Cuba no está exenta de problemas en lo que a derechos políticos se refiere. Existe un partido único y no es posible formar otros; la voz de los opositores de derecha o de izquierda no puede hacerse oír, y el aparato estatal emite opiniones sobre todos los problemas -lo cual, sin duda, es su derecho-, […]
Cuba no está exenta de problemas en lo que a derechos políticos se refiere. Existe un partido único y no es posible formar otros; la voz de los opositores de derecha o de izquierda no puede hacerse oír, y el aparato estatal emite opiniones sobre todos los problemas -lo cual, sin duda, es su derecho-, pero las mismas muchas veces adoptan casi la forma de «línea». Es posible discutir en cuál medida estas trabas a las libertades de pensamiento, de prensa, de organización, está determinada por décadas de agresiones de todo tipo y de bloqueo, y por la necesidad de asegurar la defensa del país, lo cual obliga inevitablemente a tener cierto grado de militarización y de control, y engendra, al dedicar a esas tareas buena parte de la gente más capaz y enérgica, elementos de burocratización que se ven agravados por la escasez. Se puede opinar también sobre el grado en que la imitación de la Unión Soviética stalinizada y la formación de decenas de miles de cubanos en Europa oriental provocó grandes deformaciones culturales y políticas en una parte del aparato de gobierno cubano.
Pero lo que no es posible es presentar a Cuba como un gulag y al gobierno cubano como una dictadura, ni hacer una semejanza de Fidel Castro con el stalinismo. Y, mucho menos, intentar colocar a Cuba entre los países donde más se violan los derechos humanos, sobre todo en una región en la que se destaca Estados Unidos (con las jaulas de Guantánamo, las torturas de Abu Ghraib, la brutalidad y la corrupción policiales, el aniquilamiento de Hiroshima y Nagasaki, las agresiones militares y los bombardeos masivos donde la Casa Blanca decida, etcétera). Y también en la que están países como México y los centroamericanos, donde la tortura es endémica, la ilegalidad y la injusticia son enormes, y la pobreza y la desigualdad causan la muerte, cada año, de cientos de miles de personas.
Tampoco es válido que Estados Unidos sostenga que Cuba encarcela a gente juzgada -bien o mal- por espionaje y traición a la patria y, al mismo tiempo, someter a un régimen carcelario inhumano a cinco cubanos, acusándolos de espías, que se infiltraron en las filas de los agentes cubanos de la agresión y el espionaje estadunidense para salvar vidas en su país. Sobre todo cuando el gobierno estadunidense recurrió inclusive a la mafia para intentar asesinar a Fidel Castro y preparó 600 intentos de magnicidio en un país con el cual ni siquiera está en guerra. ¿Desde cuál púlpito predican los fariseos, los que mataron a los indígenas y les robaron sus tierras, los que hasta los años 60 practicaban el apartheid, los inhumanos?
Las carencias notables en el terreno de los derechos políticos no puede ser subestimada, aunque en parte se explican en un país en guerra, hay que recordarlo, pues Francia o Inglaterra, por ejemplo, suprimieron en todas las guerras la libertad de prensa, y Estados Unidos internó a todos los ciudadanos de los países del Eje, muchos de los cuales murieron en esos campos de concentración. Pero los derechos humanos son más vastos e incluyen el derecho a no vivir en la miseria, a tener casa y trabajo, salud pública, educación, a preservar la dignidad humana, campos en los que Cuba está a años luz de países con muchos más recursos y con altos niveles de industrialización. El nivel de la ciencia y la investigación en Cuba, o el del deporte, no pueden ser separados de los enormes esfuerzos, desproporcionados en relación con los escasos recursos de la isla, en el campo de la salud, de la educación, de la reducción del racismo y de las desigualdades, es decir, de una generalización sin precedentes históricos, en la isla, de los derechos humanos.
Es hipócrita que España, donde so pretexto de combatir el terrorismo de ETA se anulan los derechos políticos de todos los electores independentistas vascos, se coarta la libertad de prensa, se aplica en las cárceles un régimen persecutorio a los presos etarras, o donde hay un régimen policial y racista contra los inmigrantes africanos o sudacas, pretenda juzgar la vigencia de los derechos humanos en Cuba. Es hipócrita que lo haga Italia, que tiene fascistas en su gobierno y ayuda, como chacal, al depredador estadunidense en su invasión a Irak. Es hipócrita la preocupación de Anthony Blair por los derechos humanos en Cuba cuando engañó a su país para hacer una matanza y un saqueo brutales en Irak, a costa inclusive de la muerte de ciudadanos británicos con uniforme o sin él. La Unión Europea, ahora y por razones pragmáticas, para marcar sus distancias del criminal fundamentalista inquilino de la Casa Blanca, tiende un puente a Cuba, pero tampoco puede ser juez de los derechos humanos, no sólo por el sangriento pasado colonialista de sus integrantes o por la memoria del nazismo, del fascismo, del franquismo, del salazarismo, del stalinismo, sino también porque su política policial y racista (Schengen) de hoy afecta a casi un tercio de sus habitantes (los inmigrantes indocumentados, los sans papiers).
Los derechos políticos en Cuba deben ser ampliados. Pero eso debe ser y será obra de los cubanos y no de los que inventaron un termómetro falso, un democratómetro, para medir la vigencia de la democracia en los países que esperan invadir si consiguen intoxicar a la opinión pública mundial y aislar a Cuba. Por suerte, hay gente que piensa y juzga los hechos. De la defensa de Cuba, no nos moverán.