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Entrevista a Miquel Porta Serra investigador y catedrático de Salud Pública de las Universidades Autónoma de Barcelona y de Carolina del Norte

«Las posibles soluciones contra la acumulación de contaminantes químicos en el organismo humano tienen dimensiones económicas y políticas»

Fuentes: Rebelión

Miquel Porta Serra es doctor en Medicina, catedrático de Salud Pública de las Universidades Autónoma de Barcelona y de Carolina del Norte, e investigador del IMIM. Entre sus publicaciones, además de sus numerosos artículos en prestigiosas revistas científicas internacionales, cabe destacar sus artículos en El País, Claves, Daphnia y WorldWatch. Vuestra última publicación, la que […]

Miquel Porta Serra es doctor en Medicina, catedrático de Salud Pública de las Universidades Autónoma de Barcelona y de Carolina del Norte, e investigador del IMIM. Entre sus publicaciones, además de sus numerosos artículos en prestigiosas revistas científicas internacionales, cabe destacar sus artículos en El País, Claves, Daphnia y WorldWatch.

Vuestra última publicación, la que muy recientemente has editado junto a Elisa Puigdomènech y Ferran Ballester, lleva por título: Nuestra contaminación interna. Concentraciones de compuestos tóxicos persistentes en la población española . ¿Contaminación interna? ¿Qué tipo de contaminación es ésa?

Se refiere a la acumulación en el organismo humano de contaminantes químicos, a la impregnación corporal de plaguicidas y residuos industriales como los PCB (policlorobifenilos) o las dioxinas. Sustancias cuyas concentraciones van aumentando en nuestros cuerpos a medida que crecemos, pues los organismos vivos no las podemos excretar. En nuestros estudios de investigación medimos estos contaminantes en sangre, grasa corporal, en las placentas…

¿A quiénes va dirigido principalmente vuestro libro? ¿A los profesionales de la salud y del medio ambiente?

Esta es mi apuesta: va dirigido a toda ciudadana interesada, y lo digo así no porque excluya a los varones (para nada), sino porque las mujeres suelen ser más maduras que los hombres en estos temas. En apariencia puede interesar más a los profesionales de la salud, el medio ambiente y las otras ciencias de la vida y la sociedad (desde la educación, la alimentación y la sociología hasta el derecho, la química y la ingeniería ambientales). Pero elegí adrede una editorial «laica», no una editorial de medicina, pues quiero salir de los círculos técnicos, ir más allá de los «iniciados» y expertos en contaminación. Conozco a mucha gente cuya profesión no es científica o médica y que está mucho mejor informada y concienciada que la mayoría de médicos, salubristas o químicos. Me refiero a que tienen mucho interés, conocimiento y criterio sobre las relaciones entre medio ambiente y salud pública.

¿De qué concentraciones de compuestos tóxicos persistentes en la población española habláis? ¿Cómo se producen esas concentraciones? Previamente incluso si me permites, ¿podrías definir la noción de «compuestos tóxicos persistentes» (CTP)?

Fundamentalmente, son plaguicidas y residuos industriales que contienen átomos de cloro, lo que hace que se disuelvan muy bien en las grasas. Los CTP que detectamos en más del 85% de la población general sana de Cataluña son el DDT y su principal producto de degradación, el DDE, ciertos PCB (como los congéneres 118, 138, 153 y 180), el HCB (hexaclorobenceno, un herbicida) y el β-HCH (un «hermano» del lindano).

¿Esta contaminación representa un importante reto para la salud pública española? ¿Somos conscientes de su peligrosidad? ¿Por qué?

En el libro invitamos a reflexionar sobre hipótesis como ésta: «Es probable que la distribución poblacional de algunos CTP explique una parte relevante de la carga social que hoy suponen algunas de las enfermedades y transtornos más prevalentes». Entre ellos, infertilidad, malformaciones congénitas, problemas de aprendizaje y desarrollo neuroconductual, obesidad, diabetes, varios cánceres, Alzheimer, Parkinson… La conciencia sobre esos riesgos es nítida en amplias minorías en todo el mundo, también en España. Aunque, ciertamente, el conocimiento sobre los efectos adversos de los CTP está empapado de incertidumbres, no puede ser de otro modo.

Permíteme que insista en este punto. ¿Estás diciendo entonces que entre las múltiples causas de estas enfermedades que citas -diabetes, cánceres, Alzheimer, Parkinson- los CTP son un factor a tener muy en cuenta y que, por tanto, representan -o deberían representar- un asunto importante para la salud pública en nuestro país (y en otros países)?

Sí, desde luego.

¿Crees que, digamos, nuevas enfermedades como el síndrome de fatiga crónica o la fibromialgia están relacionadas con estos contaminantes?

Es posible, pero estudios serios todavía hay muy pocos.

¿Poseemos suficientes conocimientos científicos sobre los efectos nocivos de estas sustancias -pienso en plaguicidas o residuos industriales- sobre la salud humana?

«Suficientes», no sé… ¿Qué es «suficiente»? No soy quién debe decirlo: somos todos quienes debemos decirlo, no sólo los investigadores. Pero existen muchos conocimientos… El libro entero es una invitación a que pensemos sobre ello. Y en el epílogo, entre citas de Sabina, Celaya, Riechmann y El Roto, insisto en que los significados y las implicaciones culturales y sociales de los hallazgos no se desprenden jamás automáticamente de los estudios clínicos, epidemiológicos y ambientales.

¿Y por qué? ¿Por qué los significados e implicaciones culturales no son meros corolarios de esos estudios? ¿Qué más hace falta para extraer esas conclusiones?

¿No es obvio el por qué? Pues porque hablamos de placentas contaminadas, de amamantar, de vejez, de cáncer… de nuestros cuerpos, de «poblaciones»… de cuando la enfermedad nos golpea con dureza e inexplicablemente… Hablamos de residuos, plásticos, comida… de impuestos, inspecciones, precios, comodidad… Porque las implicaciones emocionales, económicas o políticas son múltiples. Igual que lo son las causas y las posibles soluciones de la contaminación por CTP.

Esta concentración de la que estamos hablando, ¿es homogénea en España o está desigualmente repartida por nuestro territorio?

Existen grandes diferencias entre unas personas y otras. En la población general de Cataluña, por ejemplo, la concentración máxima del DDE es 7.838,21 ng/g y la mínima, 1,02 ng/g. O sea, una persona tiene concentraciones que son 7.684 veces superiores a las de otra. En el libro hemos seleccionado figuras, representaciones gráficas de estos datos que nos parecen imágenes o «fotografías» fundamentales para reflexionar. El análisis de la distribución poblacional o social de las concentraciones de estos contaminantes tóxicos muestra que no siguen una distribución «normal», en el sentido estadístico de la palabra (y quizá tampoco en el sentido sociocultural); al contrario, presentan una gran asimetría, es decir, existen grandes desigualdades sociales también en los niveles corporales de tóxicos ambientales.

Y en estas desigualdades que señalas: ¿el trabajo que se desempeña, las condiciones en que se realiza, la clase social a la que se pertenece, juegan un papel importante?

Vamos a analizarlo. Creo que los patrones no serán sencillos. En muchas personas (quizá, la mayoría) la exposición a CTP en el lugar de trabajo es de menor duración que la que tenemos a lo largo de toda la vida a través de los alimentos. Eso no significa que no debamos actuar en los lugares de trabajo cuando hay exposiciones dañinas.

¿Es por eso por lo que en el libro habláis a menudo de la «población general»…?

Tu pregunta guarda una relación clara con lo que acabo de decir, y es coherente. Pero no es esa la razón. Simplemente me pregunto ¿y a la población general qué organizaciones la defienden?

Por lo demás, ¿puede la ciudadanía evitar exponerse a sus efectos?

Las medidas individuales son limitadas, aunque ayuda evitar en la medida de lo posible la ingesta de grasas. Sin olvidar que fumar es poco coherente con preocuparse por la exposición a CTP…

Las concentraciones de CTP observadas en un momento dado en una población adulta son el resultado de la acumulación de CTP a lo largo de prácticamente toda la vida. Ello es así, hoy en día, para los CTP que con mayor frecuencia analizamos en este libro. Esa cronicidad de la exposición y de la acumulación en el organismo debe tenerse en cuenta siempre que se valora el papel de una fuente de exposición concreta en un momento determinado.

Claro que puede tener sentido preocuparnos por la contaminación humana que pueda causar una exposición laboral o una fuente de CTP cercana a un lugar de residencia; entre otras razones, porque esa exposición puede ser más modificable que la exposición que supone la alimentación; aunque fácil nunca es, pues esas exposiciones responden a intereses económicos muy arraigados y a veces reportan beneficios económicos y sociales nada desdeñables.

Cuando se habla de dioxinas y de otros compuestos tóxicos se suele pensar en Tarragona y en el sureste español. ¿Por qué? ¿Son zonas especialmente castigadas o es más bien un tópico desinformado?

Si me atengo al objeto de la entrevista -y en esta ocasión es lo que quiero hacer- te diré que apenas hay datos sobre contaminación interna en los habitantes de esas zonas. En todo caso, lo que suela pensarse me interesa poco, lo que me interesa es lo que no suele pensarse. Sin olvidar que en diversas ocasiones he dado mi apoyo a compañeros que denunciaban la evidente contaminación en esas zonas.

¿Existen sectores de la población más vulnerables que otros ante estos compuestos contaminantes? Creo que de hecho apenas pueden ser eliminados y que la acumulación corporal aumenta paulatinamente con la edad. ¿Es así?

No creo que sea adecuado hablar de «susceptibilidad» a los CTP, bastante se abusa ya de este equívoco concepto en medicina, a menudo por una tergiversación de ciertos conocimientos sobre genética. Sería inaceptable que los riesgos de los CTP se quisieran privatizar. Las causas de nuestra impregnación corporal por CTP son socioambientales, la naturaleza de la contaminación es en gran medida socioecológica, y su control exige de actuaciones de calado social -que son, evidentemente, de naturaleza esencialmente política y económica. Por razones culturales, ideológicas y morales hay que anticiparse a los intentos de biocomercialización de los CTP en el ámbito de la medicina privada. Cuidado con los curanderos de CTP… Y sí, tienes razón, basándonos en los resultados obtenidos en los estudios analizados en este libro podemos concluir que -aunque algunos estudios señalan una reducción de los niveles de determinados CTP a lo largo del tiempo-, a día de hoy aún nos encontramos expuestos a múltiples CTP desde los primeros momentos de vida embrionaria y hasta la muerte. La mayoría de la población, a niveles relativamente bajos; ciertas minorías, a concentraciones muy superiores. Sí, la acumulación corporal aumenta paulatinamente con la edad; no obstante, los «efectos de cohorte» están poco estudiados: puede que algunos aumentos asociados a la edad en realidad se deban a que ciertas cohortes estuvieron más expuestas.

¿Efectos de cohorte? Puedes aclarar este concepto.

El concepto de «cohorte de nacimiento» se refiere a la generación a la que pertenecemos, al grupo de personas que nacimos el mismo año. Por suerte, ahora muchos ya no saben lo que una «quinta»…

¿Hay algún ejemplo a destacar en el campo internacional en este ámbito de la vigilancia?

Aparte de Cataluña, los únicos dos países del mundo con programas gubernamentales sistemáticos de análisis de la distribución poblacional de CTP en muestras representativas son Alemania y EEUU; quien quiera una revisión de lo que hacen estos y otros países puede ver nuestro artículo en la revista «Environment International» (2008, vol. 34, págs. 546-561).

¿Qué políticas públicas, y acaso también privadas, pueden ayudar a disminuir la exposición de las personas a estos contaminantes? Item más y acaso previo: ¿podrían ser eliminados o prohibidos esos contaminantes o debemos acostumbrarnos a vivir con esos peligros anexos a la «civilización industrial»? ¿Es este un sendero poco razonable?

Un anhelo del libro (quizá demasiado ambicioso, pero ¿por qué no?) es ayudar a dinamizar las políticas públicas y privadas (alimentación y ganadería, riesgos químicos, residuos, energía, medio ambiente, educación, trabajo y salud laboral, medicina) que pueden disminuir la exposición de las personas a estos contaminantes y, por tanto, disminuir la carga de muerte, enfermedad y sufrimiento que actualmente contribuyen a causar.

Tú mismo has escrito un epílogo para vuestro libro que lleva por título «Caminos por los que podríamos caminar, sin miedo, aunque a ratos preocupados, y quizá avanzar». ¿Qué caminos son esos? ¿Podrías describirlos sucintamente?

Como investigador científico hay cosas que no entiendo. Las observo y no las entiendo. A menudo estás solo, has hallado algo que no entiendes: tienes algo que no entiendes. (A veces eso te hace muy feliz). Entonces lo guardas en tu bolsillo como un canto rodado; puede estar ahí muchos años, en el bolsillo del tejano gastado. Tu prosigues ese viaje que se parece a los que cantaba Kavafis… Y luego, un día, en un recodo del camino encuentras un colega o una amiga, o un ciudadano desconocido: y en mi palma esta ese guijarro, por si ella aprecia en él un destello, un significado. Eso y la continuación de la historia es lo que esbozo en el epílogo…

Se señala en el libro una de vuestras finalidades básicas: «propiciar una reflexión que debe ser culturalmente imaginativa, moralmente valiente, técnicamente innovadora y siempre respetuosa con los hechos y las incertidumbres que desvela la investigación científica». ¿Imaginativa, valiente, innovadora, respetuosa? ¿No pretendéis, una vez más, asaltar utópicamente los cielos?

No es una utopía, es una realidad (aunque insuficiente, claro, como todo lo humano): muchísima gente y muchas organizaciones ciudadanas están desarrollando una reflexión y una praxis que tienen esas cualidades. Incluso existen en las empresas y en sectores de las Administraciones.

¿Quieres añadir algo más?

Sí, gracias. En este volumen están sintetizados los trabajos de todos los grupos que en España investigamos sobre la distribución poblacional de los CTP y que tenemos una trayectoria contrastada (a nivel internacional, claro, la investigación no tiene otro escenario). Su participación en el libro es un signo del buen ambiente de trabajo y de la positiva colaboración que existe entre los grupos. Estoy muy contento con esa diversidad de aportaciones, con que nadie dijese que ‘no’ a escribir en el libro. Cincuenta autores es una cifra que dice mucho…

También es de destacar el apoyo que la edición del libro ha recibido del Instituto Sindical de Trabajo, Ambiente y Salud (ISTAS – CCOO), de la Sociedad Española de Agricultura Ecológica (SEAE), y de Científicos por el Medio Ambiente (CiMA). Pero nada de ello habría sucedido sin Jorge Riechmann (de ISTAS), Pía Paraja (de los Libros de la Catarata) y la Sociedad Española de Epidemiología (SEE), una organización auténticamente crítica, científica y democrática (y no como otras, que apenas son algo más que altavoces de la industria biomédica más convencional). Fíjate en la presencia en la contraportada del libro de los logos de esas 4 organizaciones, es una apuesta de los editores: creemos que hoy estas alianzas son imprescindibles para afrontar los retos que problemas como los CTP nos plantean a todos. Esta colaboración es también la puesta en práctica de una idea muy conocida: los investigadores no queremos estar solos, aislados; al contrario, deseamos construir espacios de reflexión y debate con las organizaciones sociales más dinámicas y transformadoras. La propia elección de una editorial «laica», que ya hemos comentado, va en esa línea: abrir la discusión al máximo de ciudadanas/os. Aunque veremos si lo logramos, pues las cuestiones tienen una fuerte componente técnica, y el libro también la tiene. Ah, y algo que es de simple justicia: destacar el inmenso trabajo de las otras editoras, Elisa Puigdomènech, Ferran Ballester, Magda Gasull y Magda Bosch de Basea.

Gracias, Miquel, muchísimas gracias por tu tiempo y por tus informadas respuestas y reflexiones.