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Entrevista a Eduard Rodríguez Farré realizada en 2006

«Los principales riesgos para la salud humana son los provenientes de la generación de residuos radiactivos» (I)

Fuentes: El Viejo Topo

Reeditamos esta entrevista, fechada en 2006, por la cuixdada aproximación que en ella puede verse a lo nuclear y a su industria, una industria que, tras Fukushima, está herida de muerte, esperando que la ciudadanía antinuclear del mundo la arroje al basurero de las distopías fáusticas alocadas e interesadas. * La energía nuclear está de […]

Reeditamos esta entrevista, fechada en 2006, por la cuixdada aproximación que en ella puede verse a lo nuclear y a su industria, una industria que, tras Fukushima, está herida de muerte, esperando que la ciudadanía antinuclear del mundo la arroje al basurero de las distopías fáusticas alocadas e interesadas.

*

La energía nuclear está de moda. El mismo año en que recordamos la tragedia de Chernóbil, se señala desde diversas instancias las ventajas de este tipo de energía e incluso la administración Bush, por boca de su presidente, la ha presentado como una energía alternativa dado que «no contamina ni contribuye al cambio climático». Para conversar sobre los efectos de la industria nuclear en el medio ambiente y en la salud humana, hemos entrevistado a Eduard Rodríguez Farré, doctor en Medicina, Profesor de Investigación en Fisiología y Farmacología en el Instituto de Investigaciones Biomédicas de Barcelona (CSIC-IDIBAPS) y miembro de CIMA (Científicos por el Medio Ambiente)

Si te parece, a lo largo de nuestra conversación, podríamos hablar de la industria, de las centrales nucleares, desde el punto de vista de sus consecuencias para la salud humana. Éste sería el asunto central de nuestro diálogo. Al hablar de la energía nuclear se suele distinguir en ocasiones entre usos civiles y militares. El segundo uso, sin duda, presenta «problemas» para la salud y la vida de las personas, pero acaso la primera opción, el uso civil, no. Tal vez podría hablarse, como quería Eisenhower, de «átomos para la paz». ¿Es así? ¿Puede afirmarse que el uso civil, pacífico, de la energía nuclear no ocasiona problemas importantes para la salud humana?

En absoluto. Por un lado hay que tener en cuenta que el uso civil y el uso militar de la energía nuclear tiene muchos puntos de contacto y están íntimamente ligados en varios aspectos. Lo estamos viendo actualmente con el conflicto levantado por Estados Unidos respecto a Irán.

Irán está dentro de la legalidad del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (TNP), pero, como es sabido, quien posee el ciclo completo de la energía nuclear civil también tiene en sus manos la tecnología para construir armas nucleares. Éste sería un primer punto. No se puede separar tajantemente el ciclo civil, la energía que se produce en las centrales nucleares, y el ciclo militar.

Por otro lado, el uso militar tiene como finalidad última la capacidad de destrucción de vidas humanas y el uso civil, obviamente, no tiene ese objetivo, pero este uso civil en absoluto es inocuo y presenta un serie de riesgos a lo largo de todo el proceso de producción de energía eléctrica: desde la obtención del uranio, pasando por el refinamiento, la separación isotópica, lo que llaman con inteligente terminología de mercadotecnia, «el enriquecimiento de uranio» (tema que, si te parece, podríamos tocar más adelante), el uso en lo que es propiamente la planta nuclear para la obtención de energía eléctrica y, sobre todo, finalmente, uno de los puntos más críticos, los residuos que, inevitablemente, generan estas centrales. Unos con mayor intensidad, otros con menor intensidad, pero todos estos momentos comportan riesgos medioambientales y peligros para la salud humana.

Centrándonos en esta última, en la salud humana, ¿cuáles serían entonces los principales riesgos que se presentan a lo largo del proceso?

En el funcionamiento normal, sin pensar en accidentes, los principales riesgos para la salud humana son los provenientes de la generación de residuos radiactivos inherentes a la propia tecnología nuclear. Un reactor nuclear no es nada más que un sistema para calentar agua; para ello se utiliza la fisión del átomo de uranio 235 que, al romperse, al fisionarse (es a esto a lo que llamamos «desintegración nuclear»), produce varias docenas de radionúclidos, radioisótopos -son términos prácticamente equivalentes-, elementos que tienen, aproximadamente, un peso atómico que es la mitad del uranio 235, entre el 40% y 60%. Hay, pues, docenas de productos radiactivos que van a quedar ahí, en algún lugar, y en algunos casos durante millares de años.

Esto representa, claramente, una hipoteca a futuro pero es también uno de los puntos críticos de contaminación ambiental que se origina no tan sólo alrededor de las centrales sino con su entrada en el medio ambiente, con su difusión por la biosfera y su entrada en los ciclos de las cadenas tróficas, en las cadenas alimenticias, de donde evidentemente pueden llegar a los humanos. Esto, insisto, en la hipótesis del funcionamiento normal de las centrales.

Hay aquí, pues, una generación de elementos radiactivos nuevos y, además, una difusión ambiental de los mismos porque siempre existen escapes; hoy por hoy, no hay forma de evitarlos totalmente.

Este sería entonces el primer punto. ¿Habría algún peligro más en el funcionamiento normal de las centrales?

Sí, claro que sí. El segundo punto importante es que estos diversos tipos de residuos, de núclidos radiactivos, estas toneladas de elementos radiactivos generados en el proceso del reactor nuclear para calentar agua y producir energía eléctrica que quedan ahí tras el proceso, hay que depositarlos en algún sitio. Para ello tenemos actualmente dos posibilidades: depositarlos en las propias centrales, esperando encontrar cementerios radiactivos adecuados, cosa que prácticamente en ningún país se ha logrado hasta la fecha (lo que conlleva que en las centrales haya una piscina, que está a la vista, para que primero se refrigeren), y la otra posibilidad, el camino seguido por dos potencias militares, que es, pues, uno de los puntos de conexión entre el ciclo militar y el civil, consiste en el reprocesamiento de estos residuos radiactivos generados en los reactores. Esto segundo lo están haciendo Francia y Gran Bretaña, que tienen las plantas de reprocesamiento de La Hague (Normandía) y de Sellafield (Cumbria). «Sellafield» es el nombre actual de la planta que antes se denominaba Windscale (Este cambio nominal lo podemos comentar posteriormente si tenemos tiempo).

En estas plantas se separa de todos estos residuos el plutonio que también se ha generado durante el proceso y que, como es sabido, tiene finalidades militares; se compactan los materiales y, en algunos casos, se devuelven al país de origen, como en el caso de Japón. Cada año viajan varios buques con residuos a través del Ártico, desde Japón a Gran Bretaña y Francia, se vuelven a compactar y se devuelven para ser depositados en cementerios radiactivos o bien, cuando son altamente radiactivos, se almacenan en estos dos puntos de la geografía europea que, claro está, son altamente contaminantes. En principio, todos estos residuos también tienen interés militar.

Hablabas antes de uranio 235, ¿cuál es la diferencia entre el uranio 235 y el uranio 238? Hacías también referencia a la terminología usada: se habla del «enriquecimiento» del uranio o del «uranio empobrecido».

Aquí hay un tema que ha salido a la luz recientemente. Desde las guerras de Mesopotamia se ha utilizado la terminología «uranio empobrecido» y «uranio enriquecido». Desde el punto de vista del impacto sobre la salud humana y de los impactos ambientales, e incluso desde el mismo punto de vista físico, todo esto es una terminología de marketing. Al decir que un uranio está enriquecido en algún aspecto, parece querer decirse que el otro es un uranio que ha perdido su valor y que, por consiguiente, ya no pueda tener uso productivo.

Empecemos por el principio si te parece. El uranio natural que hay en las minas es, fundamentalmente, una mezcla de uranio 238 (al decir 238 nos referimos al peso atómico, a la suma de los protones y neutrones del núcleo), y de otro isótopo que es el uranio 235. El primero está en la naturaleza en una proporción aproximada del 99,3%; el restante 0,7% es uranio 235, y hay también unas cantidades ínfimas de otros isótopos del uranio. Ambos tienen, prácticamente, la misma energía de desintegración y las mismas características radiobiológicas, si bien difieren en su periodo de semidesintegración, y se desintegran en forma de partículas alfa (formadas por dos protones y dos neutrones), que son partículas altamente energéticas y que puede ocasionar graves problemas en la salud cuando entran dentro de nuestro organismo: tanto el uranio 235 como el 238 tienen este tipo de desintegración y esto es lo que importa realmente de cara a sus posibles impactos sobre la salud humana.

Desde otro punto de vista, desde un punto de vista físico, la gran diferencia consiste en que el uranio 235 es un elemento que en física llaman fisible, es decir, que puede romperse, de forma tal que cuando recibe neutrones su núcleo se divide en otros elementos liberando energía. Éste es el uranio que interesa en los reactores nucleares o para hacer bombas atómicas, mientras que el otro, el uranio 238 al recibir neutrones no se fisiona sino que se transforma en plutonio y es a éste al que llaman «uranio fértil». Esta es, básicamente, la principal diferencia que existe entre ambos (Conviene recordar que el plutonio es utilizado fundamentalmente en otra versión de las bombas atómicas).

Desde el punto de vista tecnológico, por lo que antes decía, para una central nuclear o para la fabricación de armas nucleares el que importa es el uranio 235. Como la cantidad que hay de este uranio en la naturaleza es muy pequeña, lo que se busca es incrementar su proporción respecto al uranio natural. Éste es uno de los puntos críticos tanto en el ciclo militar como en el civil; de hecho, éste es el principal problema que existe actualmente con Irán.

¿Y cómo se produce este enriquecimiento del uranio, es decir, para hablar con más precisión, cómo se consigue este incremento en la proporción de uranio 235?

Del siguiente modo: la masa de uranio natural extraída del mineral se transforma en un gas (el hexafluoruro de uranio), se centrifuga, se ultracentrifuga, y en la centrifugación, como en cualquier otro proceso de este tipo, las partículas más pesadas van a parar a la parte del fondo del tubo, al lugar más distante del eje, y las menos pesadas quedan en el interior. A esta técnica se le llama de separación isotópica, y se utiliza en muchos procesos, se utiliza, por ejemplo, en los laboratorios biológicos. La ultracentrifugación, en este caso del uranio, es una tecnología muy complicada desde el punto de vista del material que se necesita: contenedores, rotores, etc. Es asunto de pura tecnología.

Quien dispone de este proceso tecnológico puede «enriquecer», es decir, puede incrementar, como decíamos, la proporción de uranio 235 respecto del natural. Pero esto no quiere decir que un uranio sea «rico» y otro sea «pobre», que es el error conceptual que parece difundirse: un uranio, el 235, es rico y el otro, el 238, es pobre, y por tanto ya no sirve para nada. ¡Claro que sirve! Del uranio 238 se obtiene el plutonio. Pero lo que está ocurriendo es que en todo este proceso de obtención de uranio para centrales nucleares, o incrementando la proporción de uranio 235 para armas atómicas, lo que se está obteniendo, decía, son grandes cantidades de uranio 238 que no tiene utilización inmediata, pero que en absoluto se puede decir que son inútiles.

Tanto en los reactores militares como en los civiles tenemos la cuestión de proporción de uranio 235. En un reactor civil viene a ser de entre un 3% y un 7%. Para obtener uranio que pueda ser usado militarmente se necesita incrementar la proporción de uranio 235 hasta un 70%, hasta un 80 % o más (que es, por ejemplo, la proporción de uranio 235 de la bomba de Hiroshima).

Así, pues, el uranio 238 puede servir para hacer plutonio. En el proceso de «enriquecimiento» en uranio 235 se producen grandes cantidades, millares de toneladas de uranio 238, y entonces se les ocurrió hace muchos años fabricar obuses antitanque y otros tipos de bombas de gran penetrabilidad recubiertas de este uranio sobrante. El uranio es un metal altamente pesado, es el metal más pesado que hay en la naturaleza, y el plutonio no existe de forma natural en nuestro planeta. Estos obuses recubiertos de uranio, al impactar con una coraza de tanque o con cualquier otro objetivo, al tener una gran penetrabilidad, dado que la fricción en contacto con el aire es altamente inflamable, se convierten en un aerosol. Este aerosol de uranio 238 se disemina por la naturaleza y puede llegar a centenares de kilómetros de distancia del lugar de la explosión. Este es el problema que ocurrió en la primera Guerra del Golfo, en la segunda Guerra, en los Balcanes; en todos estos lugares se han contaminado civiles y militares con partículas microscópicas de uranio que llegan al pulmón y pueden originar toda una serie de problemas, fundamentalmente carcinogénesis y enfermedades derivadas.

Sobre este último punto, déjame plantearte varias cuestiones. ¿Que países tienen actualmente la tecnología suficiente para lograr este incremento de la proporción de uranio 235?

Los países que tienen el arma nuclear; los que tienen el ciclo completo son las potencias atómicas. Lo tiene Estados Unidos, lo tiene China, lo tiene Rusia, lo tiene Francia, lo tiene Gran Bretaña.

Hay aquí una cuestión que aun siendo, en principio, meramente histórica es interesante. En los años setenta se creó un consorcio que se llamaba «EURODIF» que es la abreviación de Eurodifusión (por el método de enriquecer uranio). El consorcio se encuentra bajo control francés y sus instalaciones también están en territorio francés. Participan en él una serie de países europeos ¾ entre ellos España ¾ , que no tenían entonces ni tienen ahora el ciclo completo, además de Persia, de (Irán (De hecho, creo que el Sha participó con un 10% en el consorcio). Observemos que ya en la época del Sha, Persia tenía intención de construir centrales nucleares. No sabemos si tienen también intenciones militares.

en el que participaban países europeos que no tenían entonces el ciclo completo más el Irán del Sha. Persia, en esa época, participó creo con un 10% en este consorcio. En la época del Sha, Irán ya tenía intención de construir centrales nucleares (si tiene también intenciones militares eso, hoy por hoy, no lo sabemos.

Países que no sean potencias atómicas y que tengan el ciclo completo, según creo, no los hay. Es muy caro, es un proceso de alto costo. Dado que hay consorcios que pueden producir el uranio incrementado en 235, la mayor parte de países lo compran a los pocos Estados que son suministradores de este procedimiento.

Y en cuanto a los yacimientos, ¿que países tienen uranio natural?

Uranio natural hay en Estados Unidos, hay en varios países africanos. Antes de la ocupación de Irak, tal vez lo recuerdes, salió en la prensa el tema de un embajador (o algo así) que había ido a Níger. Allí existen en la zona del desierto, al norte del país, una de las minas más potentes de uranio. Las controlan los franceses.

En España hay minas de uranio pero no son muy rentables. Hay en Ucrania, hay en otros países. Lo que pasa es que no hay demasiadas minerías que sean utilizables. Es posible que haya en otros sitios, lo desconozco, no conozco exactamente su ubicación geográfica. Estados Unidos tienen seguro uranio natural, Francia lo obtiene a partir de África; Rusia seguro que lo tiene dada su superficie. China no lo sé, no sé cómo lo consigue pero seguro que tiene que tener alguna fuente para su metalurgia de uranio y el resto lo compra. O sea, la mayor parte de los países compran el uranio de las centrales nucleares a dos o tres grandes empresas, a las que fabrican los reactores: General Electric, Westhingouse.

 

Cuando antes hablabas de los residuos, salió el tema de los transportes radiactivos. ¿Estos desplazamientos generan algún peligro destacable?  

El transporte es muy espectacular. Hasta ahora, según mi conocimiento, no ha habido problemas. Los materiales se transportan en contenedores que pueden resistir caídas de hasta 50 metros, que pueden recibir impactos, etc. Lo que pasa es que actualmente estamos en una situación política de inestabilidad por los atentados que pueden producirse. Éste es uno de los puntos vulnerables, al igual que las centrales nucleares. Una central tiene puntos muy vulnerables ante un ataque aunque éste sea muy artesanal.

  Pero hasta ahora, perdona que insista, en todos estos desplazamientos no se ha producido ningún accidente de gravedad.

Según mi conocimiento, hasta ahora no habido ningún problema importante. Los accidentes que se han producido han sido los de los reactores nucleares y ha habido también otros accidentes de manipulación en las plantas de reprocesamiento, tanto en las europeas como en las militares que existían en Estados Unidos y Rusia. En Rusia, en la URSS mejor dicho, en los Urales, hubo varios accidentes también. Allí tenía la URSS varias instalaciones de reprocesamiento para obtener plutonio.

Hablemos ahora, si te parece, de los accidentes, del funcionamiento anómalo de las centrales. Como sabes, desde hace cierto tiempo, estamos asistiendo a un relanzamiento de la industria nuclear. La actual administración norteamericana parece haber apostado por lo nuclear, llegando incluso a afirmar que se trata de una «energía limpia». Yo quería preguntarte sobre uno de los argumentos que esgrimían y esgrimen los partidarios de este tipo de energía. Éstos sostienen que los accidentes son muy improbables (cosa que, como es sabido, ya decían hace años), y que cada vez tenemos más garantías de seguridad en las instalaciones, en los diversos procesos que se efectúan en ellas. Accidentes como el que ocurrió en Chernóbil hace ahora 20 años, dicen, son prácticamente irrepetibles, son casi impensables. ¿Crees que se puede argumentar en estos temas de esta forma, con esta seguridad?

En absoluto. Como uno ya es viejo, a mí me recuerdan las argumentaciones que se usaban antes del accidente de la Isla de las Tres Millas y de Chernóbil. Recuerdo perfectamente que en los años ochenta se decía desde instancias favorables a lo nuclear que era más improbable un accidente en una central nuclear que le cayese un meteorito en la cabeza a un habitante de nuestro planeta (Yo he oído decir esto a los ingenieros nucleares con todo el aplomo). En los manuales de riesgo de la ingeniería nuclear se afirmaba que un accidente con peligro destacable era altamente improbable. Podrían ocurrir pequeñas fugas, sobre todo en las zonas de refrigeración que controlaban el intercambio del circuito primario en contacto con el reactor y el circuito de refrigeración, ahí podían haber pequeñas fugas, pero un accidente serio era improbable.

Muchos quizás recordarán la película «El síndrome de China». No recuerdo ahora el nombre del director…

James Bridges.

Efectivamente, James Bridges. Estaba protagonizada por una joven Jane Fonda y por Jack Lemmon. La película era atractiva. Lo que se describía en ella a mí me recuerda lo que pasó en Vandellós el verano pasado. En la película se narraba que había una gran demanda eléctrica porque era verano, y, entonces, un ingeniero estaba advirtiendo que existían problemas en la refrigeración de la nuclear, que había que parar la central para reparar aquello. La empresa, claro está, decía que no se podía parar porque entonces se iban a peder millones y millones de dólares (era la época punta de demanda). Finalmente ocurría un accidente. Vandellós ha estado en una situación similar este verano pasado, en 2005. No digo que hubiera podido ocurrir un accidente, no lo sé, pero el hecho es que existían toda una serie de problemas de corrosión en los sistemas de refrigeración y no se paró la central porque también era época estival.

Casi todos los problemas que han tenido las centrales nucleares están precisamente en la tecnología que es inherente al proceso: se utiliza la desintegración del átomo para calentar agua; ello implica circuitos de refrigeración porque la desintegración del uranio 235 produce una cantidad inmensa de calor, que se ha de poder controlar para poder mover las turbinas, por un lado, y por el otro necesita refrigeración. Si falla ésta, es cuando puede ocurrir el accidente. Todos los accidentes se han producido en este punto crítico. ¿Por qué puede fallar la refrigeración? Pues porque fallan estos sistemas, como ocurrió en Vandellós I, donde hubo un accidente que estuvo al borde de haber sido muy grave. Evidentemente, todos los sistemas son redundantes pero han fallado más de una vez. Puede fallar también el sistema de energía eléctrica, puede haber errores humanos,…

Pero, se podría argüir, y de hecho a veces de arguye en esta dirección, que todo esto que señalas es el pasado de las centrales, no su presente.

La situación es, básicamente, la misma. Efectivamente se ha invertido mucho en seguridad, esto no se puede negar. Dado que es una tecnología con un evidente riesgo inherente son conscientes que es necesario invertir en seguridad. Pero, primero, el parque actual, las casi 500 centrales nucleares que existen en el planeta, están envejeciendo, son ya muy viejas porque hace muchos años que casi no se fabrican nuevas. La nueva tecnología quizá puede ser mejor pero el riesgo inherente sigue siendo el mismo, el reactor de agua presurizada. Los franceses abandonaron su tecnología, que era la de Vandellós I, que era distinta, que era la refrigeración por gas, y se está trabajando ahora on el reactor europeo de agua presurizada que es, prácticamente, similar al clásico de Estados Unidos (PWR: pressurized water reactor) que era de agua presurizada, que es el más usual. Otros, en cambio, son de agua hirviendo (BWR: boiling water reactor).

Pero en el fondo estamos ante unos riesgos que pueden ser similares. Por mucha tecnología moderna que se aplique, el diseño de una central nuclear sigue siendo el mismo ahora que en una central de hace 20 o 30 años. Una central sigue siendo un sitio donde hay barras de uranio incrementado en uranio 235 , con un moderador de grafito (que podía ser antes el agua pesada en los reactores militares), y unos sistemas de refrigeración. Toda tecnología, además, puede fallar y cuantas más centrales haya más probabilidades hay que en un punto o en otro de alguna de ellas se pueda producir un accidente.

Este es el principal riesgo de las centrales. Pero incluso dejando fuera el problema de los accidentes, el funcionamiento normal del ciclo nuclear, como decía, representa un riesgo medioambiental y un riesgo para la salud por la generación de radionúclidos.

Si me permites un momento, hay un punto en el que a mí me gusta insistir y es que hasta el año 1942, hasta mediados del XX, la radiactividad en nuestro planeta había ido disminuyendo desde su formación por las leyes de decaimiento radiactivo de la física. La vida ha ido evolucionando, pues, con un fondo radiactivo de tal forma que cuando más moderna o más reciente sea una especie habrá evolucionado con un fondo radiactivo menor. Aunque no sea de manera absoluta, esto se puede observar en la radiosensibilidad de las distintas especies. Los mamíferos son mucho más radiosensibles (o sea, que pueden manifestar efectos, pueden morir a dosis mucho más bajas) que especies de reptiles, y los reptiles son más radiosensibles que los peces. Los insectos son altamente radioresistentes, y ya te puedes imaginar lo que sucede con las bacterias. En los reactores -yo trabajé hace muchos años en uno de ellos en Francia-, en al agua de refrigeración, que es altamente radiactiva, de un reactor experimental se detectaban bacterias, a las que se llamó «el bacilo radiodurans», ¡crecían allí bacterias bajo un fondo de millones de rads! Es una cantidad enorme que un mamífero cualquiera no aguantaría ni una hora.

¿Qué unidad de medida es el Rad?

Es una unidad de medida radiológica que cuantifica la dosis de radiación ionizante absorbida por una determinada masa de sustancia (rad: radiation absorbed dose). Un rad equivale a 0,01 julios de energía absorbida por kg de sustancia. Hoy en día la radiación absorbida también se expresa en grays (1 Gy = 100 rads = 1 julio/kg), unidad de medida coherente recomendada por la Comisión Internacional de Unidades y Medidas de Radiación.

De acuerdo. Hablabas de la radiosensibilidad de las diferentes especies.

Cuando más antigua es una especie viviente, empezando por las bacterias, más resiste las radiaciones ionizantes porque evolucionó con un fondo radiactivo mayor. Los mamíferos, las especies más recientes en la evolución, son mucho más radiosensibles que otras clases de vertebrados y éstos, a su vez, lo son más que los invertebrados. Por ello, la especie humana es mucho más radiosensible que la mayoría de especies . Existen excepciones, pero un escorpión, por ejemplo, resiste cantidades enormes de rads. Igual ocurre con muchos tipos de insectos, arácnidos, crustáceos. Los mamíferos, prácticamente todos, con 300-400 rads -la dosimetría actual lo expresaría como 3-4 grays- pueden morir. La dosis que puede matar a un mamífero no le hace nada o muy poco a insectos, a alacranes o al grueso de otras especies.

¿Y cuándo surge, digamos, una innovación artificial en esta evolución y se interrumpe la disminución de la radiactividad?

En 1942 irrumpe un fenómeno producido por la especie humana. Entra en funcionamiento en diciembre, en Chicago, el primer reactor nuclear, ideado por Fermi, el gran físico italiano. La pila atómica se la llamaba. Es el primer reactor que se estableció para obtener plutonio y para poder construir la bomba atómica.

A partir de entonces, con la intervención humana, ha ido aumentado la radiactividad en nuestro planeta. Hay un fondo de radiactividad natural que se distribuye según la geografía dado que depende de varios factores. Hay un fondo de radiación constante que proviene de la radiación cósmica, que forma en la atmósfera carbono 14 (y que forma también algún otro radionúclido), pero el fondo de radiación del planeta, que es el que nos puede afectar directamente porque puede llegar a introducirse en nuestro organismo, a lo largo del tiempo, como decía, fue disminuyendo, pero, en cambio, ha ido aumentando desde 1942. A través de los procesos tecnológicos de los reactores nucleares, introducimos en la biosfera elementos radiactivos que son elementos muy similares a los que fisiológicamente, de forma natural, utilizan los organismos. El estroncio 90, por ejemplo, que es uno de los elementos más importantes de la contaminación de Chernóbil, o el cesio 137, son radionúclidos que se incorporan al organismo: el primero actúa como el calcio y se incorpora en los huesos, el cesio 137 se incorpora en los músculos como el potasio, el iodo radiactivo se incorpora en el tiroides,… porque son equivalentes o iguales, como en el caso del iodo, a elementos no radiactivos que existen en la naturaleza y que son necesarios para la vida.

En todos estos casos estamos introduciendo este tipo de productos en nuestro organismo, lentamente si se quiere, pero en cantidades significativas. Y, sobre todo, volviendo al tema anterior, está la generación de residuos que aumentará cada año si se incrementa el número de centrales nucleares y con los que, como dijimos, no se sabe muy bien qué hacer.

Pero esto, bien mirado, sin estar dotado de ningún poder especial, es hipotecar las futuras generaciones.

Claro, claro. Esto representa una hipoteca a largo plazo, y no digo ya lo que ocurre cuando habamos de radionúclidos de vidas enormemente largas. El estroncio 90 tiene una vida media de 30 años, lo que quiere decir que en ese período se ha reducido su masa a la mitad, que en los 30 años siguientes se habrá reducido otra mitad (de la mitad restante), lo que quiere decir que dentro de 60 años aún quedará la cuarta parte del estroncio inicial, o sea, que durará varias generaciones. Pero la situación se agrava aún más en casos como los del plutonio o los del americio, el elemento que se forma cuando desaparece el plutonio 239 (Dicho sea entre paréntesis, esto último permite rechazar una de las afirmaciones falaces que se han realizado últimamente y no creo que de forma inocente: el plutonio que estaba en Palomares está disminuyendo, se dice a bombo y platillo, pero en cambio no se comenta al mismo tiempo que ese plutonio se está transformando en americio y que el americio 241 es un isótopo altamente energético también y que puede incorporarse al organismo humano).

Así, pues, estamos en algunos casos ante millares y millares de años de permanencia. Aquí, además, hay un asunto que presenta una arista que permite la ironía: es un poco absurdo pensar que puede existir una institución humana que permanezca millares de años vigilando, controlando algo con eficacia. Las instituciones humanas más antiguas que conocemos son la burocracia china y la Iglesia católica; la primera tiene algo más de 2.000 años y la segunda debe tener unos 1.700 años de antigüedad como poder que tiene control de algo. Pues bien, pensar que dentro de 10.000 o 20.000 años puede haber alguien que siga vigilando el plutonio que se está generando ahora es, creo, totalmente ilusorio o, acaso, muy ingenuamente optimista.

Siempre surge aquí la respuesta tecnocrática: no nos preocupemos, como en otras ocasiones ya se encontrará una manera de hacer las cosas, pero esto es equivalente a la afirmar «después de mí, el diluvio». No tenemos hoy ninguna tecnología previsible que pueda utilizarse de manera efectiva en este punto.

A veces aparece también la ciencia-ficción: estos elementos se pueden transmutar, se dice. Es evidente que hay tecnología para transmutar los metales, es el viejo sueño de los alquimistas, se puede por tanto transformar el plomo en oro, pero estos procesos son tan caros que es mucho más barato el oro que existe en la naturaleza que el oro que se pueda obtener de esta forma, aparte que esto sólo se puede conseguir con cantidades muy pequeñas en aceleradores de partículas de muy altas energías.

Sigue siendo pues un problema la hipoteca que representa la generación de residuos persistentes, sea con tecnología moderna, sea con tecnología más antigua (que en el fondo no son tan distintas como dicen).

Por lo que acabas de apuntar, entonces el argumento que se utiliza desde atalayas defensoras de esta energía señalando que también existe radiactividad natural y que, por consiguiente, no deberíamos preocuparnos, es netamente falaz.

Efectivamente, este argumento es falaz, totalmente falaz. Por un lado, por lo que decíamos, la vida, nuestra especie, ha aparecido en un fondo radiactivo determinado que ha ido disminuyendo desde el origen del planeta, pero nosotros estamos incrementado la radiactividad. Esto es un hecho radiobiológico comprobado, cuanto más antigua es una especie o un philum más resistente es. Pero además, por otro lado, que la radiactividad natural no tenga efectos negativos, es una afirmación muy discutible porque también hay estudios en revistas científicas especializadas que muestran que hay diferencias de efectos (diversos cánceres, diferentes tipos de mortalidad) cuando la radiactividad natural es más alta en una región que en otra.

Hay un ejemplo típico en Europa que se estudió en los años ochenta. Tú recordarás que existían balnearios de aguas termales que publicitaban su excelencia diciendo que el agua de estos lugares eran radiactiva (Incluso yo he visto botellas de agua mineral en España en las que ponía «agua radiactiva»). En los años treinta, cuarenta, hasta los años cincuenta, que una cosa fuera radiactiva significaba que era muy moderna y muy buena porque era el último grito de la ciencia. En Europa hay un balneario de estos en los Alpes austríacos, a unos 1500 metros de altura, que se llama Badgastein, que es una de las zonas más radiactivas de Europa, incluso del planeta. Ahora, claro está, no publicitan que las aguas de allí sean radiactivas; ahora es un balneario -un «Spa» que dicen en alemán- usual, pero durante muchos años se había publicitado como lugar de alta radiactividad. Pues bien, se hizo un estudio, poniendo dosímetros a los empleados que trabajaban allí durante un año. Se trataba de ver si estos empleados quedaban afectados por su trabajo, en un lugar, insisto, de alta radiactividad natural. Lo que se comprobó sin ningún género de duda es que en las personas que trabajaban allí -también según el lugar donde lo hacían: oficinas, limpieza, cocina, los fisioterapeutas, las personas que estaban más tiempo en las zonas de aguas termales- se producía una incidencia de rupturas cromosómicas mucho más alta que en las personas que estaban menos expuestas a la radiación o que vivían en otras zonas de montaña similares pero con bajo nivel de radiactividad.

Rupturas cromosómicas dices, deja que nos quedemos en este punto.

 

Notas:

Notas:

[1] Término utilizado usualmente en lugar del más correcto de radionucleidos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.