La hipocresía, el doble rasero y el objetivo del cambio de la política imperialista norteamericana hacia Cuba se hace hoy tan escandalosamente evidente para el que quiera verlo, que podría parecer un lugar común subrayarlo, aunque siga siendo de urgencia denunciarlo y hacerlo entender todos los días, tanto al pueblo cubano, como a muchos preocupados […]
La hipocresía, el doble rasero y el objetivo del cambio de la política imperialista norteamericana hacia Cuba se hace hoy tan escandalosamente evidente para el que quiera verlo, que podría parecer un lugar común subrayarlo, aunque siga siendo de urgencia denunciarlo y hacerlo entender todos los días, tanto al pueblo cubano, como a muchos preocupados pobladores de los países de América Latina que le preguntan al viajero de la Isla qué pasará desde ahora en Cuba, y que junto a esa interrogante, como quien desea reverenciar a la Meca de un símbolo entrañable antes que lo derrumben, expresan un deseo urgente de conocerla antes que la patria se degrade y yanquilice.
Palabras que para el cubano que visita nuestro Sur, es una prueba de que la gesta cubana sigue siendo la esperanza de no que no se repita y padezca en el país antillano aquello que sufren en sus tierras.
El viajero curioso comprueba hasta la saciedad que muchas de esas personas no conocen a Martí, hacen preguntas con respecto a Cuba, cuyas respuestas pudieran encontrar en los mismos documentos desclasificados por los gobiernos del norte, -que no en la «propaganda oficial»-, inquieren con la lógica del desinformado, y la mayoría con inocente buena fe y sin ánimos capciosos, por qué han arriesgado sus vidas cubanos, intentando atravesar ilegalmente el caribe para llegar a Norteamérica, pero pese a la explicable desinformación que padecen, de alguna manera intuyen que Cuba sigue siendo el más importante bastión simbólico que sostiene un ansia de cambios cuya posibilidad no quieren ver derrotada.
El viajero sigue comprobando que las causas justas de las revoluciones están profundamente enraizadas en la gente sencilla de los pueblos del Sur, y que Cuba continúa siendo aquel fiel de la balanza en la pugna de las dos Américas que advirtiera Martí, en cuyo equilibrio se jugaba el destino de un continente. Si antes el autor de Nuestra América organizó una guerra necesaria para «impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América», hoy, en nefasta carambola política, el imperio quiere destruir ese valladar que se le interpone en su camino, para, a la vez que limar las asperezas en sus relaciones con los pueblos latinoamericanos y engañarlos mejor «admitiendo» a Cuba, lograr el objetivo de frustrar la nueva ola libertaria que reinició la revolución latinoamericana chavista ahora con el fuerte añadido simbólico de la caída de un ejemplo. Por eso, la entronización del capitalismo en Cuba sería una de las peores derrotas, si no la mayor, por el poderoso influjo que tienen los símbolos, que podrían sufrir las esperanzas puestas por millones en la posibilidad de un mundo mejor.
Pero la mejor respuesta a esas nobles inquietudes por lo que en Cuba pudiera pasar desde ahora, es la exhortación con que el Primer Vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros de la República de Cuba, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, alienta la esperanza y refuerza la fe en la victoria de los venezolanos que sufren las consecuencias del añejo propósito del imperio, pero ahora con los mismos métodos que ha aplicado en Cuba durante más cincuenta de años: «No nos quitan el sueño. No se preocupen por anuncios de funerales: ya ustedes demostraron que mientras haya un chavista vivo y luchando, la revolución estará en pie. Y ustedes son millones…».
Sin embargo, pese a la evidencia de esos designios para cada vez más personas, conviene reactualizar en el imaginario de la recepción que se hace del acercamiento norteamericano, tanto en Cuba como en Latinoamericana, sus contradicciones, sus falacias y tanto lo que confirma este suceso con respecto a las verdaderas intenciones del giro político, como lo que significa para el proyecto histórico cubano.
Y eso por dos razones fundamentales. La interpretación interna cubana del gesto norteamericano puede suscitar tan falsas y frustradas esperanzas, como la engañosa imagen de redención y cambio que aquel candidato, y luego presidente negro, suscitó en amplias masas de negros, latinos y preteridos del pueblo norteamericano, y de todo el mundo. Y porque a esa posible recepción distorsionada en sus soterrados objetivos, están contribuyendo un grupo de sus amigos internos en Cuba en una orquestada sintonía, y recibiendo solapado apoyo, de sus promotores externos.
Pero nadie puede no reconocer que el acercamiento norteamericano a Cuba es, inobjetablemente, una victoria más de las tantas obtenidas en este largo enfrentamiento con las administraciones norteñas.
Lo que no se destaca con igual relevancia, es que en ese cambio se pone de relieve una confirmación y un reconocimiento. La confirmación de la descomunal injusticia cometida por un enemigo poderoso en la ejecución de un verdadero intento de genocidio contra una nación pequeña, y la confirmación de las profundas razones que siempre le asistieron al agredido.
Las implicaciones de este reconocimiento tienen múltiples aspectos a considerar, y quizás, aunque es la más notoria por venir de quien viene, no sea la más importante, el que en la voz de su mismo presidente se haya reconocido el fracaso de una política criminal, – porque al cabo ya era tan evidente ese fracaso por el insólito hecho de que el poderío del centro de un imperio no hubiera podido doblegar a una nación pequeña y subdesarrollada en un asedio de tal extensión. Un evento de resistencia de tal duración, y contra tal enemigo, por sí mismo es un hecho histórico cuya significación cabal viene a desnudarse completamente ahora y que quizás se nos escapa en toda su dimensión por ser sus contemporáneos.
En cambio, quizás una de sus significaciones más importante para la nación cubana, sea la luz esclarecedora que proyecta este reconocimiento, retrospectivamente, para iluminar el significado de la historia transcurrida, para la definitiva confirmación mundial de la veracidad de los argumentos que han sostenido la política y la diplomacia revolucionarias, y la falsedad de los argumentos con que se justificaba la pertinencia de las razones del enemigo bajo el ropaje jurídico del concepto de embargo o el hipócrita argumento de desear el bien para el pueblo cubano. (Embargo, por cierto, que sigue siendo la palabra empleada por algunos supuestos amigos internos de Cuba.)
El reconocimiento norteamericano no se atreve a declarar con claridad que su fracaso consiste en que no ha logrado su objetivo esencial de quebrar el sistema político, económico y social cubano mediante el hambre y la desesperación de todo un pueblo, aunque adorne cínicamente sus palabras aduciendo que el fracaso consistiría en que no han logrado mejorar las condiciones de vida de una nación a la que precisamente impidieron por tan largo tiempo que mejorara sus condiciones de vida. A un estadista inteligente como lo es Obama, no se le puede escapar tan escandalosa contradicción, y tantas otras, y sin embargo, se ve obligado a exponerse tan grotescamente a que su gesto se convierta en negación de lo que afirma cuando dice querer propiciar para Cuba la libertad y el bienestar.
Cuando se personifica el acercamiento norteamericano a Cuba en su actual Presidente, por supuesto que no se olvida que aunque la subjetividad y la lucidez de un político inteligente sea de una influencia a considerar, tal decisión responde a una estrategia de esa parte de sus ideólogos que desde hacía muchos años querían torcer el rumbo de esa política hacia el cauce de aquella que tuvo éxito contra el mundo socialista europeo. La luz de esa voltereta política, que de pronto ilumina todo lo sucedido, desnudando en toda su estatura tanto la criminalidad de una política como las razones de un país, provocan entre muchas esta pregunta esencial: ¿cómo era posible sostener la verosimilitud del carácter de régimen no democrático, de un sistema político que un pueblo, pese a su demostrada rebeldía histórica contra todos los sometimientos, no estuvo nunca dispuesto por sí mismo a cambiarlo y, en cambio, resistía un duro período de privaciones de todo tipo, y se mantenía esencialmente unido a su dirigencia, sostenido en el convencimiento de la razón superior de un proyecto?
Los amigos de Obama en Cuba, sin embargo, tampoco quieren dar la respuesta a esa pregunta y, en cambio, se afanan en exponer, desde supuestas tribunas objetivas y académicas, la necesidad de asumir «cambios» económicos y políticos que no casualmente, coinciden es sus cimientos con los objetivos norteamericanos.
Pero también son tan importantes, como las obras de esos entendidos, atender las opiniones de la gente común. En muchos aspectos políticos, es mucho más importante la recepción popular de los acontecimientos. Porque es el ciudadano común, pero curioso, inquieto y que más o menos ocupa algo de su tiempo en informarse, precisamente el que forma coordenadas de juicios, asume decisiones políticas, y alimenta su cosmovisión social e ideológica, a partir de la información que recibe, y si tiene confianza en algunos periodistas, pensadores o investigadores, sus opiniones y decisiones estarán fuertemente influidas por aquellos en quienes confía y a quienes respeta.
Sobre las consecuencias del bloqueo que ha sufrido Cuba por más de medio siglo, ciudadanos bien intencionados que se manifiestan en las redes – cuando no también periodistas superficiales – declaran sus convicciones exaltando la resistencia del pueblo cubano y su voluntad, asumida como sin fisuras, de continuar el camino escogido, pero con no poca frecuencia, minimizando o no reparando en ciertos aspectos del daño que ese increíble asedio le ha hecho a Cuba. Con el resultado de que, al no alertar y señalar los puntos oscuros, debilitan la luz de sus argumentos o los convierten en consignas no argumentadas. Como actitud de confirmación o declaración de resistencia, es loable, y hasta necesario, pero también tiene otra cara: si no se identifica el daño no se puede reparar. Y mi opinión es que el daño más peligroso infligido a Cuba no ha sido principalmente económico, o por mejor decirlo, por ser primariamente económico, ha devenido en considerable daño multiaspectual, cuyos componentes todos se deben tener en cuenta.
Los ideólogos y políticos lúcidos del capitalismo no tienen que haber leído a Martí para sospechar la honda sabiduría de esta afirmación: «Pero, en lo común de la naturaleza humana, se necesita ser próspero para ser bueno.» Con la diferencia que ese apotegma lo interpreta el capitalismo en clave individualista y dándole al término de prosperidad una connotación de índole consumista, sembrando en el imaginario social la filosofía de que tener más es la única forma de ser mejor persona, con lo cual el término «bueno» que utiliza Martí, también se desvirtúa.
Pero como esa cosmovisión y jerarquía de valores es la que ha triunfado mundialmente, al hombre común se le ha hecho virtualmente imposible distinguir y separar, en sus hábitos de vida, y en su imaginario conductual, el significado de prosperidad a que se refiere Martí, deslindándolo de la connotación de que prosperidad es sólo más riqueza individual y abundancia de bienes materiales, más allá de los necesarios para una vida razonable y ecológicamente humana, conceptos – los del SER más en cuanto más TENGAS y consumas- que están en los cimientos de lo que considera la ideología capitalista que debe ser el fundamento de la felicidad humana.
Explotar ahora a su favor esa cosmovisión casi mundialmente triunfante del consumismo y la cultura capitalista y penetrarla cada vez más con un golpe de gracia, es lo que se propone el imperialismo hoy en Cuba. Con el añadido, a su favor, de jugar con las insatisfacciones provocadas por su asedio, y de la circunstancia previsible de que, después de largos años de privaciones, el sector de la población inicialmente favorecido, se erija en los «ganadores» de esa eventual prosperidad que traiga consigo el florecimiento de la propiedad privada, arrastrando consigo a amplios sectores.
Pero lo que le ocurre a los «perdedores» del neoliberalismo hoy en la mayoría de la población latinoamericana -e incluso ahora también allende los mares-, no es objeto de igual preocupación por esos mismos amigos que proponen las soluciones del mercado, la adherencia a los fondos internacionales de préstamos y grilletes, los cambios «democráticos» en los sistemas de elecciones, las aperturas a debates generalizados, a revisiones históricas de pasados mejores y otros chanchullos, porque no conviene mucho actualizar en sus medios cómo podría devenir Cuba en ese tercer sistema imposible, es decir, que no sea el capitalista, porque no es conveniente admitir que esa Cuba posible vaya a derivar gradual y suavemente hacia el capitalismo como consecuencia de sus propuestas, y porque tampoco admiten desembozadamente que no quieren el socialismo, que no fundamentan la continuidad del socialismo más allá de sus recetas, pero evitando las consecuencias desastrosas que sufre más del 50 % de la población latinoamericana endeudada vitaliciamente con los bancos, donde un buen por ciento tiene que evadir el pago de sus deudas endeudándose más cada mes, donde los que pueden estudiar tienen que pasar largos años pagando sus deudas millonarias, donde necesitados de atención médica e incluso operaciones quirúrgicas de importancia tienen que hacer largas esperas mientras se les va la vida en ello; donde la desigualdad entre los enormemente ricos y los más pobres es cada vez mayor, mientras el grueso de la población sigue la inercia del canto de sirena fundamental del capitalismo, ese que se regala a Cuba ahora, esa, la mentira sistemática de alcanzar la vidriera de la riqueza personal alguna vez sin que importe cómo le vaya al prójimo próximo, y que por efecto de una manipulación hipnótica y sistemática de sus conciencias, están impedidos de realizar de una vez la que sería la más que natural y justa rebelión social generalizada, en medio de una atomización del tejido social que es favorable al predominio y la explotación de los grandes poderes fácticos internos y externos. Los amigos de Obama en Cuba en sus estudios y propuestas no argumentan cómo evitar esas consecuencias, sino que invitan a salvar la economía ajustándose a los requerimientos que precisamente provocan esa realidad.
Sin ninguna encuesta a mano que lo confirme estadísticamente que no sea la mayoritaria participación en los procesos eleccionarios de la población cubana, sino también por medio de la mera observación empírica de una vida de más de 50 años, estoy totalmente seguro de que la mayoría de los cubanos seguimos teniendo la convicción del Che, (aquella de «…ni un tantico así…») y que Fidel hace poco repitió en el primer comentario que hizo sobre el «acercamiento», por no llamarle nuevo «cercamiento» norteamericano: no hay confianza en la política de los Estados Unidos y no hay ninguna razón para tenerla…
Y no pudiera ser de otro modo, si las mismas palabras de Obama confirman que sólo se proponen el mismo objetivo mediante otros medios… Pero cuando me refiero a que las consecuencias del bloqueo son más graves que lo que habitualmente estamos en condiciones de ver, o nos resistimos a aceptar, me refiero a ciertas consecuencias espirituales, a ciertos desgastes emocionales e ideológicos, y dicho con franqueza, como lo he confirmado leyendo a Fernando Martínez Heredia: a que en la misma población cubana hoy se libra una soterrada pero intensa lucha entre los que están dispuestos a recibir el capitalismo con los brazos abiertos, y los que están dispuestos a insistir en la senda primera del socialismo. O dicho quizás mucho mejor: que esa masa poblacional es el blanco, es la carne donde quieren hincar el diente las tentativas tanto externas (bien conocidas y cuya guinda de la torta es ahora la visita de Obama), como la de los amigos internos de Obama. Y que no podemos desconocer que una de las consecuencias del bloqueo es haber creado un caldo de cultivo propicio donde ahora precisamente vienen a seguir la siembra y a recoger la cosecha. Creo que desconocer eso es tremendamente peligroso. Es sobre todo en ese segmento poblacional donde van a inocular (y ya lo están haciendo) recursos materiales e ideas. Recursos para formar la clásica clase media que al ver mejoradas sus condiciones de vida o satisfechas sus aspiraciones de más, (pues habitualmente esas personas no son las que menos tienen o la que peor están), ya no tendrá otra visión, sino la también clásica de los intereses individualistas. Ideas neoliberales a todo trance, porque son las ideas naturales del interés individual cuando se convierte en dominante de la actitud y las aspiraciones humanas, como ocurre en la mayoría casi absoluta de los países de América.
El caso es que los más actuales consensos que tienen valor sobre el futuro del socialismo, no riñen su construcción con la existencia de la pequeña propiedad individual, pero gestada desde el mismo proceso interno y sin intromisión «amiga» y mientras no se permita que grandes poderes económicos se conviertan en poderes fácticos, como en las mal llamadas democracias. Ambos principios, tanto la adaptación del mercado a los fines socialistas, como la limitación al crecimiento desordenado de capitalistas, están refrendadas en los Lineamientos de la Actualización cubana.
Pero el tipo de democracia que coexiste con la llamada libertad de mercado es la que quieren para Cuba. Quizás la coexistencia entre la propiedad privada y los amplios intereses sociales de las mayorías y defendidos por un estado socialista, solo sería inocua en condiciones históricas de laboratorio, que no son precisamente, ni jamás van a ser, las condiciones de hoy para ningún país. Tenemos como ejemplos y con sus evidentes diferencias, los casos recientes de Argentina y Venezuela, pero el mejor ejemplo han sido las décadas de acoso a Cuba. Aunque los revisionistas de la historia cubana de nueva laya tienden a minimizar las consecuencias de la guerra de EEUU contra Cuba, y gustan de subrayar las causas internas, es indudable que las condiciones materiales y espirituales de Cuba hoy serían muy otras sin esa agresión. Por saberlo iniciaron esa guerra, por qué si no.
En todo momento de la historia las fuerzas de los asediados por el poder, se han tenido que plantear el dilema leninista: ¿qué hacer? No es posible decir todavía que hallar la respuesta, ni la medianamente eficaz, sea fácil. También este lector, puesto a escoger, ha confiado siempre en que insistir en el proyecto diametralmente opuesto al capitalista es el único camino cierto aunque los modos de hacerlo se hacen tanto más difíciles cuanto que el socialismo es una obra de construcción y muchos de los elementos fundamentales del capitalismo son de existencia silvestre. Que las decisiones políticas que se tienen como momentos de justificación táctica, aceptando las armas melladas que menciona el Che, no han demostrado su eficacia práctica en ningún lugar del planeta, sino todo lo contrario, y en todos los intentos que en el mundo revolucionario han sido. Que el fomento de la propiedad privada de alguna envergadura (¿pero cuál es esa medida límite?), no puede ser contenido en fronteras y niveles que aún no se conocen. No tengo pues, respuestas, si surgiera el reproche de que no valen señalar los problemas sino proponer alguna jaula en que encerrarlos y vencerlos. Pero quizás sí podríamos reflexionar en qué no parece adecuado hacer en Cuba.
Los defensores de la «democracia» -(los tanques internos del pensamiento intelectual del cambio, sobre todo, que son los de más cuidado y daño, porque dicen defender los intereses de la patria y el pueblo, términos que ya curiosamente no asocian a la Revolución, palabra que parece borrada de sus diccionarios doctos, y porque los externos se saben bien quiénes son y lo que quieren)-, pugnan por convencernos de que los instrumentos democráticos conocidos y validados, o falseados, en la ya larga práctica histórica, son la única vía de alcanzar la justicia social plena, y hablan de cambiar radicalmente la forma de elegir el gobierno, a imagen y semejanza de las democracias burguesas, en una supuesta apertura y empoderamiento ciudadano, dándole cauce político a la diversidad de las cosmovisiones sociales por la vía de la formación de partidos y la entrada en el juego engañoso de las elecciones, elecciones que, proponen, deberían ser totalmente distintas del mecanismo empleado hoy en Cuba.
No tienen en cuenta, y no se explica que no consideren ese argumento en sus proposiciones, en primer lugar, este peculiar momento en que las bondades del acercamiento del gobierno norteamericano se volcarán sólo sobre un sector de la población cubana dispuesto a asimilar las vías de «prosperidad» que les facilite el enemigo, y que de ese sector es del que esperan que surjan proyectos y hasta partidos, llegado el caso, que nada tengan que ver con el proyecto originario que debe continuar el país, porque es el único que los contempla a todos.
No tienen en cuenta que la «ayuda» y la apertura y la normalización a que el vecino está dispuesto, la jugarán y la dosificarán en una pulseada mortal, de manera tal que la facilitarán en los momentos que le sea propicio, y la negarán y cortarán cuando el juego geopolítico externo o los acontecimientos internos, así se los aconseje. En el ámbito geopolítico latinoamericano esa estrategia de división se aplica ahora entre Venezuela y Cuba. Cortando allá, dado cuerda acá.
No tienen en cuenta que en la medida que un sector privilegiado de la población «mejore» su status individual, no sólo funcionará como la pica en Flandes que desea poner el capitalismo en Cuba, sino como una cabeza de playa, ahora en el terreno ideológico y económico, que no pudieron hacer en el militar.
No tienen en cuenta que a pesar de los errores de conducción que se le puedan señalar al gobierno o al Partido Comunista cubano, es el factor central de unidad que debe existir para seguir garantizando que no se balcanice y atomice el tejido social cubano.
No tienen en cuenta que aunque se hayan perdido quizás las cotas de igualdad y bienestar material que logró el sistema social, político y económico cubano en las épocas propicias, no se puede señalar con justicia que existan clases sociales explotadoras en Cuba, ni grandes consorcios de poder fáctico, sino una natural diversidad de cosmovisiones humanas, por demás existentes en toda sociedad, dadas la naturales diferencias con que se han asimilado en sus vidas particulares las consecuencias de una resistencia tan gravosa para cualquier biografía. Que por lo tanto, unas elecciones presidenciales al uso, por ejemplo, sólo tendrían verdaderos candidatos de adentro enfrentados con verdaderos candidatos de afuera, aunque vivieran en Cuba, porque al no existir una sociedad furiosamente dividida en clases, no hay fundamento para la guerra desigual que significan las elecciones, al modo como las quisieran ver en Cuba so pena de verdadera democratización. Fuerzas sociales enfrentadas supondría, -como lo es ya con la falsa promesa de ayudar al pueblo, ayudando sólo a los que quieran emprender la vía capitalista, debilitando así la gravitación del estado sobre toda la sociedad- financiamiento externo para una de las partes, recursos que entonces ya serían legales y no mercenarios, como ahora justamente se les puede calificar. Con lo cual se copiaría al calco lo que sucede en los países latinoamericanos neoliberales, que no es más que un simulacro de estado de derecho donde las elecciones con minoritaria participación de la ciudadanía, no tienen otra finalidad de facto, sino legitimar de jure la hegemonía económica de los ricos y la penetración indiscriminada de las transnacionales.
Un ejemplo final. Una de esas corrientes de pensamiento, a veces no se sabe si de ultraizquierdistas o derechistas solapados, con lo cual los extremos se encontrarían, ha comenzado recientemente a criticar la modalidad participativa del próximo congreso del Partido Comunista cubano. Esas corrientes son afines y correlativas a aquellas que llaman constantemente al debate, pero sin precisar cómo implementarlo y llevarlo a cabo sin que se convierta en una grieta de entrada de los supuestos «demócratas que quieren el bien para Cuba», y sin aprender de las lecciones históricas del pasado y de hoy mismo, que demuestran fehacientemente que las discusiones sociales salidas de un determinado cauce, en momentos críticos, son constantemente dirigidas y manipuladas en un entorno caótico de influencias e intromisiones externas, como sucedió en la URSS de la Perestroika. Si se les considera bien intencionados, lo mínimo que se les puede detectar es un infantilismo político de primer orden, o una visión estrecha reducida a sus intereses profesionales e individuales, sin tener en cuenta la enorme complejidad de un escenario donde se podrían repetir los acontecimientos de las nefastas revisiones hipercríticas o los ajustes de cuentas con los verdaderos o supuestos errores del pasado, todo lo cual sería sufragado por los intereses foráneos, cuando no somos testigos de las insultantes revisiones del pasado que hacen algunos, presentándonos la época neocolonial casi algo menos que como una vestal socio económica pletórica de derechos. Son los mismos que pertenecen a los círculos que aconsejan adherirse a los mecanismos internacionales tipo FMI o Banco Mundial.
Lo que Cuba no ha de hacer, y lo que se tenga que hacer, se seguirá discutiendo en el foro del Partido. Y cuando ese partido muestre alguna vez que ya no es el partido de la Revolución y del pueblo, se lo sacudirá el pueblo, como en todos los años de su historia se ha sacudido las injustas dominaciones. Pero nada indica que eso ocurra todavía o vaya a ocurrir. Allí acuden personas elegidas entre lo mejor del pueblo cubano y de la manera que en estos momentos es prudente y aconsejable que sean elegidos. Podrá haber equivocaciones, todavía se podrán cometer errores, pero el error que no se debe cometer es olvidar estas palabras, porque si Cuba tiene una esencia histórica que muestra una larga coherencia, está condensada en la lucha martiana:
«… ¡Pues no vive próspera ni largamente pueblo alguno que tuerce su vía de aquello que le marcan sus orígenes, y se consagra a otro fin que aquel fatal que presentaban los elementos de que consta!».