En Yavi Chico (Jujuy) la escuela de frontera Rosario Wayar materializa la apertura a la utilización integral del más longevo de los cultivos, el maíz, y sueña con la recuperación de una de las voces más antiguas, el quechua. Historia en un pequeño ojo verde y fértil que florece en los confines de la puna: […]
En Yavi Chico (Jujuy) la escuela de frontera Rosario Wayar materializa la apertura a la utilización integral del más longevo de los cultivos, el maíz, y sueña con la recuperación de una de las voces más antiguas, el quechua. Historia en un pequeño ojo verde y fértil que florece en los confines de la puna: tierra-no-campo que da vida a múltiples maíces milenarios que no necesitan cotizar en el mercado de Chicago para dar de comer a los hombres.
Lejos de la estridente «oposición» entre gobierno y campo que insiste en querer agotar el debate de la política argentina, y que en realidad sólo involucra a una tercera parte de los productores rurales [2] , los hombres de la tierra profunda hacen germinar los sembrados recuperando y fortaleciendo saberes y prácticas ancestrales.
Atendiendo a estos conocimientos e intereses latentes en la comunidad, desde hace siete años, la Escuela de Frontera Nº 2 Rosario Wayar desarrolla el proyecto «El maíz, ese grano de oro americano».
Yavi Chico, en donde se desarrolla la experiencia, es un ojo verde que brota a distancia de la pampa húmeda, ese espacio despiritualizado y mercantilizado por las lógicas de la modernidad. Yavi Chico es Pacha, es tierra-no-campo. Nace allí, a unos veinte kilómetros al este de La Quiaca, donde decir «Argentina» o «Bolivia» es caer en el evitable obstáculo de las nomenclaturas y de las convenciones, o de los innecesarios matices fonéticos: en suma, donde más justo sería aludir a la «Latinoamérica insondable» [3] .
La propuesta escolar se destaca por escuchar las ideas y percepciones que los niños traen de su entorno familiar y comunitario sobre el maíz, con probabilidad el primer cultivo del continente cuando tras varios siglos de recolección de su variedad silvestre habría comenzado a ser «domesticado» por los pueblos andinos en los inmemoriales tiempos pre-incaicos, quienes además lo concebían como sagrado. Según algunas investigaciones, sus antecedentes remotos se encuentran entre unos 9.000 y 10.000 años atrás.
Esta revalorización postula claramente a la actividad educativa de Rosario Wayar en las antípodas de la escuela tradicional, que bajo la égida aún vigente del proyecto sarmientino se caracteriza por tender hacia la «normalización» acorde a los parámetros urbano-europeos.
Abrirse a las preocupaciones y a la cotidianeidad de los lugareños es el pilar fundamental en que se basa la mejora de la comunicación y del desarrollo en general de las nuevas generaciones. Pues de las aproximadamente cincuenta familias que habitan Yavi Chico, el 90% de ellas sustenta su economía en el cultivo del maíz.
La dificultad de la vida agrícola en la puna hace que sus habitantes necesiten de hidratos de carbono en abundancia, uno de los beneficios característicos del «grano de oro americano». Es por esto que él es central en los alimentos que se consumen en el lugar -desde el desayuno hasta la cena-, explica Gilberto, el maestro de agricultura en Rosario Wayar.
Con las veintisiete variedades del cereal que se cosechan en la zona [4] se prepara una gran cantidad de alimentos y bebidas o infusiones: guisos, chicharrón con mote, mazamorra, anchi, api, chicha, arrope, tamales, calapi, humita, harinas y féculas, choclo con queso, entre otros.
Además del maíz, las habas y una incontable diversidad de papas constituyen el sustento ancestralmente americano en la región (en zonas más serranas, también se produce oca). La ganadería incluye ovejas, llamas, vacas y algunos caballos, conjunto que a su vez genera abono para los sembradíos.
La minka -siembra comunitaria- se desarrolla tanto dentro de la escuela como fuera de ella. La fuente energética utilizada para la preparación de la tierra es la que aportan las rejas tiradas por bueyes (en el mundo, sólo el 3 por ciento de los campesinos poseen un tractor [5] ).
El ciclo productivo comienza el 1 de agosto, el día de la Pachamama, con una chayada o ceremonia de ofrendación a la tierra para que ésta otorgue las cantidades que los hombres necesitan. Luego de esta iniciación se continúa con otras celebraciones que apuntan en el mismo sentido.
Las especies naturales, heredadas secretamente desde los anales incontables, producen en el suelo puneño entre 10 ó a lo sumo 20 quintales por hectárea. Confrontados con los 80 ó 90 de promedio que se obtienen en la pampa húmeda, aquellos se revelan insuficientes para acumular riqueza privada, aunque no para alcanzar la autodeterminación y la soberanía alimenticia.
En este contexto, donde la tierra se piensa como medio para la subsistencia y no como estrategia de generación de capital material individual, Gilberto fundamenta el rechazo de los pueblos originarios a los proyectos imperiales de fabricación de combustibles.
Finalmente, el maestro postula dos deseos que todavía se amasan como sueños. Primero, encontrar algún día en el sitio arqueológico vecino a Yavi Chico en donde vivieron los abuelos -o antigal– antiguas variedades hoy desconocidas de maíz, para poder así recomenzar el ciclo natural de ellas.
Segundo, recuperar a partir de la escuela y a nivel comunitario los ecos de las voces perdidas en el laberinto de los siglos y de los mandatos ajenos, el quechua. Define Gilberto: «es un idioma muy dulce; al escucharlo, su fonética no lastima…».
El modelo de utilización de la tierra que actualmente se expande a nivel planetario implica muchas amenazas a la sostenibilidad de la vida: erosión de suelos; explotación irracional de los recursos naturales; estandarización que impone el mercado, y que oculta tras la aparente diferencia que ofrecen las góndolas de supermercado; patentamiento de lo viviente; erosión generalizada de las identidades rurales que proponen una relación sabia y armoniosa con el entorno, definible como desruralización; selección e imposición de especies artificiales o genéticamente modificadas (transgénicos) por sobre las naturales; uso de tierras no a la generación de alimentos sino de agrocombustibles (mal denominados biocombustibles). [6]
Frente a esto, en la vereda de la verdadera antinomia con los parámetros dominantes, los pueblos milenarios se obstinan en su sabia tradición de encontrar en la Pacha toda la multiplicidad necesaria para la reproducción material y simbólica de la existencia. Así es como las manos indias de los niños de Yavi Chico -mañana hombres y mujeres- hoy entregan la semilla sencilla al suelo bueno, ese útero del que nacerá el pan eterno.
[1] Por Emiliano Bertoglio. Octubre de 2009, Abra Pampa (Jujuy, Argentina).
[2] «[…] el campo son también los pequeños y medianos productores, campesinos y pueblos originarios. Hay que destacar que sobre más de 300 mil productores, 200 mil están ausentes del conflicto [sobre la política de retenciones a la soja], ya que tienen menos de diez hectáreas cada uno». Fernando Solanas, en Causa Sur. Hacia un proyecto emancipador de la Argentina . Ed. Planeta, Buenos Aires. 2009. p. 261.
[3] ¿Por qué la gente habría de llamarse diferente a un lado y a otro de un mismo cerro, si entre ellos no se evidencian particularidades históricas o culturales de importancia que justifiquen dicha distinción?
[4] Se encuentran maíces «puros» (como el blanco o el morado) y otros «mestizados» a partir de la polinización natural cruzada (como el rayado y el garrapata).
[5] Video documental Home, dirigido por Yann-Arthus Bertrand. 2009.
[6] «El 40% de las tierras cultivables están degradadas. Los campos se saturan de abonos y pesticidas y amenazan la existencia humana. En el último siglo desaparecieron las tres cuartas partes de las variedades que el hombre había seleccionado durante milenios. Gracias a la agricultura petrolera el hombre ha reemplazado la diversidad por la estandarización». Adolfo Coronato, Canto a la naturaleza perdida. En Le Monde diplomatique Edición Cono Sur. N° 122. Agosto 2009. pp. 42 – 43 (nota escrita a propósito del video documental Home, dirigido por Yann-Arthus Bertrand).