La energía nuclear intenta posicionarse como solución climática en medio del declive de los combustibles fósiles, pero sus verdaderos motivos son económicos, no ambientales.
La pasada cumbre del clima pudimos comprobar cómo los esfuerzos de la industria nuclear por posicionarse como solución al cambio climático lograba que potencias nucleares como EEUU o Francia comprasen sus mentiras. Una táctica para intentar convertir una mentira repetida incansablemente en una “verdad de la opinión pública”. Ante la inevitable aceptación del fin de los combustibles fósiles y con ello el cierre de las grandes centrales de carbón, gas y petróleo en las próximas décadas, las nucleares intentan posicionarse en la lucha climática. Pero el auténtico motivo no es ambiental, sino que es la forma de seguir concentrando la producción energética en sus manos.
Pero el auténtico motivo no es ambiental, sino que es la forma de seguir concentrando la producción energética en sus manos
Sovacool, Beerten, Warner and Gabin o van Leeuwen son apellidos que con bastante probabilidad no sean conocidos por el lector, sin embargo, todos ellos se han adentrado en la cuestión de cuál es el impacto climático que tiene el ciclo nuclear. Cómo ha sucedido en numerosas ocasiones las industrias nucleares han intentado evitar este debate, una actitud que se perpetua, ya que como reconocen todos esos estudios, independientemente de su signo pro o anti nuclear, muchos de los datos acerca del ciclo nuclear no son accesibles.
Sin embargo, la afirmación de que las nucleares no emiten gases de efecto invernadero es falsa, ya que procesos como la minería del uranio, la fabricación del combustible, la construcción de la central, su mantenimiento, el desmantelamiento y el tratamiento de los residuos nucleares son actividades emisoras de estos gases. Un cálculo, que en la industria no es nada fácil, existen sectores como la minería del uranio que dependen de la concentración de ese material en sus distintas explotaciones. Del mismo modo, es imposible cuantificar las necesidades energéticas y las emisiones asociadas de los sistemas de gestión de residuos nucleares durante cientos de miles de años. Sirva como ejemplo que esta industria es la única en la que nos tenemos que hacer preguntas como: ¿Cómo garantizar que dentro de 50 o 100.000 años nadie abra los residuos de alta actividad? Una pregunta que nos arroja dilemas sobre si existirá una sociedad equiparable a la actual o no.
Es necesario recurrir a modelos, y a la extrapolación de datos, donde hay que diseñar marcos hipotéticos en la gestión de los residuos los efectos negativos de la radiactividad y la posibilidad de accidentes, cuya huella ecológica es difícilmente cuantificable. La disparidad en resultados es enorme, por ejemplo, Benjamin K. Sovacool realizó un estudio comparativo de varias decenas de informes donde se habla de valores de 1,4 a 288 gramos de CO2 equivalente por Kilovatio hora (gCO2e/kWh). Las conclusiones del estudio arrojaban un valor medio de 66grCO2e/kWh en las centrales nucleares, lo que resulta al compararlo con los datos de Penht del doble de emisiones que la solar fotovoltaica o casi 6 veces más respecto a la eólica, aunque lejos de las emisiones de centrales de carbón y gas, que se sitúan entre 7 y 16 veces más que la nuclear.
El poder de las centrales nucleares se está tambaleando por el rápido crecimiento de las renovables, aunque en muchas ocasiones ese crecimiento desordenado está repitiendo los errores del sistema actual con proyectos innecesarios, inviables, o con importantes impactos sociales y ambientales. De hecho, la desaparición de la nuclear está dejando huecos eléctricos que están recibiendo un aluvión de proyectos, que en numerosas ocasiones vuelven a recaer sobre los mismos territorios que han soportado durante décadas la producción de energía nuclear. Un desarrollo en el que en muchas ocasiones vemos como nuevamente prima el lucro de las grandes empresas, en lugar de poner a las personas y los ecosistemas en el centro, lo cual es, cuanto menos injusto.
Un desarrollo en el que en muchas ocasiones vemos como nuevamente prima el lucro de las grandes empresas, en lugar de poner a las personas y los ecosistemas en el centro, lo cual es, cuanto menos injusto
Las fuentes de energía renovable han conseguido discutir la posición de privilegio de la energía nuclear, un hecho que ha tenido como respuesta el rápido movimiento de potencias nucleares como Francia o EEUU que en el marco de la pasada COP28 y sin consensuar ni con la UE, ni con cualquier otra institución internacional (ONU, IEA, CMNUCC…) lanzaron la fatídica propuesta de triplicar la energía nuclear para 2050.
Un deseo alejado de cualquier realidad, económica, climática o social. En cuanto a la económica, la realidad es que el incremento de costes y el retraso de los proyectos hace que las propias eléctricas no estén dispuestas a invertir. Un ejemplo del “derroche nuclear” es la central finesa de Olkiluoto 3, que ha llevado más de 13 años de retraso con un coste total de 11.000 millones de euros, que han sido 8.000 millones más de los presupuestado. Así, si se comenzase hoy a construir una nuclear sería altamente improbable que estuviese a tiempo de conectarse antes de alcanzar la descarbonización. La triste realidad tras este engaño es que la única propuesta económicamente viable para las empresas eléctricas es dar continuidad a unas ya amortizadas y obsoletas centrales nucleares. Unas centrales que necesitan de importantes inversiones en seguridad mientras el tiempo incrementa el riesgo de un fallo por el deterioro de elementos insustituibles como el reactor.
El limitado papel de la nuclear frente a la emergencia climática es evidente al estudiar los propios datos de la Agencia Internacional de la Energía. Basándonos en el análisis realizado por Jan Willem Storm van Leeuwen, MSc, en su informe sobre las emisiones de la energía nuclear, en estos momentos la existencia de las centrales nucleares reduce entre un 1,3 y 2,4% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Aun suponiendo posibles las máximas ambiciones del sector nuclear de triplicar la potencia instalada eso solo evitaría entre el 3,8 y el 6.8% de las emisiones. Es evidente por tanto lo falaz de afirmar que esta energía cara, sucia y costosa constituya ninguna alternativa para la emergencia climática.
Estos cálculos ignoran la realidad de que el mineral de uranio fisionable es muy escaso, de hecho, una gran parte de las emisiones asociadas a la energía nuclear son originadas en el movimiento de toneladas de tierra para obtener gramos de mineral. Así, a medida que el uranio se agota y las concentraciones de minerales son menores se incrementan las emisiones asociadas a la energía nuclear. Según van Leeuwen, con concentraciones del 0,13% de uranio las emisiones son de 84 -130 gCO2/kWh, mientras que con concentraciones de 0,05% ascienden a 98-144 gCO2/kWh. Según los cálculos del informe al ritmo actual en 2070 las emisiones asociadas a la minería de uranio alcanzarán términos equivalentes a la quema de combustibles fósiles. Si se triplicase el uso de la energía nuclear esto se alcanzaría antes de 2050.
En resumen, la energía nuclear no es una solución contra el cambio climático. El cierre de las centrales nucleares según vayan expirando sus permisos es una oportunidad de oro también para el clima y empieza cerrando Almaraz ¡Ya!
Javier Andaluz Prieto. Coordinador de Clima y Energía de Ecologistas en Acción.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/centrales-nucleares/mentiras-climaticas-nucleares