos Monedero).
¿Cuál es la génesis del libro, su idea fuerza?
«Nega» y yo decidimos partir de lo que nos separa (el papel de la izquierda, los medios de comunicación, los países de la órbita soviética…), y no tanto de lo que nos une. Sobre todo, nos dirigimos a la gente joven. «Nega» es un rapero muy conocido, y sabemos que la música es uno de los grandes motores de socialización de los jóvenes. En mi caso, buena parte de la audiencia de «La Tuerka» y «Fort Apache» también es gente muy joven. Por tanto, es un texto concebido para plantear preguntas a los jóvenes críticos. Huyendo de sectarismos y procurando que se lo cuestionen todo.
En términos gramscianos, ¿vivimos una crisis de hegemonía?
Sí, porque la crisis ha puesto de una vez las cartas boca arriba. Se está resquebrajando la estructura de gobierno bipartidista y corrupta, en las que mandan las fortunas empresariales y los que no se presentan a las elecciones (el poder financiero). Además, los partidos del régimen son fortísimos y las encuestas continúan diciendo que son mayoritarios, pero sufren una pérdida de apoyo. Ciertamente, en política todo es posible. Y las grietas en el régimen nos abren oportunidades. Por ejemplo, para Izquierda Unida, enfrentarse al PP desde el cuestionamiento al PSOE. Pero para eso hace falta abrir discursos y personas. Conformarse con un 12% me parece un error.
Una explicación sobre el título. ¿Qué significa derribar el régimen?
Básicamente, tener el poder suficiente para que cambien las bases materiales y sobre todo la supremacía de la economía financiera. No cabe duda que las instituciones del régimen del 78 se hallan en crisis, y de ésta pude salirse de dos maneras: un giro a la derecha con fórmulas de autoritarismo de mercado; o un proceso constituyente que implique mayor democracia. Para una «salida» de estas características, los referentes más cercanos podemos encontrarlos en los gobiernos progresistas de América Latina.
¿Qué bandos están en liza? ¿Cuáles son las fuerzas en conflicto?
Pienso que no se da sólo un conflicto izquierda/derecha. También existe una pugna entre los de «arriba» y los de «abajo». O entre los «patriotas» (personalmente me adscribo a esta definición), que defienden los servicios públicos, sea sanidad, educación, transporte, telecomunicaciones, la recuperación del sector industrial, etcétera, en contraposición a los «vendepatrias». Hay en este punto algo decisivo. O el cambio lo impulsamos nosotros, o lo harán Albert Rivera, Rosa Díez o Esperanza Aguirre.
Para lograr este objetivo, hay una cuestión sempiterna: ¿Deben o no los grupos antagonistas participar en la instituciones?
Es una falsa dicotomía. Vengo de la extrema izquierda (los grupos autónomos de Madrid) y a mi juicio esta distinción no es lo más significativo. Pero sucede que en ocasiones se incurre en debates casi de secta. Por ver quién es más trotskista o más anarquista… Pero realmente no hay una contradicción entre «dentro» y «fuera» del sistema más que en las ensoñaciones de determinada gente «enganchada» a las redes sociales. Cuando compras un billete de autobús, pagas las tasas universitarias, impuestos indirectos por el tabaco o firmas una hipoteca, ya estás «dentro» del sistema. Por no hablar del trabajo asalariado. ¿Qué significa, entonces, estar «fuera» del sistema?
Por tanto, no puede rehuirse la cuestión electoral. Están en boga las propuestas de «frente popular», tripartitos, Syriza…¿Cómo observas esta posibilidad?
En efecto, las elecciones son un asunto crucial. Conformarse con el espacio que deja el PSOE a la izquierda es, a mi juicio, muy pobre. Una opción muy conformista. Creo, por el contrario, que hay que apostar por ser mayoría y abrirse a los movimientos sociales. Si la izquierda quiere convertirse en mayoritaria, lo primero es tener voluntad de hacerlo, es decir, no conformarse con ser «alternativa». En cuanto a los partidos de izquierda y las elecciones, un acuerdo con el PSOE (me refiero ahora a Izquierda Unida) siendo minoría, no permitirá una ruptura. Y, en consecuencia, no será posible una reforma fiscal, la recuperación de la soberanía monetaria, etcétera. En fin, reformas muy débiles. Pero hay que matizar. No es lo mismo que IU esté en el gobierno de Andalucía que su ausencia. Se han hecho cosas (por ejemplo, el decreto de expropiación temporal de las viviendas en los desahucios), pero ciertamente se podrían hacer más.
¿Consideras que existe una contradicción entre izquierda política y movimientos sociales?
Los movimientos sociales son algo esencialmente distinto de los partidos y las instituciones. No se han de convertir en ningún caso en partidos políticos. Pero sí creo que hace falta un empoderamiento político de los sectores que vienen de la «indignación» social. En otras palabras, es necesaria una interacción entre izquierda política y movimientos sociales.
¿Ves opciones para un «giro» democrático y un proceso constituyente?
Las posibilidades reales dependen de acumular fuerza y poder, por un lado, y además capacidad de organización. Así es como se lograron las grandes conquistas, por ejemplo, la jornada de 8 horas. Y también hace falta mucha gente que se sume al proyecto. Lo que sobra, en mi opinión, son personas que llevan mucho tiempo viviendo de la política. Hace falta que llegue a las instituciones gente procedente de los movimientos sociales. Un perfil interesante es, por ejemplo, David Fernández, diputado de las CUP. Sobre este asunto, recuerdo hace muchos años cuando valorábamos la forma de vestir de los dirigentes de la izquierda abertzale. Vestían muchos de ellos igual que sus bases. Quiero decir que hay una tendencia a la profesionalización de la política.
Otra cuestión batallona. La izquierda y el derecho de autodeterminación. Un asunto muy debatido en este hipotético final de régimen. ¿Cuál es tu opinión?
Creo que la izquierda ha de reconocer el derecho a la autodeterminación de los pueblos (y más si uno es comunista). Pero en el contexto catalán, se trata de un instrumento político en manos de la derecha (CIU), que no tiene otra prioridad sino su dinero. Nosotros hemos de defender la extensión del derecho a decidir, a todos los ámbitos (política económica, servicios públicos…). Ampliar el debate.
Por otra parte, te has adentrado muchas veces en debates sobre la comunicación y los lenguajes de la izquierda.
La clave del trabajo intelectual es que sea útil, que esté al servicio de algo. Y más en las llamadas sociedades del conocimiento. Personalmente, me gustan los versos de Gabriel Celaya cuando dice «maldigo la poesía que no toma partido hasta mancharse». Además, la divulgación forma parte del trabajo académico. De hecho, ser un buen comunicador implica manejar muchos lenguajes. Un lenguaje simplificador puede implicar un dominio de la complejidad de las cuestiones. Simplificar para hacerse comprensible. Para entendernos, la izquierda puede hacer muy finos análisis sobre el neoliberalismo, pero luego eso hay que traducirlo en ejemplos y frases sencillas para agregar comunidades políticas.
También has entrado en la discusión sobre las categorías «proletariado»/ «precariado».
Evidentemente, la mayoría de la gente alquila su fuerza de trabajo a cambio de un salario. En el lenguaje tradicional de la izquierda, esta gente integra el proletariado. Pero considero una torpeza hablarle a la gente de nociones como «estado proletario». El sujeto de cambio para el movimiento comunista ha sido, históricamente, el proletariado industrial. Lo que ocurre es que personas que trabajan a través de ETT, sirviendo copas o como teleoperadores no son trabajadores industriales ni obreros con mono azul. Y hemos de construir lenguajes e identidades para esas personas que, en muchos casos, trabajan en los servicios. ¿Por qué no hacemos un discurso de «pueblo», y aprendemos de América Latina, con el fin de aglutinar comunidades?
Y has defendido la necesidad de los liderazgos…
Puede que sea más atractivo -sobre todo en términos teóricos- que no existan los líderes. Pero lo cierto es que los liderazgos son un mecanismo básico para cambiar el estado de cosas. Porque uno no elige el terreno de juego ni las reglas del partido. Es algo que decide el enemigo. Ya se lo decía Allende a la gente del MIR. Y no hay que asustarse. En los medios de izquierda también elegimos para que hable ante los medios de comunicación a quien lo hace de modo adecuado. También es una forma de liderazgo.
Por último, ¿te atreves a hacer de oráculo?
La política son posibilidades, no profecías. No creo, como tradicionalmente decía la izquierda, que la historia sea una consecuencia inevitable del desarrollo de las fuerzas productivas. Pero lo cierto es que hoy vivimos un «autoritarismo de mercado», en el que los servicios públicos se convierten en mercancías. Y frente a ese estado de cosas, tenemos oportunidades.
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