El desfase entre lo que hay que hacer para salvar la Tierra del desastre medioambiental del calentamiento global desenfrenado y lo que realmente se está haciendo continúa creciendo. Un buen ejemplo de este desfase son las prácticas de financiación de los mayores bancos del mundo.
Que los capitalistas no se preocupen por pequeñas cosas como la capacidad futura del planeta para seguir siendo habitable no es ninguna novedad, o no estaríamos en la situación actual. Pero un nuevo informe de siete organizaciones ecologistas concluye que 60 de los mayores bancos del mundo han invertido 4,6 billones de dólares en proyectos de combustibles fósiles desde que se firmó el Acuerdo del Clima de París en 2015.
Probablemente, cuando nuestros descendientes se enfrenten a un clima caótico, a grandes contratiempos agrícolas, a extinciones masivas en la tierra y en el mar, a ciudades costeras inundadas y a la desertificación -como ocurrirá si se mantienen las cosas como hasta ahora-, no podrán creer que ese mundo arruinado sea consecuencia del enriquecimiento obsceno de un puñado de empresarios y financieros del pasado.
¿Pueden hacerse retroactivas las maldiciones? Posiblemente no. Pero tal vez el movimiento ecologista mundial pueda crecer lo suficiente y ser lo bastante activo como para forzar los cambios necesarios. Hay muchas personas que intentan organizarse y llamar la atención -sobre todo los jóvenes, porque vivirán lo suficiente para poder ver cómo las predicciones de hoy se convierten en la realidad de mañana-, pero puede que el calentamiento global siga siendo algo abstracto para muchas mentes. O tal vez el gigantesco desafío de trascender al capitalismo, sin el cual es esencialmente imposible revertir el calentamiento global, sea una lucha demasiado difícil. Llevarse las manos a la cabeza en señal de desesperación sería más fácil, pero si queremos que nuestros descendientes (o las personas que viven en este momento) hereden un mundo vivo, el activismo a escala mundial es esencial.
¿Qué palabras deberíamos usar para describir un sistema económico bajo el cual un puñado de personas poderosas puede beneficiarse de la destrucción de la naturaleza y este comportamiento es altamente recompensado?
¿Qué palabras deberíamos usar para describir un sistema económico que, a pesar de la abrumadora evidencia del rumbo suicida al que conduce a la humanidad, se dirige directamente hacia el desastre global?
¿Qué palabras deberíamos usar para describir a quienes se benefician enormemente de todo esto, y cómo es posible que posean unas sumas tan enormes de dinero como para poder forzar la continuación de este rumbo suicida? Ninguno de los que estáis leyendo estas palabras habéis votado por esto, y ninguno puede votar para acabar con ello. Las decisiones económicas están completamente fuera de las manos de la clase trabajadora; la ideología capitalista actual ha evolucionado hasta el punto de que se supone impensable que las decisiones económicas puedan estar sujetas a procesos democráticos. Una prueba más de que sin democracia económica no puede haber democracia política. Una lección que el capitalismo impone a diario.
Palabras bonitas para el medioambiente, gigantescas inversiones en combustibles fósiles
El informe mencionado al inicio, titulado «Banking on Climate Chaos: Financial Fuel Report 2022″, patrocinado por Oil Change International, Rainforest Action Network, Indigenous Environmental Network y otras cuatro organizaciones, «concluye que incluso en un año en el que los compromisos de cero emisiones estaban de moda, el sector financiero continuó con su conducta habitual frente al caos climático». Los bancos están invirtiendo en combustibles fósiles a niveles incluso más altos que en 2016, el año posterior a la firma del Acuerdo de París, cuando los gobiernos del mundo acordaron el objetivo de mantener el aumento de la temperatura global en 1,5 grados con respecto al nivel preindustrial. De los 4,6 billones de dólares invertidos por 60 de los mayores bancos del mundo desde el acuerdo de París, 742.000 millones de dólares se invirtieron en el sector solo en 2021.
Estos bancos proceden de países de todo el mundo pero, según el informe, los cuatro mayores infractores tienen la sede en Estados Unidos. «En general, la financiación de los combustibles fósiles sigue estando dominada por cuatro bancos estadounidenses –JPMorgan Chase, Citigroup, Wells Fargo y Bank of America- que, en conjunto, representan una cuarta parte de la financiación total de los combustibles fósiles en los últimos seis años», señala el informe. «El Royal Bank of Canada (RBC) es el banco de aquel país que más invierte en combustibles fósiles, mientras Barclays es el peor en Europa y MUFG el peor en Japón». Tres bancos canadienses -el RBC, el Scotiabank y el Toronto-Dominion Bank (TD)- se encuentran entre los doce primeros del mundo en cuanto a financiación de combustibles fósiles.
Y lo que es más alarmante, el Royal Bank of Canada y el TD han “liderado” la grotesca expansión de la financiación de las arenas bituminosas: en 2021 se invirtieron 23.000 millones de dólares en su producción, un aumento del 51% respecto a 2020. Esos dos bancos canadienses combinados duplicaron su financiación para las arenas bituminosas en 2021 en comparación con 2016. En el fracking se ha invertido todavía más dinero: 62.000 millones de dólares solo el año pasado. Wells Fargo duplicó con creces sus inversiones en fracking hasta los 8.000 millones de dólares en 2021. Desde que se firmó el Acuerdo de París, cuatro bancos estadounidenses son, con diferencia los mayores responsables del fracking: JPMorgan Chase, Wells Fargo, Citigroup y Bank of America.
Sí, los gobiernos del mundo son hipócritas al firmar acuerdos para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero sin mecanismos de aplicación y están lejos de cumplir sus objetivos anunciados. Pero esa no es razón para excusar a la industria financiera por su importante papel a la hora de garantizar que se arrojen a la atmósfera más gases de efecto invernadero que nunca. O para excusar la hipocresía de los bancos. Por ejemplo, Barclays, con sede en Londres, es el banco europeo que más contribuye a la producción de combustibles fósiles y el quinto mayor inversor del mundo en fracking, sólo por detrás de los cuatro bancos de EE.UU. mencionados anteriormente.
¿Qué debemos hacer con el pronunciamiento de Barclays, en su página web, proclamando que «Barclays da a los accionistas la oportunidad de votar sobre el clima»? «El banco dice que dará a los accionistas «la oportunidad de votar sobre su estrategia climática, sus objetivos y sus progresos» en su asamblea general anual de 2022. El presidente de Barclays, Nigel Higgins, afirma en un folleto publicitario que el banco pretende ser «neutro en emisiones» en 2050. Pero parece que va en la dirección contraria, a menos que la intención sea verter miles de millones de libras en combustibles fósiles hasta 2049, y luego dejar de hacerlo por arte de magia. Si la situación no fuera tan grave, podríamos reírnos de la afirmación del presidente cuando dice que «creemos que nuestra defensa de la neutralidad de emisiones y nuestro apoyo al Acuerdo de París ha marcado una diferencia en la banca». Si las palabras huecas pudieran desplazar al dióxido de carbono, supongo que sí marcaría la diferencia.
El artero folleto, de 36 páginas, está repleto de aspiraciones e incluso llega a proclamar al banco miembro fundador de la Net Zero Banking Alliance, «parte de la Glasgow Financial Alliance for Net Zero». Qué bonito. El resultado de la cumbre climática de Glasgow del año pasado fue continuar con la tradición de «nos ha encantado hablar y nos encantará hablar un poco más», mientras asumimos compromisos que garantizan que las temperaturas globales se disparen por encima de los 2 grados. En cuanto a Barclays, el lector del folleto busca en vano cualquier mención a lo que se pedirá a los accionistas que voten. A los afectados por la producción de combustibles fósiles no se les preguntará, por supuesto.
Si las palabras huecas pudieran utilizarse como fuente de energía
La intención de este artículo no es señalar específicamente a Barclays, pues esta clase de lavado verde empresarial es demasiado habitual. El mayor financiador de proyectos de combustibles fósiles del mundo, JPMorgan Chase, por ejemplo, afirma que tiene el «compromiso de alinear sectores clave de nuestra cartera de financiación con los objetivos del Acuerdo de París» y «estamos midiendo las emisiones de nuestros clientes en sectores clave de nuestra cartera de financiación». Parece que hay muchas emisiones de gases de efecto invernadero que medir. Pero, ¿debemos dejarnos engañar por esta farsa?
Del mismo modo, el Royal Bank of Canada, el mayor financiador de combustibles fósiles fuera de Estados Unidos y el quinto financiador global del mundo, dice con cara de circunstancias que está ayudando a sus clientes a alcanzar objetivos de cero emisiones y que está «estableciendo el estándar para la mejor gobernanza a través de nuestro grupo de Estrategia y Gobernanza Climática». No nos gustaría ver cómo sería un estándar más bajo teniendo en cuenta los 201.000 millones de dólares que invirtió en combustibles fósiles de 2016 a 2021, con un total en 2021 que duplica el de 2020.
Aunque palidecen en comparación con los 4,6 billones de dólares que los mayores bancos han repartido a la industria de los combustibles fósiles en los últimos cinco años, incluidos 742.000 millones de dólares en 2021, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional han aportado lo suyo. El Banco Mundial, financiado por los gobiernos del mundo, en particular los del Norte Global, ha aportado decenas de miles de millones de dólares a los combustibles fósiles desde que se firmaron los Acuerdos de París, según informa Urgewald, una organización medioambiental y de derechos humanos sin ánimo de lucro con sede en Alemania. Este dinero incluye 12.000 millones de dólares en financiación directa de proyectos en más de 35 países; hasta 20.000 millones de dólares anuales concedidos como apoyo presupuestario gubernamental, incluso para proyectos de carbón; y miles de millones más para proyectos de infraestructuras que permitieron la construcción de nuevas centrales de carbón que, de otro modo, no habrían podido construirse.
El Fondo Monetario Internacional (FMI), famoso por imponer una austeridad extrema a los pueblos de todo el mundo como precio de los préstamos, impone a veces condiciones adicionales que obligan a «extender la alfombra roja a la industria de los combustibles fósiles», informa la organización medioambiental estadounidense Amigos de la Tierra. Un informe de esta ONG constata que:
«Aparte de las medidas de austeridad por las que es tan conocido, el FMI adjunta condiciones en sus préstamos a una serie de países que apoyan nuevas exenciones fiscales para las grandes petroleras. Un estudio reciente descubrió que los programas de préstamos del FMI apoyaban nuevas subvenciones a los productores de carbón y gas en Mozambique y Mongolia. El Fondo también permitió la promulgación de nuevas leyes en estos países para facilitar la financiación pública de proyectos de combustibles fósiles. A medida que aumenta el número de países que acuden al FMI en busca de ayuda para hacer frente a la COVID-19, resulta imperativo que el FMI no afiance aún más la dependencia de los combustibles fósiles en todo el mundo. Sin embargo, un análisis reciente ha revelado que los préstamos del FMI de la era COVID-19 no han impulsado las políticas de recuperación ecológica. Otro estudio descubrió que la mayoría de los préstamos de la era COVID-19 del FMI exigen la aplicación de medidas de austeridad una vez que la crisis pandémica se disipa, lo que limita los recursos que los países pueden gastar en una recuperación justa y verde».
Tampoco se pueden olvidar las enormes subvenciones al sector. Un documento elaborado en 2015 por, irónicamente, cuatro economistas del FMI, descubrió que los subsidios a la industria de los combustibles fósiles ascendieron a la asombrosa cifra de 5,6 billones de dólares en 2014. Este total incluía los daños medioambientales, entre ellos la contaminación atmosférica, además de las subvenciones directas a las empresas, los precios por debajo del coste para los consumidores y los impuestos no percibidos. Pero claro, el FMI no cuestionó por ello el capitalismo, señalando cuidadosamente que no representaba las opiniones del FMI. El propio informe tampoco dedicó una sola palabra a cuestionar el sistema económico que ha producido resultados tan desastrosos. Un estudio más reciente del FMI reveló que los subsidios a los combustibles fósiles han aumentado a 5,9 billones de dólares, de los cuales el 92% provienen de la subfacturación de los costes medioambientales y de los impuestos al consumo no percibidos.
A lo mejor los responsables de los préstamos del FMI no leen los informes de su propia organización (o, caso contrario, los ignoran cuando contradicen las misión del FMI de enriquecer a los capitalistas y condenar a la miseria a la clase trabajadora). Los funcionarios del gobierno no prestan atención a los informes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) que detallan el grave estado del clima. Y los ejecutivos del petróleo y el gas se ríen de lo que consiguen y siguen financiando a los think tanks que bombean un flujo constante de negación del calentamiento global. El régimen de [el exprimer ministro de Canadá] Stephen Harper se atrevió a inventar el nuevo delito de pertenecer al “movimiento opuesto a las políticas petroleras de Canadá”, equiparándolo al terrorismo. La Real Policía Montada de Canadá se sumó a esta criminalización de la defensa del aire y el agua limpios desafiando la idea misma de que la actividad humana está causando el calentamiento global o que el calentamiento global es siquiera un problema. No está claro en qué se basa una fuerza policial para hacer una declaración de este tipo.
El capitalismo no puede ser otra cosa que lo que es
Los gobiernos capitalistas, no solo los de aquellos países como Canadá y Australia que dependen de sus exportaciones energéticas y/o mineras, se deben no solo a los industriales y financieros que son los verdaderos gobernantes del mundo, sino a las cada vez más competitivas presiones del capitalismo, de las que industriales y financieros no están exentos. Las directivas de las empresas amenazan habitualmente con trasladarse a otro lugar si los cargos políticos no hacen lo que los ejecutivos de dichas empresas exigen, y las decisiones de esos ejecutivos no son revisables sin importar las consecuencias que estas tengan en el área local.
Para los ejecutivos de las empresas y los especuladores a los que a su vez deben complacer, mantener los beneficios significa recortar los costes (en primer lugar, el coste de la mano de obra), hacerse con mayores cuotas de los mercados existentes, forzar la apertura de nuevos mercados y desarrollar nuevas formas de alcanzar estos objetivos. Las empresas que no lo hacen son expulsadas por las que sí lo hacen. Las empresas más grandes, las que cotizan en los mercados de valores, tienen que aumentar los beneficios, no mantenerlos, lo que supone una presión aún mayor, no sólo por parte de la competencia, sino también del sector financiero, que controla a los productores y distribuidores de bienes y servicios tangibles. Una empresa que se limita a tener beneficios constantes, por muy elevados que sean, será castigada por los especuladores financieros porque el precio de las acciones no subirá. Los precios de las acciones son apuestas y reclamos sobre los beneficios futuros, y el capital financiero es implacable a la hora de exigir que los precios de las acciones suban. Un equipo directivo de empresa que no cumpla con lo prometido se verá obligado a abandonar el puesto y será sustituido por otro equipo que haga lo que los financieros exigen.
Una empresa puede conseguir los beneficios necesarios reduciendo los salarios, ya sea mediante despidos o trasladando la producción a lugares con salarios bajos y pocas regulaciones. Ese es precisamente el sentido de la globalización empresarial. Las corporaciones también pueden comprar maquinaria con el fin de reducir el número de sus trabajadores; están doblemente incentivadas a hacerlo porque las máquinas pueden ser depreciadas, reduciendo sus impuestos. A medida que más personas se quedan sin trabajo, se necesita un crecimiento económico general más rápido sólo para mantener el empleo existente; de ahí la tendencia a largo plazo de más desempleo y salarios más bajos, puesto que son más personas las que compiten por menos puestos de trabajo. A medida que las industrias de las economías nacionales se consolidan en una oligarquía de un puñado de empresas gigantes que han sobrevivido a la competencia nacional, la vía de crecimiento es la expansión en otros lugares. Cuando los ganadores de otros países se someten al mismo proceso, la implacable competencia, ahora a escala planetaria, limita los ganadores nacionales a un pequeño número de ganadores mundiales.
Y cuando un competidor consigue aumentar los beneficios (incluso encontrando el país con los salarios más bajos), los demás competidores tienen que hacer lo mismo para mantenerse en el negocio. Los márgenes de beneficios disminuyen a medida que el impulso inicial se ve erosionado por los competidores que hacen lo mismo; y la siguiente ronda de «innovación» -encontrar otro país con salarios aún más bajos, más despidos, aceleración del trabajo, exenciones de las normas medioambientales, presión sobre los gobiernos para que reduzcan los impuestos y eliminen los aranceles, e inducir a los gobiernos a promulgar acuerdos draconianos de «libre comercio» que eleven el capital multinacional por encima de los gobiernos- pone en marcha otra ronda de recortes de costes y de iniciativas para aumentar los beneficios. Este es un ciclo que no tiene fin en el capitalismo.
A medida que continúa este crecimiento alocado e interminable, hay que producir más, transportar más, explotar nuevas fuentes de energía y materias primas y verter más contaminación en el medio ambiente sin coste alguno para las empresas contaminantes. Más dióxido de carbono, metano y otros gases de efecto invernadero serán arrojados a la atmósfera como resultado directo de este crecimiento y actividad frenética. Gracias al enorme capital acumulado por los vencedores de la competencia capitalista, los industriales y financieros pueden gastar gigantescas sumas de dinero difundiendo propaganda a través de una red de instituciones, doblegar los programas escolares y universitarios a sus intereses, poseer y controlar los medios de comunicación y comprar al sistema político.
El crecimiento por el crecimiento y sin controles: el capitalismo es un cáncer. Un sistema que nadie controla ni puede controlar. Un sistema que, sin embargo, funciona con su propio impulso y no puede ser otra cosa que lo que es. Pensar que podamos, de alguna manera, controlar la máquina y obligarla a hacer lo que es debido es algo peor que una ilusión.
El futuro carece de valor en la economía capitalista
El medio ambiente no es sólo es una externalidad de la que las empresas no tienen que dar cuenta, descargando así los costes sobre el público, sino que la economía ortodoxa no lo toma en cuenta, salvo como fuente de recursos para explotar. Se supone que el mismo mercado capitalista, que no es más que la suma de los intereses de los industriales y financieros más grandes y poderosos, debe «resolver» los problemas medioambientales. Un artículo publicado en mayo de 2009 en Monthly Review por los sociólogos Richard York, Brett Clark y John Bellamy Foster, «Capitalism in Wonderland» (El capitalismo en el país de las maravillas), pone de manifiesto esta contradicción:
«La principal diferencia [de los economistas ortodoxos] no estriba en sus opiniones sobre la ciencia que explica el cambio climático, sino en sus supuestos de valor sobre la conveniencia de trasladar las cargas a las generaciones futuras. Esto deja al descubierto la ideología que encierra la economía neoclásica ortodoxa, un campo que habitualmente presume de usar métodos objetivos, incluso naturalistas, para modelar la economía. Sin embargo, más allá de todas las ecuaciones y la jerga técnica, el paradigma económico dominante se basa en un sistema de valores que premia la acumulación de capital a corto plazo, mientras que desvaloriza todo lo demás en el presente y en el futuro».
Desde esta perspectiva, se deduce que el daño medioambiental actual es una preocupación mínima para los capitalistas y que el daño futuro no les preocupa. Los industriales y financieros que hoy cosechan miles de millones no estarán necesariamente presentes cuando el coste medioambiental de sus políticas sea demasiado alto para evitarlo. Los autores de «Capitalismo en el país de las maravillas» escriben:
“En efecto, la vida humana sólo vale lo que cada persona aporta a la economía, medido en términos monetarios. Así, si el calentamiento global aumenta la mortalidad en Bangladesh, lo que parece probable, esto sólo se refleja en los modelos económicos en la medida en que las muertes de los bengalíes perjudican a la economía. Dado que Bangladesh es muy pobre, los modelos económicos [ortodoxos]… no estimarían que vale la pena evitar las muertes allí, ya que estas pérdidas aparecerían como minúsculas en las mediciones. […] La preocupación por el valor intrínseco de la vida humana y de las vidas de otras criaturas es completamente invisible en los modelos económicos estándar. Para la mayoría de los economistas, el aumento de la mortalidad humana y la aceleración de la tasa de extinción sólo son problemas si socavan la «línea de fondo». En otros aspectos son invisibles: como el mundo natural en su conjunto».
Todos los incentivos son para más
Para que no dudemos de que los economistas ortodoxos se mueven por una pendiente resbaladiza en la que algunos seres humanos son valiosos y otros no, recordemos el infame memorando de Lawrence Summers, escrito cuando era economista jefe del Banco Mundial, en el que explicaba:
«Creo que la lógica económica que hay detrás de verter una carga de residuos tóxicos en el país con los salarios más bajos es impecable y deberíamos afrontarla. … Es probable que los costes de la contaminación no sean lineales, ya que los incrementos iniciales de contaminación probablemente tengan un coste muy bajo. Siempre he pensado que los países infrapoblados de África están enormemente INFRA-contaminados».
La empresa moderna sólo tiene la obligación legal de proporcionar el máximo beneficio a sus accionistas. En otras palabras, se espera que actúe para promover su propio interés sin tener en cuenta nada más. La ley estadounidense considera a la corporación como una persona jurídica que no tiene límites biológicos ni barreras para su crecimiento. Joel Bakan, en la introducción de su libro The Corporation: The Pathological Pursuit of Profit and Power (La corporación: La búsqueda patológica de beneficios y poder) resumió la institución dominante del capitalismo de esta manera:
«El mandato legalmente definido de la corporación es buscar, implacablemente y sin excepción, su propio interés, sin tener en cuenta las consecuencias, a menudo perjudiciales, que pueda causar a otros. Como resultado, sostengo, la corporación es una institución patológica, una peligrosa poseedora del gran poder que ejerce sobre las personas y las sociedades.»
Esa institución patológica está controlada por un pequeño porcentaje de personas, receptoras de toda la riqueza que produce. Podemos llamarlos el uno por ciento (utilizando el lenguaje de Occupy Wall Street), la burguesía (utilizando la terminología clásica), o los industriales y financieros (utilizando etiquetas amplias). Sus enormes cantidades de dinero, escondidas en paraísos fiscales y cuentas bancarias secretas, se construyen directamente sobre las espaldas, el sudor y el trabajo, de sus empleados. Este sería el caso incluso sin la ventaja añadida de la personalidad corporativa. Sin embargo, por mucho éxito que tengan hoy, las empresas deben expandirse y ser implacables para vencer a la competencia so pena de hundirse mañana. Todos los incentivos son para más crecimiento, más producción, más consumo. Nadie, ni siquiera el mayor o más poderoso capitalista, tiene la capacidad de detenerlo o controlarlo. Incluso los capitalistas cabalgan el tigre, aunque, por supuesto, tienen una capacidad mucho mayor para gestionar las vicisitudes de la competencia capitalista que los trabajadores.
El capitalismo es un sistema que está construido y funciona para generar beneficios, no para satisfacer necesidades. Si no fuera así, ¿por qué se gastan cantidades extraordinarias de dinero en publicidad para que compremos lo que no necesitamos? Si se quiere revertir el calentamiento global, lo que se necesita es un sistema económico racional basado en las necesidades humanas, no en el beneficio privado. Cooperación para el bien común, no competencia para el beneficio de unos pocos a cualquier precio. ¿Merece la pena que el beneficio empresarial destruya la habitabilidad de la Tierra?
Peter Dolack mantiene el blog Systemic Disorder y ha sido activista en diferentes grupos. Ha escrito el libro It’s Not Over: Learning From the Socialist Experiment (Zero Books) y tiene en imprenta su segundo libro What Do We Need Bosses for?
Fuentes: https://systemicdisorder.wordpress.com/ https://www.counterpunch.org/2022/05/07/banks-fueling-global-warming-is-business-as-usual/
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