«No has salido nunca por televisión y sin embargo todos os conocen, todos conocen vuestro rostro, el deje y el más leve gesto al salir de Carabanchel y abrazar a Josefina«. Esto escribe Alfonso Carlos Comín en 1976. La epopeya ha corrido de boca en boca. Marcelino y Josefina, Josefina y Marcelino, no hace falta […]
«No has salido nunca por televisión y sin embargo todos os conocen, todos conocen vuestro rostro, el deje y el más leve gesto al salir de Carabanchel y abrazar a Josefina«. Esto escribe Alfonso Carlos Comín en 1976. La epopeya ha corrido de boca en boca. Marcelino y Josefina, Josefina y Marcelino, no hace falta decir los apellidos, todo el mundo sabe de quiénes se trata. Toneladas de sufrimiento y toneladas de dignidad condensadas en sus dos nombres. La derrota, la cárcel, el exilio, la fábrica y otra vez la cárcel. Y siempre, siempre, la lucha. La historia de miles sintetizada en un jersey y una olla colectiva. El símbolo de un seísmo prohibido, las comisiones obreras, no hacen falta las mayúsculas por entonces, porque es de todos todavía, el patrimonio de una clase negada.
Una película documental titulada Lo posible y lo necesario recorre estos días las salas de toda España. Una iniciativa levantada desde abajo, mediante una campaña de crowdfundig, y puesta en pie generosamente por un grupo de militantes y de profesionales del cine. Adolfo Dufour, Marcel Camacho, Joaquín Recio, Gloria Vega, Carlos Olalla o Aurora Maza son algunas de esas personas. Lo posible y lo necesario representa mucho más que un homenaje a Marcelino Camacho o a Josefina Samper. Constituye además una lección sobre la historia del siglo XX en España y una excepcional herramienta de formación sindical y política.
La película nos cuenta la gesta de aquellos luchadores humildes, que se acabarían convirtiendo en leyenda del pueblo. La historia del hijo de un trabajador ferroviario, que comienza a militar con 18 años en el partido comunista y en la UGT. Que sufre las penalidades de la guerra, de la prisión y de los campos de concentración. Y que precisamente a raíz de su fuga del campo de Cuesta Colorada en Tánger conoce a Josefina. Así lo contaba ella en una preciosa entrevista de Gema Delgado: «Un día el Partido me pidió que preparara un aperitivo en el local del barrio para tres presos que habían escapado del campo de concentración. Uno de ellos era Marcelino. No pesaba ni 28 kilos. No tenía más que pelo…y un mono con la P de preso. Nos seguimos viendo en los actos y reuniones, hasta que un día me llamó, me preguntó si tenía novio, le contesté que no me había dado tiempo más que para trabajar y tirar para adelante. Me dijo que si dábamos un paseo». Allí empezó todo, el amor y la conjura. Ya para siempre serían, en la casa y en la calle, codo a codo, mucho más que dos.
En 1957, aprovechando el primer indulto del franquismo, retornan del exilio en Argelia. «Llegamos a Madrid un día por la mañana y por la tarde ya teníamos una cita en El Retiro para ponernos en contacto con el Partido«, rememorará Josefina. Marcelino empieza a trabajar como fresador en la fábrica de motores Perkins, y allí pronto es elegido enlace sindical. «La semilla de los nuevos tiempos llega con los vendavales«, cantó Carlos Cano honrando al cura Diamantino. Hay un vendaval en levadura, en los campos, en las minas, en los talleres, en las fábricas de toda España. Y así, poco a poco, semilla a semilla, comisión a comisión, convenio a convenio, se va levantando el nuevo movimiento obrero, saliendo del reflujo de la derrota, poniendo en pie la ofensiva contra la dictadura. «El movimiento obrero es el protagonista de la historia, también en tiempos del fascismo», mascullan los promotores del inédito torbellino. En 1962 estalla la gran huelga minera en Asturias. Y en los años sucesivos, el magma inapresable de las comisiones obreras se extiende por todo el país.
Josefina y Marcelino se mudan a Carabanchel. «Sabíamos que cualquier día le detendrían, que acabaría en la cárcel. De ese modo, si caía preso y yo no tenía dinero para el autobús, siempre podría ir a verle andando«. Pronto, el presagio se consuma. «Una nueva generación de trabajadores se ha lanzado a la lucha sin los prejuicios del pasado«, se afirma en la Declaración de las CCOO de Madrid, en 1966. En esa fecha, Marcelino vuelve a ser elegido delegado sindical en la Perkins, por el 92% de los trabajadores de la fábrica. Pero el sindicato vertical invalida la elección y Marcelino da de nuevo con sus huesos en la cárcel.
Camacho encarna como nadie el alma de aquel movimiento que está surgiendo en las madrigueras del mundo del trabajo. Tres frases que repetirá insistentemente a lo largo de su vida sintetizan a la perfección la orientación del baluarte que se está irguiendo. En primer lugar, la centralidad de la clase obrera: «Todo lo que hay de bello y útil en la sociedad es creado por el trabajo». Junto a ello, la importancia y la necesidad de la lucha: «Ni el trabajo, ni el pan, ni la libertad, ni el futuro se regalan, se conquistan». Y, por último, la tenacidad, el optimismo de la voluntad: «Ni nos domaron, ni nos doblaron, ni nos van a domesticar».
Ni nos domaron, ni nos doblaron, ni nos van a domesticar
Pero no son aquí las palabras las que construyen la realidad, sino el coraje y el ejemplo, interpelados una y otra vez. Marcelino participa en ocho huelgas de hambre en la cárcel y cada vez que sale, vuelve a la lucha y con ello, de nuevo, a la prisión. Es, dice de él Fernando Soto, compañero de cautiverio, «como un martillo pilón, incluso en la cárcel no para de buscar resquicios para seguir luchando». Y desde fuera, Josefina, ilumina también el futuro, organizando la solidaridad con los presos y levantando la moral de las familias. «Compré una olla grande. Carabanchel era una cárcel de paso, así que había gente de toda España y todo el mundo venía a mi casa. A comer y a dormir». La olla colectiva de Josefina y su arrojo frente a la represión, irradiando bravura. «Aquí de llantos nada. Aquí solo cantos. Y haciendo palmas», les dice a las compañeras tentadas por las lágrimas.
La represión crece. En 1973 se celebra el proceso 1001 contra la dirección de CCOO. El fiscal pide para Camacho veinte años de prisión. El régimen fascista reprime las manifestaciones a tiro limpio. Granada, Vigo, Sant Adrià de Besòs, Vitoria, Málaga, Barcelona, Madrid… las calles se llenarán de sangre obrera en los próximos años. Pero el terremoto es imparable. Una comisión obrera provincial o sectorial cae y ya hay otra preparada para sustituirla. Las comisiones obreras se convierten en el principal contrapoder popular frente al franquismo. Como nos recuerda Xavi Domenech «el movimiento obrero consiguió ser el único sujeto político, antes de la muerte del dictador, que produjo una ruptura política y social, en un ámbito tan básico como el sindical, con la victoria de las candidaturas de la oposición obrera en las elecciones de junio de 1975» (Xavi Domenech). Y al año siguiente, España vivirá el mayor número de huelgas de toda Europa y caerá el gobierno de Arias Navarro, el primero de la monarquía, gracias fundamentalmente a la imponente movilización obrera.
Carlos Olalla, el actor que interpreta a Marcelino en Lo posible y lo necesario, argumenta que esta es «una película de relevo dirigida a las nuevas generaciones«, en tiempos como los nuestros, marcados por la precariedad laboral y la regresión de las libertades. Efectivamente, la película nos ayuda no solo a conocer algunos de los protagonistas y acontecimientos más heroicos -y al tiempo ignorados o menospreciados- de nuestra historia reciente. Además, puede alumbrar el debate sobre el sindicalismo que necesitamos o sobre los límites del posibilismo político. Al revisar el pasado, necesitamos «entender no solo lo que fue, sino también lo que podría haber sido, lo que aún podría ser» (X. Domenech).
¿Cómo es posible que en medio de una dictadura sanguinaria creciese un movimiento de esas dimensiones? Esa es quizá la pregunta que mejor puede servir a las necesidades del presente. Nosotros no hicimos nada especial, dice humilde Marcelino, solo «pusimos el oído atento a lo que ha creado la clase«. Esa, seguramente, es la clave de aquel poderoso movimiento.
En cualquier empresa los trabajadores, «ante la ineficacia de los grupos clandestinos y la sumisión de los verticalistas» nombraban una comisión para plantear algún tipo de demanda a los patronos sobre salarios, vestuario, jornada… Pero aquellos comisiones espontáneas nacían y morían con la reivindicación misma. El salto se produce cuando un núcleo cada vez mayor de trabajadores se aplica a «dar vida permanente» a aquellas formas nuevas de unidad obrera. Para empezar tendrán que romper o superar algunas inercias militantes: «Las catacumbas, la clandestinidad, la no utilización de todas las posibilidades legales, el no pegarse al terreno es condenarse de antemano a quedar reducidos a ser pequeños grupos». Combinar las posibilidades de lo legal y las necesidades de lo legítimo, unir a los trabajadores por encima de sus adscripciones políticas o religiosas, practicar la democracia asamblearia siempre que se pueda, vincular la lucha en las fábricas con el emergente movimiento vecinal, nutrir y nutrirse de la cultura de la protesta presente en otros movimientos populares, son algunas de las premisas sobre las que se construirá lo que Marcelino denominará más tarde como «sindicalismo de nuevo tipo».
Unir desde abajo, juntar el pan cotidiano y el horizonte de transformación social, propiciar el debate donde hablen todos, tirar de los rezagados y atemperar a los más impacientes, ese será el norte y el estilo de Marcelino.
Quizás el sindicalismo que necesitamos hoy pueda alimentarse de aquella explosión de coraje y creatividad que fueron las comisiones obreras de las décadas sesenta, setenta y ochenta. Del mismo modo que siguen siendo fuentes inagotables la extraordinaria tradición anarquista y de la CNT en España o las luchas de la FTT-UGT en el campo extremeño o andaluz. Necesitamos un sindicalismo radicalmente distinto al que hoy conciben las direcciones de las centrales sindicales mayoritarias. No tanto sindicatos nuevos como nuevas prácticas del sindicalismo.
Ante nuestros ojos se despliegan hoy nuevas formas de auto-organización de la clase trabajadora, dentro y fuera de las empresas. Qué son las Plataformas de Afectados de las Hipotecas, los Campamentos de la Dignidad, las Redes de Solidaridad Popular, las mareas de la sanidad y la educación públicas o el movimiento de los pensionistas sino expresiones del nuevo sindicalismo social que ha crecido en los últimos años. Del mismo modo, la organización autónoma de sectores como las kellys, las trabajadoras de ayuda a domicilio o las huelgas de Coca-Cola o Deliveroo nos hablan de la emergencia, también, de un sindicalismo laboral ajeno a la lógica desmovilizadora, burocrática y acomodaticia del sindicalismo oficial.
La implicación de José María Fidalgo, exsecretario general de CCOO, en la campaña del PP en las últimas elecciones generales, no son una mera anécdota. Que las puertas giratorias de bastantes dirigentes sindicales sean los cargos políticos e institucionales o la dirección y los consejos de administración de importantes empresas, resulta muy revelador del modelo sindical que se ha impuesto.
El largometraje termina con la imagen del jersey de Marcelino, como una invitación a que otros y otras tomen el relevo. Aquel jersey, el que le cosiera Josefina para que no pasara frío en las noches de invierno de la cárcel, se convierte en un emblema del compromiso, de la política y del sindicalismo que necesitamos. La memoria de Marcelino Camacho, la de aquel fresador que vivió hasta casi el final de sus días en un piso de 60 metros cuadrados sin ascensor, la del dirigente que impuso como condición para ser liberado la de cobrar el mismo salario que las limpiadoras del sindicato, la del luchador que pagó con 14 años de cárcel su compromiso con la clase obrera. Quizás de ahí, del ejemplo de honestidad, coherencia y coraje de Marcelino y Josefina, podremos sacar mucha de la fuerza que necesitaremos en nuestro tiempo. Para que no nos doblen, no nos domen ni puedan domesticarnos nunca.
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