Petróleo nos invita a pensar y a actuar con la vista puesta en una conversión social y ecológica. Por si aún quedara tiempo, en tiempo de descuento y fuera de plazo, para llegar a tiempo aún
Refinería de petróleo, en Ancona (Italia). IVÁN CASTAÑEDA/FLICKR
«El charco se está secando y los peces están inquietos»
‘Gus’ Hayes, The Wire
Inicio petrolero de sobras conocido, nudo gordiano colapsando y desenlace energético algo más que incierto. ¿Se puede arrancar con Pasolini recordando el fin de las luciérnagas; abordar antropológicamente el petróleo y todas sus derivadas como mito energético constituyente y concluir abogando por una razonada y perentoria conversión social y ecológica? Sí, sí se puede. Todavía. Eso hacen Muiño, Herrero y Riechman, a tres voces corales, en Petróleo. Pero pueden todavía, sobre todo, para constatar que vamos tarde -demasiado tarde- y siempre a destiempo.
El peak oil -el ocaso de los combustibles fósiles y el fin del petróleo barato- ya es sólo tabú y palabra prohibida en algunos toscos consejos de administración. La curva declinante ya está asumida oficialmente -fijada en 2006 por la Agencia Internacional para la Energía- y camuflada en prórroga con el tránsito ficticio por carburantes de peor calidad o, factura tras fractura, con otras perforaciones que horadan la tierra, como si la tautología neoliberal de un crecimiento ilimitado en un mundo finito no tuviese doblez ni contrincante. Y aunque para salir de cualquier agujero, antiguo sentido común, lo más razonable sea siempre, en primera instancia, dejar de cavar. Ya avisaba Chesterton en La Taberna Errante, en boca del entrañable irlandés Dalroy: «¿Sabes, amigo Hump, que empiezo a temer que la gente de hoy no tiene ni idea sobre la vida? Esperan de la naturaleza cosas que ella no prometió jamás y se empeñan en destruir lo que realmente les ofrece».
Hace tiempo, prácticas y palabras que tanto Riechmann como Herrero, dos de las voces más lúcidas del ecosocialismo y el ecofeminismo, avisan de que tecnolatría y transhumanismo condensan un fantasioso nihilismo dominante que arde en todas partes y lo quema casi todo. Esa deriva irracional que vende el humo del fuego y que publicita que mejor buscar otros planetas antes que proteger éste y que nada mejor que fiarlo todo a la nanotecnología antes que confiar en la maltrecha, lisiada y ambigua condición humana, capaz siempre de lo terrible y de lo sublime.
Inicio, nudo y desenlace. Y arranca Santiago Muíño con «de nuevo estamos todos en peligro. El Petróleo como eslabón más débil de la cadena neoliberal». Evoca con lucidez a Pasolini -su última novela, entre visillos mafiosos de la industria energética, llevaba igual título, Petróleo-y cartografía la extralimitación ecológica sin precedentes en la que estamos inmersos -la crisis es también geológica-, analiza la orfandad energética de la tercera revolución industrial -tras el carbón y el petróleo que definieron primera y segunda- y ahonda en la intemperie de una gestión geopolítica autoritaria de la escasez que derivará en fascismo societal.
Qué más da ya, en la aceleración frenética y la permanente revolución contra los límites del capitalismo, que el primer aviso fuese en 1972 –Los límites del crecimiento del matrimonio Meadows a petición del Club de Roma. Qué más da que los mismos autores insistieran en 1992 en lo mal hecho, lo no hecho y, especialmente, en lo hecho en dirección contraria y opuesta. Qué más da que en 2012 insistiera hasta la NASA -escasamente susceptible de militancia en Ecologistas en Acción- y advirtiera que a la civilización occidental industrial, tal como la conocemos, le quedaban a lo sumo un par de décadas como consecuencia de la codicia de las élites globales -y su nula voluntad de virar de el rumbo-, de las tensiones políticas ante desigualdades sociales ingobernables y de las reiteradas evidencias de colapso ecológico. La agencia espacial norteamericana añadía que ese final anticipado se parecería más al final del imperio romano, fiestón hasta el final en la lógica suicida de una economía que erosiona las bases materiales de su propia autorreproducción y que va embalada hacia el agotamiento por sobresaturación, que a un tránsito racional, sensato y compartido hacia otros modelos. Cimientos de pies de barro, más que ayer y menos que mañana, cuando el margen de maniobra se estrecha y el dinamismo patológico del fundamentalismo de mercado crece.
En ese nudo se detiene Yayo Herrero -«Sujetos arraigados en la tierra y en los cuerpos. Hacia una antropología que reconozca los límites y la vulnerabilidad»- para recordarnos lo más elemental cotidiano y lo más olvidado cada día: nuestra condición de ecodependientes e interdependientes. Dependemos del planeta para vivir -aunque el complejo de Dios ha invertido la dependencia: ahora es la naturaleza quién depende del hombre- y dependemos los unos de los otros para convivir. Punto de partida para un desenlace que aboga por la hipótesis más humana, más biofílica y más decente y donde brilla Riechmann defendiendo la sisífica tara y tarea de ser humanos -«Amontonar piedras. Reconstruir culturas, transformar identidades: sobre la necesidad de conversión socioecológica». Lo hace invariablemente, tócala otra vez Sam, desde la ética de la autocontención, el compromiso con la alteridad -dejar vivir al otro y a los que vendrán- y la conciencia de fragilidad. Y un elocuente y sugerente programa de mínimos para revertir tanta hybris.
Con Petróleo -recopilación de textos ad hoc tras un curso dirigido por Santiago Muíño en Barcelona- se estrena también la colección ‘Et al.’: más de dos, etimológicamente; todas y todos, en términos ecológicos. Una apuesta de la editorial Arcadia en colaboración con el MACBA para prolongar su programa público de debate y reflexión. O como sugiere en el prólogo Pablo Martínez, para «dejar de ser espectadores de la catástrofe» y ser algo más. Porque contra la civilización de la prisa, del turbocapitalismo voraz y carroñero, Petróleoconstituye una perentoria invocación leonfelipista: «no es lo que importa llegar solo ni pronto. Sino con todos y a tiempo».
La negación de la primera proclama porque ya es el mito imposible, amén de distópico, del capitalismo -uno solo no puede salvarse, que diría Brecht. La invocación de la segunda, como frágil alternativa -la opción por una salida ecológica y social, democrática y pacífica, feminista y solidaria y en común. Frágil y fragilizada, recuerda este trío resistente, porque estamos haciendo todo lo posible para conseguir que sea improbable. La crudeza del XXI -el Siglo de la Gran Prueba, para Riechmann- analizada en perspectiva ecológica, política, social, antropológica y cultural. Y ante ella, retorna el freno de emergencia reclamado y urgido por Walter Benjamin contra los vendavales del Poder, el mito arrollador del Progreso y los desmanes de la Historia. Apología de los límites, del respeto mutuo y de los cuidados recíprocos, Petróleo nos recuerda, en cada página y en cada frase, sin atisbo fatalista ni rastro de exageración, que lo seguimos teniendo crudo. Toda reseña -pasen y lean, por favor- pretende invitar a leer lo reseñado. La lectura incesante de Petróleo, por suerte, invita a pensar e incita a actuar. Por si aún quedara tiempo, en tiempo de descuento y fuera de plazo, para llegar a tiempo aún.
Emilio Santiago Muiño, Yayo Herrero, Jorge Riechmann
Arcàdia-Macba, Colección Et Al., Barcelona, 2018, 163 pp.