La invasión de Ucrania por parte del presidente ruso Vladimir Putin supone un absoluto desastre para Ucrania, y la guerra no marcha bien para las fuerzas rusas, que están sufriendo grandes pérdidas y puede que se estén quedando sin suministros y sin moral. Quizás por ello, el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, animado también por el apoyo que Ucrania ha recibido de los países occidentales, afirmó hace unos días en la emisora estatal griega ERT que «la guerra terminará cuando gane Ucrania».
En esta entrevista con C. J. Polychroniou para la revista Truthout, Noam Chomsky, personalidad académica de renombre mundial y destacado disidente, considera las implicaciones de la heroica postura de Ucrania consistente en luchar contra los invasores rusos hasta el final, y las razones por las cuales los Estados Unidos no están deseosos de ver el final del conflicto.
C.J. Después de meses de combates, resulta evidente que la invasión no marcha de acuerdo con los planes, las esperanzas y las expectativas del Kremlin. De las cifras de la OTAN se desprende que las fuerzas rusas ya han sufrido tantos muertos como los registrados a lo largo de toda la guerra de Afganistán, y la postura del gobierno de Zelenski parece ser ahora la de «paz con victoria». Evidentemente, el apoyo de Occidente a Ucrania resulta clave para lo que está ocurriendo sobre el terreno, tanto militarmente como en términos de soluciones diplomáticas. De hecho, no hay un camino claro hacia la paz, y el Kremlin ha declarado que no pretende terminar la guerra para el 9 de mayo (conocido como Día de la Victoria, y que conmemora el papel de los soviéticos en la derrota de la Alemania nazi). ¿No tienen derecho los ucranianos a luchar hasta la muerte antes que entregar cualquier territorio a Rusia, si esa es su decisión?
Que yo sepa, nadie ha sugerido que los ucranianos no tengan ese derecho. La Yijad Islámica también tiene el derecho en abstracto de luchar hasta la muerte antes que rendir territorio alguno a Israel. Yo no lo recomendaría, pero están en su derecho.
¿Es eso lo que quieren los ucranianos? Ahora quizás sí, en medio de una guerra devastadora, pero no en un pasado reciente.
El presidente Zelenski resultó elegido en 2019 con un mandato abrumador en favor de la paz. Se movilizó de inmediato para conseguirla, demostrando gran valor. Tuvo que enfrentarse a violentas milicias de derecha que amenazaban con matarle si intentaba alcanzar un acuerdo pacífico siguiendo la fórmula de Minsk II. Stephen Cohen, historiador de Rusia, señala que, de haber contado Zelenski con el apoyo de los EE.UU., podría haber perseverado en ello, y haber resuelto tal vez el problema sin una horrenda invasión. Los Estados Unidos se negaron, optando por su política de integración de Ucrania en la OTAN. Washington siguió ignorando lo que para Rusia son líneas rojas, así como las advertencias de toda una serie de diplomáticos y asesores gubernamentales norteamericanos de alto nivel, como han venido haciendo desde que Clinton eliminó la promesa firme e inequívoca de Bush a Gorbachov de que, a cambio de la reunificación alemana dentro de la OTAN, ésta no se expandiría ni un centímetro más allá de Alemania.
Zelenski propuso también con sensatez dejar en un segundo plano la cuestión de Crimea, de cariz muy diferente, para abordarla más adelante, cuando termine la guerra.
Minsk II habría supuesto algún tipo de acuerdo federal, con una autonomía considerable para la región del Donbás, de manera óptima, algo que se determinaría mediante un referéndum supervisado internacionalmente. Por supuesto, esas perspectivas se han reducido tras la invasión rusa. No sabemos en qué medida. Sólo hay una manera de averiguarlo: avenirse a facilitar la diplomacia, en lugar de socavarla, como siguen haciendo los Estados Unidos.
Es cierto que «el apoyo de Occidente a Ucrania resulta clave para lo que está ocurriendo sobre el terreno, tanto militarmente como en lo que respecta a soluciones diplomáticas», aunque yo sugeriría una ligera reformulación: el apoyo de Occidente a Ucrania resulta clave para lo que está sucediendo sobre el terreno, tanto militarmente como en lo que respecta a socavar, en lugar de facilitar, soluciones diplomáticas que podrían poner fin al horror.
El Congreso, incluidos los congresistas demócratas, está actuando como si prefirieran la exhortación del presidente demócrata del Comité Selecto Permanente de Inteligencia de la Cámara de Representantes, Adam Schiff, de que tenemos que ayudar a Ucrania «para que podamos luchar contra Rusia allá, y no tengamos que luchar aquí contra Rusia».
La advertencia de Schiff no tiene nada de nueva. Recuerda a la llamada de emergencia nacional de Reagan porque el ejército nicaragüense se encontraba a solo dos días de marcha de Harlingen, estado de Tejas, y a punto de arrollarnos. O la súplica lastimera de LBJ [el presidente Lyndon Johnson] de que tenemos que detenerlos en Vietnam o “arrasarán con los Estados Unidos y nos quitarán lo que tenemos”.
Esa ha sido la situación permanente de los Estados Unidos, constantemente amenazado de aniquilación: que es mejor detenerlos allá.
C.J. Lo Estados Unidos llevan siendo uno de los principales proveedores de ayuda en seguridad a Ucrania desde 2014. Y la semana pasada, el presidente Biden pidió al Congreso que aprobara 33.000 millones de dólares para Ucrania, lo que supone más del doble de lo que Washington ya ha comprometido desde el inicio de la guerra. Por lo tanto, ¿no resulta seguro concluir que Washington tiene mucho en juego en el modo en que termine la guerra en Ucrania?
Dado que los hechos relevantes son prácticamente inmencionables por aquí, vale la pena repasarlos.
Desde el levantamiento del Maidán en 2014, la OTAN (es decir, básicamente los Estados Unidos) han “proporcionado un apoyo significativo con equipos, con entrenamiento, se ha provisto de entrenamiento a decenas de miles de soldados ucranianos, y luego, cuando vimos los datos de inteligencia que indicaban una invasión muy probable, los aliados lo intensificaron el otoño pasado y este invierno”, antes de la invasión, de acuerdo con el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg.
Ya he mencionado la negativa de Washington a respaldar al presidente Zelenski recién elegido cuando su valiente esfuerzo por llevar a la práctica su mandato de buscar la paz quedó bloqueado por las milicias derechistas, y los Estados Unidos se negaron a respaldarlo, prefiriendo continuar con su política de integración de Ucrania en la OTAN, desestimando las líneas rojas de Rusia.
Como ya hemos comentado anteriormente, ese compromiso se intensificó con la declaración oficial de la política de los Estados Unidos de septiembre de 2021, en la que se pedía el envío de más equipos militares avanzados a Ucrania, al tiempo que se continuaba con “nuestro sólido programa de adiestramiento y ejercicios en consonancia con el estatus de Ucrania como Socio de Oportunidades Mejoradas de la OTAN”. Esta política adquirió un carácter más formal en la Carta de Asociación Estratégica entre los Estados Unidos y Ucrania firmada el 10 de noviembre por el Secretario de Estado, Antony Blinken.
El Departamento de Estado ha reconocido que “antes de la invasión rusa de Ucrania, los Estados Unidos no realizaron esfuerzo alguno por abordar una de las principales preocupaciones de seguridad más a menudo formuladas por Vladimir Putin: la posibilidad de que Ucrania ingresara en la OTAN”.
De manera que el asunto continuó después de la criminal agresión de Putin. Una vez más, lo ocurrido lo analiza con precisión Anatol Lieven:
“La estrategia norteamericana de utilizar la guerra en Ucrania para debilitar a Rusia resulta también, por supuesto, completamente incompatible con la búsqueda de un alto el fuego e incluso de un acuerdo de paz provisional. Requeriría que Washington se opusiera a cualquier acuerdo de este tipo y mantuviera la guerra. Y de hecho, cuando a finales de marzo el gobierno ucraniano presentó una serie de propuestas de paz muy razonables, la falta de apoyo público de los Estados Unidos a las mismas resultó extremadamente sorprendente”.
“Aparte de todo lo demás, un tratado de neutralidad ucraniano (como el propuesto por el presidente Zelenski) forma parte absolutamente ineludible de cualquier acuerdo, pero debilitar a Rusia implica mantener a Ucrania como aliado de facto de los Estados Unidos. La estrategia norteamericana indicada por [el secretario de Defensa] Lloyd Austin entrañaría el riesgo de que Washington se viera implicado en el apoyo a los nacionalistas ucranianos de línea dura en contra del propio presidente Zelenski”.
Teniendo esto presente, podemos pasar a la pregunta. La respuesta parece clara: a juzgar por las acciones y los pronunciamientos formales de Estados Unidos, es “seguro concluir que Washington tiene mucho en juego en el modo en que termine la guerra en Ucrania”. Más concretamente, es justo concluir que para “debilitar a Rusia”, los Estados Unidos se dedican al grotesco experimento que hemos comentado antes; evitar cualquier forma de acabar con el conflicto por medio de la diplomacia y ver si Putin se escabulle tranquilamente derrotado o utiliza la capacidad, que por supuesto tiene, de destruir Ucrania y preparar el escenario para una guerra terminal.
Se aprende mucho sobre la cultura imperante partiendo del hecho de que se considera enormemente loable este grotesco experimento, y de que cualquier esfuerzo por cuestionarlo queda relegado a los márgenes o se ve amargamente fustigado con un impresionante caudal de mentiras y engaños.
Noam Chomsky, profesor laureado de la Universidad de Arizona y catedrático emérito de Lingüística del Massachusetts Institute of Technology, es uno de los activistas sociales más reconocidos internacionalmente por su magisterio y compromiso político. Su libro más reciente es “Climate Crisis and the Global Green New Deal: The Political Economy of Saving the Planet”.
Texto original: Truthout, 4 de mayo de 2022
Traducción: Lucas Antón