Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
Los aldeanos beduinos del área de Jerusalén soportan a diario los ataques perpetrados por los soldados israelíes que tratan de obligar a las familias a abandonar sus hogares y apropiarse así de su tierra a fin de seguir expandiendo sus asentamientos. Las angustiosas estrategias utilizadas por la potencia ocupante incluyen la intimidación física y el lanzamiento de balas recubiertas de caucho y botes de gases lacrimógenos hacia las tiendas de campaña o estructuras de madera, que a menudo acaban provocando incendios. Los desalojos forzosos de civiles durante la ocupación es una clara violación del Derecho Humanitario Internacional, como se afirma en el IV Convenio de Ginebra, e infringen asimismo el derecho a la autodeterminación y a un nivel de vida adecuado.
Desde su anexión de Jerusalén Este en 1967, considerada ilegal por el Derecho Internacional, Israel ha puesto en marcha toda una serie de políticas que persiguen desahuciar a la población palestina de las tierras circundantes. El plan para la «judaización» de la zona contempla el desplazamiento de los 2.300 beduinos que actualmente viven en el espacio existente desde Jerusalén y el asentamiento israelí de Ma’ale Adummim, el tercero más grande en Cisjordania. Esta expropiación masiva de la tierra -conocida como el plan E1- imposibilitará aún más los enlaces entre Jerusalén y los pueblos adyacentes del Área C y creará un enclave que corta Cisjordania en dos, convirtiendo en imposible un futuro Estado palestino dotado de contigüidad. La anexión del área aislará también Jerusalén Este, desde siempre reconocida como capital de cualquier Estado palestino aceptable, del resto del Estado.
Según la organización israelí por los derechos humanos B’Tselem, el plan original trataba de desplazar a los beduinos junto al basurero de Abu Dis, al este de Jerusalén. Debido a que el Ministerio de Protección Medioambiental de Israel reconoció los peligros que para la salud suponía esa nueva ubicación, el plan no pudo llevarse a cabo. La reubicación de las comunidades palestinas sigue siendo aún un problema sin resolver. La mayoría de ellas rechazan que se las sitúe en zonas urbanas y no están dispuestas a renunciar a su tierra ancestral ni a su estilo de vida tradicional, basado en el pastoreo.
Hasta el momento, ningún juez ha anulado ninguna orden de demolición de casas en los pueblos beduinos, porque el gobierno israelí no reconoce legalmente esos pueblos. Israel justifica los desalojos en base a que los Acuerdos de Oslo permiten los asentamientos y las zonas militares en el Área C, una interpretación que fue rechazada por el Tribunal Internacional de Justicia en 2004.
La vida en Anata bajo una nube de gases lacrimógenos
Debido a la crucial importancia de su hábitat, los beduinos están cogidos en medio de los enfrentamientos entre los shabab (muchachos) palestinos y los soldados israelíes que patrullan el asentamiento, que se halla a sólo unos kilómetros. La calle principal del pueblo discurre todo el tiempo desde el centro del mismo hasta la zona restringida que rodea Ma’ale Adummim, separando directamente las tres comunidades beduinas que viven justo en las afueras del pueblo de Anata. Cuando los soldados se acercan, sus habitantes descienden hacia el asentamiento y se enfrentan con los soldados precisamente en el interior de las aldeas beduinas.
Anata ha quedado formalmente dividida en dos a causa del muro, separando la barriada Salam, anexa a Jerusalén, y el resto del pueblo en Cisjordania. Los botes de gases lacrimógenos se lanzan frecuentemente desde detrás del muro que separa el pueblo del área de Jerusalén, a unos metros tan sólo de las tiendas beduinas, como parte de la estrategia de intimidación de Israel, decidido a expulsarlos de la zona.
En el lugar, por todas partes se divisan neumáticos quemados, botes de gases lacrimógenos y balas de goma. Se puede casi palpar el sentimiento de inseguridad en la gente. Los niños empiezan a llorar cuando alguien de aspecto occidental se acerca, uno de ellos llora inconsolable incluso después de haberle vuelto a asegurar que no hay soldados israelíes en la zona. Yamila, la matriarca de una de las familias beduinas que viven en el área, expresa la preocupación que siente por su marido y dos de sus hijos, que padecen asma severa debido a la frecuente inhalación de gases lacrimógenos. Algunos de los animales que yacen en la tierra apenas se mueven, afectados por la misma enfermedad. La tienda bajo la que la familia se reúne tiene un inmenso boquete causado por una bomba de gas lacrimógeno. Esos botes son inflamables y cuando alcanzan el forraje de los animales, se incendian a menudo, amenazando las casas de madera y tiendas adyacentes. Yamila relata que los niños muy pequeños piensan que las cebollas, como te hacen llorar, son bombas lacrimógenas. Como es madre, le preocupa mucho no poder hacer que sus hijos se sientan seguros: «No puedo cerrar la puerta por la noche y decirles a mis niños que se duerman en paz».
Los beduinos son víctimas frecuentes de la discriminación de ambas partes, la israelí y la palestina. «Una noche, los soldados israelíes llegaron y nos acusaron de haber robado unos cuantos caballos del asentamiento. ¡Nos obligaron a salir de las casas en medio de la noche y empezaron a registrarlas como si pudiéramos tener los caballos escondidos en nuestras tiendas!», dice Yamila con incredulidad. Tras los enfrentamientos, los beduinos viven con el constante temor de ser arrestados. «Si los israelíes ven a un niño con camiseta roja arrojando piedras, y mi hijo tiene una, inmediatamente asumen que se trata de él». También cuenta la vez en que intentó hablar con los palestinos que participaban en los enfrentamientos. «Ir y luchar contra ellos en otro lugar», les dijo, «¡tenemos niños aquí, es haram (prohibido) herir a palestinos como tú!». La respuesta fue que resultó alcanzada por una piedra y después de eso no volvió a abrir la boca nunca más.
El acceso de los palestinos a la ayuda médica en Jerusalén está también lleno de dificultades tras la construcción del muro en 2002 que les separa de la ciudad de Jerusalén. Se necesita un permiso para cruzar la frontera, lo que requiere de un mínimo de dos días y sólo concede un día de permiso no renovable. En casos de emergencia, como un ataque de asma debido a la inhalación de gas lacrimógeno, es necesario hacer todo el viaje hasta Ramala en vez de a la vecina Jerusalén.
En una de las comunidades beduinas -en la que hay un total de 50 personas-, tres mujeres padecen deficiencia auditiva y oral y necesitan atención médica. Una de ellas es una niña de nueve años, que dispone de la ayuda de un audífono pero que es incapaz de hablar. Durante los enfrentamientos, esas mujeres no pueden prever la caída de las bombas lacrimógenas por el sonido ni tampoco gritar para pedir ayuda.
Abu Dis: La vida en un basurero
A pesar del hecho de que el plan de la Administración Civil israelí para trasladar a las comunidades beduinas al vertedero de Jerusalén parece haberse desechado, varias familias palestinas se han visto obligadas a abandonar sus hogares debido a la expansión de Ma’ale Adummim y han tenido que reasentarse en el área de Abu Dis, una zona reconocida por el Ministerio de Protección Medioambiental de Israel como peligrosa para la salud.
Al menos una vez al mes, los soldados israelíes amenazan a las familias con órdenes de desalojo pero ellos se niegan a marcharse. Vivir en el pueblo no resulta asequible para ellos y perderían su única fuente de trabajo e ingresos, el basurero.
La familia Azasm vive en las tierras bajas al pie del pueblo y consigue sus ingresos revolviendo entre la basura -que cada semana se arroja justo frente a sus refugios hechos de chapa- y seleccionándola por materiales. Por este trabajo, la familia gana 150 shekels a la semana, un salario con el que intentan alimentarse siete niños y dos adultos. Los niños se toman el trabajo como un juego, hundiendo profundamente sus manos en la basura para extraer el material que estén buscando. Cuando lo encuentran, corren a lo alto del montón de basuras con una facilidad derivada sólo del hábito hasta alcanzar la masa correcta.
En la mayor parte de los pueblos beduinos, las estructuras levantadas no tienen cimientos sino que se elevan directamente sobre el suelo desnudo. Cuando llueve, el agua corre abundantemente dentro de las casas y empapa los colchones en los que duermen. A los beduinos les gustaría mejorar sus condiciones de vida, pero cualquier construcción que pretendan levantar tiene que estar autorizada por un permiso. Y como las autoridades israelíes consideran ilegítimos los pueblos beduinos, no se les concede ningún permiso de construcción.
La conducta de Israel viola las responsabilidades legales internacionales
El Derecho Internacional permite que se expropie la tierra sólo en situaciones de imperiosa necesidad militar o en caso de hostilidades en curso, ninguna de las cuales es aplicable al traslado de las comunidades beduinas. Incluso en esos casos excepcionales, es preciso tener en cuenta la voluntad de las comunidades ante esos traslados y garantizar las pertinentes indemnizaciones. Según la investigación realizada por la Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA, por sus siglas en inglés), las familias trasladadas se ven negativamente afectadas de varias formas, incluyendo el deterioro de sus condiciones de vida, la pérdida de cohesión tribal y problemas de salud.
Como potencia ocupante, el gobierno israelí está obligado a administrar el territorio ocupado de forma que beneficie a la población local, por ejemplo, facilitando la educación y garantizando las necesidades básicas. Sin embargo, la mayoría de las comunidades beduinas en Cisjordania no tienen acceso a la red eléctrica, sólo la mitad disponen de agua corriente y aproximadamente el 55% padece inseguridad alimentaria. El gobierno israelí afirma que es incapaz de proporcionar a cientos o miles de residentes beduinos las instalaciones básicas por las dificultades que crea la dispersión geográfica y, en consecuencia, niega cualquier obligación legal sobre unos pueblos que no reconoce.
La evidente violación de las obligaciones del Derecho Internacional demuestra, una vez más, la incapacidad de la comunidad internacional a la hora de asegurar el cumplimiento de los principios de los derechos humanos más básicos en el contexto de la ocupación israelí.
Fuente original: http://www.palestinemonitor.org/details.php?id=wtwzwja4193ythe2ppjsm