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Aproximaciones a El siglo soviético, de Moshe Lewin

Más notas aproximativas sobre el estalinismo. La libertad ni es de derechas ni se puede despreciar (VIII)

Fuentes: Rebelión

El esfuerzo ha atravesado la vida de mi padre e incluso me ha permitido reconocerle en su nueva identidad como Lenin. «Esforzarse» fue la palabra que más oí durante mi niñez, se escuchaba cada día y ante el menor contratiempo, era la piedra angular de nuestros vocabularios. Cuando las ideas o los objetos se estropeaban […]


El esfuerzo ha atravesado la vida de mi padre e incluso me ha permitido reconocerle en su nueva identidad como Lenin. «Esforzarse» fue la palabra que más oí durante mi niñez, se escuchaba cada día y ante el menor contratiempo, era la piedra angular de nuestros vocabularios. Cuando las ideas o los objetos se estropeaban nadie pensaba en repararlos, todos apelábamos al esfuerzo para explicar por qué habían dejado de funcionar. Cuando desconocía el término «precariedad» nos encomendábamos diariamente al sacrificio y a sus empeños, en lugar de una conciencia política teníamos múltiples y disparatadas formas de empecinarnos.

Valentín Roma, La enfermedad de Lenin, 2017

Me sigo alejando por el momento del libro de Moshe Lewin. Prosigo con la intervención de Manuel Sacristán (23 de febrero de 1978) en una mesa redonda celebrada en el salón de actos del convento de los padres Capuchinos de Sarrià, donde años atrás de había fundado el SDEUB, una mesa redonda en la que estuvo acompañado por Manuel Vázquez Montalbán (de Sacristán hablaría Montalbán con fuerte ironía en Asesinato en el comité Central [1]).

Proseguimos con las ideas principales del autor de Sobre Marx y marxismo. Estábamos en el punto de la actualidad del estalinismo:

1. Actualidad del estalinismo: «Por último […] se suele decir también -igual que se suele creer que el estalinismo es un fenómeno muy delimitado en el tiempo- que eso es cosa del pasado y que hoy [1978] no hay estalinismo. Yo no creo lo mismo y querría sugerir un par de líneas de análisis, simplemente, sin profundizar en ellas, acerca del estalinismo contemporáneo. Una se debe a un político, sociólogo y politicólogo francés muy capaz, Martinet, que había sido miembro de la III Internacional, y de los pocos que vieron muy pronto que aquellas historias de los años treinta tenían que ser mentira. Martinet ha hecho un análisis sociológico de mucho interés: el estalinismo, el de Stalin quiere decir, el que existió en la Unión Soviética, se parece mucho a estos regímenes en los que se está produciendo hoy día [1978] en el Tercer Mundo, una cierta industrialización, una cierta acumulación de capital, no dominada por la vieja clase dominante, que era una clase colonial, que era un imperio -por ejemplo, Argelia; por ejemplo Somalia en estos días-, sino dominada por una nueva élite, una nueva vanguardia, un nuevo equipo de técnicos y políticos, que, sin toda la ortodoxia estaliniana, están recogiendo algunos elementos de esa tradición estaliniana: industrializar sobre la base de un régimen muy autoritario, apelando a lo que llaman, muy ideológicamente, el socialismo científico. El socialismo científico del señor Barre, o de Nasser, cuando vivía Nasser, o de los argelinos, es tan pretenciosamente ideológico como lo fue el de Stalin y se parece bastante socialmente. El punto quizá algo débil de este análisis de Martinet para considerar todo esto estalinismo contemporáneo es tal vez que la estatalización no suele ser en estos estados tan intensa como en el caso del estado soviético, pero desde luego sí que es tan intensa como en algunas democracias populares, al menos en sus fases iniciales. 

2. Persistencia también en Occidente: «En Occidente, en los mismos países de metrópoli, creo que también se puede hablar de persistencia del estalinismo. Lo está por una parte en el dogmatismo alucinado de algunas personas, alucinado y poco capaz de comprender la realidad, pero lo esta también en el otro lado, lo está también en el pragmatismo de muchos partidos obreros, porque, por decirlo brevemente y ahorrando tiempo, a mí me resulta tan pseudoteoría pragmática para falsificar una práctica del día lo de que se puede hacer el comunismo en un sólo país o que el pan va a dejar de ser mercancía, como llevaban los soldados soviéticos muertos en el bolsillo (una octavilla que decía eso durante la guerra mundial fue capturada por los alemanes y exhibida por todo el mundo), me parece tan pragmatismo pseudoteórico decir que es posible establecer el comunismo en un sólo país como decir que es posible el comunismo o el socialismo sin choque revolucionario violento con la clase dominante actual. Tan ideológico me parece una cosa como la otra, tan pragmatista y, en cierto sentido, tan estalinista, en el sentido de usar la pseudoteoría para justificar la práctica. En un caso puede ser una práctica muy violenta, en otro caso puede ser una práctica parlamentaria. En los dos casos es una práctica muy poco revolucionaria, dicho sea de paso. Stalin siempre tuvo mucho cuidado de presentarse como el centro, nunca quiso jugar a izquierda». 

3. La crisis del estalinismo: «No querría terminar tampoco sobre una nota de poco optimismo, porque lo que resulta esperanzador es que la crisis del estalinismo, la crisis un poco definitiva, el que muchos, después de toda la larga experiencia, sin haber olvidado lo que ha sido la realidad de consciencia de clase del estalinismo, consciencia de clase ideológica sin duda, sin duda falsa consciencia, sin duda autoengaño involuntario, pero tremenda consciencia de clase, que después de haber pasado por ello podamos decir estas cosas hoy tal vez signifique que la crisis en serio del estalinismo puede ser el comienzo de una recuperación del pensamiento revolucionario no ideológico, no autoengañado ni por ilusiones pseudorrevolucionarias, alucinadas como he dicho antes, ni por ilusiones de tipo parlamentarista, reformista, que son en Occidente, en este momento, las dominantes. 

4. Reacciones auténticas: «Ese pasado de consciencia de clase que estaba presente en la clase obrera estalinista -esto los que no ha sido estalinistas ni han estado en partidos estalinistas tendrán que creerlo bajo palabra, pero los que sí han estado saben que es verdad- se traducía en reacciones seguramente muy primarias, y como he reconocido y subrayado, reacciones ideológicamente falsas, de falsa consciencia, pero muy auténticas. Por ejemplo, son historia las alusiones, las exclamaciones, el folklore obrero por el cual ante una injusticia, en algún país mediterráneo, en el sur de Italia concretamente, el hombre oprimido reaccionaba con la frase: «¡Ya vendrá el bigotudo!», como expresión de su furia, su odio, su reacción de clase ante la injusticia sufrida [2]. Hasta qué punto el estalinismo fue portador, con falsa consciencia, de la consciencia de clase, lo sabemos todos los que hemos tenido que explicar a militantes comunistas que era verdad, [que] finalmente resultaba verdad lo que los burgueses habían dicho durante mucho tiempo, a saber, que el gobierno estalinista había asesinado a la vieja guardia bolchevique. Los que hemos tenido que encajar eso y contarlo, y hemos visto a los militantes llorar al oírlo, cuando no tenían más remedio que creérselo porque les dábamos los datos y les decíamos esto viene de aquí, esto pasó así y esto otro pasó así [3], sabemos muy bien que bajo aquella falsa consciencia hubo auténtica consciencia de clase, lucha de clases. Lo que hay que precaverse es que el resto ideológico, parlamentarista reformista, de pragmatismo, de estalinismo de extrema derecha por así decirlo, bajo el que ahora vive una gran parte del movimiento obrero, no pierda, además de la consciencia real, como perdió el viejo estalinismo, incluso la ilusoria -pero al menos existente- consciencia de clase». 

Con estas palabras cerró la conferencia. Recojo algunas preguntas y respuestas del coloquio, un coloquio vivo, interesante, polémico, nada o poco académico, con intervenciones comprometidas y muy sentidas:

1. «W. Solano, el entonces secretario general del POUM, dirigiéndose al «compañero Sacristán» [resumo]: después de dar detalles biográficos, observa un fallo en la intervención de Sacristán que es fundamental: el estalinismo no es Stalin, el estalinismo no sólo se ha producido en la URSS, y no sólo en países de escaso desarrollo económico, como, por ejemplo, Checoslovaquia. La pregunta concreta, la sugerencia es que no es posible hacer un análisis del estalinismo sin hacer también ‘un análisis del estalinismo en España con todas sus trágicas consecuencias». 

Sacristán: No he mencionado eso como no he mencionado muchas otras cosas. Aparte del gran interés que tiene para la historia de España lo que este compañero acaba de decir, hay, además, una cosa de bastante interés teórico en todo esto. En la difusión del estalinismo, sobre todo a Checoslovaquia [4], que además es donde los ejemplos resultan mejor historiables y de más ilustración con el proceso de Slánsky, por ejemplo, pues no son cosas que ignore. No las he dicho pero no porque me parezcan sin importancia. Tienen incluso importancia, creo yo, teórica. En la difusión del estalinismo el factor político ha sido infinitamente superior; a partir seguramente del VI Congreso de la Internacional, ha tenido una importancia superior a lo que podían permitir los datos de tipo básico, de tipo económico-social. Estoy de acuerdo, sí. No lo he mencionado simplemente porque aun con lo mucho que me he dejado en el tintero he rebasado algo el tiempo de que disponía. Y el caso español es muy destacado desde ese punto de vista claro.  

2. Se le pregunta en torno a los cambios de política cultural, que el interlocutor cree que son notables, entre la época de Lenin y de Stalin, mucho más represiva en caso de este último.

Sacristán: «(…) llegar a tener una política cultural trabajada? No estoy nada seguro. Que él, al final de su vida, tenía una preocupación de no haberla tenido suficientemente eso está claro porque lo ha dejado dicho, que no había habido un intento de revolución cultural serio, coherente. Lo que sí ha habido ha sido bastante posibilidad de iniciativas. Dicho sea de paso, si yo no he tratado el tema, y supongo que Manolo Vázquez igual, es precisamente porque los temas del oficio son los que uno no quiere tratar cuando está fuera de la mesa de trabajo.

En cambio, en el caso de Stalin, sí que me parece comprensible la política cultural tan restrictiva. Fue una política cultural, por un lado, restrictiva, es decir, muy coactiva, con mucha censura, pero también vale la pena ver los contenidos. Los contenidos eran además muy tradicionales. Por ejemplo, en los planes de estudio, no sólo se produce una gran rigidez del estudio de acuerdo con el esquema tradicional alemán de enseñanza media y enseñanza superior, candidaturas, etc., todas las cosas de la vieja universidad alemana aunque con la gran novedad del elemento politécnico, del elemento ingenieril introducido en todas partes, pero en sustancia el esquema es el esquema ese muy conservador, sino que los contenidos mismos de la enseñanza incluso dan marcha atrás. Hay campos en los cuales se cambian hasta los programas para enseñar la misma disciplina en términos mucho más tradicionales, en términos que en un país de Occidente europeo como es éste llamaríamos bastante de la última escolástica. Se enseña, por ejemplo, en materias humanísticas y filosóficas, se enseña con criterios sorbidos de la tradición aristotélica.

¿Por qué esa enseñanza conservadora de contenidos y muy rígida en las formas? Me parece que es bastante coherente con la percepción por el equipo de gobierno estaliniano de que lo que ellos tienen que hacer es una acumulación de capital, que tienen que hacer algo que está muy atrasado, que ya está pasado. Para lo que ellos tienen que hacer, dar pie a una producción de acero, a una producción de cemento, a una producción de carbón, pues es muy coherente una cultura burguesa del siglo XIX, que es la que ellos han puesto en los sistemas de enseñanza, en todos los años veinte, treinta y hasta la II Guerra Mundial».  

Lo anterior no quería decir, en todo caso, que no hubiera excepciones

«(…) que estaban camufladas con una característica mala fe, con esa característica falsedad ideológica del período estaliniano. Habían disciplinas modernas que se condenaban en la cultura pública como ciencia burguesa degenerada, pero que se practicaban bajo otro nombre y bajo el amparo de institutos de otra especialidad. No sé, por ejemplo, la lógica simbólica moderna no existía y era condenada como un vicio burgués, pero en cuanto que murió Stalin resultó que había un verdadero ramillete de grandes lógicos, que hacían lógica simbólica en la Unión Soviética, entre ellos uno de los principales de la segunda mitad del siglo, con toda una nueva teoría, y estos estaban camuflados en departamentos de física, en departamentos de química. Pero eran excepciones y además era el secreto digamos. La cultura oficial era una cultura atrasada como atrasada era la tarea económica-cultural que estaba realizando el país. Lo que no quita que fuera grandiosa. Coger a los kierguises y pasarlos de la prehistoria a la vacuna contra la difteria pues es un paso verdaderamente grandioso. Sólo que para dar ese paso no hay por qué tener una cultura del siglo XX, basta con cultura de finales del XIX. Y esto caracteriza mucho la cultura superior soviética de la época.

Me parece que además esto interesa relativamente. Lo podíamos dejar así: ha sido una política cultural restrictiva y sobre la base de contenidos anticuados». 

3. Pregunta sobre lo que llama dogma de «la revolución de la mayoría» y sobre la lucha por las libertades y el parlamentarismo. Aun teniendo en cuenta lo que tiene de reacción, de contrastación contra el estalinismo, esta lucha por la ampliación de las libertades parece aceptar el marco capitalista. ¿No hay en ello un peligro de asimilación del movimiento obrero? ¿Es realmente una vía de transformación?

Sacristán: A mí me parece que la pregunta lleva dos cuestiones dentro: la de aprovechamiento de legalidad y lucha por ampliación de libertades, que es una cosa, y eso no es nada nuevo, eso es tradicional del movimiento obrero y más en general de cualquier clase dominada que intenta ampliar, como es natural, las libertades de que pueda disfrutar, y la segunda cuestión es hasta qué punto por este camino se consigue una revolución. Desde mi punto de vista, hasta ningún punto. No se consigue, sencillamente. Una revolución es el acto más autoritario que existe, según la frase de Engels que repito ahora.

De todos modos, al margen de eso, aunque no estuviera explícita, una tercera cuestión me parece que queda coleando, que es que el desprecio a las libertades formales, creer que eso es una cosa de izquierda y revolucionaria, es una de tantas deformaciones ideológicas estalinianas. Viene del período de Stalin. En el período de Stalin se han recortado las libertades individuales de los ciudadanos soviéticos, no por izquierdismo sino por derechismo abierto». 

La primera limitación, todavía visible en vida de Lenin, fue en 1921, en el X Congreso del Partido bolchevique, en marzo de 1921,

«(…) es una limitación de libertades que sirve para tapar el aplastamiento de la insurrección de Kronstadt y la introducción de la NEP, es decir, sin juzgar ahora que fueron buenas o malas medidas, a lo mejor eran óptimas, yo no soy ningún economista competente, a lo mejor eran necesidades indiscutibles, pero dejando aparte su valor técnico, desde el punto de vista político, eran un enorme bandazo a la derecha. Para dar un enorme bandazo a la derecha es para lo que ha recortado el poder soviético las libertades entendámonos, porque cuando un poder es él de izquierda no va a recortar libertades de sus propios ciudadanos para seguir su camino, el camino previsto por su propia izquierda. Las recorta para irse a la derecha».

La identificación de recorte de libertades con la izquierda, concluía Sacristán, era, para empezar, «una falsedad histórica en el movimiento comunista. Y la verdad el poso de ideología estaliniana hasta donde tiene que haber calado para que sea posible hablar de la palabra «libertad» despectivamente, pues eso es monstruoso». Era más o menos, «supongo que si yo fuera teólogo, aunque me divierta estar con teólogos no lo soy, pues diría que eso es uno de esos pecados contra el Espíritu Santo […], porque eso es llamar mal al bien, tratar despectivamente la libertad. La libertad ni es derechas ni se puede despreciar».

Nos queda la segunda parte del coloquio.

 

Notas:

1) Véase sobre este punto y sobre las relaciones entre ambos: S. López Arnal, La observación de Goethe, Madrid, La Linterna Sorda, 2015, tercer capítulo.

2) Yo mismo viví esa reacción con mi padre, un campesino-obrero derrotado en la guerra civil, con hermano muerto -Salvador López Campo- en la batalla del Ebro.

3) Esteban Pinillas de las Heras recoge el testimonio de Sacristán en las notas complementarias de En menos de la libertad, Barcelona, Anthropos, 1911, un libro que sigue siendo imprescindible.

4) Así se expresaba Sacristán pocos días después de la invasión de Praga: 

Xavier [Folch]:

Tengo que bajar a Barcelona el jueves día 29. Pasaré por tu casa antes de que esté cerrado el portal.

Tal vez porque yo, a diferencia de lo que dices de ti, no esperaba los acontecimientos, la palabra «indignación» me dice poco. El asunto me parece lo más grave ocurrido en muchos años, tanto por su significación hacia el futuro cuanto por la que tiene respecto de cosas pasadas. Por lo que hace al futuro, me parece síntoma de incapacidad de aprender. Por lo que hace al pasado, me parece confirmación de las peores hipótesis acerca de esa gentuza, confirmación de las hipótesis que siempre me resistí a considerar.

La cosa, en suma, me parece final de acto, si no ya final de tragedia. Hasta el jueves. Manolo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.