Desde hace muchos años, existe un reclamo democratizador entre los intelectuales de izquierda cubanos. Basta con leer los diversos números de la revista Temas, para comprobarlo. Entre otras causas que han beneficiado esa tendencia, está la mayor apertura que se dio a partir del Periodo Especial con respecto a tendencias del marxismo heterodoxas, dentro de […]
Desde hace muchos años, existe un reclamo democratizador entre los intelectuales de izquierda cubanos. Basta con leer los diversos números de la revista Temas, para comprobarlo. Entre otras causas que han beneficiado esa tendencia, está la mayor apertura que se dio a partir del Periodo Especial con respecto a tendencias del marxismo heterodoxas, dentro de ciertos ámbitos de la academia cubana. También jugaron un papel importante los vínculos, más o menos cercanos, de esa intelectualidad con las experiencias latinoamericanas de los movimientos sociales y gobiernos progresistas. No obstante, a pesar del desarrollo que ha alcanzado esa corriente, cabe preguntarse si existe un terreno fértil para que su reclamo sea escuchado.
Ocurre con frecuencia que los intelectuales que nos damos a la tarea de criticar la realidad cubana descuidamos los contextos internacionales. Esto puede ser una reacción positiva frente a la hiperbolización de lo externo que se hace en los medios oficiales, con ese catalejo proverbial del que habló Buena Fe. Sin embargo, debemos tener cuidado de no caer en el extremo opuesto del aldeano vanidoso que solo se fija en los problemas de su comarca. Porque tal vez no podamos ni empezar a resolver los problemas de nuestra comarca.
No se puede olvidar que la narrativa de los medios oficiales, con su cantaleta sobre los problemas en Venezuela, Irán, China, España, etc., nos están diciendo algo sobre la burocracia que rige nuestros destinos. Los medios nos hablan sobre qué es relevante para la alta burocracia cubana, cómo esta se concibe a sí misma en el mundo y en sus relaciones con los demás. Mi tesis es que la manera en que los dirigentes cubanos ven el futuro y conciben su papel en la sociedad tiene mucho que ver con las relaciones internacionales, con los ejemplos que ven en otras latitudes en gobernabilidad e ingeniería social.
Los medios hablan sobre lo qué es relevante para la alta burocracia
Y ahí es donde surge mi apreciación de que estos son malos tiempos para esperar una voluntad que venga a democratizar radicalmente el socialismo cubano. En estos momentos, a nivel mundial, los ideales y prácticas democráticas se encuentran en franco retroceso. No se trata solo de que la completa democracia nunca ha existido, sino de que son ahora muy pocos los que están luchando en serio para implantarla, mientras que, por el contrario, son visibles los ingentes esfuerzos que se hacen, por parte de grandes poderes, para desactivar los mecanismos democráticos heredados del pasado.
Es preciso observar lo que ha pasado sobre la faz del planeta, cuál ha sido el resultado final de una modernidad que en los últimos siglos estuvo marcada por revoluciones, reivindicaciones, guerras de liberación, movimientos sociales, etc. Excepto algunas monarquías absolutas, casi todos los estados tienen en su pasado una revolución o un mito nacional modernizador. Y prácticamente todos se declaran a sí mismo democráticos. Pero: ¿cómo entienden en realidad la democracia los diferentes actores?
De un lado, está el bloque euroatlántico, con EEUU a la cabeza, que se consideran a sí mismos «el mundo libre». Las burguesías de los países desarrollados, con la ventaja que les da su prolongada historia, la acumulación de riqueza obtenida gracias al colonialismo y el neocolonialismo, se dan el lujo de sostener ciertas garantías y derechos que son una herencia de los procesos de las revoluciones modernas y del Estado de Bienestar que se construyó en Europa para frenar el avance del comunismo.
Los países europeos más avanzados, gracias al lugar que ocupan en las cadenas globales de valor, han construido sociedades de invernadero, donde se combina democracia multipartidista, libertades públicas, desarrollo económico y garantías sociales. Lo tienen todo. Las burguesías de esos países, que han dejado de ser actores imperialistas principales, se han dedicado a construir verdaderos jardines de bienestar. Pero uno no puede dejar de sentir que se trata de algo parecido a lo que se vive en México, donde los líderes de los carteles se encargan de mantener la paz en las ciudades del sur, porque es el sitio donde viven sus familias.
Una pléyade de estados del tercer mundo trata continuamente de subirse al carro del «mundo libre». Sin embargo, el sitio para ellos está escrito de antemano: no tienen más remedio que ser repúblicas bananeras. Sus burguesías y clases medias repiten como un mantra que, si hacen lo mismo que los países desarrollados, con instituciones semejantes, «democracia» y estado de derecho, van a salir adelante. Lo repiten de tal modo que uno se pregunta si de verdad se lo creen. La verdad es que, por el lugar que les ha reservado el mercado mundial, y el apartheid tecnológico que, de facto, los ha dejado fuera de la línea, no pueden salir del subdesarrollo.
Por lo general, la única forma en que un estado del tercer mundo puede salir del subdesarrollo, es aplicando fuertes reformas en su esquema de producción y distribución. Y es ahí donde, justamente, la democracia liberal es un obstáculo para la conformación de un proyecto nacional de gran calado, porque esa democracia es un instrumento fácilmente manipulable para las oligarquías que se benefician del status quo.
En la cima del mundo libre se encuentra la supuesta democracia por excelencia: EEUU. Ciertamente, allí no tienen cuidado en la construcción de jardines como en Europa; han construido el bienestar que tienen, y sostienen su Constitución liberal, sobre la base de la más desenfrenada y descarnada concentración de la riqueza, y su contraparte, la explotación de la mano de obra barata allí donde la haya. La burguesía norteamericana, que ve el mundo como si fuera un Oeste y todos los demás fueran indios, no cree en la democracia, pero sabe que le resulta muy lucrativo mostrarse como una defensora fanática de la Constitución.
Ni los buenos ni los malos, ni los regulares, se preocupan por la democracia en realidad.
En nombre de la democracia asaltan países, imponen bloqueos, construyen bases militares, pero en la práctica le pasan gato por liebre a sus ciudadanos todo el tiempo, hacen todo lo posible por neutralizar su poder real.
Del otro lado están los contrapoderes globales: China, Rusia e Irán podrían ser casos paradigmáticos, pero también habría que hablar, hasta cierto punto, de la India, el Líbano, Bielorrusia, Argelia, y otros países pequeños. Son países con historias muy diversas, pero que en la coyuntura actual han llegado a una conclusión similar: no les sirve la democracia del embudo que EEUU les quiere vender como modelo.
Es muy interesante ver como los impulsos soberanistas y anticoloniales, y por tanto democratizadores, en esos países del Tercer Mundo (el caso de Rusia es particular, aunque parecido en el fondo), los llevó al camino en el que se encuentran ahora, el de la construcción de estados fuertes muy poco preocupados por las garantías y los derechos democráticos. Frente al poder de las transnacionales capitalistas pro-Occidentales, esos pueblos han permitido y favorecido el empoderamiento del Estado, como si fuera el único contrapoder efectivo. En China todavía se recuerda la Guerra del Opio y el siglo de la humillación, un pasado colonial que ha sido barrido gracias al poder, ahora absoluto, del Partido Comunista Chino.
Eso se llama transdominación, un fenómeno que parece el más extendido a nivel global: se trata del proceso a través del cual un poder inicialmente liberador comienza a ser instrumentalizado con fines de dominación. No caben dudas de que hoy por hoy, los gobiernos chino, ruso o iraní, al mismo tiempo que son efectivos en el cumplimiento de mandatos nacionales de soberanía y desarrollo económico, están compuestos por burocracias que manifiestan un respeto muy limitado por los derechos de los ciudadanos.
El caso de China es sorprendente: los chinos se jactan de la superioridad de su modelo autoritario. Mientras Occidente no sabe qué rumbo tomará mañana, China hace planes para ciento cincuenta años, se lanza a construir la nueva Ruta de la Seda, y desarrolla primero la infraestructura 5G. Con la seguridad de que ningún cambio de gobierno echará a perder su planificación.
El cinismo parece ser la marca de esta época, y de muchas maneras se va infiltrando en la mente de quienes supuestamente se enfrentan al imperialismo. En unos tiempos en los que los occidentales posmodernos son los primeros que han dejado de creer en el valor de la democracia, y la tratan como un meta-relato más, los dirigentes de países del tercer mundo se preguntan por qué deberían creer ellos en la superioridad de la democracia. Sobre todo, a la vista de los magros resultados que exhiben los países «democráticos» del Tercer Mundo. Al final todo parece ser un problema de autodeterminación nacional, poder y eficiencia económica.
Los contrapoderes globales, que casualmente son los principales aliados de Cuba, están gobernados por burocracias pragmáticas, que ejercen modelos de dominación híbridos, donde se combinan estado fuerte y mecanismos de mercado. Comparten la filosofía de que el fin justifica los medios, aunque estos impliquen secuestrar y vulnerar el poder soberano de los ciudadanos, con sus derechos y libertades individuales.
Para la burocracia cubana, es tentadora la imagen de estabilidad y eficacia económica que muestran sus aliados del viejo mundo.
En fin, son malos tiempos para la democracia, en los que ni los buenos ni los malos, ni los regulares, se preocupan por ella en realidad. Los que están dirigiendo los hilos del mundo, están imbricados en una descarnada lucha por el poder. Eso afecta a Cuba, porque también los dirigentes cubanos son susceptibles a esa manera de pensar.
Para la burocracia cubana, es muy tentadora la imagen de estabilidad y de eficacia económica, con uso controlado de los mercados, que muestran sus aliados del viejo mundo. Y me parece que ese es el paradigma que está primando, aunque aún no hayan sido capaces de implementarlo. Más aun en un contexto en que los proyectos realmente democratizadores de América Latina se encuentran de capa caída.
Es cierto que en las condiciones de Cuba hay muchas fuerzas e influencias actuantes, muchos obstáculos. No es tan fácil implementar en Cuba el modelo chino. Sin embargo, es un peligro que esté primando como paradigma. Para algunos ese es el único paradigma viable, pues la alternativa es la restauración capitalista y el modelo guatemalteco. Pero corresponde a intelectuales los ciudadanos, encender la lámpara y oponerse al cinismo antidemocrático.
Todavía podemos seguir diciendo que existe la alternativa de un socialismo verdaderamente democrático, que combine independencia nacional, derechos políticos y sociales, desarrollo económico, desarrollo cultural, en fin, lo que hasta ahora nunca ha existido en ninguna parte, pero que es lo único sensato.
Fuente: http://jovencuba.com/2019/06/27/malos-tiempos-democracia/