Desde hace doce días leo sin cesar documentos escritos para el público por intelectuales que hacen críticas al gobierno cubano a partir de dos sucesos: las fuertes sanciones penales por delitos políticos impuestas a un grupo de ciudadanos, y el juicio y ejecución de tres secuestradores armados de una pequeña nave civil de pasajeros que […]
Desde hace doce días leo sin cesar documentos escritos para el público por intelectuales que hacen críticas al gobierno cubano a partir de dos sucesos: las fuertes sanciones penales por delitos políticos impuestas a un grupo de ciudadanos, y el juicio y ejecución de tres secuestradores armados de una pequeña nave civil de pasajeros que ejercieron violencia y la llevaron a alta mar, con grave riesgo para las vidas de los que iban en la lancha. En la mayoría de esos textos se expresan juicios éticos y políticos, se valoran las relaciones entre la ética y la política, se examinan hechos y circunstancias condicionantes, y se apela a un deber ser determinado. La cuestión central es si Cuba debe ser o no condenada por aplicar esas sanciones penales, si defrauda o no las esperanzas que tenían puestas en ella los que le otorgaban confianza, si las circunstancias en que vivimos los cubanos nos eximen o no de la presunta condena, o la atenúan, si vale la pena o no defender a la revolución cubana frente al imperialismo.
Alguno de esos documentos me ha producido dolor, los demás, preocupación, y unos pocos, francamente, asco. Descontados estos últimos, he ido leyendo los frutos de un rico entrecruzamiento de criterios. Pero más que sumarme a ese intercambio, quisiera hacer un comentario en un plano más general, que considero necesario.
Debería ser asombroso que el tema de discusión no sean los terribles hechos criminales cometidos por los Estados Unidos en Iraq en las tres semanas anteriores a estas dos, por los cuales asesinaron a miles de personas, destruyeron viviendas y hospitales y ocuparon militarmente un país, en el año 2003. Y que el tema de discusión urgente no fuera cómo combatir la gravísima amenaza para el mundo entero que representa el grupo dirigente de ese país. Pero no es asombroso. Ya Iraq tuvo su turno, ya se habló bastante de ese caso. Ahora tenemos un lugar más apropiado para la buena conciencia, en el que se puede discutir alrededor de un asunto asible, en el que podemos identificar la presencia o la ausencia de la tolerancia, la democracia, los derechos humanos y algunos otros avances obtenidos o exigidos en el proceso siempre precario de humanización de la humanidad, derechos y prácticas que nos son caros a todos.
Más cercana en cuanto a los ideales está la sana preocupación de que Cuba no actúe en ningún campo como los capitalistas, porque Cuba es como un pedacito de futuro en el mundo de hoy, que aporta la esperanza en que el porvenir es posible. Es muy justo hacer intervenir en los análisis de estrategia y táctica los principios que se comparten; sin estos, los actos se desvían, o se pervierten. Pero esos análisis están obligados a considerar todos los datos principales del problema, que en este caso incluyen las actuaciones y la fuerza descomunal del enemigo mortal de Cuba, el imperialismo norteamericano, en un mundo en que predomina el capitalismo. No se trata de disculpar o no a la revolución cubana porque su enemigo es perverso y su situación es difícil; la cuestión es asumir el problema concreto, requerir más elementos si se necesitan, para tener criterios propios desde el compromiso, y no contraponer algunos hechos dentro un cuadro con una abstracción acerca del deber ser de una sociedad socialista. Las revoluciones son angustiosas batallas por el futuro de la humanidad que se libran en un punto del mundo, y que tienen el deber de defenderse; no son asépticos laboratorios, ni vitrinas que inciten al que las mira a consumir socialismo. Por otra parte, yo comparto cierto argumento que es realmente serio, pese a cierto sabor dogmático, el de que Cuba socialista no ha sido nunca todo lo que debería ser. Pero si no tuviera Cuba grados muy altos de lo que debería ser, ni continuaríamos aquí con un régimen soberano y de justicia social anticapitalista, ni recibiríamos la atención de los que aspiran a un mundo que no sea regido por el sistema de opresión capitalista.
El ejército yanqui fusila a una multitud en Mosul, por responder con piedras al cipayo que los exhorta a agradecer a Estados Unidos por invadir su país: mueren al menos diez personas, cien son heridos. El ministro de la guerra de Estados Unidos ha dicho en su conferencia de prensa de hoy que no enviarán sus prisioneros iraquíes a la base naval de Guantánamo, en territorio cubano usurpado, por ahorrar dinero y porque en Iraq hay suficientes cárceles; preguntan si hay menores presos en las ergástulas en Guantánamo, responde que allí se recibe a la Cruz Roja. Cuántos temas para la angustia, para la denuncia, para la movilización en defensa de los seres humanos. ¿ Será que sólo puede juzgarse a quien es situado para ser juzgado, y a nadie más?
Carlos Marx, que sería un ensayista clásico de la lengua alemana si no hubiera sido comunista, escribió en 1846 que las ideas dominantes en una sociedad son las de la clase dominante. Pero dedicó los 37 años siguientes, toda su vida, a luchar contra la dominación, con todos los sacrificios personales y familiares que esa actitud le acarreó. Y se dedicó a la vez a crear una obra intelectual extraordinaria, de valor perdurable para el pensamiento social. Una larga historia ha tenido la cuestión del compromiso de los intelectuales con las causas de la liberación de las personas y de las sociedades, durante siglo y medio en que los medios de la dominación se volvieron cada vez mayores y más sofisticados, pero en el cual la magnitud y arraigo alcanzados por las luchas populares, más su propia naturaleza actual, le han quitado al capitalismo las banderas del progreso, la civilización, la modernidad, la democracia y el desarrollo. Sin embargo, hay que reconocer que en la coyuntura de las últimas dos décadas las tendencias al debilitamiento del apoyo intelectual a los valores contestatarios a la dominación se han acentuado, las funciones mismas intelectuales se desdibujan, y sistemas férreos de producción y consumo de ideas, informaciones, opinión pública, entretenimientos, se proponen gobernar de modo totalitario las necesidades, los gustos, las motivaciones y los sueños de todos.
No han sido los intelectuales los creadores de esa situación. Este es sólo un aspecto de una tragedia que está en marcha, muy abarcadora de la vida de la gente y del planeta: un régimen bestial con un poder inmenso pero sin ninguna salida para las mayorías del mundo, dilapida lo logrado por las ciencias, la convivencia y los esfuerzos y sacrificios de multitudes; un grupo criminal y rapaz controla la potencia más poderosa de la historia. Pero el intelectual, escribía el joven ensayista Raúl Roa hace 70 años, por su condición de hombre dotado para ver más hondo y más lejos que los demás, está obligado a hacer política. De entonces a hoy, dos procesos encontrados han sucedido: esa soberanía del intelectual se ha ido perdiendo, por una parte; por otra, se han vuelto imprescindibles las capacidades intelectuales para reproducir la vida en alguna escala y para avanzar.
No queda mucho tiempo, ante la aceleración y la multiplicación de la infamia. Y yo sostengo la tesis y la convicción de que el trabajo intelectual que realmente es útil y trascendente es el que resulta capaz de elevarse por encima de las condiciones de existencia en que se crea, y no se conforma con ser su reflejo o su adorno. Entonces prefiero sugerir a todos los que examinan a Cuba porque tienen preocupaciones sociales guiadas por valores altruistas, que dediquemos nuestros esfuerzos intelectuales a investigar y conocer la naturaleza y los modos de operar del enemigo de la humanidad, sin descuidar hacerlo con nuestra esencia y nuestros actos, porque ellos deben tener cualidades superiores a la reproducción de lo existente en un mundo en que el sentido común es burgués. Que los dediquemos a divulgar esos conocimientos enfrentándonos con resolución y habilidad al control asfixiante de los lenguajes, los pensamientos y sus vehículos. A dar cuenta de los mundos del presente, el pasado y el futuro, con los modos de las artes -que pueden ser más capaces de profundizar, sugerir, educar e incitar que las ciencias-, pero también con los de las ciencias y el pensamiento social, y los instrumentos de una pedagogía de la pregunta que sea una escuela para la liberación. A participar más en las luchas prácticas contra la dominación junto a la gente corriente -cuya dentadura es tan diferente, y cuyo olor suele ser lejano-, asumiendo los papeles que estén al alcance de cada uno en las formas organizadas que tanta falta hacen, y ejerciendo la creatividad para que estas no sean calcos pequeños de la gran dominación que se oponen a ella, sino pasos de avance de una cultura opuesta y radicalmente diferente a la que rige la vida vigente hoy.
Por otra parte, aquellos que no se sientan a gusto con la forma en que Cuba lucha, o les incomode su tipo de sociedad, podrían dejar de mencionarla si les parece preferible. Lo que sería inadmisible para sus propios valores es no hacer todo lo que puedan, y más aún, por la causa de las mayorías de su país y del mundo, y porque cada persona tenga la posibilidad de vivir como persona y aspirar a ser feliz. Si eso sucede, estarán enfrentando a los enemigos comunes, y también estarán prestando a Cuba una solidaridad inestimable. Por ese camino encontraremos además el respeto a la diversidad maravillosa de los seres humanos y sus creaciones, en vez hacerlo sólo de manera declarativa. Y descubriremos entre todos la necesidad vital de darle sentido y contenido a otra palabra clave que hoy está reclamando su lugar, por nuestro bien: el internacionalismo.
La Habana, 26 de abril del 2003