Donald Trump es un buen humorista. Sus prolíferas ocurrencias desbordan cualquier expectativa. Días atrás presentó en Miami su más reciente sketch ante un selecto y exigente público de la comunidad cubana que ahí reside. Se le ocurrió, nada más y nada menos, que parodiar un discurso típico de los años 60 y 70 respecto a […]
Donald Trump es un buen humorista. Sus prolíferas ocurrencias desbordan cualquier expectativa. Días atrás presentó en Miami su más reciente sketch ante un selecto y exigente público de la comunidad cubana que ahí reside.
Se le ocurrió, nada más y nada menos, que parodiar un discurso típico de los años 60 y 70 respecto a Cuba. Apegado a textos clásicos y con una escenografía que incluyó personajes de la época, Trump protagonizó una excelente secuencia de escenas hilarantes. Lo hizo de manera impecable.
Contó con un elenco de primeras figuras que aplaudía en frenesí, simulando creer las cosas que él decía. Su maestría actoral lo mantuvo ceñido a su personaje sin dejar escapar la risa, aun en los momentos que algunos personajes secundarios muy pintorescos aparecieron en escena con evidentes, y bien logradas, improvisaciones.
Como parte del show apareció un hombre interpretando a un violinista emocionado. Los presentes, imbuidos del doble sentido, aplaudieron como si de verdad aquel fuera un virtuoso del instrumento. Simbiosis entre público y comediantes pocas veces lograda.
Esta presentación, rotunda y bien concebida, mostró personajes verosímiles que, por momento, parecían creer punto por punto las cosas que se decían. Una difusa línea entre la realidad y la comedia dio el toque de distinción al espectáculo.
Como todo humorista de alto vuelo, el histrionismo de Trump estuvo lleno de mesura, lejos de la estridencia que otros actores confunden con el humor. A los tonos variados de la voz, a los énfasis del parlamento y la gestualidad particularísima del actor, se sumó el diseño de vestuario, el corte de pelo y el maquillaje rojizo, lo que permitió redondear un convincente plutócrata arrogante, capaz de ofender y mentir sin reparos, al tiempo que despertar simpatías.
Su sketch se centró en contar la historia de un país muy malo en el que corre la sangre por las calles y la gente no puede caminar del miedo que tiene; al que se le opone un país grande y bueno que grita a los cuatro vientos que salvará a esa gente. El final, como en todo sketch que se respeta, fue inesperado. Recuerda el cuento del tigre guapetón que se afilaba las uñas para descuartizar al león, y cuando este le pregunta qué estaba haciendo, el tigre respondió que se estaba arreglando las uñas.
Es sabido que en Miami abundan las tardes culturales. Pero pocas a la altura de la que acá narro. Ahí la gente, de vez en vez, escapa al stress de ser libres y disfruta de un buen espectáculo de humor.
En los programas televisivos de esa ciudad abunda este tipo de sketch. En realidad son notorios por eso. El tema es recurrente; los alaridos hacen creer que de verdad hundirán al país del mal, cuentos terribles de cosas peores se suceden sin cesar, las ocurrencias más ocurrentes aparecen en ese mundo hilarante. Y lo más sensacional es que hay gente que de tanto escuchar estos chistes los refrendan, sin asomo de dudas, como verdades inamovibles.
Al conocer de la tradición de este tipo de humor en Miami, aumenta el valor de la presentación de Trump, y cobra más sentido la opinión de que cuando se menciona su nombre en el mundo de la comedia norteamericana, se habla de uno de los grandes. Como reza un dicho popular, fue a bailar en casa del trompo, y se puede decir, sin pestañar, que lo hizo de lujo.
Es de suponer que al terminar el espectáculo, ya fuera del escenario, el protagonista y el elenco recibieran agasajos de toda índole. Sin dudas se hablará por mucho tiempo del exitoso sketch en Miami, que cobra más valor al ser presentado ante un público tan selecto como exigente, que tuvo como reacción una cerrada y prolongada ovación. No podía ser menos frente a las ocurrencias de Donald Trump.
Fuente: https://cubaposible.com/las-