Zapatero ha celebrado la mitad de su legislatura con un mitin de triunfo en la plaza de Vistahermosa de Madrid y una campaña de celebración de sus éxitos. Ello ha sido posible porque la crisis iniciada en octubre de 2005 como consecuencia de la contraofensiva extraparlamentaria de la derecha social y política ha acabado estrellándose […]
Zapatero ha celebrado la mitad de su legislatura con un mitin de triunfo en la plaza de Vistahermosa de Madrid y una campaña de celebración de sus éxitos. Ello ha sido posible porque la crisis iniciada en octubre de 2005 como consecuencia de la contraofensiva extraparlamentaria de la derecha social y política ha acabado estrellándose contra la aprobación por el Parlamento español de una propuesta «cepillada» de nuevo Estatut de Catalunya -abriendo la puerta a las reformas «controladas» del resto de los estatutos de autonomía y de la propia Constitución- y el inicio del proceso de paz en Euskal Herria con la declaración de alto el fuego permanente de ETA. En el propio gobierno socialista, la derrota de la derecha ha significado la salida del ministro de defensa Bono, que se había convertido en el principal defensor de un «bloque constitucional» con el PP, que hubiera otorgado derecho de veto a la derecha sobre el proceso de reformas democráticas en curso.
Claro-oscuros del Zapaterismo
Esta derrota de la derecha y la consolidación del liderazgo del propio Zapatero en el PSOE no dejan de tener sin embargo importantes claro-oscuros. En parte, la ofensiva extraparlamentaria de la derecha ha sido frenada porque Zapatero ha pactado con la Iglesia Católica no solo mantener el Concordato que asegura su financiación y sus privilegios, sino también el statu quo en la enseñanza obligatoria, sacrificando la extensión y el predominio de un modelo universal de enseñanza laica y progresista. Un respeto que se extiende a la «obra social» de la Iglesia católica, que tendrá consecuencias castradoras para la nueva Ley de Dependencia.
En la reforma del mercado laboral, el Gobierno, lejos de apoyar las reivindicaciones sindicales, ha jugado a «equilibrar los intereses de los trabajadores y de la patronal», como si ello fuera posible y esa fuera la tarea de un gobierno de izquierdas. El precio para que los empresarios cumplan la ley y extiendan la contratación indefinida no es sino el abaratamiento del despido, en unos de los países con mayor precariedad y siniestralidad laboral de la UE.
El «cepillado» de la propuesta de Estatut del Parlament de Catalunya frustra una vez más la solución democrática de la cuestión nacional, aunque amplíe el proceso de descentralización y autogobierno. El techo de la «segunda transición» vuelve a chocar con la monarquía -aunque se termine con la marginación de las princesas en la sucesión de la corona- y con una concepción del estado español «españolista», muy lejana del federalismo necesario para una modernización del estado.
¿Es una «monarquía republicana» el mejor de los mundos posibles?
Estas limitaciones son presentadas como el mejor de los mundos posibles. Zapatero ha gestionado -con la pasividad de toda la izquierda institucional y social- la correlación de fuerzas que le llevó al Gobierno en «frío». El mayor ciclo de movilizaciones desde el fin del Franquismo, del 2002 al 2004, ha dado paso a una campaña de «fidelización» del voto y de cooptación de los cuadros de los movimientos sociales en nombre de la imprescindible resistencia contra la derecha, exigiendo su desmovilización.
El peligro de esta orientación no ha podido ser más evidente. En seis meses -de octubre del 2006 a marzo del 2006- el apoyo a los partidos de izquierda caía más de 7 puntos, mientras el PP aumentaba el suyo en 1. Una caída que solo se ha remontado con la aprobación del Estatut y, sobre todo, el alto el fuego permanente de ETA. Pero está aun por ver si el Govern tripartito de Catalunya es capaz de sobrevivir al pacto PSOE-CiU sobre el Estatut y ello no implica una fuerte erosión del conjunto de la izquierda catalana, como consecuencias de la frustración de las esperanzas puestas en ella. El referéndum de junio en Catalunya será la prueba de fuego.
Descartada la victoria revanchista del PP y su asalto desde la calle, el resultado ha sido un corrimiento cada vez mas acuciante hacia una alianza del PSOE con CiU y el PNV, que margine a las fuerzas más a la izquierda, IU-ICV y ERC, respondiendo a nivel institucional a la falta de movilización de la izquierda en la calle o, lo que es peor, a la negativa a recoger sus reivindicaciones cuando se producen como en el caso de las manifestaciones del 18 de febrero. Rubalcaba en el Gobierno representa la apuesta por la negociación en Euskadi, pero también la apertura hacia CiU y el PNV. La otra alternativa sería una profundización de las manifestaciones nacionales del 18 de febrero en Barcelona y Bilbao, y las incipientes movilizaciones sociales que han tenido lugar en Madrid, Extremadura, Ibiza o Andalucía, que acabasen reforzando electoralmente a las distintas fuerzas a la izquierda del PSOE en su conjunto.
Más que en el mejor de los mundos posibles, nos encontramos en una fase de transición en la legislatura del Gobierno Zapatero, que puede ser breve si se produce la crisis del Tripartito catalán. El mejor ejemplo del grado de coexistencia de esas contradicciones, antes de que se hagan antagónicas, es la pretensión de que sea la propia monarquía borbónica impuesta por Franco la que rentabilice las celebraciones del 75 aniversario de la República, como una «monarquía republicana».
Las cuestiones democráticas y sociales aplazadas
Ya Marx avisó que no son posibles las «repúblicas cosacas» por mucho tiempo. El amplio margen de maniobra del Gobierno Zapatero viene dado por elementos cuyunturales, como el ciclo de crecimiento de la economía española sobre la base de un modelo insostenible de endeudamiento familiar y la especulación inmobiliaria heredado del PP, o el miedo a la vuelta de la derecha. Pero sobre todo, por la acumulación estructural de reformas democráticas aplazadas, tanto legislativas como institucionales.
Ello ha dado un espacio importante a la «democracia social» con pretensiones radicales de Zapatero, que el mismo ha definido de la siguiente forma: «Más que un socialdemócrata soy un demócrata social. El camino para los avances sociales es fortalecer los derechos de los ciudadanos y el control de los poderes públicos. El programa de una izquierda moderna pasa por una economía bien gobernada con superávit de las cuentas públicas, impuestos moderados y un sector público limitado»(Entrevista en El Mundo 16/4/06)
Pero sus límites son evidentes cuando se topa con la cuestión nacional. Para no hablar de la cuestión social.
Coincidiendo con este ecuador de legislatura, Vicenç Navarro (1) ha publicado varios estudios sobre las consecuencias del poder de clase y de género en la sociedad española que muestran hasta que punto la gran victima de la Transición han sido las clases trabajadoras. No solo sufren cotidianamente un déficit social creciente con la UE del Euro de casi un 30% -que se expresa en una enseñanza y una sanidad de segundas y segregada, e incluso en diferencias de esperanza media de vida- sino que tiene enormes consecuencias prácticas sociales y económicas, que bloquean la modernización y el progreso del estado español en su conjunto.
A este desafío fundamental, que exige cambios fuertes en la correlación de fuerzas que den más poder democrático a los trabajadores y trabajadoras, el Gobierno Zapatero no solamente no responde, sino que continúa unas políticas socio-liberales de equilibrio presupuestario sin presión impositiva sobre las clases burguesas similar a la media europea que suponen un aumento creciente del déficit social. Una de sus consecuencias es el déficit presupuestario de las comunidades autónomas, hacia las que se ha descentralizado el gasto social sin dotarlas de la correspondiente financiación.
De la misma manera que no es posible una «monarquía republicana», tampoco es posible una «democracia social sin desarrollo del estado del bienestar». Son concepciones ilusorias, virtuales, que hinchan un globo. Pero la única forma de que ese globo explote de manera favorable para las clases trabajadoras es una recuperación de su autonomía reivindicativa, un nuevo ciclo de movilizaciones sociales y democráticas que abran un horizonte de cambio social y democrático a la izquierda, más allá de las frustraciones que se vislumbran en esta «segunda transición» autocensurada y socio-liberal.
(1) Ver Vicenç Navarro, «El subdesarrollo social de España», Ed. Anagrama (18 €) y para un análisis detallado por sectores, V. Navarro (director), «La situación social en España», Ed. Biblioteca Nueva-Fundación Largo Caballero. Para otros artículos de Vicenç Navarro sobre estos temas www.vnavarro.org