He leído con interés y atención la reflexión de Daniel Bensaid sobre banderas y símbolos. Comparto su preocupación por como se utiliza para desviar debates sociales al terreno de las identidades. De eso sabemos algo por estos lares donde con frecuencia la cuestión nacional coloca en segundo término acuciantes problemas, o es utilizado como arma […]
He leído con interés y atención la reflexión de Daniel Bensaid sobre banderas y símbolos. Comparto su preocupación por como se utiliza para desviar debates sociales al terreno de las identidades. De eso sabemos algo por estos lares donde con frecuencia la cuestión nacional coloca en segundo término acuciantes problemas, o es utilizado como arma arrojadiza en la batalla electoral. Todavía resuenan en nuestros oídos los recientes «chunda-chunda» de final de manifa del PP y visualizamos el mar de banderas roji-gualdas que sacaron a pasear por Madrid y Navarra. Asimismo coincido con Bensaid en su apreciación de lo peligroso que resulta la imposición de unos símbolos que, según como se enarbolen, pueden dividir más que unir a una ciudadanía cada vez más diversa y plural por razón de cultura y procedencia /1.
Sea por su pasado colonial, como efecto de la emigración fruto de la globalización capitalista, o de los conflictos militares que producen miles de refugiados, en casi todas las naciones «desarrolladas», empiezan ha formarse núcleos ciudadanos con doble identidad: afro-americanos, asiático-ingleses, franco-árabes, vasco-españoles, etc. Ello repercute en la identidad nacional, el sentido de pertenencia y en las acepciones más comunes de la noción de pueblo, nación, etc., (y de clase, apostillaría).
Nos confrontamos ante procesos de decostrucción y reconstrucción nacional diferentes al pasado, cuyo modelo estatal-nacionalitario, sufrirá sin duda fuertes alteraciones, y no pocas crisis indentitarias. Y mal hará la izquierda en oscilar ora hacia el nacionalismo puramente étnico, y o excluyente (o al estatalista de tipo burgués), ora hacia el cosmopolitismo ingenuo o el nihilismo nacional. El internacionalismo supone una tensión dialéctica, no siempre fácil de llevar, entre la realidad nacional a la cual los trabajadores no pueden ser ajenos y su proyección internacionalista derivada de la naturaleza del sistema capitalista y su proyecto último.
En suma, debate complejo e interesante el que nos propone Daniel. Sin embargo, el objetivo de este escrito es mucho más modesto. Tiene que ver, con su alegato final en defensa de la bandera roja, frente a las banderas nacionales, lo cual comparto grosso modo /3, pero que me lo que me suscita la siguiente reflexión.
Parto de la idea, de que para cualquier izquierdista (salvo en situaciones muy claras, como el bloqueo a Cuba donde «Patria» y «Revolución» se identifican) /2, la simbología patriótica (banderas e himnos nacionales) es siempre problemática, y su uso muy del gusto de las derechas. Pero por desgracia, algo parecido ocurre (aunque sea a otro nivel) con los símbolos que la izquierda a consolidado a lo largo de casi dos siglos. Y más en concreto con la bandera roja. Me explico.
En relación a los estrictamente nacionales y patrióticos, siempre he defendido y defiendo que no representan lo mismo los símbolos de las naciones opresoras y las oprimidas; las de las naciones consolidadas y de tradición imperialista y las de las naciones colonizadas, incluso de las minorizadas o sin Estado propio. Por esta razón diferencio la roja y gualda (símbolo de un «Estado nación» de rancia tradición imperialista, que no reconoce su carácter plurinacional interno y que además carece apenas de tradición democrática radical, pues la democracia actual que simboliza, da para lo que da) de la ikurriña (bandera nacional sin Estado propio aunque lo sea de una nacionalidad autónoma). Por dicha razón es sólido afirmar que las llamadas «guerras de banderas», que tanta bronca generan en las fiestas patronales, simbolizan un conflicto entre soberanías (vasca o española) y por ello, tomo partido por el bando de la ikurriña, si bien, no pocas veces disiento sobre la forma y el fondo con que el nacionalismo radical hegemónico plantea el tema /4.
Mi posición sobre la bandera republicana es mas ambivalente: reconozco su fuerza simbólica, emancipatoria y democrática (y desde ese punto de vista, la veo de forma mas desprejuiciada y sin el sectarismo de la época en que los trotskistas la considerábamos el gran tapón democrático-burgués que cortocircuitó la revolución socialista en el 36) y que no tuvo tiempo de dar lo mejor de sí por la rebelión fascista.Y el futuro puede volver a jugar un papel simbólico-referente para un cambio democrático radical que muchos/as deseamos. Aun así, no termino de identificarme con ella, sobre todo en lo relativo a lo nacional.
Sin embargo, hoy es el día, en que reconozco que tampoco la ikurriña está inmaculada. La sigo considerando el símbolo de la reivindicación nacional democrática vasca, pero soy consciente de que, en su nombre, y bajo su sombra, se han justificado tropelías y asesinatos que la han manchado de forma lamentable; asimismo, veo que no pocos proyectos destructores del medio ambiente o de claro significado burgués-capitalista la usan cuando acompaña a las embajadas económicas del gobierno vasco o a las empresas vascas que pululan por el mundo en busca de beneficios para sus dueños. Y por eso entiendo que en muchos sitios genere rechazo.
«Himno o bandera son símbolos cuyo sentido cambia con la historia. La marsellesa y la tricolor llevaron un mensaje de liberación contra la coalición monárquica (…) los mismos símbolos acompañaron también las expediciones coloniales, el robo…». Coincido con esta opinión de Daniel, y es aplicable a la bandera roja, que en su inicio simbolizó la republica mundial del trabajo y durante la Comuna de París el primer gobierno obrero y popular, pero en estos momentos simboliza también otra cosas, no tan gloriosas.
Y aunque la sigo considerando la bandera que representa a los ideales emancipatorios del socialismo y el sentimiento de de millones de izquierdistas (dentro de los cuales me incluyo), es imposible pasar por alto que tal bandera fue en el pasado, también, la bandera de la URSS con todo lo que ello significó, y que en la actualidad, lo sigue siendo de la Republica Popular China, de Corea del Norte (!), de Sendero Luminoso, etc. Todo ello supone, en el plano simbólico y político un duro handicap a la hora presentarnos ante los explotados y oprimidos del mundo, sobre todo de los países del Este.
Las banderas lila, rosa, el arco iris (y, a otro nivel, la negra del anarquismo libertario), son de los pocos símbolos no contaminados por haber ejercitado el poder de forma injusta o luchado de forma poco ética… pero son símbolos de género, o de opción sexual, o de un cierto ecologismo. No tiene la dimensión universal que tuvo la bandera roja y anarquista, en este caso simbolizando una ideología que no comparto.
Por tanto, sigo (a falta de otra que lo sustituya de forma mas apta) considerando a la bandera roja nuestra bandera por excelencia. Pero es una bandera que necesita ser limpiada, expurgada (y que no esta claro que lo consiga) de un pasado que sigue pesando como una losa….espero que no por demasiado tiempo.
* Joxe Iriarte, «Bikila» es militante de Zutik!
Notas:
1/ Que las emigraciones sean fruto del pasado colonial o de actual globalización capitalista resultan al principio problemas diferentes (como el carácter ilegal o legal de la emigración), pero a la postre el resultado es el mismo.
2/ Vascos, españoles, franceses,… cada cual asume su identidad nacional del modo que considera adecuado a su sentido de pertenencia simbólico cultural, pero ser rojo en sentido amplio es lo que ideológicamente nos debe de definir.
3/ No entro a valorar ni a definir la naturaleza de la Revolución Cubana y ni mi posiciona ante el régimen existente. Constato como se planeta el tema desde Cuba.
4/ El sesgo anti-español con que plantean el enfrentamiento.