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Las palabras y los hechos

Fuentes: Rebelión

Se miente más de la cuenta por falta de fantasía: también la verdad se inventa. A. Machado: «proverbios y cantares» En la vida cotidiana, todo el mundo sabe como tratar con alguien que «no es de fiar» : No creer lo que dice e intentar descubrir sus intenciones más allá de sus palabras. A veces, […]



Se miente más de la cuenta

por falta de fantasía:

también la verdad se inventa.

A. Machado: «proverbios y cantares»



En la vida cotidiana, todo el mundo sabe como tratar con alguien que «no es de fiar» : No creer lo que dice e intentar descubrir sus intenciones más allá de sus palabras. A veces, un error de apreciación de intenciones puede costar la vida. Es el caso de los cuatro observadores de la ONU asesinados en Líbano por el ejército judío, el cual respondía a su inquietud por la proximidad de las bombas: » No se preocupen, ha sido un error, dejaremos de bombardear su posición inmediatamente»… Así hasta en diez ocasiones, antes de morir. En la política internacional, este tipo de relación es la norma aceptada entre países y se le llama «diplomacia». En la política nacional actual se le llama simplemente «política».

Cuando la rápida sucesión de los hechos en Líbano no ha dado tiempo a los medios de comunicación de preparar el veredicto de culpabilidad de los que iban a morir, las escenas de masacres, desplazamiento de población y destrucción de un país por el ejército judío golpean el corazón del común de los ciudadanos y producen la natural empatía con el débil. El sufrimiento y la muerte de inocentes producen angustia porque ante esta cruel evidencia, nadie hace nada. Coma terapia de choque contra esta ansiedad del pueblo, algunos miembros del Gobierno declaran suavemente, (pero con el ceño fruncido, prueba inequívoca de compunción), sentirse «consternados» y llegan a cuestionar la proporcionalidad en la respuesta del estado judío. Ante la gravedad de la situación, el presidente del Gobierno español, J.L.R. Zapatero, decide con arrojo pasar de las palabras a los hechos: Posa jovialmente (siempre por delante el buen talante) con un típico pañuelo palestino… Impresionado por la contundencia en la respuesta del Gobierno español a la barbarie del ejército de Israel en Líbano, el embajador del Gobierno judío en España pasa a la acción, y atónitos, contemplamos como dirige una reprimenda pública al ministro de Exteriores y al Gobierno español por su actitud, lo que tiene el efecto inmediato de un repliegue general de las declaraciones. Con la diferencia de que mientras el Gobierno judío utiliza las palabras para justificar los hechos, por crueles que sean, el Español utiliza las palabras para justificar… las palabras.

La idea, comúnmente aceptada, de que ante una situación de injusticia la neutralidad es cómplice, creo que está recogida en el Código Penal, tipificando como delito «la denegación de auxilio». Supongo que será suficiente para no incurrir en este delito, el haber hecho algún comentario (con gesto grave) sobre la consternación que nos produce la víctima. Ante la real pasividad, y por tanto complicidad, de quienes pueden hacer algo y no lo hacen (condena formal, ruptura de relaciones, anulación de convenios bilaterales, etc.), se me ocurren dos reflexiones, a cual peor: – Son palabras hipócritas de desalmados que no se conmueven con la muerte de inocentes, un país arrasado y una población desplazada de sus hogares, y cuyo único interés está en la posible renta electoral obtenida con frases dirigidas a quienes sí se conmueven y se angustian con el sufrimiento ajeno. – O bien asumimos que sí están conmovidos, pero la inacción es debida al «miedo insuperable» (que sí es eximente del delito de denegación de auxilio) a un poder que está por encima de ellos. Esto es comprensible para todos los pueblos que tienen la desgracia de vivir alrededor de Israel (allí el peligro de muerte es cierto), pero en España, quizás debieran compartir ese temor con quienes un día los eligieron creyéndose aquello de la Soberanía del Pueblo.

Ya sé que todos estos argumentos pueden parecer ingenuos, pero ¿Acaso quienes nos gobiernan no exigen de nosotros un alto nivel de ingenuidad para creerlos? Tal vez, para encontrar algo de verdad, haya que ignorar las palabras y recordar solo aquella frase bíblica: «Por sus hechos los conoceréis».