El presidente venezolano Hugo Chávez Frías ha acostumbrado a sus auditorios a escucharle múltiples referencias a la personalidad de José Martí, en clara demostración, desde hace mucho de su filiación martiana junto a su imprescindible postura bolivariana. Recuerdo sus menciones al Maestro durante su primera visita a Cuba a mediados de 1994. Entonces los cubanos […]
El presidente venezolano Hugo Chávez Frías ha acostumbrado a sus auditorios a escucharle múltiples referencias a la personalidad de José Martí, en clara demostración, desde hace mucho de su filiación martiana junto a su imprescindible postura bolivariana.
Recuerdo sus menciones al Maestro durante su primera visita a Cuba a mediados de 1994. Entonces los cubanos sabíamos de él por aquel movimiento que liderara dos años antes para tomar infructuosamente el Palacio de Miraflores y la residencia presidencial. Su vital presencia en aquel memorable encuentro con Fidel en el Aula Magna de la Universidad de La Habana no sólo nos permitió ir calando en sus capacidades de liderazgo sino que, además nos sorprendió favorablemente al oírle verter conceptos y juicios de expresa raíz martiana. Sin duda alguna, aquel teniente coronel que acababa de salir de la cárcel había leído al menos algunos de los textos esenciales de Martí, y, por sus palabras, parecía haberlas asimilado con el mismo ímpetu revolucionario y justiciero con que más de una generación de cubanos lo había hecho también.
Pero quizás, podía pensarse entonces, fueran aquellas menciones a Martí dictadas por el entusiasmo y por el deseo de acercarse al pueblo cubano y a su Revolución. Sin embargo, tras su toma de posesión como gobernante en 1999, y de manera creciente durante estos años, Chávez ha sostenido la presencia martiana en su pensamiento y hasta puede decirse que la ha ido perfilando en sus discursos, a todas luces como parte del propio proceso de su desarrollo como dirigente y personalidad política.
El reciente discurso del presidente, en la reunión de la Comisión Mixta para la colaboración entre Cuba y Venezuela demuestra fehacientemente la asunción plena por el líder venezolano del espíritu martiano. No se trata en su caso de la cita erudita o del fragmento memorizado sino de la conceptualización desde la lógica del Maestro, como se debe hacer siempre.
Desde sus primeras palabras Chávez tomó el pensamiento martiano, lo parafraseó, y lo convirtió en piedra angular del suyo propio, encaminado a sostener la certidumbre y la necesidad de la colaboración entre Cuba y Venezuela, y entre todos los pueblos de la América Latina, del ALBA frente al engendro imperial del ALCA.
La clave metodológica de su análisis y de su postura fue planteada por Chávez desde el inicio de su discurso al recordar cómo su propia abuela le hablaba de asuntos con la misma perspectiva de Martí. Y afirmaba: «Yo creo que mi abuela no leyó a José Martí; pero José Martí si leyó a mi abuela.» Es decir, como él mismo aclaraba inmediatamente después, la palabra y el ideario martianos salían de su diálogo verdadero y esencial con la gente de pueblo, de su filiación consciente y sostenida con las clases populares. Era, para decirlo con los mismos términos de Martí, su escucha permanente de los sonidos venidos del subsuelo de la sociedad, de las entrañas del pueblo profundo.
Por eso no falta razón al mandatario venezolano cuando señala que Martí leyó a su abuela, una mujer de los Llanos, de la Venezuela profunda y mestiza, de aquella región que dio los centauros atrevidos a las campañas de Bolívar durante la emancipación y a Ezequiel Zamora durante la portentosa Guerra Federal que sólo pudo ser detenida mediante un pacto de las oligarquías para evitar el triunfo popular.
Claro que Martí «leyó» a esa gente como la abuela de Chávez: lo hizo en Cuba, en México, en Guatemala, en Venezuela y hasta en Nueva York. Por eso, como una especie de síntesis de su estancia venezolana en 1881, escribió poco después de su partida un texto en francés titulado «Un viaje a Venezuela» en el que disecciona los males del país sudamericano, que halla se repetían a escala continental, y que parten del distanciamiento entre la oligarquía ilustrada, empeñada en ver a sus países y a sus pueblos con espejuelos europeos o estadounidenses, y esos amplios sectores populares, desechados del gobierno y olvidadas sus aspiraciones tras los procesos de independencia.
Razón tiene Hugo Chávez cuando recordaba en aquel discurso las palabras de Martí en su ensayo «Nuestra América», en el que llama a detener el avance del gigante que calza botas de siete leguas, ese mismo gigante de tamaños pasos del que le hablaba su abuela, quien recogía sin saberlo una imagen de una vieja tradición de los cuentos infantiles venidos de Europa a América y llevados a la literatura como en el «Pulgarcito» de Perrault. Razón tiene Chávez, pues al insistir en que la gran lección martiana es su llamado en «Nuestra America» a la unidad continental frente a ese gigante, andar «en cuadro apretado».
Y qué bien que el gobernante sudamericano se acoja a aquel brillante e inigualado análisis de los problemas continentales esenciales de su tiempo y del futuro escritos por Martí en ese ensayo cenital. No sólo se trata para el venezolano de sostener en el revolucionario cubano su práctica actual impulsora decidida de la integración continental; no es sólo su afiliación ideológica con un indiscutible antecesor de tal practica, sino que es además el tributo emocionado del presidente a Martí, a su brillantez y su capacidad -al igual que Bolívar- como guía del presente donde Chávez se destaca justamente por el intento de plasmar esos proyectos unitarios martianos.
Por eso el presidente coincidía en la necesidad señalada por Martí de levantar trincheras de ideas para aquella batalla que, previsoramente, el cubano veía aproximarse y que hoy es parte de nuestra cotidianidad y camino para un futuro e imprescindible mundo mejor. Las ideas, la importancia de estas, del pensamiento contra la hegemonía y la dominación, eran recalcadas por Chávez, quien también se asemejaba a Martí en su compromiso moral y político para el presente cuando afirmaba: «Abrimos y abriremos -Cuba y Venezuela- el sendero de un mundo nuevo, aunque nos cueste la vida.»
¿Optimismo panglosiano el del gobernante venezolano? ¿Optimismo absurdo sin asidero con la realidad? ¿O es el mismo optimismo de Martí, que le hizo escribir en un momento dado «Los locos somos cuerdos»? Se trata del optimismo martiano, el asentado en el conocimiento verdadero del subsuelo, de las fuerzas sociales, de las posibilidades históricas y de la voluntad encauzada para lograr los cambios deseados.
Es el optimismo de Chávez el mismo de Martí cuando llamaba en ese discurso -no de pasada sino como idea central repetida por él en muchas ocasiones- de que los procesos revolucionarios de Cuba y Venezuela deben andar por sus propios caminos, apoyándose y uniéndose para avanzar, pero sin copias, sin desconocer sus historias y condiciones particulares. Es el mismo principio de originalidad al que Martí fuera fiel toda su vida, hasta en su propia obra literaria, y que le hiciera exclamar en «Nuestra América»: «El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país. La forma del gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país.»
No sé con exactitud qué textos martianos ha leído Hugo Chávez, fuera de que en el discurso que comento es evidente su manejo de «Nuestra América». Tampoco sé en qué momento de su vida ese apasionado de Bolívar que es el presidente venezolano, comenzó a conocer la obra del Maestro. Lo que no me queda es que existe ese conocimiento en Chávez, que lo ha asumido e incorporado a su propio pensar y a su acción política, y que las ideas del cubano sin duda alguna han completado y madurado las suyas propias.
En un primer momento -no puedo ocultarlo- cierto orgullo me embargó al comprender cuánto significaba el Apóstol de nuestra independencia para el líder venezolano. Después, según escuchaba su elocuente y entusiasta oratoria, su palabra fácil y clara, su apropiación de la de Martí y su explicación de ella para su pueblo, comprendí quizás mejor lo que a veces he escrito; que a Martí, como él dijo de Bolívar, aún le queda mucho por hacer en nuestra América, que su conocimiento es parte necesaria de la lucha por la emancipación continental y mundial, y que quien se siente martiano tiene que ir a la raíz, como va Hugo Chávez. Y esa es, desde luego, la verdadera manera de ser martianos en nuestros tiempos.
Fuente: http://www.cubarte.cult.cu/periodico/letra-con-filo/marti-en-hugo-chavez/13107.html