«Soy feliz, soy un hombre feliz, y quiero que me perdonen, por este día los muertos de mi felicidad» Silvio Rodríguez-Pequeña serenata diurna Cuando el 17 de diciembre de 2014, en el televisor, vi bajar de las escaleras del avión Gerardo, Ramón y Antonio no pude creerlo, la felicidad inundó mi alma y casi pensé […]
«Soy feliz, soy un hombre feliz, y quiero que me perdonen, por este día los muertos de mi felicidad» Silvio Rodríguez-Pequeña serenata diurna
Cuando el 17 de diciembre de 2014, en el televisor, vi bajar de las escaleras del avión Gerardo, Ramón y Antonio no pude creerlo, la felicidad inundó mi alma y casi pensé que estaba soñando, que no podía ser real. Es imposible describir todos los sentimientos que pasaron por mi cuerpo…Pensé en seguida en las familias, en las esposas, en el momento del reencuentro, manos entre manos, besos dulces y enérgicos…después respiré hondo y entre las lágrimas de felicidad me di cuenta que la justicia, por una vez, había ganado. Un momento después una pequeña tristeza puso una sombra en mi corazón, pensé en todos aquellos y en todas aquellas que no pudieron ver con vida este maravilloso momento. Fueron algunos y algunas, como siempre me disculpo por no hablar de todos y todas…quien me lee sabe que personalmente mi pequeña sombra en el corazón se llama Celia Hart Santamaría. Estoy segura que ella vio todo en el mundo donde ahora nos observa y nos protege, pero no pude evitar ir a llevarle flores, que eran no solos mías, que de atrevida las puse a nombre de Tony y de los Cinco también, que iba a llevarlos a todos conmigo un día, para poderla saludar todos juntos, le conté todas las emociones, le conté lo lindo que son todos los Cinco juntos, que iba a nacer Gema…la alegría que aquel sueño suyo de ayudar Adriana «por control remoto» ya era realidad. ¿Por qué la felicidad nunca está completa? Regresando a la casa busqué en todos sus artículos…esperaba encontrar una señal y en «La Tierra necesita su Moncada» encontré palabras para este momento que estoy viviendo, cuando Celia percibe, en una víspera del 26 de julio, la presencia de Haydée… «Mi madre me tocó la piel….allí donde a ella le gusta colocarse frente a mí para decirme que respirara, que sintiera, que entendiera la felicidad…. Y terminé por escucharle y la envidié un poco menos por no haber estado con ellos aquel 26 donde ella misma dice ‘fueron los tiempos vividos más felices'». Así Celia hizo conmigo ayer, cuando, al fin, logré abrazar a Ramón y Tony en la última actividad de la OSPAAAL, en la UNEAC, «El 5 por lo Cinco», que se transformaba en «El 5 con los Cinco». Fue un lindo resumen sobre la lucha de todos estos años, muy emotivo fue el cuento de Tony de cómo transcurrieron sus horas desde que lo trasladaron para su liberación, el encuentro con Gerardo y Ramón y su llegada a la Patria. Ramón Labañino- quien ofreció disculpas a los asistentes por la ausencia de Gerardo Hernández que se encontraba al lado de su Adriana, a término de gestación- afirmó «tuvimos miles de sueños, pero este que vivimos hoy en día los superó todos: es el mejor, el más hermoso y este es un lugar especial porque aquí podemos llegar a todos los compañeros, no solamente de nuestro pueblo sino también de la solidaridad internacional para agradecerle su lucha por nosotros». Temblé de alegría en el abrazo con Tony, también mi sueño ya era realidad…en ese momento entendí otras palabras de Celia, porque un acto tan sencillo pudiera ser de compañerismo universal…por un momento, gracias a la cercanía de su alma, toqué las estrellas… «No necesitó mi madre leer tratados filosóficos para comprender el sentido de la auténtica felicidad. Lo que nos cuesta a nosotros años de estudio y siglos de controversias estériles, a los verdaderos revolucionarios les basta con el primer aletear de una mariposa en una mañana de verano. Por eso sostengo que sí, que sí son diferentes ellos y nosotros…Los iluminados no miden la vida con los patrones comunes a lo que llamamos felicidad, su métrica es la de las estrellas»(1).
Ida Garberi es columnista de Cubainformación
(1) Prólogo del libro «Haydée habla del Moncada» de Celia Hart Santamaría
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