En las culturas politeístas de la antigüedad se estilaba, antes de emprender una aventura cualquiera, preguntarle al oráculo cual era el ánimo de los dioses. De hecho, según el credo popular, el éxito de una batalla campal o de una conspiración palaciega, dependía del humor dulce o acre de los dioses y semidioses. Por lo general, […]
En las culturas politeístas de la antigüedad se estilaba, antes de emprender una aventura cualquiera, preguntarle al oráculo cual era el ánimo de los dioses. De hecho, según el credo popular, el éxito de una batalla campal o de una conspiración palaciega, dependía del humor dulce o acre de los dioses y semidioses. Por lo general, el oráculo no solía ser diáfano e inequívoco, debido a que las pitonisas y coribantes, haciendo uso de la razón y la inteligencia humana, mezclaban en sus respuestas elementos positivos y negativos, que contribuían de una u otra forma, en dependencia del carácter y talante de la persona, a la toma de decisión, que en definitiva era individual. Este fenómeno, conocido en las ciencias sociales y psicológicas como el efecto Pigmalión, tiene que ver con la manipulación de los resultados finales en un experimento determinado, ora con animales, ora con seres humanos en dependencia de las expectativas (positivas o negativas) del experimentador.
El signo de las conjeturas y pronósticos acerca de la eventualidad de un fenómeno estará, por consiguiente en dependencia del interés o en el temor que dicho suceso ocurra. Así está ocurriendo en relación al futuro de la revolución cubana, sobre todo, en el mundo hispanoamericano, donde las repercusiones directas del éxito o fracaso del proyecto histórico revolucionario tendrían dimensiones, o bien esperanzadoras o bien catastróficas.
Si creyera en destinos manifiestos divinos, preguntaría al oráculo de las runas vikingas o al yoruba afrocubano, cuál será el futuro inmediato de la sociedad cubana, pero por fortuna, no creo en profecías ni en oraciones.
Resulta que leo en los periódicos digitales y convencionales, cada vez con mayor frecuencia, que la suerte de Cuba está echada, que al final de este tobogán de reestructuraciones económicas, lo que le espera al pueblo cubano es la reimplantación de la sociedad capitalista y lo que es peor todavía, el «indocto pueblo cubano» ni se entera hacia dónde van y de donde vienen los tiros. No me cabe la menor duda que hay muchos políticos y personajes poderosos en el mundo occidental que están esperando, como agua de mayo, la caída de la revolución cubana. Pero también hay muchos filocubanos repartidos en todo el mundo, que por el hecho de conocer su historia, su cultura y su gente, y con el agravante de sentirse parte integral de ese proyecto histórico socialista, pensamos lo contrario.
No obstante, más allá de voliciones y deseos de los espectadores externos, la sociedad cubana es un ente dinámico, si bien no monolítico ni exento de contradicciones, en el sentido político-ideológico, con una historia de lucha independentista y antiimperialista sin parangón en América Latina y que en definitiva ha sido, es y será el constructor de su pasado, su presente y su futuro. Y, sépase, sólo como advertencia, que los muertos que los enemigos de la revolución cubana quieren matar gozan de buena salud.
Cuenta el viejo Homero en su Odisea, que Ulises escuchó las voces hipnotizadoras de las sirenas, seduciéndolo a detener la nave y hacer un alto en la isla para recrearse y saciarse de los vinos dulces y de las ricas viandas que en ella había en abundancia, pero el sabio Odiseo habiendo escuchado los consejos de Circe, la divina entre las diosas, previamente había ordenado a su tripulación taponarse los oídos y sujetarlo a él al mástil mayor de la nave, de forma tal que pudo pasar de largo y sin detenerse, continuó el rumbo a su querida Ítaca, donde lo esperaba con ansia loca y no cansada de tejer (símbolo de resistencia femenina) su amada Penélope y su rebelde e inquieto hijo Telémaco. Pero muchos peligros todavía estaban por llegar. En un estrecho del mar acechaban Escila y Caribdis. El viaje, como es conocido, fue muy largo y colmado de trampas y celadas. Y, de ser cierta la leyenda, Ulises llegó un día al puerto de Ítaca y mandó a parar.
Miles de años han transcurrido desde las hazañas del astuto Ulises y de su periplo por los mares de la vieja Grecia. Sin embargo, los cantos gélidos y magnéticos de las sirenas aún se escuchan entre las brumas. Pero con tanta indigencia, miseria, desempleo, guerras, invasiones y crisis económicas estructurales, las modernas sirenas del capitalismo no solo saben cantar, sino que nos muestran con su llanto la verdadera quimera del sistema.
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