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Libertad de expresión en el Miami de los 90

Fuentes: Rebelión

Hace unos días, en una intervención mía en el programa La Tarde se Mueve que dirige el periodista cubano Edmundo García, comenté que en el Miami de los noventa existió una pequeña apertura en lo que a la libertad de expresión se refiere. Esta ciudad que, a través de los años se caracterizó por la […]

Hace unos días, en una intervención mía en el programa La Tarde se Mueve que dirige el periodista cubano Edmundo García, comenté que en el Miami de los noventa existió una pequeña apertura en lo que a la libertad de expresión se refiere. Esta ciudad que, a través de los años se caracterizó por la intolerancia política, por la intimidación y la violencia, tuvo en aquella década un pequeño respiro en lo que a la aceptación de discutir ideas diferentes se refiere. Al caer el Muro de Berlín, parece ser que también se cayó el Muro de Miami. En esta ciudad no se discutía si el gobierno revolucionario iba a colapsar o no, sino cuándo iba a ocurrir. Algunos decían que meses, otros que quizás un año o dos, pero la mayoría de los cubanos que aquí residían en esa época estaban convencidos que no solamente la revolución estaba herida de muerte, sino que la Historia también lo estaba. Era el fin de la historia. El comunismo había desaparecido de la faz de la tierra, por lo tanto, la revolución cubana tenia los días contados. Por esos tiempos, un periodista cubano amigo mío, Chicho Jordán, que compartía un programa con varios derechistas de Miami en una de las emisoras locales, les recomendaba que se buscaran un buen contador para que les hablara sobre «los días contados». Recuerdo cómo nos reíamos Chicho y yo con las boberías de los adivinadores que contaban los días en las emisoras de radio.

Se publicaron libros como el del periodista argentino despistado, Andrés Oppenheimer, que escribió uno con el pomposo título de «Los últimos días de la revolución cubana», y se cantaron canciones como la del salsero Chirino y su «ya viene llegando» o «Los 360 meses» de Marisela Verena.

Se hacían apuestas y hasta en las Vegas se llegó a crear un concurso para saber quien adivinaba la fecha de la caída del gobierno revolucionario. Nadie en Miami se podía imaginar que el gobierno cubano se iba a mantener en el poder, su fin era inevitable. Es bajo esas circunstancias que varios cubanos de Miami que habíamos mantenido una posición anticastrista, que habíamos luchado contra la revolución y que en los sesenta habíamos mantenido una posición beligerante contra la misma, nos dimos a la tarea de limar las asperezas y de alejar nuestras diferencias con el gobierno cubano, porque nos dimos cuenta que no era la sobrevivencia del gobierno revolucionario lo que estaba en peligro, sino la nación cubana. Cuba y su independencia y soberanía fue lo que se puso sobre la mesa. De caerse el gobierno revolucionario, no era solamente el colapso de un gobierno, sino el desplome de una nación. Personalmente, acuñé la frase de que mi oposición al gobierno de Cuba estaba postergada. La postergaba para un mejor tiempo. Me cansé de decir lo anterior en múltiples programas de radio de Miami. La existencia de Cuba como una nación soberana e independiente me era y me es más importante que estar a favor o en contra de un gobierno.

En esos años se empezó a abrir un espacio dentro de los medios de Miami, me imagino que al estar seguros de que el gobierno revolucionario tenía los días contados y que los exiliados ya estaban a solo pasos de la toma del poder en Cuba, los come candelas de Miami empezaron a bajar la guardia y a aceptar que voces diferentes se pudieran oír en los medios de esta ciudad. Los que dirigían los programas radiales en Miami se sintieron seguros y abrieron los micrófonos a los que pensábamos diferente. Aún seguían algunas amenazas, pero ya no eran tan violentas como habían sido hasta hacía muy poco tiempo atrás, cuando las bombas y los atentados habían estado a la orden del día en Miami. Sería una lista inmensa si tratáramos de enumerar los actos violentos llevados a cabo en aquella época debido al clima de intolerancia política que aquí imperaba. En el plano personal, durante toda esa década de los noventa, estuve casi a diario en diferentes programas de opinión que abundaban en esta ciudad, con comentaristas como Luis Aguilar León, Vicentico Rodríguez, Tomás García Fuste, Agustín Tamargo, Luis Fernández Caubí, Roberto Rodríguez Tejera, etc., etc. Todos los artículos que le mandaba al Herald eran publicados, Radio y Televisión Martí me invitaban a sus programas de radio y televisión, las estaciones locales de TV llamaban para oír mis opiniones. Incluso, el director de la emisora de radio WQBA, Herbert Levin me llamó para firmarme un contrato para hacer de compañero de programa del comentarista Agustín Tamargo, contrato que no se llegó a firmar, debido al temor que en aquellos momentos tuvo mi amigo Agustín, temor a que lo pusiera diariamente contra la pared en las discusiones, hecho que lo pondría en serios apuros con sus otros amigos de la ultraderecha anticubana de Miami.

Toda esa apertura a la libertad de expresión en los noventa se fue junto con el niño Elián González. Con la llegada del nuevo siglo, Miami regresó a los tiempos de los que piensan igual, con el lema de «Dentro del anticubanismo ultraderechista todo, fuera de él nada».