«El hombre es en la medida en que existe…» (M. Heidegger) El hombre es tierra y no respeta su andar. Nunca como en la actualidad, la humanidad ha hecho una idolatría fanática a la velocidad. Todo tiene que ser rápido y ya. Todo tiene valor, color y sabor si es veloz. Qué es la velocidad […]
«El hombre es en la medida en que existe…» (M. Heidegger)
El hombre es tierra y no respeta su andar. Nunca como en la actualidad, la humanidad ha hecho una idolatría fanática a la velocidad. Todo tiene que ser rápido y ya. Todo tiene valor, color y sabor si es veloz. Qué es la velocidad sino reducción de tiempo y espacio con multiplicación de gestiones y resultados. De dónde surge esta idea. Fue en el seno de la modernidad. No hay apuro de tiempo sin conciencia de la medida existencial. Es la finitud individual y colectiva la que marca, muchas veces, irracionalidad en la aceleración de los tiempos. Son los momentos los que nos marcan situaciones y no grandes lapsos. Los aires de límite del hombre dados por la peste negra del siglo XIV y el gran terremoto de Lisboa en 1755 ayudaron culturalmente a la idea de que la humanidad tiene límites de vida. Ochenta millones de muertos en el primer caso y toda una ciudad devastada en el segundo con 90.000 muertos, marcaron rumbos en la filosofía de las ciencias, en nuestro andar cotidiano, pero fundamentalmente en cuál es nuestra percepción, vinculación y sensación con el espacio en el que estamos. El ambiente tiene sus tiempos, a través de la naturaleza. Esa asimetría de crecimientos y límites entre los plazos del hombre y la eternidad de la tierra, marcan un divorcio de velocidades. Los movimientos de la naturaleza son velocidades armoniosas y que avanzan. Los tiempos del hombre actual son velocidades que atrasan. El desarrollo de los medios de producción y los injustos medios de distribución generan velocidades dañosas. El papa Francisco califica de «rapidación» a ese desajuste de distintas velocidades. La rapidación es la rapiña de pocos seres humanos sobre los bienes de la vida de la gran mayoría biológica mundial. Que un 20 por ciento concentre la riqueza del 80 por ciento y que un 80 por ciento tenga sólo el 20 por ciento de la riqueza de la tierra resulta insultante. Toda injusticia social ambiental es una asimetría injustificada de tiempos y es la apropiación de pocos de los tiempos de muchos. Es una velocidad que atrasa y depreda.
Lo muy rápido, lentifica. Lo sabio es cómo reparamos lo que el hombre tan abruptamente ha desarticulado por la depredación de los bienes comunes del agua, bosques y diversidades biológicas. Las guerras en nuestra Casa Común serán por el agua, el espacio y el tiempo.
El injusto modo de distribución de los bienes del planeta generan lesa ambientalidad. Pero también señala una velocidad que atrasa y daña. La injusticia social y ambiental en el mundo hace padecer a la tierra, con sus 3 000 millones de pobres, y las 1800 millones de personas expuestas al negativo cambio climático. En el 2008 se calculó que la actividad del hombre superó 2 veces y media el fluir biológico y ambiental de la tierra. La rapidez de los medios tecnológicos patentizan la brutalidad de la injusticia. La razón sin sensibilización es perversión. Lograr la equidad social ambiental es obtener que la velocidad avance sin atropellar a nadie.
La ecología política, dentro del ambientalismo integral, nos señala la disputa de poder y las tensiones entre el bienestar de la ciudadanía mundial y la vida universal, por una parte y las minorías que dominializan los espacios y tiempos por medio de la depredación ecológica y el extractivismo salvaje. Esta gran tensión en la política mundial se debería resolver en paz con la tierra y que la ONU, como organismo multilateral, tendría que ser la Autoridad Mundial de Promoción de la Vida Integral de la Pacha Mama.
Como dijimos, la excesiva velocidad epocal produce, entre otras cuestiones, mayor inequidad. Es la justicia social‑ambiental la que pone armonía a la rapidez, convirtiéndola en un movimiento en acompañamiento con la madre naturaleza.
Durante el mes de agosto de cada año se homenajea a la Pachamama, a la tierra. Tenemos que conmovernos porque a pesar de la injusticia humana y la alarmante contaminación que produce el hombre sigue dando frutos. Necesitamos una ética del cuidado y de la amabilidad ambiental. Y también de un derecho humano a la armonía. Para eso tenemos que empezar el largo camino de abandonar la lógica cartesiana dónde sólo existe la configuración de la utilidad y el cálculo. La historia nos señala que se puede pensar distinto. El hombre aún puede convertirse en humanidad universal y biocéntrica.
Aníbal Ignacio Faccendini, director de la Cátedra del Agua Universidad Nacional de Rosario (UNR), doctor en Ciencias Jurídicas y Sociales, especialista en Ambiente y Desarrollo Sustentable, licenciado en Ciencias Sociales y docente de la UNR.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/63895-lo-que-atrasa-a-la-tierra-es-la-velocidad