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Cronopiando

Las sandeces de Aznar

Fuentes: Rebelión

Casi es imposible abrir cualquier periódico o sintonizar un canal o una emisora sin que no nos sobresalte el ánimo que aún nos sobrevive, el inefable Aznar con alguna de sus últimas sandeces. Que si «déjenme en paz» que «cuando yo no lo sabía nadie lo sabía», que «yo no fui tan listo», que «los […]

Casi es imposible abrir cualquier periódico o sintonizar un canal o una emisora sin que no nos sobresalte el ánimo que aún nos sobrevive, el inefable Aznar con alguna de sus últimas sandeces.

Que si «déjenme en paz» que «cuando yo no lo sabía nadie lo sabía», que «yo no fui tan listo», que «los moros todavía no me han pedido perdón por ocuparme ocho siglos España», que «déjenme beber lo que yo quiera», que «cuando yo negociaba yo no negociaba»…

No importa que busques refugio en las páginas o en los segmentos deportivos, también en ellos te sorprende el impetrante: que «yo corro diez kilómetros en cinco minutos», que «quien le ha dicho a usted que yo quiero que conduzca por mi», que…

Decir sandeces siempre ha sido parte de su cometido, pero prodigarlas con tanta generosa constancia, es cosa de estos tiempos y mueve a suspicacia. Un día es investido rector magníficus de una universidad jolibudiense y al otro día es celebrado bodeguero de honor de una academia del vino, para que Aznar consagre el tinto mientras deposita su torrente de infames sandeces en todos los medios a su disposición que, casi, vienen a ser todos. Hasta le sobra tiempo para cobrar conferencias, asesorar centauros y asistir a juicios por malversación de fondos públicos, cuando su boato demandaba la medalla de oro del Congreso de los Estados Unidos y dos millones de euros no fueron capaces de merecerla por más que se gastaran.

Es tal la incontinencia en quien manifestara apreciar de las mujeres el «que sean mujeres muy mujeres» que a Aznar, en sus acostumbradas destemplanzas, hasta le da lo mismo contradecir sus juicios y hacer de dos verdades una patraña, y de dos lógicas premisas, el absurdo como conclusión.

Porque cuando acusa a Zapatero de «cerrar los ojos y mirar para otro lado», es verdad que cierra los ojos o es verdad que mira para otro lado, de hecho, yo suscribo las dos posibilidades, pero por separado, porque no puede ser cierto que «cierre los ojos y mire para otro lado», ni siquiera Zapatero, a no ser que disfrute la feliz prerrogativa de mirar sin ojos y de ver sin mirar.

Hay una razón que se me ocurre para que Aznar, al que nunca le han importado demasiado las leyes, tampoco las físicas, no deje pasar un día sin aportar su cuota de estulticia al medio. Aznar, que ningún idiota es inofensivo, usa su verbal incontinencia como cortina de humo que lo ponga a salvo, no del juicio que merecen sus sandeces, sino de los crímenes por los que tendría que rendir cuentas si la justicia, bien porque cierra los ojos, bien porque mira para otro lado, no fuera un «pollo chulapón de peinado reluciente» que diría Valle-Inclán, devenido en triste chascarrillo.