l Movimiento Antinuclear exige al Gobierno el cierre de las centrales nucleares, empezando por la de Garoña, ante el inminente Debate del Estado de la Nación. Abandonar la energía nuclear es sobre todo una cuestión de voluntad política, no hay insalvables problemas técnicos, energéticos o económicos que lo impidan. Es lo deseable desde la óptica […]
l Movimiento Antinuclear exige al Gobierno el cierre de las centrales nucleares, empezando por la de Garoña, ante el inminente Debate del Estado de la Nación.
Abandonar la energía nuclear es sobre todo una cuestión de voluntad política, no hay insalvables problemas técnicos, energéticos o económicos que lo impidan. Es lo deseable desde la óptica tanto ciudadana como medioambiental.
La evolución de los acontecimientos en las últimas décadas ha mostrado palpablemente que la energía nuclear constituye un rotundo fracaso social, medioambiental, económico y tecnológico. Por ello, la energía nuclear se encuentra en una situación de declive a nivel global.
Las razones de ese declive son bien conocidas:
La energía nuclear es muy peligrosa: la tragedia de Chernóbil puso punto final al debate sobre la seguridad de las centrales nucleares. La contaminación radiactiva liberada en este desastre nuclear se ha cobrado ya decenas de miles de víctimas mortales (200.000 en Ucrania, Bielorusia y Rusia, según un informe reciente de la Academia de Ciencias Rusa) y el número seguirá creciendo. Más de 160.000 Km2 en las tres republicas ex-soviéticas quedaron extremadamente contaminadas con niveles por encima de 1 Curio de cesio-137 por Km2, por lo que debería haberse evacuado a toda la población; sin embargo entre 5 y 7 millones de personas siguen viviendo en esas zonas altamente radiactivas. En la Unión Europea, 45.000 Km2 quedaron contaminados con esos niveles de radiación.
Además de ser una tecnología intrínsecamente peligrosa, las centrales nucleares son instalaciones de alto riesgo, al ser, como los hechos han demostrado, objetivo potencial de ataques terroristas.
Además de los ataques a instalaciones del ciclo nuclear, existe la posibilidad del desvío potencial de materiales nucleares para la fabricación de armas atómicas con fines terroristas. O de otro tipo de sustancias radiactivas para la fabricación de las llamadas «bombas sucias».
Es la energía más sucia: la industria atómica no ha sido capaz de encontrar una solución satisfactoria al inmenso problema que supone generar residuos radiactivos cuya peligrosidad permanece durante decenas de miles de años.
Los residuos radiactivos son la prueba más clara de la insostenibilidad de la energía nuclear. Las centrales nucleares, cuya vida útil técnica ronda los 25 años, genera inexorablemente unos residuos cuya peligrosidad se prolongará durante muchas decenas de miles de años, y con los que no se sabe qué hacer.
En su funcionamiento rutinario, las centrales nucleares emiten al medio ambiente radiactividad: efluentes gaseosos radiactivos mediante la chimenea dedicada al efecto y efluentes líquidos radiactivos al mar, al embalse o al río del que depende para su refrigeración.
Si un accidente nuclear puede liberar dosis masivas de radiactividad en un instante, las emisiones rutinarias son responsables de generar «dosis bajas». Pero la radiactividad tiene efectos acumulativos. Un ejemplo al caso: según revela un estudio del Centro Nacional de Epidemiología del Instituto de Salud Carlos III del Ministerio de Sanidad, la tasa de mortalidad por mieloma múltiple en las proximidades de la central nuclear de Zorita es cuatro veces más alta de lo normal.
Es una energía muy cara. La energía nuclear sólo ha sido capaz de sobrevivir en los países, como España, donde ha contado con fuertes subsidios estatales y con apoyo político cuando surgían los problemas financieros. Sus propagandistas sólo pueden venderla como energía barata echando mal las cuentas (sin incluir la mayor parte de las «externalidades» o costes externos asociados con esta forma de generar electricidad.)
a) Simplemente el coste de la gestión de los residuos radiactivos (que hemos venido pagando religiosamente los ciudadanos a través de la tarifa eléctrica) en España, según los cálculos de la Empresa Nacional de Residuos Radiactivos en su 6º Plan General de Residuos Radiactivos, será de cerca de 13.800 millones de euros (coste calculado hasta el año 2070: y después de esa fecha, ¿qué pasa?).
b) Un estudio pronuclear del Instituto Tecnológico de Massachusetts de 2003 concluyó que, en las condiciones actuales, la energía eléctrica de origen nuclear no es competitiva. Para que lo fuera los gastos de construcción deberían disminuir en un 25%; los plazos de construcción de las centrales acortarse a cuatro años (actualmente es más del doble); los costes de operación y mantenimiento reducirse en un 8%…. Lo que difícilmente se logrará, entre otras cosas, porque tanto los costes de – construcción como los precios del combustible nuclear son muy dependientes de la evolución de los precios del petróleo: en todas las etapas del ciclo nuclear se consumen grandes cantidades de combustibles fósiles.
Es la fuente de energía que menos empleo genera por unidad de energía producida. Menos que cualquier energía renovable.
Es rechazada socialmente: las encuestas de opinión demuestran la inmensa mayoría de los ciudadanos españoles rechazan esta tecnología por sus graves inconvenientes. El último Eurobarómetro de la Comisión Europea demuestra que sólo el 4% de los españoles es partidario de la opción nuclear. Está excluida de los mecanismos financieros del Protocolo de Kioto, decisión que se concretó en julio de 2001, en la Cumbre de Bonn del Convenio Marco de Protección del Clima.
Afortunadamente, la solución eficaz al cambio climático existe: un modelo energético sostenible cuyo eje fundamental sean las energías limpias (renovables junto con tecnologías de ahorro y eficiencia). Aplicadas en todos los ámbitos -generación de electricidad, transporte, consumo doméstico…- pueden lograr reducir de forma efectiva, también en términos económicos, las emisiones de CO2. Las inversiones dirigidas a promover la eficiencia energética son siete veces más efectivas que las dirigidas a la energía nuclear a la hora de evitar emisiones de CO2.
a) Precisamente en un contexto como el actual, de aumento de los precios de los combustibles, el margen para aplicar de forma económicamente eficiente programas de ahorro y eficiencia energética y generar con energías renovables es aún mayor que antes.
b) Por otra parte, está demostrado que, considerando el ciclo completo de las tecnologías de generación eléctrica no-fósiles (es decir, la nuclear y las renovables), por cada kWh producido, la energía nuclear emite más CO2 que cualquiera de las energías renovables. Ello es porque en todas las etapas del ciclo nuclear la minería del uranio, la fabricación del concentrado, el enriquecimiento del mismo, la fabricación del combustible nuclear, la construcción de las centrales nucleares, su mantenimiento y posterior desmantelamiento, la gestión de los residuos radiactivos, etc..- se consumen grandes cantidades de combustibles fósiles.
Es prescindible. Los casos de Alemania y Suecia permiten comprobar que, si hay voluntad política, es posible abandonar la energía nuclear al tiempo que se reducen las emisiones de CO2 en cumplimiento de nuestras obligaciones con el Protocolo de Kioto. Por el contrario, Francia, un país que ha apostado por la energía nuclear para la generación de electricidad (tiene 59 centrales nucleares, y más del 75% de su electricidad es de origen nuclear) no está cumpliendo con sus compromisos con el Protocolo de Kyoto. Está alejándose cada vez más del objetivo acordado (incremento del 0% para el periodo 2008-2012) y ello es debido fundamentalmente al crecimiento de las emisiones de CO2 en el sector transporte, absolutamente dependiente del petróleo, y donde la energía nuclear no tiene nada que hacer. Esto demuestra claramente que la energía nuclear no tiene ningún papel que cumplir para reducir significativamente nuestra dependencia de los combustibles fósiles. La solución está en otras medidas: transporte colectivo, ordenación del territorio, gestión ecosocial de la movilidad, uso de biocombustibles, mayor eficiencia en los motores, promoción de la bicicleta…
No sólo hay un enorme potencial sin aprovechar en España en la eficiencia energética y en las energías renovables (según un estudio reciente realizado para Greenpeace por el Instituto de Investigaciones Tecnológicas, en España las renovables podrían cubrir con su máximo desarrollo toda la demanda de energía prevista para el año 2050 y unas 56 veces la demanda de electricidad), sino porque además en España hay un exceso de potencia eléctrica instalada que permitiría hacerlo sin sufrir problemas de suministro.
El uranio se acaba. Según los estudios disponibles (como la última edición del Libro Rojo de la Agencia de la Energía Nuclear de la OCDE) las reservas de uranio-235 fisionable, el «combustible» de los reactores nucleares, alcanzarán sólo para unas pocas décadas más, aun considerando niveles de consumo como los actuales (hoy en día, cincuenta años después de su «nacimiento», la energía nuclear cubre tan sólo el 7% de las necesidades energéticas mundiales).
a) Y también se va a encarecer. Ahora es cinco veces más caro que en 2002. Según el Libro Rojo de la Agencia de la Energía Nuclear de la OCDE, las reservas conocidas y recuperables a un coste inferior a los 80 dólares y a los 130 dólares (por kilogramo de uranio) son de unos 3 y 4 millones de toneladas, respectivamente, es decir, menos de la mitad del que se entiende necesario para satisfacer las demandas de la industria nuclear.
b) Hay más uranio que ése en la naturaleza, pero su coste de extracción sería aún mayor y, lo que es más importante, su obtención será mucho más intensiva en energía fósil, con la consiguiente generación de CO2. Esto invalidaría uno de los principales argumentos a favor de la energía nuclear. De hecho, hay estudios que indican que al extraer uranio de minas con una mena inferior a 100 partes por millón se emite más dióxido de carbono del que luego se ahorra al sustituir una generación de electricidad equivalente por medio de gas natural.
Es evidente que la energía nuclear no cumple ninguna de las premisas de la sostenibilidad: ni la económica, ni la social ni la medioambiental. Es más, la energía nuclear es el paradigma de la insostenibilidad.
Abandonar la energía nuclear en el Estado español, de forma progresiva pero urgente, es posible desde el punto de vista energético y económico, además de deseable desde el punto de vista de la seguridad y de la protección del medioambiente y la salud. Se trata sobre todo de una cuestión de voluntad política.
El actual Gobierno socialista ha manifestado tener esa voluntad. En efecto, el PSOE y su Secretario General, José Luis Rodríguez Zapatero, ganaron las elecciones generales del 14 de marzo de 2004 gracias -entre otros elementos– a una serie de promesas como la de cerrar las centrales nucleares de forma progresiva y sustituir su aportación energética por «energías más limpias, más seguras y menos costosas», como reza su programa electoral a las Elecciones Generales 2004 y se lee también en el Acuerdo Programático PSOE-Los Verdes.
Este compromiso electoral es además un compromiso de Gobierno pues el propio Presidente Zapatero así lo concretó en su discurso de investidura ante el Congreso de los Diputados (y lo ratificó en su discurso en La Moncloa el 16 de febrero de 2005 para celebrar la entrada en vigor del Protocolo de Kioto, así como en el Debate del Estado de la Nación de mayo de 2005).
Si de verdad el Gobierno desea crear un modelo energético sostenible que permita cumplir con los compromisos de Kioto, debe poner en marcha, cuanto antes, un plan de cierre progresivo de las centrales nucleares, empezando por las más peligrosas, como Garoña, e impulsar decididamente las energías limpias.
Reclamamos por tanto al Partido Socialista y al Presidente Zapatero que no defrauden a la ciudadanía y cumplan su promesa de cerrar las centrales nucleares, dando un fuerte impulso al cambio de modelo energético con la decidida promoción de la eficiencia, la suficiencia y las energías renovables.