Desde hace casi venticinco años, los despidos «voluntarios» pactados constituyen el principal mecanismo de destrucción de empleo fijo. Los periodos en los que este fenómeno ha adquirido mayor intensidad han sido la década de 1977 a 1987 en la que se destruyeron dos millones de empleos y el año 1993 en el que se destruyeron […]
Desde hace casi venticinco años, los despidos «voluntarios» pactados constituyen el principal mecanismo de destrucción de empleo fijo. Los periodos en los que este fenómeno ha adquirido mayor intensidad han sido la década de 1977 a 1987 en la que se destruyeron dos millones de empleos y el año 1993 en el que se destruyeron seiscientos mil empleos.
Fue necesaria la creación en 1979 de un organismo especializado en despidos pactados, el MAC (Instituto de Mediación, Arbitraje y Conciliación), posteriormente SMAC (Servicio de Mediación, Arbitraje y Conciliación), para descongestionar las Magistraturas de Trabajo de la avalancha de despidos disciplinarios simulados que escondían un pacto previo de venta del puesto de trabajo entre el empresario y su empleado o empleada. Conviene aclarar que tras la apariencia de «voluntariedad» del acuerdo se escondía una amenaza patronal de utilizar otras fórmulas más traumáticas de despido.
Los sindicatos han hecho oídos sordos a este proceso, a pesar de ser el origen de las elevadas tasas de paro y eventualidad del mercado de trabajo. Ante la falta de confrontación sindical con estas políticas, generalmente dulces, de destrucción de empleo, cualquier episodio de enfrentamiento radical estaba condenado a la marginalidad y por tanto al fracaso.
Esta es la base de que hoy, cuando una empresa pone sobre el tapete la necesidad de regular la plantilla, todas las iniciativas de movilización están presididas por la certeza de que al final es inevitable el despido y lo importante es conseguir vender el puesto de trabajo lo más caro posible.
Ante la amenaza patronal, en lugar de apostar por derrotarla, todo el mundo echa cuentas de lo que lo que le va a tocar, de indemnización más los dos años de prestación por desempleo.
En muchas empresas grandes con fuerte representación sindical, las movilizaciones acaban consiguiendo no solo indemnizaciones cuantiosas en el caso de los trabajadores/as más antiguos, sino a veces, incluso, el compromiso de la empresa de cotizar a la seguridad social durante varios años para no lesionar la base reguladora que determina la cuantía de la jubilación.
Es decir, las condiciones de venta del puesto de trabajo son las mejores en las empresas con implantación sindical y peores o incluso pésimas en empresas sin fuerza sindical. Estamos ante un fenómeno muy complejo porque, independientemente de su dimensión política, presenta un plano individual que conviene no desconocer. Para muchas personas, la pérdida del puesto de trabajo es traumática, haya habido lucha o no. Pero a veces, también supone la liberación de una actividad laboral insatisfactoria e incluso odiosa. Para las personas con una vida social activa, el despido constituye, en caso de obtener una indemnización alta, una liberación. Permite disfrutar, por una vez de la libertad de disponer del propio tiempo, en este caso auténtico tiempo libre, (liberado de capital).
Sin embargo, en el plano social, más allá de la particularidad de cada individuo, estos fenómenos acumulados en el tiempo tienen consecuencias de extraordinaria importancia para la conformación de las relaciones sociales.
Veamos someramente algunas de estas consecuencias.
– Los puestos de trabajo desocupados por personas más o menos sindicalizadas con derechos adquiridos, protegidos por contratos individuales o convenios colectivos, caso de ser ocupados, lo serán por precari@s o prestadores, más baratos, fáciles de despedir, para los que «sindicalismo» es sinónimo de «suicidio laboral», sin más derechos que tragar lo que les echen ni más ley que la arbitrariedad empresarial.
– La masa de parados desequilibra la creciente demanda de de empleos respecto a la escasez de la oferta de dichos empleos en manos de la patronal. Este desequilibrio fuerza a la baja la remuneración y las condiciones de trabajo no sólo de los precarios sino también de los fijos.
– Los nuevos contingentes del mercado laboral engrosan, en los periodos de auge económico, la población precaria cuyo peso respecto a los contingentes estables, aumentará constantemente.
– Las condiciones laborales se verán, cada vez más, fijadas por la oferta y la demanda, en lugar de por acuerdos colectivos articulados, por los sindicatos y la representación elegida en las empresas.
– Se desplazará la línea de lucha de trabajo-capital a trabajo-trabajo. La competencia entre trabajadores fijos y eventuales, parados y ocupados, viejos y jóvenes, hombres y mujeres, inmigrantes y autóctonos, cobrará cada vez mayor fuerza. Se sientan las bases del racismo, del fascismo, del machismo y de la lucha entre los de abajo y la sumisión hacia los de arriba.
– La acción sindical, al tender a refugiarse sobre todo en los sectores estables que constituyen su base de apoyo tradicional, dejará el campo libre para que las patronales dispongan impunemente de la suerte de los precarios y de los estables de empresas sin fuerza sindical.
– Este proceso circular socava cada vez más la fuerza social de los sindicatos, determinando la progresiva institucionalización y burocratización de los mismos.
– Pero no todas las prejubilaciones son doradas ni todos los despidos «voluntarios» están bien indemnizados
– Se potencia la flexibilización del mercado de trabajo, el aumento del paro, el temor de los fijos, la omnipotencia patronal y la impotencia social.
– Las buenas condiciones del despido propio son al mismo tiempo la sentencia de precariedad de los trabajadores y trabajadoras jóvenes, de nuestros hijos.