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Las torcidas raíces de Montaner

Fuentes: Rebelión

La última vez que Carlos Alberto Montaner estuvo en República Dominicana, la fundación que lo invitaba y ensalzaba decía de él que era «el columnista más leído en lengua española». Y no lo dudo. De hecho, doy fe de que su lectura fue una de las primeras que abordé en la prensa cuando, con 15 […]

La última vez que Carlos Alberto Montaner estuvo en República Dominicana, la fundación que lo invitaba y ensalzaba decía de él que era «el columnista más leído en lengua española».

Y no lo dudo. De hecho, doy fe de que su lectura fue una de las primeras que abordé en la prensa cuando, con 15 años y viviendo en el País Vasco, me encontré su opinión en el Diario de Navarra, único mentidero que existía en mi pueblo en los tiempos en que la dictadura de Franco o negaba la voz a los dignos o suprimia la dignidad de la voz. La consecuencia de semejante disyuntiva era encontrarte opiniones como las de Montaner, ensalzando infamias y calumniando respetos.

Cuando a los 24 años me trasladé a Nicaragua, en 1980, de nuevo me encontré con el inefable, ocupado en los mismos oficios, entonces en las páginas del diario La Prensa, cuyos dueños habían cancelado (otros renunciaron) a todos los profesionales decentes que desde ese periódico enfrentaran la dictadura de Somoza, para sustituirlos por los asalariados del periódico «Novedades», propiedad de Somoza y que por razones obvias se habían quedado sin empleo.

Al llegar a Santo Domingo, poco más tarde, como no podía ser de otra forma, Carlos Alberto Montaner también disponía de esos espacios que con tanta generosidad se ceden a quienes han asumido como bien remunerado empleo denigrar la dignidad de los pueblos latinoamericanos insistiendo en la burda falacia de que todas sus desgracias tienen un origen divino, de que la razón de sus miserias sólo la explica su aciago destino escrito en las estrellas, y de que la malaventura de su suerte tiene su causa en la podredumbre de unos genes que, según Montaner, sólo capacitan a los latinoamericanos para ser borrachos, vagos o prostitutas.

Obviamente, se le olvidó agregar embusteros, grandes y profesionales embusteros, canallas de oficio y profesión, encubiertos criminales a su imagen y semejanza.

Y por ahí anda, un Montaner condenado en 1961 por camuflar explosivos en paquetes de cigarrillos; reclutado a temprana edad por la CIA, agencia que le financiara desde editoriales, como Playor, especializada en basuras contrarrevolucionarias, hasta agencias como Firmas Press, dedicada a intoxicar con calumnias anticubanas los medios de comunicación europeos. Un Montaner que fue el encargado de facilitar el ingreso a Francia del terrorista Juan Felipe de la Cruz, muerto poco más tarde al estallarle una bomba que portaba; con amplios antecedentes de plagio, como cierta obra que le editara a Ricardo Bofill; fundador de no pocas organizaciones contrarrevolucionarias entre las que se puede citar a la Unión Liberal Cubana o Concertación Democrática Cubana, ligado estrechamente hasta hace muy poco tiempo a Más Canosa y otros turpenes involucrados en la campaña terrorista de bombas contra intereses turísticos cubanos; y que cuenta con el favor de quienes insisten en convencer a los pueblos latinoamericanos de que sus torcidas raíces son la única razón de sus desgracias.