El prototipo de la mujer fatal, de la vampiresa frívola, impúdica, seductora halló en la persona de María Magdalena von Losch la envoltura carnal más consumada. Con el nombre teatral de Marlene Dietrich, con el cual fue bautizada por su protector Joseph von Sternberg, creó una imagen de la liviandad sensual que reinó de manera […]
El prototipo de la mujer fatal, de la vampiresa frívola, impúdica, seductora halló en la persona de María Magdalena von Losch la envoltura carnal más consumada. Con el nombre teatral de Marlene Dietrich, con el cual fue bautizada por su protector Joseph von Sternberg, creó una imagen de la liviandad sensual que reinó de manera insuperable durante casi un siglo.
Es de asombrarse que se haya logrado tanto con tan poco porque Dietrich no era una voz poderosa como Garland o Streissand, apenas podía entonar una melodía con su pobre oído y su menguada fonación; tampoco era una actriz eficaz como sus contemporáneas Bette Davis o Joan Crawford; a quien más se parece es a Greta Garbo, quien también dejó una ardiente estela con raquíticas aptitudes histriónicas.
Comenzó de corista en el famoso Friedichstrasse Palast en 1926. Tras haber sido rechazada en su taller por Max Reinhardt, su mentor inicial Von Sternberg la hizo adelgazar, logró que la falta de kilos le hundiese las mejillas, la fotografió con lentes de difuminación que le otorgaban un halo ambiguo, evasivo que aumentaban la magia de su presencia. A la vez la presentó como un ángel lascivo, el ideal imposible de todo hombre con apetitos insatisfechos, la maldición de los hogares perfectos. Es decir, creó una imagen que sobrepuso a una escuálida realidad. Después, otros intérpretes de comprobada destreza, como Maurice Chevalier y Noel Coward, redondearon su individualidad escénica con subrayados adicionales.
Usando de base la novela «El profesor Unrat», de Heinrich Mann, Sternberg rodó la cinta «El ángel azul» que fue el peldaño inicial de una alta escalera que llevaría a la actriz a la cumbre de la notoriedad y a convertirse en un paradigma de la lubricidad compactada. Sus años ulteriores convirtieron la imagen en realidad: la Dietrich tuvo como amantes, entre otros muchos, a los actores Jean Gabin, John Wayne y Yul Brinner, al músico Burt Bacharach, al crítico Kenneth Tynan, a los escrito res Erich María Remarque y Ernest Hemingway, aparte de un estrepitoso romance lesbiano con la multimillonaria Jo Carstairs. Quizás el más afamado de sus adoradores fue el Presidente John F. Kennedy.
En sus memorias Kenneth Tynan cuenta que Dietrich le confesó que Kennedy la convocó a la Casa Blanca pues deseaba un interludio amoroso. Apenas disponía de una hora porque debía pronunciar un discurso a los veteranos de la guerra. Como padecía de dolores en la espalda estaba entizado con vendas y despojarse de ellas demoró más de lo esperado. Dietrich temía que aquello no iba a funcionar, pero Kennedy sí dio la talla. Al terminar el Presidente –conociendo las historias galantes de su padre que llegó a frecuentar el lecho de la superestrella Mary Pickford– le preguntó si alguna vez lo había hecho con su progenitor. Cuando Dietrich le confesó la verdad, que nunca habían tenido un encuentro, Kennedy suspiró satisfecho, como si hubiese ganado una partida freudiana en un combate familiar.
Remarque la convirtió en un personaje de su excelente novela «Arco de Triunfo» y la describió así: «Tenía un rostro puro, radiante, que no reclamaba nada, existía en el vacío, era como una hermosa casa desolada que aguardaba la presencia de alfombras y cuadros, abierta a todas las posibilidades de convertirse en un palacio o un burdel».
En 1937 cuando ya había triunfado en Londres y Hollywood Adolfo Hitler le requirió su retorno a la Alemania nazi, poniendo a su disposición todos los recursos de la cinematografía que encabezaba Goebbels. La Dietrich rechazó el ofrecimiento y cuando estalló la guerra ofreció emisiones radiofónicas dirigidas a las tropas alemanas, exhortándolos a renegar del liderazgo hitleriano y ofreció numerosas funciones en el frente de combate a las tropas aliadas. Por ello recibió la Medalla de la Libertad de Estados Unidos y la Legión de Honor de Francia, pero no fue perdonada por sus conciudadanos que la escupieron en las calles cuando regresó a su ciudad natal en 1960 tildándola de traidora; más tarde, tras su muerte el 6 de mayo de 1992, profanaron su tumba en Berlín.
En sus últimos años la Dietrich se retiró a su apartamento en la Avenida Montaigne, en París, con su notable colección de pinturas de Delacroix, Corot, Cezanne y Utrillo. Tras un derrame cerebral se consideró la posibilidad de ingresarla a un asilo de anciano pues no tenía quien la cuidara y hay indicios de que, al saber su abatido destino, se suicidó ingiriendo una dosis excesiva de somníferos. Pocos días después de su muerte el Friedichstrasse Palast realizó una monumental representación donde se interpretaron todas las canciones que la hicieron famosa, empezando por «Lili Marlene». Fue una manera de reconocer la existencia de&nb sp; un mito que no puede ser enterrado.