«Los huracanes han sido especialmente crueles en los condados con un mayor porcentaje de población pobre y negra» (William Barber) Los últimos huracanes que se han presentado en los Estados Unidos han dejado muerte y desolación en algunas regiones de ese país y como si fuera una norma de índole sociológica, los muertos, heridos y […]
«Los huracanes han sido especialmente crueles en los condados con un mayor porcentaje de población pobre y negra» (William Barber)
Los últimos huracanes que se han presentado en los Estados Unidos han dejado muerte y desolación en algunas regiones de ese país y como si fuera una norma de índole sociológica, los muertos, heridos y damnificados son los más pobres y desvalidos, gran parte de ellos afroamericanos.
LA MENTIRA DE LOS «DESASTRES NATURALES»
En los medios de desinformación, así como en algunas instancias académicas, suele hablarse de «desastres naturales» para catalogar a inundaciones, terremotos, incendios, sequias, huracanes, tifones, tornados y otros fenómenos similares, que ya son cotidianos en cualquier lugar del mundo. El término, ni mucho menos fortuito, usado a secas genera la impresión de que las fuerzas de la naturaleza nos atacan en forma traicionera como si la sociedad capitalista en la que vivimos, por su afán incontrolable de producción, consumo y ganancia, no estuviera implicada en el desencadenamiento de tales «catástrofes naturales». Hoy es excepcional que existan desastres naturales (salvo alguna erupción volcánica o cierto terremoto), por lo que debería hablarse de catástrofes sociales, motivadas principalmente por el desastre climático en curso.
Tal es el caso de los huracanes, que se han vuelto más frecuentes, potentes y destructores por el calentamiento de la superficie del océano atlántico, producido por la emisión de gases de efecto invernadero, entre ellos el dióxido de carbono y el metano. Cuando esos huracanes llegan a zonas habitadas causan gran destrucción física y humana, siendo los más afectados los pobres.
Ni la tecnología moderna, ni el avance en el estudio de los huracanes, ni el contar con aparatos que miden la fuerza de los vientos, ni el hecho de que se sepa que se aproximan, ni poseer autos más rápidos…, nada impide el impacto destructor de los huracanes en los Estados Unidos, como lo demuestran los acontecimientos de los últimos años, confirmados por el impacto de Florence.
HURACANES DE CLASE
El trastorno climático no puede atribuirse a toda la humanidad, porque eso significa desconocer que en cada país la sociedad está atravesada por múltiples mecanismos de división y segmentación, entre ellos los de la clase, el género, la «raza». Considerando esas divisiones, entre las cuales se destaca la de clase (presentada en forma esquemática como la existencia de una minoría de ricos y una mayoría de pobres), las modificaciones climáticas han sido generadas a nivel mundial por ciertos países (a la cabeza de los cuales se encuentran los Estados Unidos) y por los sectores sociales opulentos y acaudalados del mundo. Estos han hecho dominante un modo de producción, de consumo y hasta de muerte, como es el capitalismo, del cual se lucran, pero hasta ahora no pagan por las consecuencias climáticas y ambientales de su modo de vida.
Los que soportan en forma directa las peores consecuencias del desastre climático y ambiental son los pobres, los trabajadores, los humildes, porque ellos viven en condiciones de pobreza o de miseria, frecuentemente sin lo elemental para enfrentar contingencias como las que representa un huracán.
En los Estados Unidos, carcomido por el individualismo que se sustenta en la posesión del automóvil individual, se da una tragicómica situación: los coches, cuyo uso calienta el planeta, son empleados en forma masiva para huir de los huracanes, que son generados por el uso de automóviles. Es delirante que mientras se anuncia la venida de un huracán en los Estados Unidos, colas interminables de automóviles huyandel desastre que se avecina. Los que se escapan son los que tienen auto, dinero para sortear la crisis y pagar hotel si fuera necesario, familiares a donde alojarse en otros estados de la Unión Americana… Pero los que no tienen dinero deben quedarse a aguantar el impacto destructor de los huracanes en sus construcciones endebles, en sus caravanas de habitación, en los desvencijados albergues públicos.
Por estas circunstancias, puede hablarse de huracanes de clase, de la misma forma en que hay terremotos de clase, sequias de clase, incendios de clase…El apelativo no es artificial, sino que responde claramente a un comportamiento y a unas consecuencias que están marcadas por la pertenencia de clase y por los intereses de clase. A los ricos y habitantes de la clase media lo que les importa es huir, como para negarse a sentir en carne propia la consecuencia de sus actos y de su modo de vida, y a los pobres les resta esperar en el corazón de la tormenta, encomendándose a sus dioses y santos para ver si en esta ocasión salen vivos, porque el Estado ha abandonado cualquier acción de protección y de solidaridad, en la medida en que solo actúa para garantizar la propiedad y los intereses del capital. Como ejemplo, en Carolina, durante el paso de Florence, los prisioneros fueron dejados en sus celdas, condenados a su propia suerte, que podía implicar que se ahogaran, porque los carceleros se negaron a reubicarlos.
En pleno huracán, como sucedió con Katrina, en Estados Unidos llegan fuerzas represivas del Estado para evitar los saqueos y la búsqueda de comida, ropa, cobijas y otros elementos indispensables para la vida que puedan realizar los damnificados por los huracanes, que son los mismos damnificados sociales, los perdedores de la lucha de clases, que ahora deben enfrentar los embates de las fuerzas de la naturaleza, condicionadas por los intereses de unos pocos.
Como muestra de la criminalidad ambiental, en Carolina se desbordaron estanques de cenizas de carbón y otros repletos de abonos, con fétido contenido químico, que corrieron rauda e incontroladamente por las calles de los barrios de las comunidades pobres y negras. Esto es lo que puede catalogarse como racismo ambiental y de clase.
Luego de que pasan los huracanes, los sitios quedan devastados, la infraestructura destruida, y se incrementa la pobreza, lo cual crea las condiciones para que, como expresión de la lucha de clases, se aumenten las condiciones de explotación de los trabajadores locales y migrantes, se cierren escuelas y hospitales públicos y aumenten los negocios privados, como sucedió en Luisiana luego del paso del huracán Katrina en 2005. En suma, a los huracanes naturales se les agrega el huracán de la pobreza y la desigualdad, producto de esa peste que se llama capitalismo.
Publicado en papel en El Colectivo, octubre de 2018.
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