Recomiendo:
0

Los peligros de las centrales nucleares

Fuentes: Rebelión

Nota edición: Es el capítulo 3º de: ERF y SLA, Casi todo lo que usted desea saber sobre los efectos de la energía nuclear en la salud y en medio ambiente, El Viejo Topo, Barcelona [1].

Cuando hablamos de la salud humana y de los principales riesgos que para ella significan las actividades relacionadas con la industria nuclear, suelen citarse en un lugar destacado los residuos radiactivos. Recientemente Patrick Moore, presidente y dirigente científico de Greenspirit Strategies, señalaba que aunque el movimiento antinuclear afirme que los residuos de las centrales son peligrosos durante miles de años, en realidad, después de 40 años, el combustible nuclear utilizado contiene menos de una milésima parte de la radiactividad que tiene al salir del reactor. De hecho, apunta, es incorrecto usar el término «residuos» ya que después del primer ciclo siguen conteniendo el 95% de su energía potencial. ¿Qué te parecen estas consideraciones del que fuera miembro fundador de Greenpeace?

Vayamos por partes si te parece. Pensando en el funcionamiento normal de una central nuclear, sin tener en cuenta ahora posibles accidentes, creo que puede afirmarse sin ningún género de dudas que el principal riesgo para la salud humana es el proveniente de la generación de residuos radiactivos, generación, por lo demás, que es inherente a la propia tecnología nuclear. No hay forma de evitarlos.

Como vimos, un reactor nuclear no es nada más que un sistema para calentar agua. Para ello se utiliza la fisión del átomo de uranio 235 que, al romperse, al fisionarse ¾la denominada «desintegración nuclear»-, produce una enorme liberación de energía térmica y varias docenas de radionúclidos -palabra utilizada usualmente en lugar de radionucleidos, aunque ésta sería más correcta- o radioisótopos, términos sólo hasta cierto punto equivalentes, elementos que tienen aproximadamente un peso atómico que es la mitad del uranio 235, entre el 40% y el 60%. Existen, pues, docenas de productos radiactivos que van a permanecer ahí, en algún lugar, y en algunos casos durante millares de años. Esto representa claramente una hipoteca a futuro pero es también un punto crítico de contaminación ambiental que se origina no tan sólo alrededor de las centrales sino en relación al medio ambiente, con su difusión por la biosfera y su entrada en los ciclos de las cadenas tróficas, de donde obviamente pueden llegar a los seres humanos.

Esto es así diga lo que diga y publicite el señor Patrick Moore. Y todo esto, vale la pena insistir, en la hipótesis del funcionamiento normal, sin accidentes, de las centrales. Hay aquí una generación de elementos radiactivos nuevos, con difusión ambiental porque, además, siempre existen escapes. Hoy por hoy no hay forma de evitarlos totalmente.

Este sería entonces el primer peligro grave. ¿Habría algún otro «agujero negro» en el funcionamiento normal de las centrales?

Sí, claro que sí. El segundo punto importante es que estos diversos tipos de residuos, de núclidos radiactivos, estas toneladas de elementos radiactivos generados en el proceso de fisión nuclear para calentamiento del agua y producción de energía eléctrica, que quedan ahí tras el proceso, hay que depositarlos en alguna parte. Para ello hay actualmente dos recursos: guardarlos en las propias centrales esperando encontrar cementerios radiactivos adecuados, objetivo que prácticamente no se ha logrado hasta la fecha en ningún país, lo que conlleva que en las centrales haya una piscina, que suele estar a la vista, para que se refrigeren de entrada, y la otra posibilidad, el camino seguido por dos potencias nucleomilitares, y éste es otro punto más de conexión entre los ciclos militar y civil, consiste en el reprocesamiento de estos residuos generados en los reactores.

La segunda opción la han tomando Francia y Gran Bretaña, que tienen, respectivamente, las plantas de reprocesamiento de La Hague, en Normandía, y de Sellafield, en Cumbria. «Sellafield», por cierto, es el nombre actual de la planta de reprocesamiento inglesa que antes se llamaba Windscale (Este cambio de denominación, nada inocente, podemos comentarlo más adelante).

De estos residuos de los que hablamos, se separa en esas plantas el plutonio que también se ha generado durante el proceso y que tiene, como es sabido, finalidades esencialmente militares; se compactan los materiales y, en algunos casos, se devuelven al país de origen, como en el caso de Japón. Cada año viajan varios buques con residuos a través del Ártico, desde Japón a Gran Bretaña y Francia. Se reprocesan y compactados se devuelven para ser depositados en cementerios radiactivos. O bien, cuando son altamente radiactivos, se almacenan en estos dos lugares de la geografía europea que, claro está, son altamente contaminantes. Todos estos residuos tienen también en principio, interés militar.

Hablemos ahora, si te parece, de los accidentes, del funcionamiento anómalo de las centrales. Estamos asistiendo actualmente a un relanzamiento de la industria nuclear. La actual administración norteamericana parece haber apostado por ella, llegando incluso a afirmar que se trata de una «energía limpia». De hecho, en el artículo de Moore del que hablábamos antes, se afirma que la energía nuclear no sólo es limpia, sino también «rentable, fiable y segura» (buena, bonita y barata diría un buhonero). Quería preguntarte ahora sobre uno de los argumentos que esgrimían y esgrimen los partidarios de este tipo de energía. Sostienen que los accidentes son muy improbables, afirmación que, como seguramente recuerdas, ya repetían insistentemente hace años, y que cada vez tenemos más garantías de seguridad en las instalaciones, en los diversos procesos que se realizan en ellas. Accidentes como el que ocurrió en Chernóbil, dicen, son prácticamente irrepetibles, son casi impensables. ¿Crees que es lícito argumentar de esta forma, con esta seguridad tan aplastante?

No lo es, en absoluto. Como uno ya es «antiguo» a mí me recuerdan las argumentaciones que se usaban antes del accidente de la Isla de las Tres Millas y también, precisamente, antes del accidente de Chernóbil. Recuerdo perfectamente que en los años setenta y primeros ochenta, desde instancias favorables a lo nuclear, se llegó a decir que era más improbable un accidente en una central nuclear que la caída un meteorito impactara en la cabeza de un habitante de nuestro planeta. No es broma, te lo aseguro, he oído decir esto a ingenieros nucleares con todo el aplomo.

Recuerdo la comparación, Eduard. No olvides que también yo soy «antiguo».

En los manuales de riesgo de la ingeniería nuclear se afirmaba que un accidente con peligro destacable era altamente improbable. Podrían ocurrir pequeñas fugas, sobre todo en las zonas de refrigeración que controlan el intercambio del circuito primario, en contacto con el reactor, y en el circuito de refrigeración; ahí, admitían, podían darse pequeñas fugas, pero un accidente serio era altamente improbable.

Quizás recuerdes la película «El síndrome de China». No me viene ahora a la memoria el nombre del director…

James Bridges.

Exacto, exacto, James Bridges. La película, de 1979, estaba protagonizada por una joven Jane Fonda y por un espléndido Jack Lemmon. Era atractiva.

Pues bien, lo que en ella se narraba a mí me recuerda lo que pasó en Vandellós, aquí cerca, en Tarragona, en el verano de 2005. En la película se mostraba la vida de una ciudad, también en verano, en la que había una gran demanda eléctrica por las elevadas temperaturas. Un ingeniero estaba advirtiendo que existían problemas en la refrigeración de la central y que había que pararla inmediatamente para repararla. La empresa sostenía que no se podía detener la central porque se iban a perder millones y millones de dólares. Era, como te explicaba, una época con punta de demanda. Finalmente, ocurría el accidente: la fusión del reactor nuclear por las altísimas temperaturas alcanzadas por la falta de refrigeración. Y a propósito, ironías de la ficción, la película se empezó a proyectar en EEUU justo 12 días antes de que ocurriese el accidente de la Isla de las Tres Millas. Una vez más la imaginación artística se adelantó, con todas las licencias inherentes, a la vida real.

Hablabas de Vandellós.

Sí, en efecto. La central de Vandellós estuvo en una situación similar durante el verano de 2005. No estoy diciendo que hubiera podido ocurrir un accidente, no lo sé, pero el hecho es que existían toda una serie de problemas de corrosión en los sistemas de refrigeración y que los responsables decidieron no parar la central porque también era época estival y había entonces, como en la situación descrita en la película, mucha demanda energética. Una multa bastante nimia del Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) cerró el incidente.

Observa, además, que casi todos los problemas que han tenido las centrales nucleares se originan precisamente en la tecnología que es inherente al proceso. Se utiliza la desintegración del átomo para calentar agua; ello conlleva circuitos de refrigeración porque la desintegración del uranio 235 produce una cantidad inmensa de calor que se ha de poder controlar para poder mover las turbinas, por un lado, pero, por el otro, necesita refrigeración. Cuando ésta falla es cuando puede ocurrir el accidente. Todos los accidentes importantes se han producido en este punto crítico.

¿Por qué puede fallar la refrigeración?

Pues porque toda tecnología es falible y los componentes de estos sistemas de refrigeración se desajustan o fracasan en uno u otro punto, como ocurrió en Vandellós I, donde hubo un accidente que pudo ser muy grave. Evidentemente, no podía ser de otro modo, todos los sistemas de las centrales son redundantes pero, como es lógico, como es previsible, han fallado más de una vez. Puede fallar también el sistema de energía eléctrica que alimenta las bombas de refrigeración, pueden darse también errores humanos. En fin, hablar de seguridad absoluta de las centrales en los términos que hemos estado comentando es totalmente incorrecto. No hay fundamento científico que permita sostener esa creencia y con esa firmeza. Es más bien publicidad político-cultural, adoctrinamiento ciudadano, inadmisible propaganda política. Como prefieras decirlo.

Pero se podría argüir, y de hecho a veces se razona en esta dirección, que todo esto que señalas apunta al pasado de las centrales, no a su presente. Lo de Chernóbil era inevitable, dado que este primitivo reactor soviético -se enfatiza el adjetivo con cierta intención- no tenía estructuras de contención, su diseño inherente era erróneo y sus técnicos y trabajadores, finalmente, lo hicieron estallar. De paso, se arremete políticamente contra el sovietismo, contra el socialismo, contra la revolución de 1917, contra la intervención del Estado en asuntos económicos y contra todo lo que se estime necesario.

Dejando aparte el caso de Chernóbil, del cual podemos hablar más adelante, la situación, se diga lo que se diga, es básicamente la misma. Lo que he explicado no es sólo el pasado de una realidad sino también su presente. Efectivamente, hay que admitirlo, se ha invertido mucho en seguridad en estos últimos años, no hay que negarlo. Seguramente, aparte de los graves accidentes que han sucedido, las protestas, las movilizaciones ciudadanas tienen que ver con ello, con esta mayor inversión en temas de seguridad. Dado que es una tecnología con un evidente riesgo inherente, los planificadores, los directores y responsables son conscientes, aunque no siempre lo han sido tanto, de que es necesario invertir en seguridad.

Pero, en primer lugar, el parque actual, las casi 500 centrales nucleares que existen en el planeta, 441 para ser más exactos, está envejeciendo mucho porque hace ya años que casi no se han construido nuevas centarles. La tecnología actual quizá puede ser mejor pero el riesgo inherente sigue siendo el mismo, el reactor de agua presurizada o similares. Los franceses abandonaron su tecnología -era la de Vandellós I- que era distinta, era la refrigeración por gas, y se está trabajando ahora con el reactor europeo de agua presurizada que es, prácticamente, similar al clásico de Estados Unidos, el PWR: pressurized water reactor, el de agua presurizada, que es el más usual. Otros, en cambio, como explicábamos antes, son de agua hirviendo, el tipo BWR: boiling water reactor.

Sin embargo, en el fondo, estamos ante unos riesgos que pueden ser similares. Por mucha tecnología moderna que se aplique, el diseño de una central nuclear sigue siendo esencialmente el mismo ahora que hace 20 o 30 años. Una central sigue siendo un sitio donde hay barras incrementadas en uranio 235, con un moderador de grafito, que antes podía ser el agua pesada en los reactores militares, y unos sistemas de refrigeración. Toda tecnología, además, como es sabido aunque a veces queramos olvidarlo, puede fallar y, por ello, cuantas más centrales funcionen más probabilidad hay de accidentes, de que en uno u otro punto de alguna de ellas algo funcione mal.

Este sería entonces el principal riesgo de las centrales nucleares.

Efectivamente, éste es el principal riesgo de las centrales. Pero incluso dejando aparte el problema de los accidentes, el funcionamiento normal del ciclo nuclear, como decía, representa un riesgo medioambiental y un riesgo para la salud por la generación de radionúclidos.

Si me permites, hay un punto en el que a mí me gusta insistir que es el siguiente. Hasta 1942, hasta mediados del siglo XX, hasta hace poco más de sesenta años, la radiactividad en nuestro planeta había ido disminuyendo desde su formación, por las leyes físicas del decaimiento radiactivo. La vida ha ido evolucionando con un fondo radiactivo en disminución de tal forma que cuando más moderna o más reciente sea una especie habrá evolucionado con un fondo radiactivo menor. Aunque no sea de manera absoluta, esto se puede observar en la diversa radiosensibilidad de los seres vivos. Los mamíferos son mucho más radiosensibles -o sea, que pueden manifestar efectos, que pueden morir a dosis mucho más bajas- que los reptiles, y éstos son más radiosensibles que los peces. Los insectos son altamente radioresistentes, y ya te puedes imaginar lo que sucede con las bacterias. En el agua de refrigeración de los reactores, que es altamente radiactiva, en el agua de un reactor experimental -yo trabajé hace muchos años en Francia en uno de ellos- se detectaban bacterias, a las que se llamó «el bacilo radiodurans». Crecían bacterias bajo un fondo de millones de rads, con una cantidad enorme de radiación que un mamífero cualquiera no aguantaría ni una hora.

RAD, decías, ¿qué unidad de medida es ésa?

Una unidad de medición radiológica que cuantifica la dosis de radiación ionizante absorbida por una determinada masa de sustancia (rad: radiation absorbed dose). Un rad equivale a 0,01 julios de energía absorbida por kilo de sustancia. Hoy en día la radiación absorbida también se expresa en grays (1 Gy = 100 rads = 1 julio/kg), unidad de medida coherente recomendada por la Comisión Internacional de Unidades y Medidas de Radiación.

Hablabas de la diversa radiosensibilidad de las diferentes especies.

Exacto. Cuando más antigua es una especie viviente, decía, empezando por las bacterias, más resiste a las radiaciones ionizantes se manifiesta, ya que evolucionó con un fondo radiactivo mayor. Los mamíferos, las especies más recientes en la evolución, son mucho más radiosensibles que otras clases de vertebrados y éstos, a su vez, lo son más que los invertebrados.

La especie humana es por ello mucho más radiosensible que la mayoría de especies. Existen excepciones, pero un escorpión, por ejemplo, resiste cantidades enormes de rads. Igual ocurre con muchos tipos de insectos, arácnidos, crustáceos. Los mamíferos, prácticamente todos, con 300-400 rads -la dosimetría actual lo expresaría como 3-4 grays- pueden morir. La dosis que puede matar a un mamífero no produce efecto dañinos, o son de escasa importancia, a insectos, a alacranes o al grueso de otras especies pertenecientes a filogenias antiguas, hablando geológicamente.

Cuando antes hablabas de los residuos, surgió el tema de los transportes radiactivos. ¿Estos desplazamientos generan algún peligro destacable?

El transporte es muy espectacular. Hasta ahora, según mi conocimiento, no ha habido problemas de importancia. Los materiales se transportan en contenedores que pueden resistir caídas de hasta 50 metros, que pueden recibir impactos, etc. Lo que pasa es que actualmente estamos en una situación política de inestabilidad por los atentados que pueden producirse. Éste es uno de los puntos vulnerables, al igual, desde luego, que las mismas centrales nucleares. Una central tiene puntos muy vulnerables ante un ataque aunque éste sea muy artesanal. Yo no creo que se pueda ser tan optimista como Mr. Moore cuando sostiene alegremente que las estructuras de contención de un metro y medio de hormigón reforzado protegen el contenido de las centrales ante todo tipo de ataques terroristas. Y no digamos ante ataques militares «convencionales».

Pero hasta ahora, en todos estos desplazamientos no se ha producido ningún accidente de gravedad.

Según mi conocimiento, hasta ahora no habido ningún problema importante. Los accidentes que se han producido han sido en los reactores nucleares y ha habido también otros accidentes de manipulación en las plantas de reprocesamiento, tanto en las europeas como en las militares que existen en Estados Unidos. En Rusia, en la antigua URSS, en los Urales más concretamente, donde tenían varias instalaciones de reprocesamiento para obtener plutonio, hubo varios accidentes también.

¿Cuáles son los residuos más peligrosos generados en el reactor nuclear?

Las barras de combustible. En ellas se generan isótopos que pueden permanece radiactivos a lo largo de miles de años. Por un lado, están los llamados elementos transuránicos como el neptunio, el plutonio, el americio o el curio. Por elementos transuránicos entendemos todos aquellos que en la tabla periódica ocupan un lugar superior al 92 -el del uranio- y son producidos artificialmente a partir del bombardeo neutrónico del uranio 238 presente en el combustible nuclear. Por otro lado, también se generan residuos de alta o muy alta actividad como consecuencia de la fisión del uranio 235, los cuales deben ser vigilados, pero que tienen vidas medias relativamente cortas o medias, es decir, duran desde unos meses a unas decenas de años y pueden ser con mayor o menor dificultad técnicamente controlados.

Existen estrategias que intentan tratar el problema de los residuos de forma más eficiente. Una de ellas es el diseño de centrales nucleares de nueva generación (Sistemas Asistidos por Aceleradores o ADS en inglés) que usan torio como combustible adicional, que degradan los desechos nucleares en un nuevo ciclo de fisión asistida. Esta técnica es llamada «transmutación» y el primer proyecto se calcula que será construido alrededor del 2014.

El tratamiento de los combustibles nucleares usados, en cualquier caso, pasa por el almacenamiento de los residuos que no pudieran ser eliminados en cuevas profundas, los llamados almacenamientos AGP, cuyo objetivo final es que queden enterrados con seguridad durante varios miles de años aunque esto no puede garantizarse.

Entonces, los puntos más contaminantes en los eslabones del ciclo de producción y utilización de la energía nuclear serían…

Las plantas de tratamiento, las centrales, los depósitos de residuos y el transporte de materiales radiactivos.

A propósito de lo que estamos hablando, el 2 de junio de 2006, el Foro de la Industria Nuclear Española hizo pública una nota de prensa con motivo del Día Mundial del Medio Ambiente, encabezada por la frase ‘Las centrales nucleares respetan el medio ambiente’. El colectivo «Grup de Científics i Tècnics», el prestigioso colectivo del «Grupo de Científicos y Técnicos» del que formas parte, respondió con contundencia a ese comunicado.

Bueno, no sé si con contundencia pero respondimos. Dijimos, por ejemplo, que la empresa nacional de Residuos Radiactivos, Enresa es su nombre, después de más de 20 años, aún no han encontrado ningún municipio que quiera albergar el cementerio de residuos radiactivos de alta actividad, ni el temporal ni mucho menos el definitivo, a pesar de todo lo que ofrece. Enresa quiere encontrar un almacén temporal centralizado nuclear español -lo llaman ATC- con una capacidad de 6.700 toneladas y una vida de un siglo.

¿Por qué esta urgencia? Responde, básicamente, a tres factores. En primer lugar, la saturación de las piscinas de refrigeración de las centrales nucleares, donde actualmente se almacenan los residuos de alta actividad. A que en 2010 regresan de Francia 12 metros cúbicos de residuos de alta actividad, junto a 650 metros cúbicos de baja actividad, procedentes del reprocesado del combustible de Vandellós 1, enviados tras el incendio sufrido por la nuclear de 1989 -en el acuerdo firmado con la empresa francesa se fijaron penalizaciones, a partir de 2010, de 50.000 euros por día de retraso en la recepción- y, finalmente, a que a partir de 2011 regresan los 600 kilogramos de plutonio y 100 toneladas de uranio enviados al Reino Unido por la empresa propietaria de la central nuclear de Santa María de Garona. Enresa dispone de un almacén nuclear en El Cabril, Córdoba, para residuos radiactivos de baja y media actividad, pero en él no se permiten almacenar residuos de alta actividad. La central de Trillo, por ejemplo, tuvo que construir un almacén temporal cuando su piscina de refrigeración alcanzó su tope de capacidad en 2002. Si el ATC no está operativo en 2010 como es muy probable, serán precisos almacenes temporales individuales en las centrales de Cofrentes y Ascó.

Creo que, como apuntabas, Enresa ha prometido importantes cantidades para los municipios que acogieran el ATC.

Efectivamente. Enresa anunció en 2005 que el municipio que acoja el ATC recibiría 12 millones de euros anuales, cifra que se ampliará a 18 cuando a partir de 2030 empiece a caducar la vida estimada de las centrales españolas. Pero ni aún así han encontrado ningún municipio que se ofrezca, y la situación empeorará cuando se aborde la construcción de un almacén definitivo, el denominado almacén geológico profundo, cuyo coste se elevaría, según la propia Enresa, a 12.000 millones de euros. ¿Qué sería lo lógico? Lo lógico sería que todos estos costes los asumiesen las empresas propietarias, que son las que nos han embarcado en la opción nuclear y han facturado los kWh producidos.

Nuestro comunicado acababa con esta pregunta que creo sigue siendo muy pertinente: «¿Qué dicen los defensores de la energía nuclear de esta patata caliente que son los residuos radiactivos de alta, y que nadie quiere ni sabe como solucionar? Mientras no tengan solución, mas les valdría callarse».

Suena a Wittgenstein

Sí, es cierto, suena a la proposición final del Tractatus. Pero sería la actitud correcta.

Nota:

[1] El capítulo se abría con esta clarividente cita de Stanislaw Lem, del Congreso de futurología: «Quiere decir, o sea, así lo sugiere, este cuadro: a lo largo de los milenios, el cosmos se llenó de basura, es decir, de los residuos de las civilizaciones, con los que nada podía hacerse y que estorbaban las investigaciones astronómicas y los viajes cósmicos. Entonces construyeron unas gigantescas incineradoras con una temperatura muy alta para quemar toda aquella basura. Han de tener una masa muy grande para así atraer esa basura, el vacío se limpia poco a poco y así tenemos las estrellas, que son precisamente esos fuegos, mientras que las nebulosas oscuras son las basuras que aún no se consumieron».